Paralizada y Bendecida

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English: Paralyzed and Blessed

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Por Joni Eareckson Tada sobre Sufrimiento

Traducción por Jorge Ruiz de Mena


Contenido

Mi improbable camino hacia la felicidad

Cuando el dolor me despierta bruscamente por la noche, lo primero que hago es mirar hacia arriba. Si la pantalla digital del techo marca solo la segunda vigilia de la noche, enfrento el dolor y, usando mi respiración, trato de volver a dormir. Pero si el reloj marca las 4:00 am, sonrío. A pesar de que falten varias horas antes de que me siente en mi silla de ruedas, Jesús me ha despertado para disfrutar de la comunión con él.

¿Necesito dormir más? Por supuesto. ¿Disminuirá mi dolor? Probablemente no. Pero a las cuatro de la mañana hay algo más necesario, y me alegra pensar que, mucho antes del amanecer, estoy entre los madrugadores que están bendiciendo a Jesús. Estoy llenando mi pecho de Jesús. Ensayando sus Escrituras, murmurando sus nombres y cantando con susurros himnos que se suceden uno detrás de otro, todo lleno de adoración.

Es difícil hacer eso cuando estás usando un respirador externo. Y así, sin palabras, le suplico que exhume mi pecado, que llene todos mis vacíos, y que me muestre más de su esplendor. Él siempre responde con ternura. Me ve acostada en la cama, paralizada y apoyada en almohadas, agobiada por una manga de compresión, tubos de aire silbantes, una bolsa de orina y barandillas de hospital que “mantienen todo unido”.

Una de mis ayudantes sabe todo acerca de estas citas nocturnas con Jesús, así que, una noche, después de arroparme, se paró frente a mi cuerpo paralizado con una Biblia abierta. “Eres tú”, dijo, y a continuación leyó el Salmo 119:147–148 (LBLA): “Me anticipo al alba y clamo; en tus palabras espero. Mis ojos se anticipan a las vigilias de la noche, para meditar en tu palabra”.

Eso lo describe bien. Por la mañana, cuando otra ayudante corre las cortinas, desengancha mi respirador, baja las barandillas, quita la manga de compresión y saca todas mis almohadas, normalmente pregunta: "¿Ha dormido bien?"

“No ha sido mi mejor noche, pero estoy muy feliz”.

Bendiciones que magullan

La verdadera felicidad es difícil de conseguir. Muchos cristianos se decantan por los placeres menores y más accesibles de nuestra cultura. Pero cuanto más nos saturamos con placeres terrenales, más encurtidas se vuelven nuestras mentes, sentadas y empapadas en deseos mundanos hasta el punto de apenas saber qué necesitan nuestras almas. Luego vemos la aprobación del préstamo, la promoción laboral, la victoria de nuestro equipo local o las nubes de lluvia que se van y despejan nuestro picnic como gloriosas bendiciones enviadas desde lo alto. Sin embargo, si Jesús estuviera considerando nuestras bendiciones, ¿acaso estarían esas entre las diez primeras?

Soy la tetrapléjica más bendita del mundo. Esto no tiene nada que ver con mi trabajo, una casa bonita, mi relativamente buena salud o con un coche saliendo de un sitio para discapacitados justo cuando llego al restaurante. No depende de los libros que he escrito, de lo lejos que he viajado o de haber tenido una relación cercana con Billy Graham.

Jesús va mucho más allá de las bendiciones de tipo material que tanto recuerdan al Antiguo Testamento. En aquel entonces, Dios bendijo a su pueblo con abundantes cosechas, enemigos aniquilados, úteros abiertos, lluvias abundantes y carcajes llenos de niños. Jesús adopta un enfoque diferente. Ubica las bendiciones más cerca del dolor y la incomodidad.

Cómo el sufrimiento invita a la bendición

En su sermón más famoso, Jesús habla de la pobreza espiritual con las manos vacías, de los corazones cargados de tristeza, de un espíritu humilde que perdona, evita el pecado y lucha por la unidad en la iglesia. Jesús remata su lista con: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaros y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande” (Mateo 5:11–12, LBLA).

¿Cómo acepta uno estas cosas tan duras como bendiciones? 1 Pedro 3:14 (LBLA) sugiere que “aun si sufrís por causa de la justicia, dichosos sois”. Es la aflicción la que nos envía a lo más recóndito del corazón de Cristo y cierra la puerta. Allí, “una nueva cercanía a Dios y la comunión con él es una realidad mucho más consciente. . . . Se sugieren nuevos argumentos; brotan nuevos deseos; nuevas necesidades se revelan. Nuestro propio vacío y la múltiple plenitud de Dios se nos presentan tan vivamente que los anhelos de nuestras almas más íntimas se encienden y nuestro corazón clama a Dios” (Horacio Bonar, Night of Weeping, 74).

Estos nuevos deseos y necesidades dan nacimiento a un fuerte deseo de obedecerle (Santiago 1:2; 2 Corintios 5:9). David el salmista sabía esto. Él dijo: “Antes que fuera afligido, yo me descarrié, mas ahora guardo tu palabra.” (Salmo 119:67, LBLA). Una respuesta piadosa al sufrimiento te coloca bajo un diluvio de bendiciones divinas.

“Si Me Amáis”

Jesús lo resumió diciendo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14:15, LBLA). Aquí, Jesús no se está comparando con un esposo severo que, al entrar por la puerta y darse cuenta de que la cena no está en la mesa, murmura a su esposa: “¡Si me amases, tendrías la cena lista cuando llego a casa! ”. La obediencia bíblica no es un hacer lo correcto porque eso es lo que deben hacer los buenos cristianos.

