Primeros Pasos en la Fe/Algunas cosas que tienes que saber sobre tu batalla

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English: First Steps of Faith/Some Things to Know About Your Battle

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Por Steve Shank sobre Santificación y Crecimiento
Capítulo 8 del Libro Primeros Pasos en la Fe

Traducción por Covenant Life Church


Por lo general sólo hojeo los artículos del periódico... pero no éste. Sólo había leído la mitad del artículo y ya estaba horrorizado. Si no hubiera estado acompañado de una foto, me hubiera costado creer lo que decía.

(Creo que debo advertirte que los próximos párrafos no son para el pusilánime. Léelo a tu propia discreción...)

El 20 de julio de 1993 un hombre cortaba un árbol en una zona remota. De pronto, el árbol que cortaba cayó sobre él, aplastándole la parte inferior de la pierna izquierda e incrustando su pie en el suelo. Estaba atrapado. Mover el tronco de casi un metro de grosor era imposible. El leñador temía morir desangrado si esperaba que alguien lo encontrara.

Tenía sólo dos opciones: o hacer lo increíble o morir donde yacía. Miró por última vez su pierna atrapada. Luego, tomando su navaja empezó a cortarse la piel, los músculos, nervios y huesos destrozados. Le llevó 30 segundos, le dijo al reportero: “pero aun 30 segundos es demasiado tiempo.”

El leñador se arrastró subiendo una cuesta a donde había una remolcadora (bulldozer), se trepó a la cabina y manejó hasta donde había dejado su camioneta y luego, en ésta, a una granja cercana. La foto que acompañaba el artículo mostraba al herido en el hospital, sonriendo y mostrando su muñón vendado. ¿Sonriendo? ¿Cómo podía sonreír? Porque la amputación era mucho mejor que la muerte. Le dijo al reportero: “Tengo tanto para lo cual vivir que hice lo único que podía hacer—elegir la vida.”1

Cuento este relato trágico por una razón. Muestra el precio que un hombre tuvo que pagar para sobrevivir. El accidentado no tuvo tiempo de ser pasivo o paciente. Si quería volver a ver a su familia y a sus amigos, sabía que tenía que actuar decididamente. Y, entonces, cuando su propia pierna amenazaba ser el instrumento de su muerte, entró radicalmente en acción para impedirlo.

Vivir una vida cristiana victoriosa también requiere de acciones radicales. No irás al extremo que tuvo que ir este hombre, pero no te creas que puedes adoptar una actitud tranquila y pasiva al seguir a Cristo. Estás librando una batalla. Y tu peor enemigo está dentro de ti mismo. 

Contenido

La batalla interior 

He conversado con muchos creyentes que se sienten frustrados por esta promesa que aparece en Romanos 5:17: “...reinarán en vida por medio de uno, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.” ¿Por qué les molesta este pasaje? Porque no ven ninguna evidencia de que estén reinando en vida, especialmente en las áreas donde son más vulnerables a la tentación y al pecado. 

El pecado es un estado del corazón, una condición de nuestro ser interior. Es un estado de corrupción, de vileza, sí, aun de suciedad ante los ojos de Dios.2
— Jerry Bridges

El problema no radica en la promesa. El problema surge principalmente de las falsas expectativas de la vida cristiana y de la interpretación errónea del pecado. 

Veamos brevemente lo qué es el pecado y dónde se origina. El pecado puede definirse como “cualquier falla en conformarse a la ley moral de Dios de hecho, actitud o naturaleza.”3 Es más que un simple error, deficiencia o falta de criterio. El pecado es una violación de la norma moral perfecta de Dios. Cuando pecamos, pecamos contra Él. “Nunca vemos correctamente que es el pecado,” dijo W. S. Plumer, “hasta reconocer que es contra Dios... Todo pecado es contra Dios en este sentido: en que es Su ley la que se quebranta, Su autoridad que se desprecia, Su gobierno el que se descarta.”4 El pecado siempre entristece a Dios, muchas veces perjudica a otros y constantemente tiene consecuencias personales para el pecador. 

Más sobre el tema: Según Romanos 5:12, ¿cómo apareció el pecado en el mundo? ¿Cuánto se ha extendido?

Entonces, ¿por qué pecamos? Habiendo sido justificados (declarados justos) por la misericordia de Dios, ¿por qué es que todavía nos atraen ciertos pecados, aún sabiendo que están prohibidos para el creyente?

