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Por Andre Yee sobre Trabajo y Vocación

Traducción por Laura Coloma


Cualquier persona que tenga un trabajo “secular” se verá tentada a pensar que su trabajo es menos importante o menos dedicado a Dios que, digamos, el de un pastor. He luchado contra esto y, con el paso de los años, he conocido a muchos otros que luchan con lo mismo, buscando el sentido de su trabajo diario, preguntándose si no deberían mejor entregarse al trabajo pastoral o al ministerio cristiano para realmente “hacer la voluntad del Señor”.

Si se realiza de manera correcta y con temor de Dios, el ministerio es una excelente vocación para honrar a Dios, pero el ministerio no es la única vocación que puede honrar a Dios. Con mucha frecuencia, los hombres de negocios como yo pensamos así porque en realidad no logramos aferrarnos a la doctrina de la vocación. En palabras simples, la vocación es el trabajo específico al cual Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros. Y la vocación no se limita únicamente a quienes sirven en el ministerio cristiano.

De hecho, Dios llama a la gran mayoría de los cristianos a áreas de trabajo “comunes”, tales como los negocios, el sector académico, la carpintería, las leyes, la salud o el trabajo doméstico. Cuando nos entregamos fielmente a ese llamado, somos agentes de Dios que trabajan para amar a los demás e incluso para cumplir su voluntad en la tierra.

Suponiendo que sus trabajos son honorables y honestos, y suponiendo que son un medio para servir las necesidades de otras personas, esos trabajos son de naturaleza ministerial. En ese sentido, sus trabajos no son muy distintos al de un pastor o un misionero.

Veamos tres razones por las cuales nuestro trabajo es ministerial.

Primero, nuestro trabajo es ministerial cuando nuestra labor es, primero y principal, un canal por medio del cual expresamos fe en Dios y adoración a Dios, no autosuficiencia y gloria personal.

En pocas palabras, nuestro trabajo en realidad no se trata de nosotros. Pablo lo deja en claro en Efesios 1:11-12:

En Él también hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para la alabanza de su gloria.

Para el cristiano, la vida y el trabajo no se tratan principalmente de uno mismo –los logros personales, los elogios a uno mismo, o incluso la riqueza personal, o una recompensa monetaria extra–; la labor de un cristiano es primordialmente trabajar de una manera que exprese fe en Dios y adoración a Dios. La manera en que realizamos nuestro trabajo y la esencia de nuestro trabajo nos proveen los medios para proclamar Sus excelencias.

¿Cómo se vería eso? Se verá de diferentes maneras para cada uno de nosotros. Para unos, trabajar para la gloria de Dios puede significar celebrar la bondad de Dios al contemplar el resultado de un proyecto exitoso. Para otros, puede implicar confiar en Dios en medio de dificultades y hasta fracasos. En mi trayectoria profesional, he experimentado ambas situaciones (pero la última es la más difícil). Aun así, es confiar en Dios durante los momentos difíciles lo que habla más fuerte de la rica suficiencia que tenemos en el solo hecho de conocer a Cristo.

Segundo, nuestro trabajo es ministerial cuando sirve a otras personas en vez de ir en pos de simples proyectos o ganancias.

Las personas, hechas a imagen de Dios, tienen más valor para Él que las ganancias. La comisión que nos llevamos a casa no es tan importante como la comisión de Cristo de amar a nuestro prójimo en el lugar de trabajo. Eso significa que debemos buscar satisfacer los intereses de nuestros compañeros, clientes y socios.

Para mí, esta es una verdad simple, pero muy fácil de olvidar. En la premura diaria, con frecuencia olvido a quienes me rodean y veo mi día simplemente como una serie de tareas por completar. Cuando adopto esa mentalidad orientada sólo al trabajo, suelo descuidar a las personas que Dios ha puesto en mi camino. En mi irreflexión, mis compañeros de trabajo rápidamente se convierten en algo secundario, o acabo usándolos como recursos para mi beneficio personal, o se vuelven obstáculos para mi rendimiento personal.

Como cristiano, fui llamado a amar a mi prójimo y Dios me ha dado un lugar de trabajo en donde Él espera que esto suceda. Dentro de este contexto, tomarse el tiempo para animar a un compañero de trabajo es ministerial. Ir más allá de mis obligaciones para ayudar a un cliente es ministerial. Preparar ese informe que mi jefe necesita es ministerial. Cuando cumplimos una tarea, aun la más cotidiana y trivial, con el corazón dispuesto a servir y amar a nuestro prójimo en el ámbito laboral, somos instrumentos por medio de los cuales Dios muestra su bondad hacia ellos.

Tercero, nuestro trabajo es ministerial porque somos embajadores de Cristo en el ámbito laboral específico al que Él nos ha llamado.

Amamos más a nuestro prójimo cuando le llevamos las buenas nuevas. Como Pablo, debemos vernos como embajadores, llevando el mensaje de reconciliación a un mundo incrédulo (2 Corintios 5:20).

Por muchos años consideré que mi carrera en la industria del software era incompatible con el “ministerio cristiano”. Durante esos años, no pude apreciar el privilegio de representar a Jesús ante mis compañeros de trabajo y mis clientes. Desperdicié mi vocación y pasé por alto el hecho de que Dios me ha llamado a representarlo en el ambiente de los negocios.

No están en su profesión actual por casualidad. Puede parecer que llegaron allí por circunstancias azarosas, pero Dios ha estado guiándolos en Su soberanía. Sus líneas de trabajo no son mera coincidencia. No están en sus espacios de trabajo por casualidad. Sus vocaciones los han llevado así de lejos y hasta donde están ahora porque Dios los ha estado guiando. Los ha colocado donde están porque los necesita; o mejor aun, como dijo Lutero: su prójimo los necesita. Sigamos con alegría y fidelidad este gran llamado de Dios.



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