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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos." Efesios 5: 30.

Ayer, cuando tuve la dolorosa tarea de hablar en el funeral de nuestro querido amigo, el señor William Olney, hablé sobre el texto que voy a usar nuevamente ahora. Lo estoy retomando porque realmente no prediqué ayer sobre ese texto, sino que simplemente traje a la memoria de ustedes una favorita expresión suya que escuché muchas veces de sus labios en oración. Él hablaba frecuentemente de nuestro ser uno con Cristo en una "unión viva, amorosa, duradera," tres palabras que, en adición a ser una aliteración, son muy descriptivas de la naturaleza de nuestra unión con Cristo. Esas tres palabras, ustedes recordarán, fueron el título de mi sermón en presencia de esa notable asamblea que colmó este lugar para honrar la memoria de nuestro hermano, cuya más elevada ambición fue honrar a su Señor, a Quien sirvió con mucha fidelidad.

Pablo se refiere únicamente aquí a los verdaderos creyentes, hombres que reciben la vida por la gracia divina y son hechos vivos para Dios. De ellos afirma, no por una ficción ni por exageración poética, sino por un hecho indisputable, "Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos." Que existe una verdadera unión entre Cristo y Su pueblo no es una ficción, ni el sueño de una imaginación calenturienta. El pecado nos separó de Dios, y al deshacer lo que el pecado ha provocado, Cristo nos une a Sí en una unión más real que cualquier otra unión en el mundo entero.

Esta unión es muy cercana, y muy amorosa y muy completa. Estamos tan cerca de Cristo, que no podríamos estar más cerca, pues somos uno con Él. Somos tan amados por Cristo que ya no podemos ser amados más. Consideren cuán cercano y tierno es el vínculo cuando es cierto que Cristo nos amó y se entregó por nosotros. Es una unión más íntima que cualquier otra que pudiera existir entre los hombres; "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos." Éramos Sus enemigos cuando Cristo murió por nosotros para salvarnos y hacernos de tal manera uno con Él, que de Él obtuviéramos nuestra vida, y en Él se escondiera esa misma vida. Es por tanto una unión muy amada y muy cercana, la que Cristo ha establecido entre Él y Sus redimidos; y esta unión no podría ser más completa de lo que es.

Es, también, una unión sumamente maravillosa. Entre más piensen en ella, más asombrados quedarán, y serán poseídos de un sagrado temor ante esa maravilla de la gracia. Bien lo dijo Kent:

"Oh sagrada unión, firme y fuerte,
Cuán grandiosa gracia, cuán dulce cántico,
Que gusanos de la tierra puedan ser jamás
¡Uno con la Deidad Encarnada!"

Pero así es. Inclusive la encarnación de Cristo no es más maravillosa que Su unión viva con Su pueblo. Es algo que debemos considerar a menudo; es la maravilla de los cielos; es la más importante de las cosas que "anhelan mirar los ángeles." Tal vez no puedan ver mucho en la superficie de esta verdad; pero entre más tiempo dediquen a su contemplación, y en la medida que en su meditación reciban la ayuda del Espíritu Santo, podrán ver más en este maravilloso mar de vidrio mezclado con fuego. Mi alma se alegra con la doctrina que Cristo y Su pueblo son eternamente uno.

Esta es una doctrina muy consoladora. Quien la entiende posee un océano de música en su alma. Quien pueda realmente comprenderla y alimentarse de ella, se sentará a menudo en los lugares celestiales con su Señor, y tendrá un anticipo del día cuando esté con Él y sea semejante a Él. Aun ahora, puesto que somos uno con Él, no hay ninguna distancia entre nosotros; estamos más cerca de Él que cualquier otra cosa pudiera estarlo jamás. La propia idea de unión nos hace olvidar toda distancia: verdaderamente, la distancia es aniquilada por completo. El amor nos une tan cercanamente con Cristo, que Él se vuelve más para nosotros que nuestro propio ser; y aunque ahora no lo vemos, sin embargo, por la fe, nos regocijamos con indecible gozo lleno de gloria.

De paso puedo decir que esta doctrina es muy práctica. No es simplemente un terrón de azúcar para su boca; es una luz para su camino, pues "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo." Debemos cuidar que el amor que rodeaba los pies de Cristo, esté siempre brillando en nuestro sendero. Debemos intentar hacer el bien, siguiendo los pasos de nuestro Señor. Sería dar un mentís a esta doctrina si viviéramos en pecado; pues, si somos uno con Él, entonces debemos estar en el mundo como estaba Él; y llenos de Su Espíritu, debemos buscar reproducir Su vida ante el mundo.

