Siete Maneras De Apagar El Espíritu

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English: Seven Ways to Quench the Spirit

© Desiring God

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Por Sam Storms sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus

Si el mismo apóstol Pablo no nos hubiera advertido acerca de apagar el Espíritu, ¿quién de nosotros hubiera pensado que era posible (1 Tesalonicenses 5:19–22)? Sugerir que el omnipotente Espíritu de Dios podría ser apagado, y por lo tanto restringido en lo que de otra manera pudiera hacer en nuestras vidas y en la vida de la iglesia local, es pisar sobre hielo teológico delgado.

Pablo dice en 1 Tesalonicenses 5 que Dios ha otorgado a los cristianos la capacidad de restringir o liberar lo que el Espíritu hace en la vida de la iglesia local. El Espíritu viene a nosotros como un fuego, ya sea para avivarlo en llamas y ser dado la libertad de cumplir Su voluntad, o para ser empapado y extinguido por el agua del miedo humano, el control y la teología defectuosa.

¿Cuántos de nosotros hacemos una pausa para considerar las maneras en que inadvertidamente apagamos la obra del Espíritu en nuestras vidas individualmente y en nuestras iglesias corporativamente? ¿Los líderes de la iglesia infundimos temor o valor en los corazones de las personas por la manera en que hablamos, predicamos y lideramos? ¿Salpicamos repetidamente nuestros sermones y estudios bíblicos en grupos pequeños, incluso nuestras conversaciones personales, con advertencias tan terribles de los excesos carismáticos de manera que efectivamente apagamos la obra del Espíritu en sus vidas? O, después de escucharnos y observar cómo nos comportamos en el ministerio cristiano, ¿ellos mismos se sienten alentados, valientes y seguros de salir y tomar riesgos que de otro modo no podrían tomar?

Obviamente, el Espíritu desea trabajar en tu vida y en tu iglesia. Para usar la metáfora o analogía de Pablo, el Espíritu es como un fuego cuya llama queremos tener cuidado de no apagar ni extinguir. El Espíritu Santo quiere intensificar el calor de Su presencia entre nosotros, incendiar nuestros corazones y llenarnos del calor de Su poder que reside. Y la exhortación de Pablo es una advertencia para todos nosotros, a no ser que nos hagamos parte de la brigada contemporánea de bomberos que está lista para sofocar Su actividad con el agua del legalismo, el miedo y una teología defectuosa que, sin una orden bíblica, afirma que Sus dones han cesado y han sido retirados.

Siete maneras en que apagamos al Espíritu Santo

1. Apagamos el Espíritu Santo cuando confiamos decisivamente en cualquier fuente que no sea el Espíritu Santo para cualquier cosa que hagamos en la vida y el ministerio.

Cualquier intento de conjurar “esperanza” aparte de ese poder que es el Espíritu (Romanos 15:13) es apagarlo, así como cualquier esfuerzo por perseverar en el ministerio y permanecer paciente con gozo por cualquier otro medio que no sea el Espíritu (Colosenses 1:11). Cualquier esfuerzo para llevar a cabo el ministerio pastoral que no sea a través de “la potencia de Él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1:29) es apagar el Espíritu. Cualquier intento de resolver llevar a cabo una buena obra de fe a través de un “poder” que no sea el Espíritu es apagarlo (2 Tesalonicenses 1:11).

2. Apagamos el Espíritu cada vez que disminuimos Su personalidad y hablamos de Él como si fuera solo un poder abstracto o una fuente de energía divina.

Algunos imaginan al Espíritu como si no fuera más que una energía etérea, el equivalente divino a una corriente eléctrica: ¡mete tu dedo de fe en el receptáculo de Su “presencia que unge” y experimentarás un choque espiritual de proporciones bíblicas! El resultado es que cualquier conversación sobre experimentar el Espíritu se desestima sumariamente como una deshonra para Su estado exaltado como Dios y un fracaso para abrazar Su soberanía sobre nosotros en lugar de la nuestra sobre Él.

3. Apagamos el Espíritu cada vez que suprimimos o legislamos en contra de Su trabajo de impartir dones espirituales y ministrar a la iglesia a través de ellos.

Cada don del Espíritu es a su manera una “manifestación” del Espíritu Santo Mismo (1 Corintios 12:7). El Espíritu se hace manifiesto o visiblemente evidente en medio de nosotros cuando los dones están en uso. Los dones espirituales son la presencia del Espíritu Mismo llegando a una expresión relativamente clara, incluso dramática, en la forma en que hacemos el ministerio.

¿Significa esto que la doctrina del cesacionismo es un apagamiento del Espíritu? Mientras que no creo que los cesacionistas tengan la intención consciente de apagar el Espíritu, sí creo que la consecuencia final de esa posición teológica apaga al Espíritu.