Juan 14:15 es como una promesa, como si Jesús dijese: “Si me amas, si me haces el centro de tus pensamientos, deleitándote en mí y haciendo tus tareas más ordinarias con los ojos en mi gloria, entonces ni los caballos salvajes podrán impedir que me obedezcas”. La obediencia que está motivada por el amor desenfrenado a tu Señor tiene un poderoso efecto santificador. ¡Qué euforia cuando tu deleite en Cristo encaja perfectamente con tu deleite en su ley! (Salmo 1:1–3). Entonces puedes clamar: “Quebrantada está mi alma anhelando tus ordenanzas en todo tiempo.” (Salmo 119:20, LBLA).

Entonces David pudo decir: “Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos.” (Salmo 119:71, LBLA). Piensa en la aflicción como un perro pastor que te muerde los talones, siempre llevándote a través de la puerta de la obediencia hacia la seguridad de los brazos del Pastor. La aflicción y la santificación entonces van de la mano a medida que eres constreñido por todos lados y empujado con fuerza “hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14, LBLA).

Esta Bendición Ha Caído Sobre Mí

Todas las bendiciones del tipo que aparecen en el Nuevo Testamento que Jesús predicó ahora pierden esa dureza. No siendo ya desagradable, Mateo 5:11–12 se siente ahora suave para tu alma. Puedes regocijarte con el salmista que dijo: “Esto se ha hecho parte de mí: guardar tus preceptos.” (Salmo 119:56, LBLA). Somos bendecidos, supremamente felices, no cuando todo nos va bien, sino cuando todos nosotros vamos hacia Dios.

¿Y puede esto mejorar? Sí. Jesús describe una bendición extraordinaria entre la obediencia y el premio de sí mismo en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él”. Esta es la dulzura de la obediencia. Cuando te santificas, él abre capa tras capa su corazón, cortejándote inexorablemente con su hermosura y su santidad (Hebreos 12:10):

Esta es la bendición que sobre todas las demás [Dios] desea para nosotros. . . cuando llegamos a ser perfectamente uno con él, entonces la lucha cesa. Qué bienaventurados cuando su deseo de librarnos del pecado, y el nuestro de ser librados de él, se encuentran. . . entonces la plenitud divina fluye en el alma sin freno, y, a pesar de la amargura del proceso exterior por el cual [este se asegura], un gozo inefable y lleno de gloria posee el alma consagrada. (Night of Weeping, 68–69)

Contemplando la Santidad Misma

En las horas previas al amanecer, cuando estoy despierta, lleno mi pecho con tales pensamientos. Me maravillo de la hermosura de Jesús, imaginándolo tallando cañones, levantando montañas, derramando arroyos, ríos y mares. Al exhalar pone soles y estrellas en órbita; nebulosas y galaxias, todas girando en movimiento, todo para que podamos contemplar su gloria. Y aún más glorioso, “sostiene todas las cosas por la palabra de su poder” (Hebreos 1:3, LBLA). Si él dejara de desear que el universo existiera, las montañas, los mares y las estrellas... ¡puf! desaparecerían, cada molécula se desvanecería.

Y esto apenas rasga la superficie. Nuestro Dios Creador después quiere ser clavado en una cruz. Mira fijamente a los ojos de un soldado a punto de clavar los clavos de hierro. Pero cuando el soldado alcanza el mazo, sus dedos deben poder agarrarlo. Su corazón debe seguir latiendo. Su vida debe mantenerse nanosegundo a nanosegundo, pues ningún hombre tiene tal poder por sí mismo. ¿Quién da aliento a los pulmones de este romano? ¿Quién mantiene unidas sus moléculas? Sólo el Hijo puede, por quien “todas las cosas permanecen” (Colosenses 1:17, LBLA).

Jesús quiere que los clavos le atraviesen la carne. Da a los verdugos la fuerza suficiente para levantar la cruz, pesada con su cuerpo empalado. Después, Dios se muestra de una manera humillante, en ropa interior. Apenas puede respirar. Sin embargo, baja la mirada hacia estos legionarios mal pagados que se burlan de él y dice: “Padre, perdónalos”. Jesús, con gracia y sin reticencias, constantemente les concede a todos, a cada desdichado, la existencia.

Sin embargo, su crucifixión fue solo un mero calentamiento antes del mayor horror. En algún momento durante ese terrible día, Jesús comenzó a sentir una sensación extraña. Un tremendo mal olor comenzó a flotar en su corazón. Se sintió sucio. La maldad humana se arrastró sobre su ser inmaculado, el excremento vivo de nuestras almas. La niña de los ojos de su Padre se estaba descomponiendo con la podredumbre de nuestro pecado (ver Steve Estes, When God Weeps, 53–54).

Esto es de lo que Jesús estaba hablando en Juan 14:21. Este es el Anciano de los Días manifestándose a nosotros. Y, maravilla de maravillas, el Padre ahora nos llama a nosotros niñas de sus ojos (Salmo 17:8).

¿Quién tendrá Vuestro Corazón?

Si anheláis que la plenitud divina fluya sin freno en vuestra alma, abrazad vuestras aflicciones, participad activamente en vuestra propia santificación y dejad que vuestro deleite en Cristo se una con vuestro deleite en su ley. Porque Dios os ha dado el sol, las estrellas y el universo; os ha dado flores, amistad, bondad y salvación. Él os ha dado todo, ¿no podéis darle vuestro corazón? Si Dios no tiene nuestro corazón, ¿quién o qué lo tendrá?

Yo creo que, a las cuatro de la mañana, Cristo tiene el vuestro.


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