Estos pensamientos pueden servirnos de introducción a la consideración más plena de este grandioso tema; comenzaré diciendo que, en la Santa Escritura, la unión entre Cristo y Su pueblo está explicada de varias formas. Luego intentaré demostrarles que la metáfora de nuestro texto está llena de significado; y, en tercer lugar, les demostraré que la doctrina de nuestra unión con Cristo tiene sus lecciones prácticas. ¡Al deleitar nuestros corazones con la gloriosa verdad que "somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos," tengamos la determinación de vivir como quienes están unidos así al Señor de la vida!

I. Nuestro primer pensamiento es que ESTA UNIÓN ES EXPLICADA DE VARIAS MANERAS. Ese hecho bendito está por encima de nuestro más elevado pensamiento: ¡no nos sorprende entonces, que el lenguaje fracase al tratar de describirlo adecuadamente! Símil tras símil es usado. Yo sólo voy a mencionar cuatro de ellos.

La unión entre Cristo y el creyente es descrita como la unión del cimiento y de la piedra. "Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual." Nosotros estamos sobre Él de la misma manera que la piedra descansa sobre el cimiento. Muy bien podemos cantar:

"¡Toda mi esperanza sobre Ti está puesta,
Toda mi ayuda de Ti la obtengo!"

En su dependencia, la piedra es una con el fundamento. En el tiempo de nuestra necesidad, más nos apretamos a Cristo; entre más afligidos estén nuestros corazones, más echamos toda nuestra ansiedad sobre Él. Es la pesada piedra que se pega al cimiento. Es posible que la piedra liviana se la lleve el viento. Pero nosotros nos aferramos todo el tiempo, dependiendo enteramente de Él, del mismo modo que la piedra descansa sobre la roca que está debajo. La piedra no soporta su propio peso: sólo descansa allí donde es colocada. Así nosotros descansamos sobre Cristo. Él es el cimiento y nosotros reposamos en Él.

Además, la piedra se adhiere al cimiento, formando una unidad. En el curso del tiempo, la piedra se enlaza más a los cimientos. Cuando se coloca allí la mezcla al principio, y está húmeda, ustedes podrían sacudir la piedra. Pero muy pronto la mezcla se seca, y la piedra queda pegada a los cimientos, y se sostiene firme. En las viejas paredes romanas, no se puede quitar una piedra, pues el cemento que une a una piedra con la otra, es tan fuerte como la piedra misma; y, en verdad, eso que nos une a Cristo es más fuerte que nosotros. Nosotros podremos ser quebrados, pero el lazo de amor que nos sostiene unidos a Cristo como un poderoso cemento, nuestro cimiento, no puede ser quebrado jamás. En realidad nos hemos vuelto uno con Él, como a menudo he visto piedras en las paredes de algún viejo castillo que se convierten en una con las demás. No podrías separarlas; estaban formando un solo elemento con la pared, y habría sido necesario hacer pedazos la pared, antes de que pudieran separar unas piedras de las otras. De la misma manera, nosotros, por la gracia de Dios, nos hemos vuelto uno con Cristo, experimental e indisolublemente. El curso de los años nos ha ligado aun más fuertemente a Él.

También, en su diseño, la piedra es una con los cimientos. Cuando el arquitecto colocó la piedra, estaba siguiendo su plan. Él diseñó los cimientos y pensó en cada elemento; y la piedra es esencial a la pared, así como los cimientos son esenciales a la piedra. De la misma manera, nosotros somos uno con Cristo en el designio de Dios. Decimos con reverencia que el propósito de Dios comprende no solamente a Cristo, sino a toda la compañía de Sus elegidos; y sin Su pueblo escogido, el diseño de Jehová no podría cumplirse jamás.

Él está construyendo un templo para Su alabanza; pero un templo no puede ser sólo cimientos. Cada piedra en la pared es necesaria; en el propósito divino, es necesario que una sea una piedra viva, y es necesario que otra sea otra piedra viva. Los más débiles y los más humildes miembros del pueblo del Señor son tan necesarios como los más nobles y los más hermosos, aunque ciertamente ninguno de los miembros es digno de alabanza mientras no haya sido incorporado a la pared.

Quien eligió a Cristo, eligió a todo Su pueblo; Él dispuso que fueran construidos juntos, y en Él "todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor." ¡Oh, me gusta pensar que cada uno de nosotros, independientemente de cuán insignificantes seamos, somos ladrillos o piedras en ese grandioso templo de gracia todopoderosa! Tal vez algunos miembros estén colocados donde todo el mundo pueda verlos. Otros podremos estar empotrados en la pared, donde nadie nos vea; pero, ¿qué importa? Si estamos en la pared, está bien. Dondequiera que estemos colocados estamos unidos a Cristo; y por lo tanto, nadie tiene preeminencia sobre los demás, porque todos estamos igualmente construidos sobre un cimiento, Jesucristo nuestro Señor, en Quien crecemos diariamente, acercándonos más y más a Él en experiencia, y asiéndonos cada vez más firmemente a Él por medio de la fe.