Jesús precisó exactamente cuál era el centro nervioso del pecado (una habilidad que necesitamos aprender) durante un diálogo sobre higiene. Algunos fariseos habían criticado a los discípulos por no lavarse las manos. Jesús aprovechó la ocasión para hacer una poderosa afirmación sobre el pecado que mora dentro del ser humano:

1.Según tu opinión ¿cuál de los siguientes acontecimientos han ocasionado más víctimas sobre el planeta?
❏ El bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en 1945
❏ La fuga de gas en Bhopal, India, en 1984
❏ El accidente nuclear en Chernobil, Ucrania(Rusia) en 1986
❏ El derrame de petróleo del barco Valdez de Exxon en 1989 (40 millones de litros)
❏ El pecado de Adán y Eva y sus efectos que todavía continúan
¿No comprendéis que todo lo que de afuera entra al hombre, no le puede “contaminar”, porque no entra en su corazón, sino en el estómago, y se elimina?... Lo que sale del hombre, eso es lo que “contamina” al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y “contaminan” al hombre. (Marcos 7:18-23) Qué conveniente sería si pudiéramos culpar a otras personas o circunstancias externas como la causa de nuestro pecado. Pero la enseñanza de Jesús es inevitable: el pecado brota del pozo séptico contaminado del corazón humano.

Es posible que la siguiente ilustración se relacione más a los hombres, pero espero que las mujeres también se identifiquen con ella. Imagínate que desde siempre te has valido del transporte público para desplazarte por la ciudad: incómodo, no siempre a tiempo, a veces repleto de pasajeros. Pero estás acostumbrado. Luego, un sábado por la mañana, tu vecino y (ex)amigo—te llama para que vayas a su casa y veas el auto nuevo que se acaba de comprar. (Como si lo necesitara, él que nunca va a ninguna parte). Te subes al auto e inmediatamente te impresiona el olor a nuevo. Tomando el volante, fantaseas de que vas a toda velocidad por la carretera, escuchando un audio casete cristiano (para darle la gloria a Dios, por supuesto). De pronto, tu amigo pone tu viaje de ensueño en reversa, diciendo burlonamente—¿Y? ¿Cuándo vas a dejar de aguantar el autobús? Ya es hora de que te compres un auto, ¿no?

Sonríes cortésmente y felicitas al vecino por su auto nuevo. En tu interior cuestionas activamente la justicia de Dios. Justo cuando vuelves a tu casa ves pasar el autobús despintado, y repleto de gente que avanza dando jaloneos. Murmuras ciertas palabras que creías que ya no estaban en tu vocabulario y entras furioso a tu casa, disgustado porque no tienes un auto.

Las Escrituras nos enseñan que el asiento del pecado se encuentra en el corazón del hombre. ‘Las tentaciones y oportunidades no aportan nada al interior del hombre, sino sólo sacan a relucir lo que ya había en él.’ Todos los pecados genuinos proceden del corazón.5
— Sinclair Ferguson

Ahora, analicemos el pecado... A primera vista puedes sentirte tentado a creer que tu vecino te causó la envidia. No sólo fue tan necio como para gastarse el dinero en un lujo innecesario (según tu opinión), pero después tuvo la osadía de invitarte a sentarte en el para tener que mostrarle lo contento que estabas por él. (Al menos hubiera podido bajar las ventanillas para sacarle el olor a nuevo.)

Pero, como vimos en Marcos 7:18-23, Jesús no empieza
donde empezamos nosotros. Él no le echaría la culpa de tu envidia a la insensibilidad de tu vecino o a su auto nuevo. En cambio, te recordaría que la envidia mora en tu corazón, lista para manifestarse ante la menor provocación. Esta vez fue el auto de tu vecino. Mañana fácilmente puede ser otra cosa.

Medita en Isaías 64:6. Si nuestros actos justos son así, ¿qué le parecerán nuestros actos pecaminosos a Dios?

Alguien dijo cierta vez que el potencial para los pecados más atroces yace en el corazón de todo ser humano— incluyendo a los creyentes. Esto es así porque aún después de la regeneración, las semillas del pecado que moran en nosotros siguen en nuestro corazón. Presta atención a las ideas de Sinclair Ferguson sobre este tema:

¿Qué quieren decir las Escrituras al referirse al corazón? A veces se refiere a la mente y el entendimiento, a veces a la voluntad o los afectos, a veces a la conciencia o a toda el alma. La fuerza del pecado en el corazón radica en su naturaleza inescrutable—siempre hay ahí más de lo que se puede descubrir; radica también en lo engañoso del corazón del hombre que está lleno de contradicciones.6

Debido a que vivimos con un corazón dado a desviarse de las normas morales de Dios, ¿cómo podemos evitar entristecerlo? ¿Cómo podemos tapar este pozo interno que sigue lanzando fango pecaminoso?

