Misericordia devastadora

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English: Devastating Mercy

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Adriana Blasi


Contenido

La manera en que Jesús redime nuestros fracasos

Aun cuando pareciera que los evangelios se expresan de manera sencilla, el Jesús multidimensional que encontramos en ellos, no es nada es sencillo. Podemos analizar esto de una manera (hasta podríamos decir extrema) en que Jesús expresa su misericordia.

Casi con seguridad lo que viene a nuestra mente al pensar en Jesús son sus expresiones de bondad. Pensamos en su mansedumbre como cordero durante su juicio injusto, su sacrificio como cordero y su muerte sustitutiva en la cruz en expiación por nuestros pecados. Podríamos pensar en el Sermón del Monte, donde se manifiesta con una misericordia de múltiples facetas (Mateo 5:2-12). Jesús nos invita a poner a un lado nuestra ira (Mateo 5:21-26), a devolver el mal con el bien (Mateo 5: 38-42) y a amar a nuestros enemigos (Mateo 5:43-48). Podríamos pensar en la clase de bondad que atrajo a tantas personas con enfermedades y trastornos para que los sanara (Mateo 8:1-17) y toda clase de pecadores para que los perdonase (Mateo 9:10-13).

Todas ellas muestran a un Cristo misericordioso, pero no son su única demostración de misericordia. Su misericordia no siempre fue apacible. Por momentos su misericordia podía ser demoledora. Es importante que podamos ver esto, porque, así como le sucedió a Pedro, algunas veces la misericordia que más necesitamos de Jesús llega en un paquete severo.

Realmente un autoengaño

Pedro amaba a Jesús. Jesús lo sabía. Pedro, con anterioridad al juicio y crucifixión de Jesús, creía que amaba a Jesús más que a su propia vida - en otras palabras - más de lo que en verdad lo amaba. De manera que, Jesús, a fin de preparar a Pedro para su llamado (y aún para su muerte), le tendió su misericordia, una clase de misericordia que Pedro no esperaba ni podía en ese momento reconocer.

Durante su última Pascuas con los doce, Jesús anunció que uno de ellos lo iba a traicionar. Todos le respondieron atónitos, y once con congoja (Mateo 26:21-22). También le respondieron con orgullo, que en sí fue revelador. Esta noticia los llevó a cuestionar la lealtad que cada uno tenía hacia el otro, y para reivindicarse como el mejor (Lucas 22: 23-24). Once de ellos no querían identificarse con aquel tío, y ninguno quería que el otro pensase que él era ese tío.

Luego de finalizar misericordiosamente ese debate vanidoso, Jesús se dirigió a Pedro y dijo: «Simón, Simón, he aquí Satanás te ha pedido [plural en griego] para zarandearos [a todos] como a trigo; pero yo he rogado por ti [singular en griego] que tu fe no falte. Y tú Pedro, una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Lucas 22:31-32).

Pedro se sorprendió. ¿Una vez vuelto? Eso implicaba que se iba a apartar de Jesús. No podía aceptarlo. Aun cuando el resto se apartara, él desde luego, no haría tal cosa (Mateo 26:33). Y lo dijo:

Señor, estoy dispuesto a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte (Lucas 22:33).

Jesús sabía que Pedro era sincero, pero que se engañaba a sí mismo. Pedro desconocía cuan equivocada era la seguridad que sentía de sí mismo Así que, Jesús dejó caer la bomba: «Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces» (Lucas 22:34). Eso era totalmente incomprensible para Pedro, en especial luego de todo lo que habían atravesado juntos. De manera que juró, «No te negaré», y el resto hizo lo mismo (Marcos 14:31).

Devastado misericordiosamente

Y luego, en pocas horas, luego de un juramento sincero y de un amor leal por parte de Pedro, la profecía de Jesús se cumplió. Simplemente necesitó de la acusación pública de un joven, y Pedro se escuchó diciendo aquello que había jurado que nunca diría: «No lo conozco» (Lucas 22:57).

Luego que volvió a negarlo dos veces, cantó el gallo y Pedro tuvo que enfrentar la terrible verdad: no amaba a Jesús como pensaba. Confrontado ante una situación límite, con su propia vida probablemente en juego, él había sido un cobarde y había entregado a su Señor, aquel que él sabía que era el «Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16). Era la peor decisión que jamás había tomado. Probablemente una de las peores cosas que cualquiera haya jamás cometido. Había fallado con creces, pecado en gran manera, y no había vuelta atrás.