La mayoría de los cesacionistas desean que el Espíritu obre de cualquier manera que crean que está bíblicamente justificada. Simplemente no creen que la operación de dones milagrosos hoy en día esté bíblicamente ordenada. Por lo tanto, el efecto no intencionado y práctico del cesacionismo es apagar el Espíritu. Por medio de una teología no bíblica y equivocada que restringe, inhibe y a menudo prohíbe lo que el Espíritu puede y no puede hacer en nuestras vidas individualmente y en nuestras iglesias corporativamente, el Espíritu es apagado.

4. Apagamos el Espíritu cada vez que creamos una estructura inviolable y santuriosa en nuestras reuniones corporativas y servicios de adoración, y en nuestros grupos pequeños, que no permite la espontaneidad o la dirección especial del Espíritu.

Dos veces, en Efesios 5:19 y Colosenses 3:16 —Pablo se refiere a “cánticos espirituales”, muy probablemente para diferenciar entre canciones que se compusieron previamente (“salmos” e “himnos”) en comparación con aquellas que son evocadas espontáneamente por Espíritu Mismo. Creo que la mejor explicación de lo que Pablo quiso decir con “cánticos espirituales” son quizás melodías cortas o coros, sin ensayos, sin guiones e improvisadas, que ensalzan la belleza de Cristo. No están preparados de antemano, sino que son inspirados por el Espíritu y, por lo tanto, son únicos y especialmente apropiados para la ocasión o el énfasis del momento.

¿Podría ser que apagamos la obra del Espíritu al negar la posibilidad de que Él pueda moverse sobre nosotros de manera espontánea como esta o al estructurar nuestros servicios de manera tan rígida que prácticamente no hay posibilidad de que el Espíritu interrumpa nuestra liturgia?

Además, leemos en 1 Corintios 14:29–31 que el Espíritu bien puede revelar algo a una persona al mismo tiempo que otra persona está hablando. Esta espontaneidad no debe ser despreciada ni desdeñada, sino abrazada, ya que Pablo aconseja a la persona que habla que “calle” y dé espacio al otro para que comunique lo que el Espíritu haya hecho saber.

5. Apagamos el Espíritu cada vez que despreciamos las declaraciones proféticas (1 Tesalonicenses 5:20).

No importa cuán mal la gente haya abusado del don de profecía, es desobediente a la Escritura —en otras palabras, un pecado— despreciar las declaraciones proféticas. Dios nos ordena que no tratemos la profecía con desprecio, como si no fuese importante.

En lugar de apagar el Espíritu Santo al despreciar las declaraciones proféticas, Pablo nos dice en 1 Tesalonicenses 5:21 “examinadlo todo” —lo que significa examinar o juzgar todas las profecías. Pablo no corrige el abuso de este regalo ordenando el desuso (como es la práctica de muchos hoy). Su remedio es el discernimiento bíblicamente informado y solo “retengan lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). Tal discernimiento debe aplicarse a todos los dones espirituales.

6. Apagamos el Espíritu cada vez que disminuimos Su actividad que nos alerta y nos despierta a la gloriosa y majestuosa verdad de que verdaderamente somos hijos de Dios (Romanos 8:15–16; Gálatas 4:4–7).

En ambos textos, la seguridad experiencial y sentida de nuestra adopción como hijos de Dios es el resultado directo de la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones. En cualquier medida que disminuyamos esta dimensión experiencial de la obra del Espíritu, lo apagamos. En cualquier medida que no logremos guiar a las personas hacia la conciencia, la conciencia de su adopción como hijos de Dios, apagamos el Espíritu.

7. Apagamos el Espíritu cada vez que reprimimos, legislamos o infundimos temor en los corazones de las personas con respecto a la experiencia legítima de las emociones y afectos sinceros en la adoración.

Me parece instructivo que Jesús, al exaltar al Padre, sea descrito como regocijándose “en el Espíritu Santo” (Lucas 10:21). Los afectos por Dios, como el gozo, la paz, el amor, el celo, el deseo y el temor reverente son una dimensión esencial en la adoración que exalta a Cristo. ¿Con qué frecuencia organizamos nuestras reuniones corporativas y emitimos pautas estrictas sobre lo que es “apropiado” en tiempos de adoración y al hacerlo apagamos el Espíritu en la vida de las personas sin darnos cuenta?

John Piper lo dice mejor: “La vibrante plenitud del Espíritu se desborda en expresiones apropiadas como cantar y hacer melodías del corazón al Señor (Efesios 5:18–19). Y si no te gustan esas expresiones y te resistes, cruzas los brazos —‘No voy a hacer ese tipo de cosas; no voy a cantar’— estás apagando el Espíritu Santo”.

¿Puedo instarte a buscar cuidadosamente tu propio corazón y evaluar las posibles formas en que puedes haber apagado el Espíritu en tu propia vida y en la experiencia de tu iglesia local? Ceder y dejar espacio para la obra del Espíritu en nuestro medio no debe ser temido sino fomentado. Que Dios nos conceda ambas la sabiduría y la confianza en Su bondad para facilitar una experiencia mayor y más cambiante de la vida del poder transformador del Espíritu.


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