En generaciones pasadas, algunos se encerraban en monasterios y conventos para escapar de las tentaciones de su época. Un hombre llamado Simón Stylites se pasó 36 años sentado en una pequeña plataforma de casi veinte metros de altura creyendo que podía evitar el pecado aislándose de la gente y de las tentaciones externas. Pero ni él ni nadie ha encontrado una manera de escapar de la atracción magnética del corazón hacia el pecado. Nuestro adversario más peligroso, como reconoce el pastor puritano John Owen, constantemente nos ataca desde adentro.

Los vestigios del pecado que moran en el creyente tienen una capacidad y un poder extremo y constante que lo inclinan hacia el mal y lo llevan a obrar mal. Despertad,
pues, vosotros quienes corazones poseen algo de los caminos de Dios. Vuestro enemigo no sólo está sobre vosotros sino que también está adentro de vosotros.7

El cambio es posible... pero no de la noche a la mañana

Antes de ser reconocido como un santo, el renombrado Agustín era un pecador profesional. No se perdía ninguna bajeza: bebidas fuertes, orgías sexuales y todo tipo de placeres carnales para él estaban bien. Luego, el Espíritu Santo invadió su vida y lo convirtió en un seguidor radical de Dios. Pero no de la noche a la mañana. Se dice que poco después de entregarse a Cristo, Agustín oró: “Señor, hazme casto... ¡pero todavía no!”

Más sobre el tema: Lee Hebreos 6:11-12. ¿Puedes encontrar aquí tres cualidades que hacen posible el cambio?

Como todos nosotros, San Agustín enfrentaba la realidad del pecado que mora en nosotros. Sabía que tenía que renunciar a su manera pecaminosa de vivir, pero dentro de su corazón quedaba aún un deseo por el mal. Pero después cambió y empezó a vivir una vida agradable a Dios. Tú debes hacer lo mismo. Pero a fin de escapar de la atracción tentadora del pecado en tu corazón, necesitas una estrategia—una estrategia de tres partes.

Estrategia No. 1: Evita la tentación
No hay hombre que esté enteramente libre de tentaciones mientras vive sobre esta tierra: porque dentro de nosotros está su raíz, habiendo nacido con una inclinación al mal. Cuando una tentación o tribulación desaparece, aparece otra; y siempre hemos de tener algo que sufrir.8
— Thomas à Kempis

La tentación ataca en el instante que empiezas a admirar el auto de tu vecino o el anillo de compromiso de tu amiga. La batalla depende de ese momento de decisión: ¿Obedecerás o desobedecerás a Dios? ¿Cederás a la tentación del pecado? ¿O dominarás ese deseo y te someterás a la voluntad de Dios regocijándote con tu vecino o con tu amiga? No te sorprendas cuando sientas tentación. Tal como les dijo Jesús a sus discípulos: “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41). En cambio, debería de consolarte el saber que tu Señor mismo fue sujeto a toda tentación externa posible, pero nunca pecó (Hebreos 4:15). Él puede identificarse con tu lucha. Mejor aún, puede ayudarte a vencerla:

Más sobre el tema: ¿Qué consejo da Pablo en los siguientes versículos? (1 Corintios 6:18, 10:14;1 Timoteo 6:11;2 Timoteo 2:22)
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla. (1 Corintios 10:13)

Así que, ¿cuál es el secreto? ¿Cuál es la ruta de escape de la ira, el resentimiento, el orgullo, la lascivia, la envidia, el temor y los muchos otros pecados que nos tientan?

La primera y mejor estrategia es evitar, siempre que sea posible, esas situaciones que pueden tentarte a pecar. “Velad y orad, para que no entréis en tentación,” dijo Jesús (Mateo 26:41). ¿Qué te parece más fácil? ¿Librar una batalla campal contra las tentaciones ardientes o evitar situaciones en las cuales la tentación te puede atacar? Resulta obvio que la batalla más fácil es la que nunca se empieza. No es una cobardía correr de la tentación. Es sabio.

2.Describe brevemente una tentación que enfrentas regularmente.





(¿Te ha mostrado Dios una manera de evitar esta tentación?)