El segundo aspecto que es utilizado por las Escrituras para representar nuestra unión con Cristo, es el de la vid y los pámpanos. "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos," es la palabra de Cristo a Sus discípulos. El símil anterior del cimiento y de la piedra, no sugiere ninguna idea de vida. Por esta razón, cuando lo usó el apóstol, tuvo que hablar de Cristo como una piedra viva, y también de nosotros como piedras vivas. Es una figura un poco extraña, y sin embargo es estrictamente verdadera; pues ustedes y yo, no tenemos más vida espiritual en nosotros que las piedras, excepto cuando un milagro nos da la vida; y entonces, aunque vivimos, estamos como piedras aparentemente inertes y sin vida, aunque realmente hemos sido revividos por una obra sobrenatural, y hemos sido hechos piedras vivas. Pero la figura no parece armónica.

Sin embargo, este segundo símil nos comunica la idea de vida, pues una vid no es vid si está muerta, y sus pámpanos no son verdaderos pámpanos a menos que estén vivos. Hay una unión viva entre Cristo y Su pueblo, y espero poder apelar a la experiencia de muchos de mis lectores, que saben que hay una unión viva entre ellos y Cristo. Dichoso el hombre que pueda decir: "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí."

La unión es algo más que una unión de vida: es una unión de vida dependiente. El pámpano está unido de tal manera al tallo que recibe toda su savia de él; no podría vivir a menos que los jugos vivos fluyeran del tronco hacia él. Y así es nuestra vida. Cristo derrama su sangre de vida en nosotros. Perpetuamente, mientras Él exista, estará manando esa sangre hacia Su pueblo. De hecho, cuando Sus heridas fueron abiertas, Él sangró vida en nosotros; y cuando Su corazón fue abierto, Él cambió nuestros corazones, y les dio vida, aunque alguna vez hayan sido corazones de piedra. Somos de tal manera uno con Cristo, que al principio recibimos nuestra vida de Él, y continuamos recibiéndola de Él cada momento.

Como consecuencia de la vida de Cristo en nosotros, crecemos. El crecimiento del pámpano es realmente el crecimiento de la vid. Es debido a que el tallo crece que transmite su crecimiento al pámpano, y lo manifiesta allí. Conforme Cristo derrama Su fuerza vital en nosotros, nos hace crecer, para la alabanza de la gloria de Su gracia.

Producir fruto es el fin último de nuestra unión con Cristo. Somos uno con Él para que podamos producir fruto para Su alabanza. Queridos amigos, ¿estamos realmente haciendo eso? ¿Acaso estamos satisfechos con una unión nominal con Cristo, aunque no produzcamos fruto para Su honor? Deberíamos estar muy angustiados cuando somos estériles e infructuosos. Debemos recordar que el grandioso Agricultor posee un afilado cuchillo, y que está escrito: "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará." ¡Oh, que ninguno de mis lectores pueda estar jamás en Cristo de una manera falsa, sino que todos estén en Él en una unión tan verdadera y vital, que nos conduzca a llevar fruto para Su alabanza; pues entonces, aunque seamos podados, nunca seremos cortados de la vid!

La tercera metáfora de la que se sirve el Salvador, en relación a esta unión, es ladel esposo y la esposa. "Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia." Aquí encontramos una unión, no solamente de vida, sino también de amor. Es digno de notarse que las dos palabras, "vida" y "amor" sean tan semejantes la una a la otra. En las cosas espirituales, las dos cosas no solamente son similares, sino que son exactamente iguales. El amor es la vida y la vida es siempre enviada primero, y enviada principalmente en forma de amor.

Con el verdadero esposo, su esposa es él mismo. La Escritura dice: "El que ama a su mujer, a sí mismo se ama;" y yo creo que Cristo considera que, cuando ama a Su iglesia, a Sí mismo se ama. Su cuidado por nosotros es ahora Su cuidado por Sí mismo. Puesto que Él nos ha tomado para que estemos en eterna unión matrimonial con Él mismo, nos considera como Él mismo, y cuida de nosotros como cuida de Sí mismo: "Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos." Ningún hombre cuerdo lesionará su propia carne. "Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia." Así que Cristo cuida de Su pueblo porque lo considera unido a Sí mismo por esos lazos que lo hace ser como Él mismo. Así somos sustentados como la niña de Su ojo.

Recuerden que en cada familia la esposa es la madre de los hijos; y así es en la iglesia de Cristo. Él quiere que todos nosotros le engendremos una santa simiente espiritual. Si permanecemos en Él, podremos propagar nuestra fe, y traer a otros a la iglesia. Cada creyente debe tener este propósito ante él como el gozo de su vida; pues así Cristo "verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada."

