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English: We Are Far Too Easily Displeased

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo. (Filipenses 2:14-15)

Soy un murmurador [quejoso] por naturaleza (caída).

Justo esta mañana, un programa de software que funcionaba mal requirió mi atención. La experiencia me dijo los eventos probables: al menos dos veces al teléfono con atención al cliente y al menos dos fallas en el proceso de reparación. Mínimo cuarenta y cinco minutos. Probablemente más. (Todo sucedió así, por cierto.) Inmediatamente sentí resentimiento por este inconveniente que me robaba el tiempo. Y cuando mi esposa llamó cuando yo lidiaba con ello, de mi boca salió mi disgusto.

Los problemas de la vida no vienen mucho más pequeños. ¿Qué me pasa?

Lo que pasa es que escucho con demasiada facilidad las mentiras de mi naturaleza patológicamente egoísta y pecaminosa, que asume que toda la realidad debe servir a sus preferencias y murmura contra todo lo que no lo hace. La verdad es que cuando murmuro, he perdido el contacto con la realidad.

Contenido

Lo que mide la murmuración

Murmurar es un medidor del alma humana. Mide nuestra mirada en la gracia. Nos dice que no estamos viendo la gracia.

La murmuración brota de nuestra alma cada vez que sentimos que no estamos obteniendo lo que merecemos. A veces incluso somos lo suficientemente burdos como para pensar: al diablo con lo que nos merecemos, no estamos obteniendo lo que queremos.

La murmuración es un síntoma de un alma miope. El egoísmo ha provocado una visión de túnel y se ha obsesionado con un(os) antojo(s). El alma ha perdido de vista la gloria y el asombro y el esplendor y la esperanza que es la vida renacida y redimida y, por lo tanto, se disgusta con demasiada facilidad. La murmuración es evidencia de un deterioro de la visión del alma.

Lo que mide la gratitud

Lo opuesto de murmurar en el alma es la gratitud. Y la gratitud también mide nuestra mirada en la gracia. Nos dice que estamos viendo la gracia.

La gratitud brota de nuestras almas cada vez que recibimos un don que sabemos que no merecemos y experimentamos una humilde felicidad. Y como pecadores que hemos recibido el evangelio de la gracia de Dios (Hechos 20:24), estamos recibiendo estos dones todo el tiempo.

La gratitud es un síntoma de un alma sana y expansiva. El evangelio de la gracia le ha dado una visión panorámica, permitiéndole ver que esta gracia bastará (2 Corintios 12:9) para suplir todo lo que nos falte (Filipenses 4:19) cuando caigan inconvenientes, crisis, debilidades, aflicciones, demandas inesperadas, sufrimiento y persecución. De hecho, en todas estas cosas esta gracia nos hará “más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (Romanos 8:37).

Acentos del cielo y del infierno

La gratitud es el acento del idioma del cielo porque allí todo es gracia inmerecida. Ninguna criatura que se deleite en los gozos eternos, profundos, poderosos, satisfactorios y desbordantes del cielo habrá merecido estar allí. Cada uno estará allí únicamente por la gracia de Dios, por lo cual todos cantaremos:

¡Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! (Apocalipsis 5:13)

Pero la murmuración es el acento del idioma del infierno porque es la manera en que el orgullo de una criatura responde a la decisión del Creador de hacer o permitir algo que la criatura no desea. La murmuración desprecia a Dios porque eleva nuestros deseos y juicios por encima de los Suyos.

Por eso el mundo está tan lleno de murmuración. Está gobernado por el príncipe del poder del aire (Efesios 2:2) y sus ciudadanos hablan el idioma oficial.

Haced todo sin murmuraciones

Y es por eso que Pablo nos dice que hagamos “todo sin murmuraciones” (Filipenses 2:14). Los hijos de Dios no deben hablar con el acento del infierno.

Más bien, nuestro hablar debe ser siempre con gracia (Colosenses 4:6); debería tener el acento del cielo. Aquellos a quienes se les ha perdonado mucho (Lucas 7:47) y se les ha prometido mucho (2 Pedro 1:4) deben hablar palabras que siempre estén saladas con gratitud (Efesios 5:20). Esa es una forma en la que resplandecemos “como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15). La gratitud del Evangelio es un idioma extranjero aquí. Somos ciudadanos de un mejor país (Hebreos 11:16).

Hacer todo sin murmurar es humanamente imposible. Pero damos gracias que así no es con Dios (Marcos 10:27). Lo que se requiere es quitar nuestros ojos de nosotros mismos y mirar a Jesús (Hebreos 12:2) y todo lo que Dios promete ser para nosotros en Él. Requiere mirar la gracia. Ser diferente proviene de mirar de manera diferente.

Aquí está la lógica bíblica que provee el escape de la tentación de murmurar (1 Corintios 10:13): “todas las cosas… ayudan a [mi] bien” (Romanos 8:28), y “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13), por lo tanto, puedo hacer “todo sin murmuraciones” (Filipenses 2:14).

Sí, es difícil. Es una batalla. Dios nos dijo que sería así (1 Timoteo 6:12). Pero creceremos en el agraciado hábito de cultivar la gratitud mediante el riguroso ejercicio de la práctica constante (Hebreos 5:14) de ver la gracia.

¡Señor, ayúdanos a hablar más con el acento del cielo!

Este corazón errante se apronta a desviar [murmurar].
Y me alejo, yo lo siento, abandono a mi Dios.
Tómame mi corazón y a tu monte séllalo.
Al que obró mi redención.1

Entonces, “[serán] gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti, oh Jehová, Roca mía, y Redentor mío” (Salmo 19:14).


1Traducción original de Claudia Arbulu y Allison L. Weiss de “Fuente de mis bendiciones” (“Come Thou Fount of Every Blessing”) por Robert Robinson.


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