Siete pasos para fortalecer la oración

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Revisión a fecha de 02:01 19 jun 2020; Kathyyee (Discusión | contribuciones)
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English: Seven Steps to Strengthen Prayer

© Desiring God

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Por Bonnie McKernan sobre Oración

Traducción por Paola Montano

He luchado con la oración por mucho tiempo. Los desiertos espirituales en mi vida siempre han estado acompañados por una vida de escasa oración. Eventualmente, me di cuenta de que esto no era solo un síntoma, sino una causa. Estaba descuidando precisamente aquello que puede satisfacer mi alma cansada y sedienta. Estaba ignorando el camino que no solo me llevaría fuera del desierto, sino que me mantendría fuera de él en primer lugar.

A menudo cometo el error de no ver la oración como una disciplina que necesita ser aprendida, practicada y desarrollada. Hablamos con frecuencia sobre la importancia de la oración, pero muchas veces no sabemos (u olvidamos) "como" orar. Incluso los mismos discípulos de Jesús tuvieron que preguntarle cómo orar (Lucas 11:1). Vieron algo en la manera tan ferviente e íntima en que Jesús le oraba a su Padre que los hizo anhelar hacer lo mismo. Señor, ¡enséñanos a orar!

Si bien no será igual para todos, hay siete pasos específicos realmente que me han ayudado en mi lucha contra una débil vida de oración.

Prepárate para Orar

1. Aparta un Tiempo. Cuanto más oramos, más queremos orar. Para esto, necesitas hacerlo parte de tu rutina diaria como sea posible: pon alarmas, deja notas, ponlo en tu agenda. La oración es una práctica que requiere disciplina y perseverancia, y debemos asumir el costo. La oración es la mejor parte de nuestro día, y debemos luchar por ella. Y no sólo en tiempos de necesidad. También es importante entrenar y prepararnos para la batalla.

2. Aprende a Alejarte. Aléjate de las distracciones — el teléfono, la computadora, la televisión, el ruido constante de la vida moderna — y busca la manera de apartarte para que puedas estar y sentirte “a solas con Dios”. Puede ser un desafío cuando trabajas fuera de casa durante largas horas o compartes tu casa con un grupo de niños ruidosos y llenos de energía, pero debe ser una prioridad. En tu auto o en la hora del almuerzo, en un rincón tranquilo en la oficina, dentro del armario entre comidas o siestas, o simplemente la tranquilidad de tu corazón si eso es todo lo que puedes lograr. Busca un lugar solitario, y ora (Lucas 4:42; 5:16; 22:41).

3. Ten una Postura para Orar. Haz lo que sea que te ayude a concentrarte en lo que estás haciendo. Arrodíllate, ponte de pie, cierra los ojos, mira hacia el cielo — cuando tu cuerpo está enfocado, es más fácil para tu alma seguirlo. Si puedes, ora en voz alta. Me he dado cuenta que susurrar suavemente durante mi tiempo de oración es lo suficientemente silencioso como para no inhibir el flujo de mi oración, pero lo suficientemente fuerte como para evitar que mi mente divague. Como CS Lewis dijo, "El cuerpo tiene que orar, así como nuestra alma. El cuerpo y el alma, ambos serán mejores después de orar a Dios”.

Practicando la Oración

4. Ora con las Escrituras. Este es una buena manera de comenzar. Qué alegría le trae a un padre saber que sus hijos escuchan sus palabras, las aprecian, creen que son verdad y luego le responden. Así que muchas de mis oraciones son "plagios" de la Biblia. Sin siquiera darme cuenta, se convierten en el vocabulario de mis oraciones, a veces porque sus promesas hacen que mi corazón cante, y a veces porque todo lo que puedo hacer es aferrarme desesperadamente a sus palabras.

5. Ora fervientemente. La oración debe ser activa. No podemos estar en contacto con Dios y no ser una persona diferente, al menos en un pequeño porcentaje, para cuando decimos, "Amén”. Lucha en la oración, pelea, y permite que el Espíritu se mueva. Las respuestas a la oración son una bendición, pero la oración en sí misma es una bendición. A veces se siente como el gemido de unos labios resecos en el desierto, y aun así debemos perseverar porque la oración no es solo el fruto de la vida espiritual, sino el medio para alcanzarla.

6. Ora específicamente. La vaguedad puede matar una oración. No es que nunca podamos ser generales, pero no a expensas de alabar los atributos específicos de Dios, confesar pecados específicos, o agradecerle y pedirle cosas específicas. Debemos aprender a orar de manera específica y audaz debido al estatus que tenemos a través de Cristo, y mismo tiempo ser completamente sumisos a la voluntad de Dios. La fe audaz y expectante junto con la sumisión humilde es algo poderoso.

7. Oren por y con los demás. La oración une a los hijos de Dios, y muchas veces, a personas que nunca hemos conocido. Compartimos un mismo Padre, somos una familia, y debemos sobrellevar las cargas de los demás en la oración. Nos involucramos en las luchas y triunfos de los demás. Comenzamos a preocuparnos más por las personas por las que oramos y menos por nosotros mismos. Que precioso es venir todos ante nuestro Padre con un mismo llamado de amor y cuidado mutuo. La oración une a la iglesia.

Oraciones como Flechas

La oración no es una fórmula o algo que sólo “funciona” si lo hacemos perfectamente, de la manera correcta. Pero no debemos descuidarla. Las oraciones descuidadas son como flechas que caen al azar a nuestros pies. Las oraciones que hacemos con poco cuidado o esfuerzo lograrán poco después de salir nuestra boca (pero no subestimes a Dios). Por otro lado, cuando oramos con fuerza, deseo y fervor, nuestras oraciones vuelan rápidamente hacia el cielo al trono de Dios mismo (Apocalipsis 8:4):

No se trata de la aritmética de nuestras oraciones — cuántas son;
ni de la retórica de nuestras oraciones — cuán elocuentes son;
ni de su geometría — qué tan largas son;
ni de su música — cuán dulce son;
ni de su lógica — cuán argumentativas son;
ni de su método — cuán ordenadas son;
ni siquiera de su divinidad — cuán buena puede ser su doctrina, de la cual Dios tiene cuidado:
sino que se trata del fervor de espíritu, que vale mucho.
(Obispo Joseph Hall, 1808)

Dios ama convertir a su pueblo en arqueros expertos en la disciplina de la oración, con oraciones como flechas — fuertes y fervientes capaces de cambiar vidas, traer sanidad, impactar nuestras naciones, alterar la historia, unir a la iglesia y, sobre todo, mostrar la gloria de Dios.


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