La esposa, también, es quien cuida de la casa. Ella cuida de los asuntos domésticos de su marido. Y así quiere el Señor Cristo que Su pueblo cuide de Sus intereses, y de todo lo que le pertenece, pues Él nos ha encomendado estas cosas a nosotros, como el esposo encomienda su tesoro a su esposa. Él nos ha dejado como custodios de todo lo que tiene. En un sentido somos los mayordomos de Su casa, pero en otro sentido más íntimo estamos unidos a Él por lazos matrimoniales que no pueden ser disueltos nunca. Es un tema muy dulce; pero no puedo demorarme mucho en él. Permitan que sus propios pensamientos se vuelvan fragantes con ese aroma. Independientemente de cuán íntima pueda ser la unión del marido y de la esposa, la unión entre el creyente y Cristo es todavía más íntima. ¡Oh, que la comprendiéramos cada día más!

"¡Oh, Jesús! Sé para mí
Una realidad viva y brillante;
Más presente para la ávida visión de la fe,
Que cualquier otro objeto externo visto.
Más amado, más íntimamente cercano,
Que el más dulce lazo terrenal!"

Toda la imaginería humana es incapaz de explicar la unión entre Cristo y Su pueblo; pero el símil en nuestro texto es ahora el de la cabeza y los miembros. El apóstol dice de Cristo que "somos miembros de su cuerpo, de su sangre y de sus huesos." Cristo es la Cabeza, y nosotros somos miembros de Su cuerpo. ¡Cuán maravillosa es esta unión! En la primera metáfora, la del fundamento y la piedra, teníamos la idea del apoyo: en la segunda, la de la vid y de los pámpanos, la idea de la vida; la unión del marido y la mujer nos aportó el pensamiento del amor; ahora aquí tenemos la sugerencia de identidad. Hay dos vidas en el esposo y la esposa, pero sólo hay una vida en la cabeza y el cuerpo; y en este sentido, esta metáfora revela la verdadera relación de Cristo con Su pueblo, más claramente que cualquier otra.

Hay una maravillosa unión entre la cabeza y los miembros del cuerpo. Es una unión de vida, y una unión del cuerpo que siempre continúa. El esposo podría tener que viajar lejos de su esposa; pero no puede suceder nunca que la cabeza viaje lejos del cuerpo. Si yo llegara a oír de algún hombre cuya cabeza estaba separada del cuerpo trescientos milímetros, o por lo menos media pulgada, diría que ese hombre era un muerto. Debe haber una perpetua unión entre la cabeza y los miembros, pues de lo contrario se produce la muerte; y, fíjense bien, la muerte, no sólo del cuerpo, sino también de la cabeza. Cuando son divididos se mueren. ¡Cuán glorioso es este pensamiento cuando lo aplicamos al Señor y a Su pueblo redimido! Su unión es para siempre. Morirían si fuesen separados de Él, y aun Él cesaría de ser, si perdiera Sus miembros; pues, de alguna manera u otra, están tan unidos, que Él no estará sin ellos: no puede estar sin ellos, pues eso equivaldría a que la Cabeza de la iglesia estuviera separada de los miembros de Su cuerpo místico. Por esa razón podemos cantar:

"Y esto descubro, nosotros dos estamos tan unidos,
Que Él no estaría en la gloria, dejándome atrás."

II. Habiéndoles mostrado de esta manera estos cuatro símiles (y hay otros, pero no tengo el tiempo para hablar sobre ellos), ahora llego al que está ante nosotros en el texto, y señalo que ESTA METÁFORA ESTÁ LLENA DE SIGNIFICADO: "Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos." Hay siete puntos sobre los que me gustaría llamar su atención.

Hay aquí unión de vida, unión de relación y unión de servicio. Vean lo que quiero decir. La mano no estudia nunca lo que puede hacer por la cabeza; pero cuando la cabeza desea que la mano sea levantada, la mano se levanta de inmediato; y cuando la cabeza desea que la mano baje, baja al instante. No hay deliberación ni discusión al respecto. En un cuerpo sano, la cabeza y los miembros son prácticamente uno. Si estuvieras enfermo, podría ser diferente. A veces he visto, en una persona semiparalizada, que la pierna se agita sin seguir la instrucción de la cabeza; he visto una mano sacudirse y temblar sin la voluntad de la cabeza; y algunas veces (¡cuán a menudo me ha sucedido a mí!), la cabeza ha querido que la mano pase las páginas de un libro, y la mano ha sido incapaz de hacerlo.