Pero no siempre podrás evitar las tentaciones. Vives en un mundo pecaminoso, y el pecado vive en ti. Tu corazón es un engañador profesional, engañándote vez tras vez haciéndote creer que puedes caminar por el borde de la contemporización sin caer. En consecuencia, aunque haces todo lo posible por evitar las tentaciones, necesitarás una estrategia más agresiva que ésta para ganar tu batalla contra el pecado.

Estrategia No. 2: Da muerte al pecado
Medita en Romanos 8:13. ¡Cada cristiano es llamado a ser un verdugo!

¿Qué hubiera sido del leñador si hubiera asumido una actitud pasiva a su predicamento? No hubiera vivido para contarlo. Una acción inmediata, radical, era su única esperanza para sobrevivir. No exagero al decir que la salud de tu vida en Cristo requiere la misma acción radical contra el pecado:

Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (Colosenses 3:5-8)

“Haced morir”—es una frase violenta, ¿no es cierto? Pablo no andaba con jueguitos cuando les escribió esto a los colosenses. Quería que trataran al pecado sin piedad. Odiarlo con el odio de Dios. Tomar toda precaución posible contra él, y cuando los venciera, confesar su pecado ante otros y arrepentirse sinceramente delante de Dios. No importando la forma que tomara, y a pesar de cuánto podía doler, Pablo instó a los colosenses que amputaran el pecado de sus vidas a fin de poder vivir en la libertad que Cristo había adquirido para ellos en la Cruz.

El pecado no morirá a menos que sea gradual constantemente debilitado; perdónalo y sanará sus heridas, y recobrará fuerzas.9
— John Owen

Existe un término que significa hacer morir al pecado: mortificación. Como los colosenses, cada uno de nosotros tiene que mortificar al pecado que mora en nosotros a fin de madurar en Dios y llevar fruto para su gloria. “El bienestar del creyente depende de la mortificación,” escribe Sinclair Ferguson. “Debe hacer morir el pecado en él, si ha de disfrutar del consuelo del evangelio y de energía en su vida espiritual.”10

¿Quieres tener esta energía en tu vida espiritual? Más importante aún, ¿quieres agradar al que te salvó y te atrajo a sí? Él espera que crezcas en santidad. Y porque el pecado es el enemigo de la santidad, debes darle muerte. No esperes que se dé por vencido pacíficamente.

Una de las cosas más emocionantes que puedes esperar como creyente es triunfar sobre los pecados. Al “pelear la buena batalla” por la gracia de Dios puedes reducir constantemente la fuerza y frecuencia de las tentaciones que antes te vencían. No obstante, ninguno de nosotros puede tener la esperanza de ver destruido el pecado completamente hasta que lleguemos al cielo. En cuanto declaras la victoria en un área, otro pecado surge listo para atacar. La mortificación es un compromiso de por vida—y es uno que debes asumir si de veras quieres seguir a Cristo. 

Estrategia No. 3: Da vida a la justicia y la rectitud

Evitar las tentaciones y atacar el pecado son estrategias esenciales. Pero en cuanto hemos hecho retroceder al enemigo, hay una tercera estrategia que debes usar si esperas tener control sobre el pecado. Esta estrategia involucra el esfuerzo deliberado de sustituir las acciones pecaminosas mediante el desarrollo y reenlazo de acciones justas y rectas. Consideremos otra vez un pasaje que vimos en el estudio anterior:

Más sobre el tema: ¿Cómo puedes comprobar que eres discípulo de Jesús? (Fíjate en Juan 15:1-8, especialmente el versículo 8.)
Que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que seáis renovados en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:22-24)

Despojarse de lo malo es sólo la mitad de la tarea; las Escrituras te instan a esforzarte con la misma intensidad (con la ayuda del Espíritu Santo) a vestirte de lo bueno. Por ejemplo, considera el pecado del orgullo. Si realmente vas a vencer en esta área, no te concentres meramente en lo que estás haciendo mal. ¡Haz lo que es bueno! Humíllate diariamente y practica tratar a otros como si fueran mejores, más sabios y mas dotados que tú (Filipenses 2:3).

Sería fácil ser cristiano si la religión dependiera sólo de unas cuantas obras y obligaciones externas. Pero reprender el alma y encarar de frente nuestro propio corazón, el dejar que la conciencia haga su obra completa, y el llevar el alma a una sujeción espiritual a Dios—no es una cuestión fácil.11
— Richard Sibbes

¿Quieres librarte de pensamientos impuros? Entonces, además de arrepentirte de los malos pensamientos, llena tu mente con pensamientos buenos. “Todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable—si hay alguna virtud o algo que merece elogio—en esto meditad” (Filipenses 4:8).

