Si no te responde Dios, sigue orando

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English: When You Can’t Hear God, Keep Talking to Him

© Desiring God

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Por Dave Zuleger sobre Sufrimiento

Traducción por Celia Muñoz


El mundo está repleto de pecado y sufrimiento; el dolor y la oscuridad penetran cada corazón y cada vida. Es inevitable. Seguir a Jesús nos libra de un sin número de males, pero no nos evita el dolor en esta vida.

Si conocemos a Jesús sabemos en nuestro fuero interno que los sufrimientos resaltan nuestra confianza en El (2 Corintios 1:8–9) y nos ayudan a consolar a otras personas con la misma consolación de Cristo al abundar en nosotros las aflicciones de El (2 Corintios 1:3–7). Sabemos que el poder de Dios se perfecciona en nuestras debilidades y a veces nos gozarnos en estas debilidades por esa certeza de que Dios está actuando en nosotros (2 Corintios 12:10). Sabemos que nuestras pruebas producirán una fe verdadera, refinada y llena de alabanza, gloria y honra (1 Pedro 1:6–7). Conocemos realidades profundas que nos produce una esperanza profunda a pesar del más profundo dolor.

Sin embargo, algunas veces no nos penetra ese conocimiento.

Nos auto-predicamos estas verdades y no nos conmueven, no nos llegan al corazón. Nos quejamos y deseamos que nuestra vida fuera diferente (Romanos 8:23). Oramos, y oramos, y oramos, pero las cosas se tornan más aplastantes y más difíciles. A veces sentimos el dolor de sueños quebrantados, relaciones quebrantadas, cuerpos quebrantados, y el quebranto del pecado.

¿Has experimentado eso? La desesperanza te abruma. La felicidad no se manifiesta en tu corazón y las nubes de depresión no se desaparecen. Las luchas agobiantes sencillamente te oprimen más. Las relaciones no se restauran. ¿Qué hacemos?

¿Todo bajo control?

A veces nos sobrecargamos los unos a otros con expectativas dañinas sobre circunstancias que ya en sí son dolorosas. Pocas cosas son más preciadas para nosotros que poder vivir de manera efectiva y sensata, con ‘todo bajo control.’ Aún en los ámbitos cristianos hay un trasfondo sutil que—no obstante la circunstancia-- siempre debemos tener una esperanza resplandeciente por encima del lodo de la desesperación—‘tenerlo todo bajo control.’

En el Salmo 88, el autor comienza declarando, “Oh Jehová, Dios de mi salvación,” pero ese primer versículo es la única nota de esperanza del salmo. Después de esas seis palabras hay solamente lamentos. Ahora bien, claro que existen preguntas como la del versículo 10, que si se contestan correctamente nuestros corazones rebosarían de esperanza. Pero los salmistas no prestan las respuestas. Nada más hacen esas preguntas difíciles.

Sigue Hablando

¿Cómo expresamos nuestra aflicción, como en el Salmo 88—sin trivializar nuestro dolor, pero sin perder la esperanza?

Para comenzar, pienso que la vida normal en Cristo es una vida de sucesos prósperos y adversos, entristecidos mas siempre gozosos (2 Corintios 6:10) — llena de la esperanza del evangelio y de pruebas desalentadoras lado a lado, hasta que regrese Jesús. Debemos esperar que en algún momento llegue el sufrimiento, y entonces recordarnos que la verdad del evangelio resplandecerá a través de ese sufrimiento, y hasta en el mismo medio de nuestro dolor.

En segundo lugar, algunas veces atravesamos épocas de más luchas aplastantes que de inquebrantable esperanza. La vida es abrumadora. Nos parece demasiado. Nos parece que Dios nos está amontonando las aflicciones (Job 3). Mi consejo es que sigas el ejemplo del Salmo 88 y continúes hablando con tu Salvador—aunque todavía no estés dispuesto a recitar las respuestas correctas.

Dile que confías en El, pero necesitas ayuda en tu presente incredulidad (Marco 9:24). Algunas veces son las conversaciones difíciles repetidas las que por fin traen el logro de la intimidad con el Señor y el socorro que tan desesperadamente necesitamos. No te impongas la carga adicional de ‘estar de lo más bien.’ Pon ese peso a un lado y pon tus ojos en Cristo (Hebreos 12:1–3), echando toda tu ansiedad sobre El. Se honesto con el Señor. El puede con eso y cuidada de ti. (1 Pedro 5:7)!

Tercero, seamos honestos y compasivos los unos con los otros. Seamos prontos para acompañar a aquellos que lloran (Romanos 12:15), y sobrellevad los unos las cargas de los otros (Gálatas 6:2). Una de las formas sorprendentes con que Dios consuela a su pueblo es a través de la consolación de otros creyentes que también han padecido y entienden las tribulaciones (2 Corintios 1:3–11).

Cuéntale Tus Problemas a Dios

Cuando la vida te parezca demasiado pesada, díselo a Dios. Cuando te parezca que Dios no está cerca, díselo. Cuando pienses que no puedes seguir, cuéntale a Dios. Cuando te parezca que el dolor no cesará, díselo a Dios. Cuando quieras darte por vencido, clama a Dios. Cuando esté sombrío y oscuro y la luz no penetre la bruma, cuéntalo a Dios.

El es tu Salvador. Eso no cambia. Y aunque no parezca, El te escucha.

Después, busca a algunos que sean de la familia comprada por la sangre de Cristo y cuéntales a ellos también. Estamos hechos para sobrellevar las cargas los unos de los otros. No te escondas. Quita la fachada de los medios sociales y permite a tus hermanos en Cristo la entrada en tu vida para que ellos puedan brindarte la consolación de Cristo y ayudarte a sobrellevar cualquier carga que estés llevando—física, relacional, espiritual, o de cualquier otra índole.

El Señor te ayudará al buscarlo en oración, al leer sus promesas, y a través de su pueblo al permitirles entrada en tu vida.


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