Tú puedes ganarle la guerra al pecado

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English: You Can Win the War Against Sin

© Desiring God

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Romina Mendoza


Contenido

Tres promesas para la tentación de hoy día

Si eres cristiano, conoces la guerra. Guerra con tu orgullo, con tu lujuria, con tu ira. Guerra en casa, guerra cuando estás solo. Guerra en tu cabeza, en tu corazón, en tu boca.

Matas a un enemigo y otro ocupa su lugar. Luchas tu ascenso por la colina y detrás de ésta se elevan diez más. Bajas la guardia durante una hora, y has perdido terreno. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, sin vislumbrar el final.

Tal vez, en el campo de batalla, cuando los enemigos en tu interior se sientan invencibles, tú te preguntarás: “¿Esto es normal? ¿Realmente esta es la vida cristiana-esta interminable marcha trabajosa, esta vigilancia constante, esta negación despiadada de tanto que hay en mi interior?

En estos momentos, Cristo nuestro comandante sale a nuestro encuentro con tres recordatorios: la guerra es normal, la guerra se puede vencer y la guerra terminará.

La Guerra es normal

Considera la condición de tu corazón antes de que Dios te rescatase: muerto en transgresiones y pecados (Efesios 2:1), prisionero de pasiones y placeres impíos (Tito 3:3), ciego a la belleza de Cristo (2 Corintios 4:4), caminando entre la ruina y la miseria (Romanos 3:16). Tu corazón era el Monte de condenación de Sauron, el Invierno de la Bruja Blanca, la fortaleza de Babilonia. Puede que hayas conocido la paz pero ha sido una paz con los enemigos de Dios.

Pero luego el Espíritu Santo derribó las puertas de tu corazón y expulsó al pecado del trono. Ahora lleva su ejército por todos los rincones de tu vida. Hasta que él destruya a cada uno de los enemigos en los puestos de avanzada, tú serás un hombre o una mujer en guerra (Gálatas 5:17).

Entonces, no te sorprendas si un día abres los ojos y te encuentras con la guerra. No te sorprendas si algunas veces sientes la muerte en tu interior, como si todo lo que has amado necesitara yacer en la tumba. No te sorprendas si descubres en tu carne guaridas de oscuridad que nunca jamás habías soñado.

En lugar de ello, sé fuerte. La guerra es normal. Más que eso, la guerra es esencial. La batalla es una marca imprescindible de todos aquellos que han declarado la rebelión abierta contra el pecado y Satán. Como escribe J.C. Ryle, “Evidentemente nosotros no somos amigos de Satán. Como los reyes de este mundo, él no se enfrenta a sus propios sometidos. El simple hecho de que nos ataca a nosotros, debería llenarnos de esperanza” (Santidad, 76).

La guerra se puede ganar

En la agonía de la batalla, puedes sentirte completamente agobiado por encima de tus fuerzas, como si la derrota fuera todo lo que pudieras conocer. Te gustaría abandonarlo todo.

Tendríamos todas las razones para rendirnos ante estos sentimientos si la guerra nos perteneciera a nosotros. En nuestra propia fortaleza, somos niños luchando contra dragones. Pero en última instancia la batalla no nos pertenece a nosotros - le pertenece a Cristo, nuestro capitán. Y eso es lo que hace que la guerra se pueda ganar.

Cuando Dios te salvó, no te envió una comunicación por radio a la celda donde estabas preso, en la que te ordenaba que te pusieras en pie y lucharas. No, Jesús mismo irrumpió en tu celda, puso una espada en tus manos y te dijo, “Sígueme. Quédate cerca de mí. Te llevaré fuera.” Por tanto, como escribe Richard Sibbles, “Vamos a no mirar tanto a quienes son nuestros enemigos, sino más bien a quien es nuestro juez y capitán, no a las amenazas de ellos sino a las promesas de él.” (“El Junco magullado”, The Bruised Reed, 122). ¿Y qué promete él?

Ponte del lado de Cristo y el pecado no tendrá control sobre ti. El orgullo queda fulminado bajo su majestuosidad. La lujuria se acobarda ante su belleza. La rabia tiembla con una mirada suya. Puede que ganes terreno en la batalla pero sólo en centímetros, y puede que la batalla dure una eternidad, pero la presencia y las promesas de Jesús garantizan tu progreso. El te guiará a casa.

Así que no desesperes, no importa lo inestable que te hayas sentido hoy. La guerra se puede ganar. Con la ayuda de Dios, puedes resistir. Puedes recuperar terreno al enemigo y transformar los campos espinosos en jardines. Jesús ha prometido su ayuda en cada lucha a la que te enfrentes hoy. ¿Confiarás en él?

La guerra terminará

Dios no te salvó para que tú pudieses librar un conflicto eterno. Las calles de la Nueva Jerusalén no estarán cubiertas de filas de soldados. Esta guerra, atrincherada como está ahora mismo, es sencillamente el prólogo de tu paz eterna.

Un día no muy lejano, el tumulto de la batalla dará paso a coros de aleluya. La guerra civil de tu interior acabará en un alto al fuego bajo el reino de Dios. No te preocuparán los pensamientos obstinados; no te angustiarán los deseos deshonestos; no te atormentarán las tentaciones perturbadoras.

“Después de que hayas sufrido por un periodo corto, el Dios de toda gracia, quien te ha llamado a ti para su gloria eterna en Cristo, él mismo te confortará, te confirmará, te reforzará y consagrará” (1 Pedro 5:10). Esta guerra de cincuenta, sesenta, setenta, o sesenta años, por interminable que pueda parecer, es sólo “un momento” desde la perspectiva de la eternidad. Lucha un momento, resiste un momento, niégate a ti mismo por un momento, y podrás regocijarte para siempre.

Por eso, no te rindas. La guerra terminará. Jesús ya ha ganado la victoria decisiva (Colosenses 2:15). El enemigo sabe que su tiempo es corto (Revelación 12:12). El resultado de esta batalla no es incierto. Dios pronto aplastará bajo sus pies a cada enemigo tuyo (Miqueas 7:19; Romanos 16:20).

Día a día

Si una vida de guerra es abrumadora, céntrate en la lucha del día a día. Trabaja para someter a muerte al descontento de hoy, a la envidia de hoy día, a la autocompasión de hoy día. Y hazlo agarrando las armas de hoy- las promesas de hoy que vienen de Dios, las oportunidades de la oración hoy día, los guerreros conjuntos en la batalla.

Día a día, tu comandante proporcionará la fuerza que necesitas para vencer a tus enemigos, y el perdón que necesitas para cada derrota. No dejes de luchar. “Nadie ha sido vencido aquí, pero aquel que no luche” escribe Sibbes (“El Junco magullado”, The Bruised Reed, 122).

La guerra es normal, se puede ganar y terminará. Y entonces habrá un júbilo rebosante y cada vez mayor.



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