Mencionaré un ejemplo final. Quizá estés resentido por algo que te hicieron en el pasado. No ganarás la batalla si simplemente renuncias a esa actitud errada. Necesitas reemplazarla con una actitud piadosa. Perdona a esa mujer que te hirió. Sé misericordioso con el hombre que no tuvo misericordia. Vence el mal con el bien.

La expresión de la vida cristiana en su forma más sencilla es ésta: “quitarse” el mal y “ponerse” el bien. Pero estas nuevas  virtudes no aparecerán como cosa natural. Necesitarás desesperadamente la ayuda de lo Alto. Pero al crecer en tu relación con el Señor, puedes esperar que tu vida produzca más y más “el fruto del Espíritu”— amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23). Esto es madurez. Esto es crecimiento. Esto es lo que Dios espera de todos nosotros.

Nuestros otros enemigos

3. A continuación encontrarás “Vicios” y “Virtudes”. Traza una línea que conecte cada vicio con la virtud que mejor lo reemplazaría.

Vicios
Depresión
Pereza
Inconformidad
Avaricia
Chisme
Ansiedad


Virtudes
Servir
Confiar
Generosidad
Gozo
Acción de gracias
Aliento

Si han sido creyente por más que un día o dos, ya te has dado cuenta que seguir a Dios no es fácil. Es una lucha. A pesar de la vida, el gozo y el sentido de propósito que ahora tienes, hay momentos cuando pareciera virtualmente imposible hacer lo que Dios dice que debes hacer.

Como hemos visto, lo que más te estorba para obedecer a Dios es el pecado dentro de ti. El pecado no es algo creado en ti por otras personas. Las circunstancias externas no pueden forzarte a hacer lo malo. El pecado es un traidor asentado en tu propio corazón, esperando la oportunidad de expresarse. Y eres llamado a darle muerte por el poder del Espíritu y la Palabra de Dios.

Pero también enfrentas otros enemigos. Al procurar vivir una vida santa para Cristo, puedes esperar oposición del mundo, de la carne y del diablo. Consideremos a cada uno.

El mundo

Cuando la Biblia habla del “mundo” por lo general se refiere a la sociedad y cultura más bien que a la esfera giratoria que llamamos Tierra. La palabra griega, kosmos, aparece más que 200 veces. Lawrence Richards explica su significado en The Expositors’ Dictionary of Bible Words (Diccionario expositivo de palabras bíblicas):

Como término teológico, kosmos muestra a la sociedad humana como un sistema deformado por el pecado, atormentado por creencias y deseos y emociones que surgen ciega e incontrolablemente. El sistema del mundo es un sistema tenebroso (Efesios 6:12), que opera sobre principios básicos que no son de Dios (Colosenses 2:20; 1 Juan 2:16). El sistema entero se encuentra bajo el poder de Satanás (1 Juan 5:19) y constituye el reino desde el cual los creyentes son liberados por Cristo (Colosenses 1:13-14).12

Nuestra sociedad no está impulsada por una pasión por glorificar a Dios. Dudo que eso te sorprenda. Los ejecutivos de las cadenas de televisión o de la revista más popular o de la liga nacional de fútbol no se encuentran en este momento reunidos a puertas cerradas pensando en nuevas maneras de acercarte más a Dios. La agenda de la sociedad gira alrededor del auto satisfacción y del placer. En consecuencia, las prioridades y metas del mundo por lo general están en conflicto con las que Dios tiene para ti.

Medita en Santiago 4:4: ¿Alguna vez pensaste que eras amigo de Dios y amigo del mundo al mismo tiempo?

“No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo” escribió el apóstol Juan. “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). El reino de Dios y el sistema de este mundo son totalmente opuestos. Por eso dice Biblia “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente” (Romanos 12:2). Como seguidor de Jesucristo, has de estar “en el mundo”— como un testigo audaz, influyente de Jesucristo—pero no ser “de este mundo” (Juan 17:11-16). Más bien que adoptar los valores y prioridades del mundo impío que te rodea, reconócelos como propaganda del enemigo y vuelve a comprometerte a vivir para el reino de Dios.

