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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Carlos Diaz


Dios se deleita cuando la verdad reina en nuestro íntimo ser (Salmos 51:6).

Pero no siempre me deleito con la verdad. En verdad debería, pero honestamente no lo hago. Algunas veces siento buscando la verdad como si me sintiera buscando al dentista. La verdad podría (o quizás ya se lo que hará) exponer alguna decadencia. La decadencia necesita ser erradicada. ¿Y quién desea eso?

Bueno, si soy sabia, debería desear eso. Pero la sabiduría no siempre es la voz más persuasiva en mi cabeza. Algunas veces lo es el orgullo. Y mi orgullo es algo más sino algo sabio. Cuando mi orgullo me está hablando, me alienta a buscar mis intereses egoístas por encima de los de Dios. Más a secas, mi orgullo prefiere una ilusión decepcionante de autoavance o autoexaltación o autoprotección a la exposición, humildad, pero a la postre a la verdad misericordiosa y liberadora de Dios - la cual es absoluta insensatez, porque eso es prefiriendo la destrucción de mi mayor alegría por encima de la persecución de mi mayor alegría.

Así que, la deshonestidad es casi siempre una forma de orgullo. A menos que nuestras cosas como ocultar a los Judíos del Gestapo, víctimas de traficantes humanos, o a un niño de un abusador, no existe razón para que seamos deshonestos salvo controlar y manipular la percepción de alguien más por nuestros propios intereses personales.

El orgullo prefiere la decepción a la verdad, y no lo lleva a cabo haciéndolo de modo que prefiere la destrucción. Pero Dios desea la verdad en nuestro ser interior, porque sabe que su verdad nos hará libres (Juan 8:32).

Dios ama la honestidad

Dios es verdad (Juan 14:6), así que ama la honestidad. Esa es la razón por la que nos dice (a través de David), “Feliz es el hombre . . . en cuyo espíritu no existe falsedad” (Salmos 32:2). David conocía tanto la dicha de la honestidad como la desdicha de la deshonestidad. Escribió,

Mientras me quedé callado, mis huesos se consumían entre continuos lamentos. Porque de día y de noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se secaba por los ardores del verano. Selah. Yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: “Confesaré mis faltas al Señor” ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! Selah. (Salmos 32:3-5).

Cuando David fue deshonesto con Dios y los hombres, fue como una enfermedad de desgaste. Cuando vino limpio con Dios y los hombres, fue salud y descanso para su alma.

Esto es lo que Dios desea que tengamos: salud y descanso para nuestras almas. Es una gran misericordia cuando Dios descansa su mano pesada sobre nosotros porque estamos viviendo deshonestamente. Y mientras más tiempo caminemos con él, más rigurosamente demanda que vivamos verdaderamente ante él. Desea que la verdad reine en cada parte de nosotros porque desea que nosotros disfrutemos la libertad plena — para conocerlo mayormente. Y nunca podemos realmente conocer a Dios hasta que tengamos la voluntad de estar sinceramente con Él y para Él.

Honestidad es sólo el comienzo

Dios ama la honestidad. Pero la honestidad es sólo el comienzo de vivir con sinceridad. Porque ser honesto no necesariamente quiere decir que creamos lo que es verdadero. Tan solo significa que hablemos y vivamos constantemente con lo que creemos - sin embargo coherente o incoherente lo que creamos con la realidad.

La honestidad es ser verdadero a las convicciones reales de uno mismo. Pero las convicciones reales de uno mismo pudieran no ser verdaderas. Es posible para nosotros ser honestos y estar equivocados al mismo tiempo.

De hecho, el alivio de finalmente ser honesto, incluso si en lo que estamos siendo honestos es erróneo, puede sentirse emancipador. Todos hemos experimentado o hemos sido testigos de esto. Cuando alguien que ha estado teniendo problemas en secreto con la homosexualidad finalmente sale y la adopta, esto a menudo se siente maravilloso y liberador. O cuando alguien quien ha profesado la fe en Cristo deja en secreto de creer en la realidad del Cristianismo, puede ser un gran alivio para finalmente admitirla y dejar de pretender. O cuando un cónyuge ha estado cometiendo adulterio en secreto, puede sentirse liberador sacarla a la luz, incluso si no están arrepentidos. Lo que cada una de estas personas experimenta es un sentido de ser verdaderas con ellas mismas, incluso si lo que en realidad creen no es verdadero y correcto.

Estamos hechos para vivir con integridad, donde nuestros seres internos se alinean con nuestros seres externos. Eso hace a la honestidad el comienzo de la obra real. Dios desea que seamos honestos, incluso cuando lo que creamos no sea bueno. Es mejor ser honestos que falsos. Pero esa no es la honestidad que anhela Dios, de creer honestamente algo que sea falso. Esa clase de honestidad no nos hará libres. La verdad es la que nos hará libres. La verdad de Dios. El Dios que es la verdad.

Honestos con Dios

Dios se deleita cuando la verdad reina en nuestro íntimo ser (Salmos 51:6). Y Jesús dijo, “Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre” (Juan 14:6). Es Jesús, no nuestras psiques, deseos, cuerpos, y pasados desordenados y quebrantados, el que determina quienes somos y cómo deberíamos vivir. Él es la verdad y el camino. Realmente no podemos ser verdaderos con nosotros mismos hasta que derivemos su identidad, propósito y destino desde el Padre mediante Jesús.

Ser honestos con Dios es admitir abiertamente quiénes somos realmente y ya no vivir del temor del hombre. Pero es más que eso. Es arrepentirse del orgullo que ha llenado nuestras formas arrepentidas de vivir, sin importar lo que pudiera significar. Y es dejar caer ante nuestro misericordioso Rey Jesús todas nuestras creencias viejas, pecadoras y defectuosas sobre lo que significa ser importante, valioso y “suficiente”. Y es adoptar su verdad, sin importar lo dificil y doloroso que sería ese sentimiento al principio.

Lo que Dios busca es esta rendición en verdad honesta para darnos la mayor alegría posible: él mismo. Desea alinear nuestros seres internos y nuestros seres externos con su ser. Y esta alineación sólo sucede cuando dejemos a un lado nuestro estupido orgullo y humillarnos bajo su poderosa mano (1 Pedro 5:6), porque Él sabe cómo y cuándo extaltarnos en formas que nos sorprenderán y aumentará nuestra alegría, en Él.


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