Señor, quiero morir

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: Lord, Let Me Die

© Desiring God

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Por Greg Morse sobre Sufrimiento

Traducción por Débora Ester Baigorri


Contenido

Misericordia para los cansados de vivir

Durante los últimos años, he hablado con varios cristianos que me han dicho que querían morir. Gente de diferentes edades y grupos étnicos que tenían personalidades y razones diferentes. Pero cada uno de ellos afirmaba que, para ellos y en ese momento, la muerte era mejor que la vida.

Fueron valientes al sacar a la luz sus pensamientos de muerte. Muchos otros no pudieron hablar al respecto. La mayoría de las personas apenas habían salido de la angustia que se acrecentaba en ellos momento a momento. Pocos habían sentido el impulso de detenerse, volverse y recibir a la bestia como a un amigo.

Ahora bien, éstos eran hombres y mujeres cristianos, que conocían el horror del suicidio y que sabían que semejante crimen no era un gesto romántico entre amantes adolescentes, sino un pecado abominable contra el Autor de la vida. Cuando las cavilaciones suicidas buscaban guiarlos a otra salida, aún en medio del debilitamiento y las circunstancias crueles, ellos supieron cómo resistir las sugerencias de satanás. Ellos continuaron caminando por fe hasta que su omnisciente Padre los llevó a casa. Y pocos habían orado por eso precisamente.

Si le has pedido a Dios que tome tu vida, una de las primeras verdades que debes tener en cuenta es que no estás solo.

Dios ha escuchado esas oraciones antes. Por diferentes razones, en diferentes momentos y desde diferentes pozos, hombres y mujeres de Dios han orado para que Dios los lleve. Y las oraciones que encontramos en las Escrituras no vienen sólo de santos comunes y corrientes como nosotros, sino de aquellos de los que menos esperaríamos que estuvieran luchando por sus vidas: líderes y héroes del pueblo de Dios.

Consideremos, entonces, a algunos hombres de Dios cuyas oraciones fueron recogidas por el Espíritu Santo para hacernos recordar que no estamos solos y, sobre todo, para testificar de cómo nuestro Dios bueno y lleno de gracia trata con los suyos en los peores momentos.

Job: El padre desesperado

¡Quién me diera que mi petición se cumpliera, que Dios me concediera mi anhelo, que Dios consintiera en aplastarme, que soltara su mano y acabara conmigo! (Job 6:8–9)

Apuesto a que los que claman en angustia a causa de la muerte son los más frecuentes. Llegan al invierno de la vida cuando las aves cantoras tienen mucho frío como para cantar.

Job, un hombre intachable y recto como ninguno sobre la tierra (Job 1:8), ahora se sienta en medio de cenizas, con llagas malignas en su piel, rodeado de amigos acusadores, y atormentado con un corazón difícil de sobrellevar. Los fragmentos de su oración surgen de las ruinas de una vida pasada: toda su riqueza extinguida, muchos de sus criados asesinados, y lo que es peor, sus diez hijos enterrados bajo una casa que cayó a causa de un fuerte viento.

Job, pasmado de dolor, maldice el día de su nacimiento: «Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo: "Un varón ha sido concebido”». (Job 3:3). El reflexiona en voz alta, «¿Por qué se da luz al que sufre, y vida al amargado de alma; a los que ansían la muerte, pero no llega, y cavan por ella más que por tesoros; que se alegran sobremanera y se regocijan cuando encuentran el sepulcro?» (Job 3:20–22). La muerte brilla como un tesoro, es evidente como la dulzura. Job no ve razones para esperar.

Quizás tú, al igual que Job, experimentas una gran pérdida. Quizás estás sentado sobre escombros, sintiéndote despreciado por días pasados y afectos perdidos. No puedes soportar nada más; tienes por delante una noche interminable. La esperanza te ha dado la espalda. Recuerda otra vez que Dios no lo ha hecho.

El Señor le negó el pedido a Job porque tenía más compasión, más misericordia, más comunión y más arrepentimiento para darle, aún más hijos esperando del otro lado. Job ni siquiera podía imaginar la manera en que su vida podría terminar glorificando la gracia de Dios, mientras que Santiago dice: «Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el resultado del proceder del Señor, que el Señor es muy compasivo y misericordioso» (Santiago 5:11).