La carne

En siglos pasados, algunas sectas cristianas han creído equivocadamente que el cuerpo humano es malo. En ninguna parte dice la Biblia que tu piel, cabello, huesos y órganos sean malignos. No obstante, dentro de ti hay algo que la Biblia llama “la carne” o “naturaleza pecadora” (dependiendo de la traducción que uses). Sea que la conozcas por ese nombre o no, la carne no te es desconocida. Puedes tomarla como tu capacidad de pecar, tu predisposición al mal. Es la parte de ti que responde prontamente a las tentaciones del mundo a la vez que resiste la obra interna del Espíritu Santo. De hecho, tu carne lucha contra el Espíritu para ganar el control sobre tu mente, tu voluntad y tus sentimientos. Gálatas 5:17 dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis.” 

Resistiendo las influencias del mundo ya es difícil en sí; luchar contra la carne requiere gran discernimiento y perseverancia. A continuación aparecen cuatro manifestaciones de la carne con las que seguramente te encontrarás.

Egocentrismo. Desde una perspectiva carnal, tú eres el centro del universo. Tu reputación, ambiciones, sentimientos, apetitos, ideas y preferencias son tu interés principal. A tu carne le encanta darse todos los gustos e impresionar a los demás. No reacciona bien al lema que dio Jesús: “El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna... si alguno me sirve, el Padre lo honrará” (Juan 12:25-26). A fin de dominar tu carne egocéntrica, tienes que dejar de exaltarte a ti mismo y aprender a dar el primer lugar al Señor y a los demás.

[El cristiano] debe estar dispuesto a renunciar a todo hábito y a toda práctica que sean malos ante los ojos de Dios. Debe enfrentarse a ellos, enemistarse con ellos, apartarse de ellos, pelearse con ellos, crucificarlos y hacer lo posible para tenerlos bajo control, sin importar lo que el mundo a su alrededor diga o piensa... Él y el pecado deben enemistarse, si es que él y Dios han de amigarse.13
— J. C. Ryle

Autosuficiencia. La carne tiene confianza en su habilidad de hacer lo que sea, aun de luchar contra el pecado y de vivir para Dios. Pedro, uno de los discípulos y amigos más íntimos de Jesús insistió que nunca negaría al Señor. Pero la noche del arresto del Señor, Pedro lo negó—no sólo una, sino tres veces. Su autosuficiencia lo metió en camisa de once varas. “Maldito el hombre que en el hombre confía,” dijo el profeta Jeremías, “y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón” (Jeremías 17:5). Confiar en tu propia habilidad es necedad y una señal de orgullo. Pero Dios se complacerá si te humillas a ti mismo y vives cada día dependiendo de la ayuda y la fortaleza del Señor.

Medita en Proverbios 3:5-6. ¿Quién es—y no es—digno de tu confianza?

Fariseísmo. Jesús reservó sus reprensiones más agudas para los fariseos y saduceos. Estos hipócritas se consideraban espiritualmente superiores a todos los demás. Eso es lo que la carne te hará hacer. Hará que critiques las faltas más pequeñas en otros mientras dejas que persistan los pecados de mayor magnitud en tu propia vida (Mateo 7:3-5). Estos son otros síntomas del fariseísmo carnal: siendo más consciente de tus virtudes que de tus pecados; juzgar a los demás con más dureza que la que usas para juzgarte a ti mismo; querer que Dios castigue a otros (especialmente a los que te han lastimado) mientras esperas que tenga misericordia de ti, y justificar acciones o actitudes pecaminosas hacia personas que han pecado contra ti. Si cualquiera de estas descripciones aplican a ti, reconoce que tu carne farisaica está obrando en ti.

4. Llena los espacios en blanco del siguiente versículo tomado de la versión La Biblia de las Américas:
“Porque con el juicio con que ________________seréis ________________; y con la ____________ con que midáis, se os ___________.” (Mateo 7:2)

Autosatisfacción. Tu carne está empeñada en satisfacer siempre todos sus apetitos. Se propone a conseguir todo lo que quiere—dormir más, tener ropa más fina, tomarse unas vacaciones exóticas, comer un postre cargado de calorías y colesterol, por nombrar algunos. Pero como seguidor de Cristo, ya no eres esclavo de tus apetitos:

Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gálatas 5:24-25). En lugar de ceder a la carne, debes controlarla.  

