Ser Padres: La alegre imposibilidad

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English: Parenting: The Joyful Impossibility

© The Gospel Coalition

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Por Paul Tripp sobre Crianza de los Hijos

Traducción por Yenis Figuereo


Eran las once de un domingo por la noche, y yo estaba saliendo muy agotado y abrumado del estacionamiento del supermercado. Después de haber puesto nuestros cuatro hijos a la cama, mas tarde de lo planeado, Luella descubre que no teníamos nada en la casa para preparar los almuerzos (la lonchera) del día siguiente. Con una actitud que no puede ser descrita como alegría, entré al coche y realicé el recorrido nocturno en busca de alimentos. Mientras esperaba a que cambiara el semáforo para que poder salir del estacionamiento y conducir a casa, todo me golpeó. Parecía como si me hubieran dado un trabajo imposible de realizar, que había sido escogido para ser el padre de cuatro hijos.

Es humillante y un poco vergonzoso admitirlo, pero me senté en mi auto y soñé como sería estar soltero. No, yo no quería en realidad abandonar a Luella y a mis hijos, pero ser padres parecía abrumador en ese momento. Sentí que no tenía nada más para enfrentar al día siguiente mil batallas entre hermanos, mil encuentros de autoridad, mil avisos de advertencias, miles de correcciones, mil momentos de disciplina, miles explicaciones, miles de conversaciones para hablar de la presencia y la gracia de Jesús, miles de veces para ayudar a los niños a mirar el espejo de la Palabra de Dios y verse con precisión, miles de "por favor, perdóname", y miles "te amo". Parecía imposible ser fiel a la tarea y tener el tiempo y la energía para algo más.

Ahora, yo estoy a punto de escribir aquí algo que puede parecer contrario a la intuición y casi irracional, pero aquí está: Ese momento en el coche no fue del todo oscuro y horrible. No, fue un momento precioso de la gracia fiel. En lugar de que mi carga se hiciera cada vez más pesada esa noche, mi carga fue levantada. ¿Me refiero a que de pronto ser padres se hizo más simple y más fácil? De ninguna manera! Pero algo fundamental cambió esa noche, por lo cual estoy eternamente agradecido.

Hay dos cosas que aprendí esa noche que cambió la experiencia de ser padre para mí.

1. Afronté al hecho de que yo no tenía ninguna capacidad para cambiar mis hijos. En maneras en los que había sido completamente inconsciente, yo había cargado el peso del cambio en mis hombros. Había llegado a creer que por la fuerza de mi lógica, la amenaza de mi disciplina, la expresión de mi cara, o el tono de mi voz, podía cambiar los corazones de mis hijos, y que cambiando sus corazones cambiarían su comportamiento. Diariamente, me levantaba por la mañana y trataba de ser el mesías autodesignado de mis hijos. Y cuanto más trataba de hacer lo que no tenía poder para hacer, más me enfurecía y me decepcionaba, y de igual manera los frustraba y los desalentaba a ellos. Fue un gran lío. Yo era un pastor, pero no pude ver que en mi crianza negué el mismo evangelio que he tratado de predicar fielmente domingo tras domingo. En mi casa, como trataba de producir cambio y levantar a mis hijos, yo actuaba como si no hubiera un plan de redención, ningún Jesús el Cristo, ninguna cruz del sacrificio, ninguna tumba vacía, ningún Espíritu Santo vivo y activo. Esa noche, Dios me abrió los ojos al hecho de que yo estaba pidiendo a la ley hacer lo que sólo la gracia puede lograr, y que nunca iba a funcionar.

Comencé a entender que si todo lo que mis hijos necesitaban era un conjunto de normas y un padre que funcionara como juez, jurado y carcelero, Jesús nunca habría tenido necesidad de venir. Me di cuenta de que los cambios fundamentales que necesitan ocurrir en el nivel más profundo del pensamiento y del deseo en mis hijos, dando lugar a cambios duraderos en su comportamiento, sólo podrían pasar por medio de la poderosa, misericordiosa y transformadora gracia del Señor Jesucristo. Comencé a darme cuenta de que como padre no había sido llamado a ser el productor del cambio, pero sí a ser una herramienta dispuesta en las poderosas manos de un Dios, quien tiene únicamente el poder y la voluntad para hacernos y deshacernos. Pero había una segunda cosa que aprendí de esa noche:

2. Me enfrenté al hecho de que para ser un instrumento de la gracia, desesperadamente necesitaba gracia para mí mismo. En un momento de confesar y abandonar mis delirios de autonomía y autosuficiencia, afronté mi debilidad de carácter, sabiduría y fuerza. Admití ante Dios y mí mismo que no tenía dentro de mí lo que se necesita para hacer la tarea que me tocó hacer. Yo no tenía la paciencia infinita, la fiel perseverancia, el amor constante y la gracia siempre lista, que se necesitan para ser el instrumento en las vidas de mis hijos que Dios me había designado. Y en esa admisión, me di cuenta de que era mucho más parecido a mis hijos que a diferente de ellos. Al igual que ellos, soy naturalmente independiente y auto-suficiente. Como ellos, no siempre amo la autoridad y aprecio la sabiduría. Como ellos, a menudo quiero escribir mis propias reglas y seguir mi propio plan. Al igual que ellos, quiero que la vida sea predecible, cómoda y fácil. Al igual que ellos, haría que la vida girara en torno a mí una y otra vez.

Me di cuenta de que si alguna vez fuera la herramienta de la gracia transformadora en la vida de mis hijos, yo necesitaba diariamente ser rescatado, no de ellos, sino de mí! Es por eso que Jesús vino, y por eso, tendré todos los recursos que necesito para ser lo que EL ha elegido para mí y hacer lo que EL me ha llamado a hacer. Con su vida, muerte y resurrección, yo ya he sido dado con todo lo que necesitaba para ser su herramienta de rescate, de perdón y de gracia transformadora.

Esa noche empecé a encontrar alegría en la imposibilidad de todo. La tarea es mucho más grande que nuestra capacidad como padres, pero no somos el mesías de nuestros hijos, y no somos dejados a los recursos de nuestro propio carácter, sabiduría y fuerza. Nuestros niños tienen un Mesías. Él está con ellos y trabaja a través de nosotros. El sabio Padre celestial está trabajando en la escena de cada uno, y EL no nos llamará a nosotros o a ellos a una tarea sin que nos habilite para hacerlo.


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