Cuando la enfermedad se apodera del sistema, de inmediato los miembros desobedecen a la cabeza; pero en un cuerpo sano, basta que la cabeza quiera algo, y la mano lo realiza de inmediato. ¿Acaso no notaron alguna vez al caerse, cómo, sin pensarlo, sus manos trataron de proteger a la cabeza? Si alguien estuviese a punto de pegarles, no se quedarían deliberando; su brazo se levantaría de inmediato para proteger a la cabeza. Esta ley es también válida en la vida espiritual. Todos los verdaderos cristianos harán cualquier cosa por salvar a su Cabeza. Él nos salvó, y ahora es nuestro deseo salvarlo a Él. No podemos soportar que Él sea insultado, que Su Evangelio sea despreciado, o que se haga cualquier cosa en contra de Su sagrada dignidad. Somos de tal manera uno con nuestra gloriosa Cabeza, que en el instante que alguien quiera golpearlo, nuestra mano se levanta de inmediato en Su defensa. ¡Oh!, yo confío en que ustedes sepan lo que esto significa. Si alguna vez tienen que pasar por la pena de oír que el Evangelio de Cristo es predicado falsamente, o de ver a hombres cristianos profesantes que acarrean deshonra a Su amado nombre, sienten de inmediato que preferirían soportar cualquier dolor, o cualquier reproche, antes que Cristo sea injuriado. La mano es de tal manera una con la cabeza, que se esfuerza por resguardarla.

Entre la cabeza y los miembros hay también una unión de sentimiento. Si la cabeza se duele, ustedes sienten ese dolor por todas partes, están completamente enfermos. Y si su dedo se duele, la cabeza se siente mal. Hay tal coordinación entre todas las partes del cuerpo que, "si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular." Cristo es nuestra Cabeza, y la Cabeza sufre especialmente por los miembros. No estoy seguro que siempre sea tan claro que una mano sufra por la otra mano, como es muy claro que la cabeza sufre por causa de cualquiera de las manos. Así sucede con la iglesia. No siempre puede estar claro que todos los miembros sienten afinidad unos con otros, pero siempre está muy claro que Cristo Se identifica con cada uno de los miembros de Su pueblo. De alguna manera hay una conexión más rápida de la cabeza a la mano, que la que hay de una mano a la otra. Y hay una afinidad más profunda entre Cristo y Su pueblo, de la que normalmente hay entre uno de Sus siervos y otro. Está escrito en lo concerniente a Su pueblo que "En toda angustia de ellos él fue angustiado." ¡En todas tus aflicciones, hijo de Dios, tu Cabeza celestial siente dolor!

Además, hay una unión de mutua necesidad entre los miembros y la cabeza. La cabeza necesita al cuerpo. Ahora, debo hablar con sumo cuidado cuando relaciono el pensamiento con Cristo, pero aún así es verdad. ¿Qué sería mi cabeza sin mi cuerpo? Sería un espectáculo espantoso. Y Cristo sin Su pueblo estaría incompleto. ¡Un Cristo que muere sin redimir a nadie! ¡Un Cristo vivo, sin nadie que viva por Su vida, sería un horrendo fracaso! ¡Cristo en el Calvario, y las almas derrumbándose en el infierno, sin que nadie sea salvo por Su sangre preciosa! ¡Cristo encarnado en la cruz, sin que nadie sea salvado mediante Su encarnación y Su muerte! Sería un horrible espectáculo. Se dice que la iglesia es la plenitud de Cristo: "la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo." Esta es una expresión maravillosa. Ahora, la plenitud de la cabeza es el cuerpo; quiten el cuerpo de la cabeza, y, ¿qué queda? En cuanto al cuerpo, ¿qué podría ser sin la cabeza? Si perdieran la cabeza, no tendrían ninguna velocidad de pies, ni habilidad de manos, ni fuerza de corazón. No; no le queda nada a la cabeza si es separada del cuerpo; y no le queda nada al cuerpo si es separado de la cabeza. Hay entre ellos una unión de mutua necesidad.

Además, entre la cabeza y los miembros hay una unión de naturaleza. No voy a intentar describir la composición química de la carne humana; pero es bastante claro que mi cabeza está hecha de la misma carne que mis miembros. No hay diferencia entre la carne de la una y la carne de los otros. Así, aunque nuestra Cabeza del pacto está ahora en el cielo, y Sus pies están en la tierra, Cristo es tan uno por naturaleza con Su pueblo, que es hombre verdadero de hombre verdadero, lo mismo que es Dios verdadero de Dios verdadero. Si ustedes niegan Su humanidad, no creo que mantengan por mucho tiempo Su divinidad. Y si ustedes niegan Su Deidad, han destruido tristemente la perfección de Su humanidad; pues no podría ser un hombre perfecto si actuara haciendo creer a los hombres que era Dios, cuando no lo era. Para nosotros Él es Dios-Hombre en una persona, a Quien amamos y adoramos; Su naturaleza es la misma que la nuestra, y estamos unidos a Él para siempre.

