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Por David Gibson sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Carlos Diaz


De los muchos clips de video que vi de Billy Graham en la semana de su muerte, uno en particular quedó en mi mente. Predicando en South Seminary Chapel en 1982, Graham dijo que, a los 64 años de edad, su mayor sorpresa en la vida era la brevedad de la misma: “Si alguien me hubiera dicho cuando tenía 20 años que la vida era tan corta y que pasaría — justo así — no lo habría creído. Y si os digo eso, tampoco lo creeréis. No puedo hacer que los jóvenes comprendan lo breve que es la vida, lo rápido que pasa”.

Tiempo. Volando frente a nosotros. No tenemos suficiente de él. Escurriéndose de nosotros. Siempre presionados por él. Deseando que fuéramos mejores en administrarlo. Sintiéndonos culpables de no tener más para algo special, o algo noble. Siempre se nos acaba el tiempo. Y Billy Graham tiene razón — oh, pasa demasiado rápido.

El tiempo es una entidad profundamente teológica. Un Dios eterno enseña a las criaturas algunas de sus más grandes lecciones en el vehículo del tiempo. Tiene una forma tanto lineal como circular — no puedes repetir el tiempo, incluso si te regala muchas cosas en un bucle repetitivo. Todo esto nos educa acerca de lo que Dios ama y de lo que significa ser humano, dándonos al menos tres grandes lecciones.

1. El camino de la sabiduría respeta los ritmos del tiempo.

“Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo” (Eclesiastés 3:1, LBLA). Vale la pena pausarlo justo allí, al comienzo de esta famosa reflexión acerca del tiempo.

Las Escrituras dicen que hay un tiempo para todas las cosas, pero nuestro mundo la contraría diciendo que, en lugar de eso, todas las cosas puedan hacerse todo el tiempo. La mayor parte de la tecnología, por ejemplo, nos ha atado a la mentira de que podemos desechar las restricciones de las criaturas al tiempo y tener acceso a todo siempre, sin esperar, sin detenernos, y sin necesitar un descanso.

La electricidad nubla los límites entre trabajar mientras es de día y dormir mientras es de noche. Nuestra vida online se ha convertido en nuestro amo eterno, mientras muchas pantallas muestran órdenes sin fin que obedecemos sin cuestionarnos. Gimnasios, estaciones de combustible, oficinas, y supermercados están abiertos 24 horas al día y llegamos a creer que podemos hacer todo en todo momento. No hay una temporada particular para nada. Hacemos lo que deseamos, cuando lo deseamos.

Las personas sabias respetan los ritmos del tiempo. Amanecer, mañana, tarde, anochecer, noche. Dios hizo seis días para trabajar, uno para descansar. Esto estructura una semana, que se repite durante un mes, y los meses en años.

Muchas personas intentan vivir vidas libres del ritmo, haciendo sencillamente lo que sea que les apetece en cualquier momento dado, sin atención adecuada a si es el momento correcto para hacerlo; esto en verdad rasga el tejido de lo que significa ser humano. Estamos descubriendo ahora que nuestra atención constante y sin estacionalidad a los medios digitales está socavando nuestra dignidad.

En años de ministerio pastoral, no he visto muchas familias desenvolverse que observasen el Día del Señor juntos con gozo deliberado y hospitalidad hacia la rutina. He presenciado a otros cuya devoción interrupible al cuerpo corporativo no era más que un síntoma de los ritmos irregulares en otras áreas de su vida.

2. El camino de la insensatez busca controlar las temporadas del tiempo.

Los ritmos no son todo lo que hay en una vida ordinaria bajo el sol — hay “un tiempo para nacer, y un tiempo de morir” (Eclesiastés 3:2), hay “un tiempo de llorar, y tiempo de reír” (Eclesiastés 3:4), hay “tiempo de amar, y tiempo de odiar” (Eclesiastés 3:8). Esto son temporadas, no ritmos, porque no podemos predecir cuándo aparecerán en nuestras cronologías y a menudo su presencia nos toma por sorpresa.

