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Por John Piper sobre Expiación

Traducción por David Acuña Astorga


El amor de Cristo por nosotros, demostrado en su muerte, fue tan consciente como fue intencional Su sufrimiento. "En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros" (1 Juan 3:16). Si dar Su vida por nosotros fue intencional, lo hizo por nosotros. Fue por amor. "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Juan 13:1). Cada paso que dio en el camino del Calvario significó un "te amo".

Por lo tanto, para sentir el amor de Cristo en el momento en que dio Su vida por nosotros, ayuda ver la completa intención que tuvo al hacerlo. Considera estas cinco formas de ver la intención de Cristo de morir por nosotros.

En primer lugar, observemos lo que Jesús dijo después de ese momento violento en que Pedro trató de partirle el cráneo al sirviente, aunque sólo le cortó la oreja.

"Entonces, Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y Él pondría a mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras de que así debe suceder?" (Mateo 26:52–54).

Una cosa es decir que se predijeron los detalles de la muerte de Jesús en el Antiguo Testamento, pero es muy diferente decir que Jesús mismo estaba tomandos Sus decisiones precisamente para ver si se cumplían las Escrituras.

Eso es lo que dice Jesús que estaba haciendo en Mateo 26:54: "Podría escapar de esta miseria, pero, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras de que así debe suceder?" No estoy escogiendo tomar el camino para escaparme porque conozco las Escrituras. Sé lo que debe ocurrir. Es mi decisión cumplir lo que se predijo sobre mí en la Palabra de Dios.

Una segunda forma de ver esta intencionalidad es en las expresiones repetidas de ir a Jerusalén, hacia las fauces del león: "Y tomando aparte de nuevo a los doce, comenzó a decirles lo que le iba a suceder: He aquí, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles. Y se burlarán de Él y le escupirán, le azotarán y le matarán, y tres días después resucitará" (Marcos 10:32–34).

Jesús tenía una meta que lo controlaba todo: morir de acuerdo con las Escrituras. Él sabía que el tiempo estaba cerca y afirmó Su rostro como una piedra: "Y sucedió que cuando se cumplían los días de su ascensión, Él, con determinación, afirmó su rostro para ir a Jerusalén" (Lucas 9:51).

Una tercera forma de ver la intención de Jesús de sufrir por nosotros se encuentra en la palabras que Él dijo a través de la boca del profeta Isaías: "Di mis espaldas a los que me herían, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y esputos" (Isaías 50:6).

Debo forzar mucho mi imaginación para tener presente qué hierro habrá requerido esto. Los seres humanos rehuyen el sufrimiento. Rehuimos el sufrimiento cien veces más cuando éste es provocado por personas arrogantes, viles, lloriqueadoras, horribles e injustas. En todo momento de dolor y humillación, Jesús escogió no hacer lo que habría sido lo justo. Dio Sus espaldas para que lo golpearan. Dio Sus mejillas para que lo abofetearan. Dio Sus barbas para que se las arrancaran. Ofreció Su cara para que se la escupieran. Y lo hizo por los mismos que le estaban causando el dolor.

Una cuarta manera de ver la intencionalidad del sufrimiento de Jesús es mediante la forma en que Pedro explica cómo fue posible esto. Dijo: "cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia" (1 Pedro 2:23).

Jesús no manejó la injusticia de todo eso al decir que la injusticia no importaba, sino que al encomendarle Su causa a "aquel que juzga con justicia". Dios podía ver que se estaba haciendo justicia. Ese no fue el llamado de Jesús en el Calvario ni es nuestro mayor llamado ahora: "Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor" (Romanos 12:19).

La quinta declaración, y quizás la más clara, que Jesús hace acerca de Su propia intención de morir está en Juan 10:17–18: "Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de mi Padre".

El punto de Jesús en estas palabras es que Él está actuando de manera completamente voluntaria. No está bajo la restricción de ningún mero ser humano. Las circunstancias no se han apoderado de Él. No está siendo barrido en la injusticia del momento. Él tiene el control.

Por lo tanto, cuando Juan dice "En esto conocemos el amor: en que El puso su vida por nosotros" (1 Juan 3:16), debemos sentir la intensidad de Su amor hasta el punto en que vemos Su intención de sufrir y morir. Estoy orando para que la sientas intensamente y que esa profunda experiencia de ser amado por Cristo tenga este efecto en ti: "Pues el amor de Cristo nos apremia... y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Corintios 5:14–15).


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