"Señor, Jesús, ¿somos UNO Contigo?
¡Oh, altura! ¡Oh, profundidad de amor!
Contigo morimos en el madero,
Y en Ti vivimos arriba."
"¡Oh, enséñanos, Señor, a conocer y reconocer
Este misterio maravilloso,
Que Tú con nosotros eres verdaderamente UNO,
Y nosotros somos UNO Contigo!

Entre Cristo y Su pueblo hay también una unión de posesión. Nada que pertenezca a mi cabeza deja de pertenecer a mi mano. Cualquier cosa que mi cabeza reclame como propia, mi mano también puede reclamar como propia. ¡Pobre pecador, cualquier cosa que pertenezca a Cristo te pertenece a ti! Cristo es rico, ¿cómo podrías ser pobre? Su Padre es tu Padre, y Su cielo es tu cielo; eres de tal manera uno con Él, que todas las vastas posesiones de Su infinita riqueza te son dadas gratuitamente. Él te otorga Su tesoro, no solamente "hasta la mitad de mi reino," sino el reino completo. Unido a Él, todo lo que Él tiene te pertenece.

Entre el Señor y Su iglesia hay también una unión de condición presente. Cristo es muy amado por el corazón de Su Padre. "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia," fue la palabra que provino del cielo abierto concerniente a Cristo; y como Dios Se deleita en Cristo, también tiene complacencia en ustedes que están en Cristo. Sí, Él tiene tanta complacencia en ustedes como la tiene en Cristo; pues a ustedes los ve en Cristo, y a Cristo en ustedes. Dios no establece divisiones entre ustedes y Él, a Quien ha unido con ustedes. "Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre." Ciertamente Dios no va a separar nunca eso que Él ha unido en Cristo. Ni siquiera en sus pensamientos se separen ustedes de Cristo, al suponer que no son bien amados por Dios de la manera que lo es la Cabeza del pacto.

Por último, hay una unión de destino futuro. Cualquier cosa que vaya a ser Cristo, ustedes serán partícipes de todo ello. ¿Cómo pueden morir si Cristo vive? ¿Cómo puede morir el cuerpo si la cabeza vive? Si atravesamos las aguas, no pueden cubrirnos mientras no cubran a la cabeza. Mientras la cabeza de un hombre esté por encima del agua, no puede ahogarse. Y Cristo allá arriba, en las eternidades de la gloria, no puede ser conquistado nunca: tampoco podrán ser vencidos quienes son uno con Él. Por siempre jamás, a menos que el Cristo muera, a menos que expire el Hijo de Dios inmortal, ustedes, que están unidos a Él en el propósito de Dios y en la fe que ahora se aferra a Él, vivirán y reinarán. "Porque yo vivo, vosotros también viviréis." ¿Acaso no es eso un descanso para todo temor de destrucción? Ustedes son tan uno con Él que, cuando el sol se vuelva un carbón quemado, y la luna se convierta en un coágulo de sangre, cuando las estrellas caigan como hojas del otoño, y el cielo y la tierra se derritan, volviendo a la nada desde donde la Omnipotencia los ha llamado, ustedes vivirán, pues Quien es su Cabeza vivirá. "Creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él." Donde Él vaya, nosotros Le seguiremos.

He oído decir que, cuando un ladrón logra meter su cabeza por entre las barras de la ventana, su cuerpo puede entrar con facilidad. No estoy muy seguro de ello; pero yo sé que allí donde mi Señor ha ido, Sus miembros ciertamente estarán también. "Yo soy el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos," es una palabra que tiene el propósito de consolarlos. Guárdenla con ustedes. "Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos," y, cantemos con Doddridge:

"Puesto que Cristo y nosotros somos uno,
¿Por qué habríamos de dudar o temer?
Si Él en el cielo ha fijado Su trono,
Allí también fijará Sus miembros."

III. Por último y muy brevemente, ESTA DOCTRINA TIENE SUS LECCIONES PRÁCTICAS, que voy a tratar de explicar con sencillez, de tal forma que quienes somos miembros de Cristo podamos llevar mayor gozo y gloria a nuestra Cabeza de lo que lo hemos hecho hasta ahora.

Para comenzar, diría que si somos verdaderamente uno con Cristo, no deberíamos tener ninguna duda al respecto. Solía ser una moda, y me temo que en algunos lugares todavía lo es, pensar que desconfiar de nuestra propia condición y dudar en lo relacionado a nuestra salvación, es un tipo de virtud. Me he encontrado con buenas personas, que no se atrevían a decir que eran salvas; ellas "esperaban" serlo; y me he encontrado con otros que no estaban seguros que habían sido lavados con la sangre preciosa de Cristo; ellos "confiaban" que lo eran. Este estado mental no es un crédito ni para Cristo ni para nosotros mismos.