En lugar de mimar tu carne, debes crucificarla. Esto no significa que nunca más comerás un postre con muchas calorías. Pero en lugar de vivir para satisfacer tus pasiones pecaminosas como antes lo hacías, ahora estás tomando tu Cruz diariamente a fin de llegar a ser más como el Santo cuyas pisadas tú sigues (Lucas 9:23-24).

El diablo

Tu enemigo final es el diablo, o Satanás (nombre que significa “Adversario”). Satanás odia a Dios y se opone al pueblo de Dios. Es una personalidad real—no sólo un ser vestido de rojo, blandiendo su horquilla, producto de la imaginación de alguien. La Biblia se refiere a él repetidamente como alguien con un inmenso poder de hacer el mal. Tony Sargent escribe:

Satanás no necesita tentar mucho al que ya se ha tentado a sí mismo.15
— Obadiah Sedgwick

El mal está encarnado en Satanás. El mundo, en el cual ha tomado residencia, está infestado de sus emisarios...Es más, el diablo escoge a la Iglesia como un objeto para odiar. Cada uno de los cristianos está en la línea de fuego. La meta de Satanás es eliminar la gloria de Dios, deshacer la obra del Señor cumplida en la Cruz. Los cristianos deben considerarse envueltos en un combate mortal contra el enemigo de sus almas.14

¿Qué hace Satanás? ¿Cómo opera? “Pues no ignoramos sus ardides” escribió Pablo (2 Corintios 2:11). Acecha como un león, buscando devorar al desprevenido (1 Pedro 5:8). Engaña a los que se apartan de la verdad (Apocalipsis 12:9). Tienta a los santos a pecar contra Dios (Mateo 4:3). Conspira contra Dios y procura ganarle la delantera al pueblo de Dios (2 Corintios 2:11). Miente y tuerce la verdad (Juan 8:44). También nos acusa día y noche (Apocalipsis 12:10) y trata de menoscabar nuestra confianza en la gracia salvadora de Dios. Éstas sólo son algunas de las estrategias maliciosas de Satanás.

Más sobre el tema: El Diablo es llamado de muchas maneras distintas—fíjate en Mateo 4:10; Lucas 11:18; Juan 8:44. 10:10-2 Corintios 11:14 y Apocalipsis 12:9-10.

A fin de que seas victorioso en la batalla, es imprescindible que comprendas las fuerzas de Satanás. Pero es igualmente importante que comprenda sus limitaciones. Como verás enseguida, dista mucho de ser como Dios.

Satanás no es todopoderoso. Sus obras tenebrosas y atroces tienen un límite fijo. Cualquier idea de Dios y Satanás en el ring como dos contrincantes de súper peso pesado es ridícula. El diablo es mucho más poderoso que cualquier ser humano, pero no se compara para nada con el Dios Omnipotente.

Satanás no es omnisciente. Aunque es astuto, sutil y muy engañoso, Satanás carece del conocimiento y la sabiduría infinita de Dios. “No hemos de creer que los demonios pueden saber el futuro o que pueden leer nuestra mente o conocer nuestros pensamientos,” afirma el teólogo Wayne Grudem.16

Satanás no está en todas partes al mismo tiempo. Hay que reconocer que se desplaza con mucha más rapidez que nosotros, pero no puede estar al mismo tiempo en los templos demoníacos del Tibet y en mi cocina. Tiene que dejar uno para llegar al otro. Ésta es una buena noticia porque significa que tú y yo probablemente nunca nos enfrentaremos a un ataque audaz, frontal de Satanás mismo. Francamente, la mayoría simplemente no estamos en los primeros lugares de su lista de prioridades. No obstante, tiene a su servicio huestes de demonios que infligen mucha agonía, esclavitud y penurias a los santos de Dios.

¡Mantente firme!

Sería tonto y peligroso dar poca importancia a la amenaza que es Satanás. Él es real y es mortal. No obstante, muchos creyentes cometen el error opuesto y exageran la amenaza que es Satanás. Muchos se obsesionan tanto con luchar contra Él y sus demonios que olvidan el poder y la presencia de Dios. Están malgastando sus valiosas energías. Porque el hecho maravilloso es que Jesús ya ha vencido a Satanás y sus huestes demoníacas.