Ciertamente, no había vuelta atrás. Pero se podía ser redimir. Se podía hacer para el bien a través del Espíritu Santo, para que llevase el fruto de un amor más profundo que la muerte, un amor tal, como el que Pedro pensó poseer antes de negar a Jesús. Aquello era precisamente lo que Jesús tenía en mente, aquello por el cual él oró por Pedro.

Aunque en ese momento no se percibió así, aquel devastador momento de fracaso se convirtió en una gran misericordia para Pedro. Él no tenía idea lo débil que era en realidad, cuán vulnerable era su naturaleza pecadora. De manera que, de la misma manera como luego lo haría años más tarde con el apóstol Pablo, Jesús le concedió un mensaje satánico a Pedro para humillarlo, y para ayudarlo a ver que solo la gracia de Dios es suficiente - que su poder se ve y se siente claramente en aquellos que reconocen sus debilidades (2 Corintios 12:7-10).

Pedro necesitaría de esta verdad, esta fuerza espiritual, aquello que él luego denominaría «la fuerza que proviene de Dios» (1 Pedro 4:11), para enfrentar las tareas que en un futuro le daría Jesús. Jesús oró para que la fe de Pedro no fracasara. La misericordia de Dios convertiría este fracaso de Pedro en disciplina y no en algo que lo definiese como persona. Daría otro giro, y al lograrlo, estaría mejor equipado para saber fortalecer a sus queridos hermanos.

Restaurado misericordiosamente

La restauración de Pedro sucedió después de otra comida con Jesús, en una playa temprano una mañana, luego de la resurrección (Juan 21:15-19). Jesús tres veces le preguntó de manera similar: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» A pesar de que las preguntas le producían dolor a Pedro, pues se sentía agraviado, por cada una de las tres veces, Pedro afirmó su amor de todo su corazón por Jesús. Tres misericordiosas veces: una afirmación amorosa de su amor al Señor por cada una de las negaciones sin amor.

Pero no solo perdonó Jesús los pecados de Pedro y lo redimió por las veces que lo negó esa mañana, sino también profetizó misericordiosamente cómo moriría Pedro algún día (Juan:18-19). ¿Cómo puede eso ser misericordia? ¿Recuerdas la terrible noche cuando Pedro apasionadamente declaró: «Estoy dispuesto a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte» (Lucas 22:33)? En aquel momento Jesús restauró en Pedro el honor de poder un día cumplir su promesa.

Finalmente, Jesús restauró a Pedro para su llamado al ministerio. Pedro fue profundamente humillado, estaba débil, y esto a su vez lo fortalecía para los asuntos que eran más importantes. Pedro le había dado la espalda a Jesús, pero ahora había regresado y fue aceptado con los brazos abiertos por Jesús. Pedro, habiendo experimentado tan profundamente la gracia de Jesús que estaba ahora mejor preparado para fortalecer a sus hermanos, pastorear a la manada de Jesús con el evangelio de la gracia, y hacerlo con la fuerza que provee Dios (Juan 21:17). De manera que, Jesús finalizó su servicio de restaurar a Pedro, con quizás las palabras más misericordiosas que podía elegir para un discípulo amado que le había fallado en gran manera. «Sígueme» (Juan 21:19).

El Señor te restaurará

En la experiencia de Pedro - desde la vergüenza de sus fracasos hasta el sabor dulce de su restauración - vemos la misericordia de Jesús expresada de manera amplia. Pedro fue misericordiosamente destrozado y restaurado. No era la clase de misericordia que seguramente le agradaba, pero era la misericordia que necesitaba. Y todo con una insondable ternura, aún en los momentos más devastadores.

Todos nosotros, de manera singular, necesitamos ser arrasados por el amor misericordioso de Jesús. «El Señor disciplina a quien ama» (Hebreos 12:6). Tal disciplina podría involucrar un «zarandeo» diabólico, como les sucedió a los discípulos. Pero el Señor conoce nuestras necesidades, y mira de ofrecernos aquello que básicamente nos llenará de su dicha (Juan 15:11) y nos posibilitará dar frutos (Juan 15:15).

La experiencia penosa y humillante de Pedro no solo modeló esta clase de misericordia para nosotros, pero a su vez la equipó para pastorearnos a través de nuestras experiencias de la devastadora misericordia de Jesús. Para cualquiera humillado de manea similar, él hace una promesa en 1 Pedro 5:10.

Luego que hayas sufrido por un corto tiempo, el Dios de gracia, que te ha llamado a su eterna gloria en Cristo, te restaurará, confirmará, fortificará y afirmará.

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