Puede ser que algunos de los enfermos no encuentren consuelo en el final feliz de Job, pero su fortuna futura no se asemeja ni a la mitad de la fortuna de ustedes en Cristo. Continúa creyendo. Continúa confiando. Esta noche pasajera te está preparando para un eterno peso de gloria (2 Corintios 4:17). Las cicatrices van a significar más que sanidad.

Moisés: El líder cansado

Y si así me vas a tratar, te ruego que me mates. (Números 11:15)

Esta es la segunda oración pidiendo la muerte que oímos de Moisés durante su viaje largo con el pueblo. La primera fue en su intercesión por el pueblo en la rebelión del becerro de oro (Éxodo 32:32). Aquí, el hace una oración pidiendo la muerte al sentirse sobrecargado y hastiado como líder.

El pueblo de Israel rescatado, aún con heridas en proceso de sanidad y con su vista todavía en Egipto, se queja «de sus infortunios».

¡Ojalá tuviéramos carne para comer! Nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, de los pepinos, de los melones, de los puerros, de las cebollas y del ajo. Pero ahora se nos han agotado las fuerzas y nada hay para nuestros ojos excepto este maná. (Números 11:4–6)

La ingratitud ha distorsionado sus mentes. Sus recuerdos relacionan una esclavitud que incluía un bufet de mariscos, mientras que el pan recibido mediante un milagro se había vuelto amargo e insípido. ¿Realmente Moisés esperaba que los israelitas aceptaran a este nuevo chef?

Los ingratos fijan sus ojos en Moisés murmurando en rebeldía cuánto extrañaban Egipto. Moisés mira a Dios y exclama,

Yo solo no puedo llevar a todo este pueblo, porque es mucha carga para mí. Y si así me vas a tratar, te ruego que me mates si he hallado gracia ante tus ojos, y no me permitas ver mi desventura. (Números 11:14–15)

Presta atención a la respuesta misericordiosa de Dios quien no mata a Moisés, sino que le da setenta ancianos para que le ayuden en su trabajo, dándoles del Espíritu que estaba sobre Moisés. Y como añadidura, Dios promete alimentar a Israel con carne; tanta carne hasta salirles por las narices y les fuera aborrecible (Números 11:20).

Si estás cansado de llevar cargas muy pesadas en tus brazos ya sin fuerzas y a veces quieres morir, mira al Dios de Moisés. Apóyate en él en oración. Tu Padre lleno de compasión te va a dar la ayuda necesaria para aliviar tu carga y levantar tus brazos en victoria.

Jonás: El mensajero enojado

Y ahora, oh Señor, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida. (Jonás 4:3)

Jonás, el profeta implacable, confunde a los que leen el libro que lleva su nombre. El deja ver una determinación insensible a que Nínive, la capital de los asirios que eran enemigos de Israel, no reciba la misericordia de Dios sino destrucción. Se niega a ser un instrumento para la salvación de ellos.

Después de huir en barco lejos de su llamado, Dios lo renovó, lo salvó de ahogarse en el mar y le dio una sombra para que se refrescara mientras esperaba fuera de la ciudad viéndola arder. Y aun así Jonás no dejó a un lado su rencor, cuando se dio cuenta de que no descendería ninguna destrucción.

Pero esto desagradó a Jonás en gran manera, y se enojó. Y oró al Señor, y dijo: «¿Ah Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, porque sabía yo que tú eres un Dios clemente y compasivo lento para la ira y rico en misericordia, y que te arrepientes del mal con que amenazas. Y ahora, oh Señor, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida». (Jonás 4:1–3)

Hoy en día, muy pocos occidentales son tentados a desear que todo un pueblo se destruya. Los asirios eran un pueblo violento; violento con el pueblo de Jonás. Pero quizás nosotros matamos en nuestros corazones a aquellos que nos han agraviado. Mientras ellos vivan, nuestras vidas se van a corroer. El Señor responde a esto una vez más con paciencia y compasión, dándonos sombra cuando nos quemamos y preguntándonos como Padre longánime «¿Tienes acaso razón para enojarte?» (Jonás 4:4).