Colosenses 2:15 dice de nuestro Señor: “Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él.” Lo siguiente explica el significado total de las palabras de Pablo:

La imagen es de soldados vencidos, a quienes se les ha despojado tanto de sus ropas como de sus armas para simbolizar su derrota... La metáfora trae a la mente a un general romano llevando a sus cautivos por las calles de su ciudad para que todos los ciudadanos los vean como evidencia de su victoria total...17
5. El soldado inteligente con frecuencia puede anticipar el ataque del enemigo y prepararse para él. Al pensar en la semana que viene, ¿anticipas que hayan trampas demoníacas? (Ejemplos: demasiado stress en el trabajo; un compromiso con alguien que cree que estás loco porque crees en Cristo, etc.)










(¿Cómo puedes prepárate ahora para vencer al enemigo?)

Jesús le ha asestado a Satanás una derrota aplastante y final. Como lo dice el libro de Apocalipsis: “Y el diablo que los engañaba fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta; y [ellos, incluyendo a todos los demonios de Satanás] serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20:10).

El hecho de que Satanás no ha sido aún erradicado del planeta no es una señal de su poder. Más bien, es una señal de la soberanía de Dios. El Señor dará a Satanás acceso a la tierra sólo en la medida que sirva a su plan definitivo.

Satanás no es más listo que Dios, ni lo obliga a una especie de impasse cósmico. Se necesitaría apenas una palabra de la boca de nuestro Señor para derrocar a Satanás y todo su reino. Serían devastados en un instante. En cuanto Dios decida cumplir su sentencia, Satanás y sus subalternos no nos volverán a molestar ni un milisegundo más.

Pero, en su sabiduría soberana y omnipotente, Dios permite que nuestro enemigo siga activo por un poco de tiempo más. Y, sin exagerar su poder, hemos de batallar contra Satanás y sus obras. No podrás mostrar tu valentía en luchar contra Él en el cielo, porque no estará allí. Sólo en esta vida puedes dar gloria a tu Rey mostrando valor contra su enemigo.

Medita en Romanos 16:20. Porque Jesús ha vencido a Satanás, ¡compartes su victoria!

“Revestios con toda la armadura de Dios”, nos exhorta Pablo, “para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo.” ¿Cuál es esa armadura? La encontrarás descrita pieza por pieza en Efesios 6:10-18, pasaje clásico sobre la guerra espiritual. Aunque lo consideraremos brevemente, tómate el tiempo esta semana para reflexionar más sobre este pasaje.

Pocas cosas dan tanto alivio y aliento al creyente como el recuerdo de pecados que una vez lo dominaban, pero que ha conquistado por el poder del Espíritu de Dios.19
— J. J. Packer

El cinturón de la verdad. Pablo no se refiere a la verdad doctrinal ni al conocimiento bíblico, sino más bien a un estilo de vida que sigue la verdad y la integridad. El avance de Satanás en tu vida se verá grandemente limitado al andar rectamente ante Dios y tus semejantes.

La coraza de justicia. Deficiencias serias en tu carácter te harán vulnerable a los ataques demoníacos. Pero lo contrario también se aplica: las puñaladas de la tentación no pueden fácilmente herir al que se ha consagrado a la santidad de Dios.

El “calzado” del evangelio de la paz. No hay mejor manera de combatir al acusador que recordarte a ti mismo que Jesucristo ha muerto por tus pecados. Jerry Bridges dice que necesitamos “predicarnos el evangelio a nosotros mismos todos los días.”18

Más sobre el tema: Cómo se aprovecha Satanás de nuestros pecados? (Lee Efesios 4:26-27.)

El escudo de la fe. Tu fe no debe basarse en tu propia justicia o en la de otros creyentes, sino en Dios. Él es todopoderoso. Es totalmente bueno. Es absolutamente soberano. Cuanto más lo conoces y confías en Él, menos influirán sobre ti las mentiras de Satanás.

El yelmo de la salvación. Ser salvo es más que ser perdonado. Es ser libre del poder y el castigo del pecado. Recuerda diariamente que ya no eres siervo del pecado porque has nacido de nuevo y te encuentras unido a Cristo.

La espada del Espíritu (la Palabra de Dios). Ésta es la única pieza de la armadura listada que puede ser usada para atacar. ¡La Palabra de Dios es poderosa! Al reflexionar en ella, guardando su verdad en tu corazón, el Espíritu Santo te ayudará a empuñarla bien contra el enemigo.

El leñador que se amputó la pierna sabía cómo empuñar una navaja en el momento de crisis. ¿Lo sabes tú? Dios te llama a batallar contra el mundo, la carne, el diablo y el propio pecado que mora en ti. Éste no es el momento de ser pasivo. Ponte de pie con firmeza—y lucha duro—en el poder del Señor.


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