Se necesita el ojo de la fe para ver que Dios “ha hecho todo apropiado a su tiempo” (Eclesiastés 3:11), porque a menudo vivimos con la fealdad y dolor de la vida tanto como con su belleza y deleite. Además, éstas temporadas son relacionales: involucran a personas que amamos y perdemos, aquellas a quienes perjudicamos y perdonamos, aquellas con las que fraternizamos y aquellas quienes nos hacen daño. Somos seres profundamente relacionales y la mayoría de nuestras vidas son llevadas a cabo navegando las distintas temporadas de nuestras relaciones y los efectos que tienen en nosotros.

Dichas temporadas exponen cuán poco control tenemos en realidad sobre nuestras vidas. Zack Eswine dice, “Muchas de nuestras frustraciones surgen de no ver un cambio de temporada, o el dolor y gozo de ellas, y tenemos problemas para ajustar nuestras expectativas” (Recovering Eden / Recuperando el Edén, 130). ¿Qué hacemos con esas temporadas que traen daño demoledor a nuestras pequeñas y ordenadas realidades? ¿A dónde nos volvemos?

Eclesiastés nos ayuda a ver que una de las temporadas que no controlamos es el tiempo de la justicia. “Dije en mi corazón: al justo como al impío juzgará Dios, porque hay un tiempo para cada cosa y para cada obra”. (Eclesiastés 3:17). Habrá un momento, un día, para un viaje divino en el tiempo: “Dios busca lo que ha pasado” (Eclesiastés 3:15). Todos los eventos de la historia humana que se han resbalado a través del reloj de arena del tiempo hacia el pasado, pudieran estar perdidos para nosotros — pero nunca están perdidos para Dios. Un día, Él llamará de vuelta al tiempo y retomará el pasado a su presente para pedir cuentas. Cada momento tendrá su día en la corte.

Los necios buscan todas las respuestas a la vida en cada temporada de la misma. Pero algunas temporadas producen sólo preguntas, no respuestas. Algunas traen una herida que no sanará; pudiera tomar una vida aprender que “el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11). La historia de mi vida tiene personajes rotos, interrupciones irritantes, alegrías inesperadas y relaciones atrapadas en tensiones y dificultades sin solucionar. En la bondad de Dios tengo, hasta ahora, capítulos sin terminar. Pero mi historia no es la historia. “La historia revela que habrá un momento para el juicio, y los creyentes confiamos que el juicio finalmente prevalecerá” (Craig Bartholomew, 180–181).

3. El camino de la vida se abraza con los cambios del tiempo.

Esta perspectiva es la voz del evangelio, que está ahí y todavía no es presente, hablando en el acento poco familiar del Eclesiastés. Hoy es el momento del sufrimiento y la angustia, del trabajo y el placer, del esfuerzo y el terror; mañana es el tiempo de la gloria y del juicio, de la resurrección del cuerpo y la vida eterna en el mundo sin fin.

Ahora, esto; mañana, aquello. El Señor Jesús llena nuestro tiempo con el inexpresable consuelo de los grandes cambios prometidos. Pierde tu vida hoy en nombre de Jesús y su evangelio; sálvala mañana. Gana el mundo ahora; pierde tu alma luego. Siéntete avergonzado de Jesús en el tiempo de esta generación pecadora; contempla como él se avergüenza de ti en el momento de su venida en la gloria del Padre y los santos ángeles (Marcos 8:35–38).

Los creyentes de camino a la vida saben que las experiencias del tiempo pueden cambiarse. El evangelio pone el mundo cabeza abajo. Desfigurado más allá de la apariencia humana, el Siervo del Señor viene, a su tiempo, para callar las bocas de los reyes; sepultado con los impíos, viene, a su tiempo, para repartir los despojos de los fuertes (Isaías 52-53). Bienaventurados los pobres en espíritu, los que lloran, los humildes, los que tienen hambre, los que pierden todo aquí y ahora, porque el día del cambio está llegando y la recompensa será grande en el reino de los cielos (Mateo 5).


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