La mayoría de las veces no tenemos razón. Esta oración pidiendo la muerte no tiene fundamento y es necesario arrepentirse. Ve a tu Padre y pídele que extienda ese perdón que has recibido de él gratuitamente para que puedas orar diciendo: «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores». (Mateo 6:12).

Elías: El profeta temeroso

[Elías] tuvo miedo, y se levantó y se fue para salvar su vida. Y pidió morirse, diciendo: «Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres». (1 Reyes 19:3–4)

Podemos dar fe de que aquí hay uno con pasiones semejantes a las nuestras (Santiago 5:17). Presta atención a este momento que es posterior al mejor momento de Elías. El profeta de Dios ganó la batalla contra Acab y los 450 profetas de Baal. Dios envía fuego del cielo delante de todo Israel para mostrar que un verdadero profeta camina entre ellos, o corre entre ellos. Cuando Jezabel oye que él había matado a los 450 profetas de Baal, jura poner la vida de Elías como la vida de uno de ellos. «Él tuvo miedo, y se levantó y se fue para salvar su vida» (1 Reyes 19:3). El profeta perseguido se esconde en el desierto, se sienta bajo un árbol, trata de dormir y ruega no despertar: «Basta ya, Señor, toma mi vida».

¿Oras pidiendo la muerte porque temes a los que viven? Jesús nos dice: «Y yo os digo, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no tienen nada más que puedan hacer» (Lucas 12:4). Más allá de esto, la historia de Elías nos invita a analizar nuestro año anterior o nuestra semana pasada o nuestro ayer, por razones evidentes, para continuar encomendándonos al Creador fiel mientras hacemos el bien.

De nuevo Dios muestra su compasión; esta vez con Elías. Le dice que se levante y coma, en medio del desierto le da comida recién hecha y provisión para el viaje que tenía por delante (1 Reyes 19:5-8). Presta atención también al favor benevolente de Dios hacia Elías, en el hecho de que el profeta, aún amenazado de muerte e implorando morir, nunca muere (2 Kings 2:11–12).

Pablo: El apóstol dispuesto

teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor. (Filipenses 1:23)

La compasión paternal es la respuesta de Dios más frecuente a esos hombres que oran pidiendo la muerte.

Ya sea que te asemejes a Jonás y seas tentado a menospreciar la misericordia de Dios hacia otros, o clames en medio de tus pesadas cargas como Moisés, o corras por tu vida como Elías o ansíes alivio como Job, piensa en tu Dios lleno de gracia. Dios le sale al encuentro a Job y le da nuevo comienzo, a Moisés con setenta hombres para que lo ayuden, a Jonás con una planta para que le de sombra y a Elías con comida y bebida para el viaje que tiene por delante.

Después de todo, Dios mismo a través de la obra consumada de su Hijo y la obra recreadora de su Espíritu, cambia la muerta por una expectativa renovada, ¿o no? La muerte, nuestro enemigo, debe llevarnos al mundo para el cual hemos nacido de nuevo.

El apóstol Pablo, sin orar por la muerte, nos muestra una perspectiva renovada respecto a nuestro último enemigo.

Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera, entonces, no sé cuál escoger, pues de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor. (Filipenses 1:21-2)

Podemos dar la vuelta, enfrentar al monstruo en el tiempo perfecto de Dios, y aceptarlo con una paz que el mundo no conoce. Nosotros también tenemos un anhelo genuino de dejar esta tierra y estar con Cristo. Nosotros también tenemos al Espíritu que gime en nuestro interior mientras esperamos la consumación de nuestra esperanza Nosotros también clamamos "Maranata" y anhelamos la última noche en este mundo porque anhelamos un nuevo comienzo de este mundo

Nosotros no anhelamos morir por morir ni por huir de nuestros problemas, sino que añoramos una vida eterna con Cristo. Esa vida se encuentra cuando morimos, y la podemos experimentar más y más, inclusive ahora a través de su palabra y de su Espíritu.


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