No Confundir Conocimiento y Éxito con Madurez

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English: Don't Confuse Knowledge and Success with Maturity

© The Gospel Coalition

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Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral

Traducción por Manuel Bento Falcón


No es simplemente que diese pie a la tentación de dejar que el ministerio pastoral se convirtiese en mi identidad. También caí en otras dos tentaciones.

Dejé que mi conocimiento bíblico y teológico definieran mi madurez. Esto se relaciona con la tentación de identidad pero requiere atención propia. En el ministerio, es bastante fácil ceder a re-definiciones sutiles pero significativas sobre lo que es la madurez espiritual y lo que hace. Esta definición tiene sus raíces en cómo pensamos acerca de lo que es el pecado y lo que este hace. Muchos pastores cargan con una definición falsa de lo que es la madurez que proviene de la culturización académica del seminario.

Como el seminario tiende a convertir la fe en algo académico, haciendo que sea un mundo de ideas que hay que dominar, los estudiantes caen fácilmente en la creencia de que la madurez bíblica consiste en la precisión del saber teológico y el conocimiento bíblico. Pero la madurez espiritual no es algo que tú hagas con tu mente (aunque esto sea un elemento importante). La madurez es el cómo vives tu vida. Es posible ser teológicamente astuto e inmaduro. Es posible ser entendido bíblicamente y necesitar un crecimiento espiritual significativo.

Yo fui un graduado con honores de un seminario. Gané premios académicos. Asumí que era maduro y me sentía malentendido y mal juzgado por cualquiera que no compartiese mis apreciaciones. De hecho, veía aquellos momentos de confrontación como las persecuciones que cualquiera enfrenta cuando se entrega al ministerio del evangelio. No entendía el pecado y la gracia en su raíz. El pecado no es un problema intelectual primeramente. (Aunque afecta a mi intelecto, tal como afecta a otras partes de mi funcionamiento.) El pecado es principalmente un problema moral. Es acerca de mi rebelión contra Dios y mi búsqueda por tener, para mí mismo, la gloria que se debe a él. Principalmente, el pecado no es romper un conjunto abstracto de reglas. El pecado es primero y sobre todo romper la relación con Dios. Y porque he roto esta relación, es entonces fácil y natural para mí rebelarme contra las reglas de Dios.

Así que no es solamente mi mente la que necesita ser renovada por la enseñanza bíblica sólida, sino mi corazón que necesita ser reclamado por la poderosa gracia del Señor Jesucristo. El reclamar mi corazón es tanto un suceso (justificación) como un proceso (santificación). El seminario, por tanto, no va a resolver mi problema más profundo---el pecado. Puede contribuir a la solución, pero también puede cegarme a mi verdadera condición por su tendencia a redefinir la madurez. La madurez bíblica nunca es simplemente lo que sabes sino que siempre es acerca de cómo la gracia empleó lo que has llegado a saber para transformar la forma en la que vives.


Piensa en Adán y Eva. No desobedecieron a Dios porque ignoraran intelectualmente los mandamientos de Dios. Sobrepasaron los límites de Dios sabiéndolo porque buscaban la posición de Dios. La guerra espiritual del Edén se luchó en el territorio de los deseos del corazón. Piensa en David. No reclamó a Betsabé como suya y planeó deshacerse de su marido porque fuese ignorante de las prohibiciones de Dios contra el adulterio y el asesinato. David actuó porque en algún punto no le importó lo que Dios quería. Iba a tener lo que su corazón deseaba sin importar nada más.

O piensa en lo que significa ser sabio. Hay una enorme diferencia entre el conocimiento y la sabiduría. El conocimiento es un entendimiento adecuado de la verdad. La sabiduría es un entendimiento y un vivir en la luz de cómo esa verdad se aplica a las situaciones y relaciones de tu vida diaria. El conocimiento es un ejercicio de tu cerebro. La sabiduría es el compromiso de tu corazón que lleva a una transformación de la vida.

Aunque no lo sabía, entré al ministerio pastoral con una visión no bíblica de la madurez bíblica. En formas que ahora me asustan, creía que la tenía. Así que cuando mi esposa, Luella, me confrontaba fiel y amorosamente, no era que simplemente yo fuese defensivo. Por definición pensaba que ella estaba equivocada. Y llegaba al convencimiento de que era ella la que tenía el problema. Utilizaba mi conocimiento bíblico y teológico para defenderme. Era un desastre, y no tenía ni idea de ello.

El Éxito No Es Necesariamente Una Muestra De Apoyo

Confundí el éxito en el ministerio con el apoyo de Dios a mi forma de vivir. El ministerio pastoral, en muchas formas, era emocionante. La iglesia estaba creciendo en número, y la gente parecía estar creciendo espiritualmente. Más y más gente parecía estar comprometida a ser parte de una vibrante comunidad espiritual, y veíamos a la gente ganar batallas en el corazón por la gracia de Dios. Fundamos una escuela cristiana que estaba creciendo y expandiendo su reputación e influencia. Comenzábamos a identificar y discipular líderes.

No era todo color de rosa, había momentos dolorosos y de cargas, pero comenzaba mis días con un profundo sentido de privilegio de que Dios me había llamado a hacer este ministerio. Estaba guiando una comunidad de fe, y Dios estaba bendiciendo nuestros esfuerzos. Pero tomé esas bendiciones de manera equivocada. Sin saber lo que estaba haciendo, tomaba la fidelidad de Dios conmigo, con su pueblo, con la obra de su reino, con su plan de redención y con su iglesia como un apoyo a mí. Mi perspectiva decía, "Soy uno de los Buenos, y Dios me respalda en todo momento." De hecho, le decía a Luella (es embarazoso pero importante admitirlo), "Si soy tan mal tipo, ¿por qué Dios bendice todo aquello que emprendo?"

Dios no actuaba porque apoyara mi forma de vivir, sino por el celo por su propia gloria y su fidelidad a sus promesas de gracia para su pueblo. Dios tenía la autoridad y el poder para utilizar cualquier instrumento que escogiese en cualquier forma que eligiese. El éxito ministerial siempre habla más acerca de Dios que acerca de la gente que él utiliza para sus propósitos. Yo lo había tomado mal. Había tomado el crédito que no merecía por lo que no podía hacer. Lo había convertido en algo acerca de mí, así que no me veía a mí mismo como encaminado al desastre y en profunda necesidad del rescate de la gracia de Dios. Era un hombre que necesitaba la gracia rescatadora. A través de la fidelidad de Luella y las preguntas de cirugía de mi hermano, Tedd, Dios hizo exactamente eso.

¿Qué hay de ti?¿Cómo te ves a ti mismo?¿Qué es lo que te dices a ti mismo acerca de ti?¿Eres diferente de aquellos a los que ministras?¿Te ves a ti mismo como un ministrador de gracia necesitado de la misma gracia?¿Has acabado sintiéndote cómodo con las diferencias entre el evangelio que predicas y la forma en la que vives?¿Hay discordancia entre la persona pública del ministerio y los detalles de tu vida privada?¿Animas a un nivel de comunidad en tu iglesia al que tu mismo no te entregas?¿Caes en la creencia de que nadie tiene una visión más precisa de ti mismo que tú?¿Utilizas el conocimiento o la experiencia para mantener a raya las confrontaciones?

No tienes que temer lo que hay en tu corazón. No tienes que temer que te conozcan. Porque nada en ti puede ser expuesto que no haya sido ya cubierto por la preciosa sangre de tu Rey Salvador, Jesús.


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