Si yo le dijera a mi hijo algo, y él me dijera: "padre, espero que mantengas tu palabra," no sentiría que me estuviera tratando como debería hacerlo. Ciertamente, creer a Cristo sin reservas es la forma de honrarlo. Si somos uno con Él, perderíamos el consuelo del hecho si no conociéramos con certeza nuestra bendita unión; (perderíamos mucho de la confianza que nos vendría del hecho, si no nos posesionamos de la realidad); y se nos sustrae mucho del gozo que trae, y sabremos poco del significado de esa palabra: "El gozo de Jehová es vuestra fuerza," si no creemos simplemente como niños, y recibimos el significado de la palabra tal como es, estando seguros de ello.

Esta es una época de duda; pero en lo que a mí concierne, no dudaré; ya he dudado lo suficiente, y más que suficiente; terminé con mis dudas hace mucho tiempo; puedo decir con Pablo: "Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día." La salvación es por fe. La condenación viene por la duda. La duda es la muerte de todo consuelo, la destrucción de toda fuerza, el enemigo de Dios y del hombre.

Si somos uno con Cristo,deberíamos ir por el mundo como príncipes; deberíamos ser como Abraham entre sus compañeros, que no reclamó ningún principado, ni llevó ninguna corona, pero que sin embargo pudo decirle al rey de Sodoma lo que ya había prometido solemnemente al Señor, "que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram." Si ustedes son uno con Cristo, traten al mundo de esa manera. ¡Oh, mundo, tú no puedes bendecirme! Dios me ha bendecido. ¡Tú no puedes maldecirme! Dios me ha bendecido. ¿Acaso te ríes? Ríete si eso te hace sentir bien. ¿Acaso frunces el seño? ¿Qué me importa a mí? Si Dios me ha sonreído, tú puedes desdeñarme. Si soy uno con Cristo, yo espero que tú me tengas en muy poca cosa, pues tú despreciaste a mi Cabeza. ¿Acaso el cuerpo de Cristo debería esperar mejor tratamiento que el que recibió la Cabeza?

Si somos uno con Cristo recordaremos que deshonrarnos a nosotros mismos es involucrar en esa deshonra a nuestro Señor. Si yo deshonro cualquier parte de mi cuerpo, mi cabeza siente vergüenza por ello; y puesto que somos miembros de Cristo, debemos tener mucho cuidado de cómo nos comportamos, para que no le causemos ninguna pena. Los hombres juzgarán de Cristo por Su pueblo. Si yo viera un par de piernas que caminan inestablemente a lo largo de la calle, estaría inclinado a opinar que pertenecen a una cabeza ebria. Si nuestro caminar entre los hombres no es "como es digno del evangelio," ¡qué pensamientos tan duros acerca de nuestro Salvador, tendrán los que nos rodean! Por supuesto, nosotros sabemos que toda concepción errónea acerca de Él es falsa, pues Él es hermoso y no hay mancha en Él; pero aun así, Su nombre y Su causa sufrirán deshonra. ¡Por tanto, no nos causemos lesiones ni nos contaminemos a nosotros mismos, para no traer reproche a Quien amamos!

A continuación, si somos uno con Él, debería ser muy natural que pensáramos en Él. Habemos muchos que podemos decir sin exagerar que, aunque no pensamos tanto en nuestro Señor como deberíamos, y no nos mantengamos contemplándolo a Él como desearíamos, sin embargo hemos pasado más tiempo con Él que el tiempo que hemos pasado con cualquier otra persona. Más que con la esposa, o los hijos, más que con nuestros compañeros más queridos de la iglesia o del mundo. Y lo conocemos mejor de lo que conocemos a cualquier otra persona. Aunque sea poco lo que conozcamos de Él, comparado con lo que esperamos conocer, sin embargo Su amor se ha vuelto para nosotros el hecho más brillante y conspicuo de toda nuestra historia. Conocemos muy pocas cosas; pero sabemos que somos uno con Cristo en una unión que no será quebrantada nunca. También Lo conocemos por nuestra comunión con Él. Lo vimos esta mañana; Lo hemos visto durante el día; Lo veremos nuevamente esta noche. No me gustaría irme a la cama con ningún otro pensamiento en mi mente que éste:

"Rociado nuevamente con la sangre que perdona,
Me pongo a descansar,
Como abrazado por mi Dios,
O sobre el pecho de mi Salvador."

