No hay bendición como la salud, salvo la enfermedad

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English: No Blessing Like Health — With the Exception of Sickness

© Desiring God

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Por John Piper sobre Ministerio Pastoral

Traducción por Andrea Ledesma

Un testimonio que me conmovió mientras finalizaba mi ministerio en Belén el 31 de marzo fue el de una joven dama que lucha contra el cáncer, quien le agradeció a Dios por mi cáncer. Ella había oído los mensajes previos a mi cirugía en febrero del 2006. Para ella, representaban vida.

Dios sabe lo que deben soportar los pastores para servirle a su gente. Es solemnizador leer en 2 Corintios 1:6: «Pero si somos atribulados, es para vuestro consuelo y salvación». Esa es una de las razones por las cuales el ministerio es así de duro. Somos atribulados para que en nuestras tribulaciones nuestra gente se salve.

Charles Spurgeon sufría de depresión en reiteradas ocasiones. Pero creía firmemente en la soberanía de Dios en todas sus tribulaciones. Esa fue su salvación de la depresión.

Para mí, sería una experiencia muy dura y complicada pensar que sufro de una tribulación que Dios jamás me envió; que él jamás llenó el cáliz de la amargura, que nunca midió mis dificultades, ni que me las envió por su disposición conforme a sus pesos y sus cantidades. (Christian History, Edición 29, Vol. 10, N° 1, 25)

Para Spurgeon, la soberanía de Dios no era un primer argumento para debatir, sino un medio de supervivencia. No bromeaba cuando tuvo la siguiente ocurrencia: «Me atrevo a decir que la mayor bendición sobre la tierra que Dios puede darle a cualquier persona es la salud, salvo la enfermedad… La tribulación es la mejor pieza de mi hogar. Es la mejor lectura en la biblioteca de un pastor» (An All-Round Ministry, 384).

De los tantos propósitos que veía mientras sufría de la desoladora depresión, hay uno que tiene que ver, principalmente, con el bien de sus feligreses. Este propósito le dio un poder poco común para predicar a las almas desesperanzadas.

Una mañana de Sabbat, prediqué desde el siguiente texto: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", y a pesar de que no lo pronuncié, aun así prediqué desde mi propia experiencia. Oí mis cadenas rechinar mientras trataba de predicarles a mis compañeros prisioneros en la oscuridad, pero no pude dar cuenta de por qué me encontraba en el terrible horror de la oscuridad, por lo cual me repudié a mí mismo.

En la noche del lunes siguiente, un hombre vino a verme; un hombre en cuyo semblante portaba todas las marcas de desolación. Su cabello parecía alzarse derecho y sus ojos estaban listos para empezar desde sus cavidades. Después de un breve charla, me dijo: «Nunca antes en mi vida había escuchado hablar a un hombre que pareciera conocer mi corazón. Mi caso es terrible, pero el domingo a la mañana usted me devolvió a la vida, y predicó como si hubiera estado en el interior de mi alma».

Por la gracia de Dios, salvé a ese hombre del suicidio y lo conduje hacia la luz y la libertad del evangelio. Pero sé que no lo habría logrado si yo no hubiera estado encerrado en el calabozo en el que él se encontraba.

Les cuento esta historia, hermanos, porque quizás a veces no comprenden sus propias experiencias, y las personas perfectas los condenan por ellas. Pero, ¿qué saben ellos de los siervos de Dios? Ustedes y yo sufrimos mucho por el bien de las personas de nuestro cargo…

Quizás se encuentran en la oscuridad de Egipto, y se preguntan por qué tal horror les hiela los huesos. Pero pueden, todos juntos, estar en búsqueda de su llamado, y ser guiados del espíritu a una posición de compasión de mentes desalentadoras. (An All-Round Ministry, 221-222)

Después de treinta y tres años, desde mi punto de vista, no cabe duda de que los problemas de todo tipo en el ministerio son el trago amargo de Dios para que sobrevivamos a nuestra propia fe y a la de los demás.


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