Por el amor de Dios, volumen 1/23 de octubre

De Libros y Sermones Bíblicos

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Sobre esta Traducción
English: For the Love of God, Volume 1/October 23

© The Gospel Coalition

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Por D.A. Carson sobre Vida Devocional
Capítulo 298 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1

Traducción por Arturo Valbuena M.


2 Reyes 4, 1 Timoteo 1; Daniel 8, Salmo 116

HACE ALGUNOS AÑOS RECIBÍ una carta de una persona que me dijo que había leído uno de mis libros y me molesta que me había referido a menudo al Señor Jesucristo como “Jesús”. Él citó varios pasajes acerca de la confesión de Jesús como Señor, por ejemplo Rom 10:9, y como tal es la característica de tener el Espíritu, 1 Cor 12:3. Me contestó, explicando que cuando me refiero al Señor Jesucristo como Jesús, no estoy negando así su señoría. Más bien, no estoy a ese punto afirmándolo. Además, el libro que había leído trataba con uno de los evangelios sinópticos. En los Evangelios, el Señor Jesús es más comúnmente conocido simplemente como “Jesús”. Así que desde que estaba comentando sobre uno de los Evangelios, tendía a referirse a Jesús de la misma manera que la Escritura lo hace. Al exponer algún pasaje de, por ejemplo Paul, tiendo a utilizar, sobre todo, las formas de abordar o se refieran a Jesús que el apóstol usa.

Recibí de él un documento de varias páginas dando la mayoría de los pasajes que se refieren a Jesús como Señor y ofrece muchas razones para la importancia de este tipo de confesión, y mucho más de lo mismo. Él no respondió a un solo punto de mi carta. Yo no era más que forraje para su diatriba.

No valía la pena responder. Desde su punto de vista, defendía del Evangelio. Para mí, él era más que un poco como la gente a la que Pablo se refiere: “Ellos quieren ser doctores de la ley, pero ellos no saben lo que están hablando ni lo que afirman con tanta seguridad” (1 Tim 1:07).

Por supuesto, Pablo tiene rivales en particular en mente, y su perfil no coincide exactamente con la de mi escribano. Sin embargo, en cada generación hay personas que circulan por los alrededores de la iglesia que enseñan “doctrinas falsas” (1:3) y se dedican a asuntos periféricos. Un tipo me enseñó en una escuela nocturna fue convicto de que tenía la clave de las Escrituras por alguna tipología compleja de la circuncisión. Otro me ha escrito desde Australia, que ofrece una gran síntesis que es muy tonto, y condenando todos los editores, ya que son tan estrechos de mente y heterodoxos que no le darán a su punto de vista la exposición que cree que se merecen. Sin embargo, otro ha escrito cartas voluminosas y repetidas insistiendo en que debería publicar su manuscrito porque todo el mundo tiene que leerlo.

Lo que estas personas tienen en común es la falsa doctrina, un enfoque en cuestiones periféricas, aunque no genealogías, 1:4, que distorsionan lo que es central, y una arrogancia que se revela en interminable “habladuría sin sentido” (1:6). Lo que les falta es el objetivo del mandato del Evangelio, que es amor, y fe sincera promoción de la obra de Dios (1:4-5).


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