Si somos uno con Él, vivir con Él debe ser la cosa más natural de nuestras vidas. Sin embargo, ¿acaso no he escuchado de algunas personas que profesan, que no han tenido comunión con Cristo durante muchos días? Una vez conversé con un hermano que habló mucho acerca de muchas cosas; y cuando se hubo quejado de esto y de lo otro, me incliné hacia él, y le pregunté: "hermano, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una comunión cercana con Cristo?" Él respondió: "¡Oh, me agarraste fuera de balance!" Cuando le pregunté: "¿qué quieres decir con eso?" respondió, "me temo que no he tenido ninguna comunión con Cristo durante meses." Yo sospechaba que así era, pues de lo contrario su conversación no hubiese sido como fue.

¡Qué cosa tan triste para una esposa debe ser vivir con su esposo en casa, sin poder hablarle durante muchas semanas! ¡Pero cuánto peor es que nosotros, que profesamos ser uno con Cristo, no tengamos ningún tipo de comunicación con Él durante largos meses! Esto es algo perfectamente horrible. ¡Dios nos libre de algo semejante! ¡Que pensemos continuamente en nuestro Señor, y vivamos siempre con Él, porque somos uno con Él!

Además, siendo uno con Cristo, servirle debe ser muy natural. Ciertamente existimos únicamente para cumplir Su voluntad, y para glorificar Su nombre. ¿De qué sirven mis manos y pies, a menos que se muevan impulsados por mi cabeza? Serían sólo estorbos a menos que estén listos a obedecer la orden de mi mente. Si tus brazos colgaran inútiles, tú no sabrías qué hacer con ellos; a cualquier lado que te volvieses, te estarían estorbando. Estar paralizado es lo más antinatural, pero me temo que hay muchos de nosotros que son de poco servicio para nuestro Señor. ¡Oímos Su palabra, pero no la obedecemos; Él busca obreros, y no respondemos corriendo a Su llamado! Vamos, vamos: esto no va a funcionar. Somos miembros de Cristo, y el único propósito de nuestra vida debe ser servir a nuestra Cabeza. ¡Que Dios nos ayude a hacerlo!

Voy a llegar a una conclusión. Los dejo para que saquen todas las inferencias que brotan naturalmente de nuestra unión con Cristo. Nuestro cielo consiste en nuestra unión con Él. ¡Ay, y a veces, cuando nos damos cuenta de nuestra unidad con Cristo, difícilmente podemos pensar que seremos más felices en el cielo de lo que somos ahora! ¡Que todos ustedes participen de este gozo! Oh, ustedes pensarán que estábamos delirando, si les dijéramos el indecible deleite y la bendición sin medida que la comunión con Cristo ha traído a nuestras almas. Yo deseo que todos ustedes conozcan el mismo éxtasis. No gozo nunca de nada sin desear que todo el mundo goce de lo mismo; por tanto, cuando llego al punto de ser uno con Cristo, y del deleite que conlleva, ¡pido a Dios que todos ustedes lo conozcan también! Pero, ¡ay!, ustedes no lo conocen; algunos de ustedes ni siquiera desean conocerlo. He estado hablando algo parecido al holandés para algunos de ustedes el día de hoy; no han comprendido para nada mi lenguaje. Que el simple hecho que no lo hayan comprendido, o que no les haya preocupado para nada, los lleve a sospechar que hay un gozo desconocido para ustedes, y una vida que no han encontrado; y cuando sepan que es así, "Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano." Si Lo buscan de todo corazón, seguramente lo encontrarán; y muy pronto ustedes también serán conducidos a una "viva, amorosa y duradera unión" con Cristo.

Recuerden que el menor toque de fe es suficiente para salvar el alma. Esa pobre mujer que vino por detrás de Cristo en medio de la multitud, únicamente tocó el borde de Su manto, y sin embargo ese tímido roce le trajo salvación y salud. Poder salió de Él a ella, y fue salva de su plaga. Si sólo pudieras tocar al Señor con el dedo de tu fe, ay, aunque fuera tu dedo meñique, tendrías bendición; aunque tu mano esté temblorosa por la parálisis de la incredulidad, si tienes suficiente fe para tocarlo, para entrar en contacto con Él, habrás puesto en funcionamiento toda la maquinaria de salvación.

¡Que Dios te dé fe para que encuentres la vida eterna ahora mismo! ¿Por qué no? Si mi querido amigo estuviera aquí ahora, de quien estos paños luctuosos son un memorial, me diría, "¡oh, diles que gusten y vean que es bueno Jehová; dichosos los hombres que confían en Él! Ustedes saben cuánto amaba William Olney esa estrofa que cantamos ayer:

"¡Oh, sólo hagan una prueba de Su amor;
La experiencia decidirá
Cuán benditos son aquellos, y únicamente aquellos,
Que confían en Su verdad!

¡Que Dios los bendiga a todos, por Cristo nuestro Señor! Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Efesios 5.


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