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English: A Sermon for the Worst Man on Earth

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Por Charles H. Spurgeon sobre Pecado Que Vive Adentro
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador." -- Lucas 18:13.

Aunque el fariseo había subido al templo a orar, sin embargo no lo hizo, y fue por su propia culpa; en todo lo que dijo no encontramos ninguna oración. Es una excelencia del publicano que subió al templo a orar y efectivamente oró: todo lo que dijo rebosa oración. "Dios, sé propicio a mí, pecador" es una oración pura, sin ninguna adulteración de principio a fin. Cuando el fariseo subió al templo a orar, olvidó por su culpa una parte esencial de la oración, que es la confesión del pecado: habló como si no tuviera ningún pecado que confesar, sino más bien muchas virtudes que presumir. Fue un elemento muy importante de la devoción del publicano, que realmente haya confesado su pecado, ay, sus expresiones estaban llenas de confesión de pecado: de principio a fin fue un reconocimiento de su culpa, y una petición de gracia al Dios misericordioso.

La oración del publicano es admirable por su plenitud de significado. Un expositor la llama un telegrama sagrado; y, ciertamente, es tan compacta y tan condensada, tan libre de palabras superfluas, que es digna de ser llamada así. No veo cómo pudo haber expresado su significado de manera más plena o más breve. En el original griego, las palabras son aún más escasas que en inglés. ¡Oh, que los hombres aprendieran a orar con menos lenguaje y más significado! ¡Cuán grandes cosas están contenidas en esta breve petición! Dios, misericordia, pecado, propiciación, y perdón.

Él habla de asuntos importantes, y no se preocupa por pequeñeces. No tiene nada que ver con ayunar dos veces a la semana, o pagar los diezmos y esas cosas que no tienen mayor importancia; los asuntos que elige son de un orden superior. Su corazón tembloroso se mueve entre las cosas sublimes que lo sujetan, y habla en tonos consistentes con ellas. Trata acerca de las cosas más grandiosas que existen: implora por su vida, por su alma. ¿Dónde podría encontrar temas de mayor peso, más vitales para sus intereses eternos? Él no juega a orar, sino que suplica con terrible sinceridad.

Su súplica la aceptó Dios con presteza, y rápidamente ganó su caso en el cielo. La misericordia le concedió la plena justificación. La oración agradó al Señor Jesucristo de tal manera, cuando la escuchó, que aceptó convertirse en un pintor de retratos, haciendo un boceto del hombre suplicante.

Digo pues que la oración en sí misma fue tan agradable para el Salvador misericordioso, que nos dice cómo fue presentada: "Estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho." Lucas, quien, de acuerdo a la tradición, tenía algo de artista además de ser un médico, tiene gran cuidado de colocar este cuadro en la galería nacional de retratos de hombres salvados por la gracia soberana. Aquí tenemos el retrato de un hombre que se llamó a sí mismo el pecador, y que, sin embargo, puede servir como un modelo para los santos. Me da gusto tener el divino boceto de este hombre, para que yo pueda ver la forma corporal de su devoción. Y me da todavía más gusto tener su oración, para que podamos contemplar el alma misma de su petición.

El anhelo de mi corazón esta mañana, es que muchas personas busquen la misericordia del Señor, como lo hizo este publicano, y que desciendan a sus casas justificados. No le pido a nadie que repita estas mismas palabras. Que nadie atribuya a esas palabras un valor supersticioso. ¡Ay, esta oración ha sido usada de manera impertinente e insensata, y se le ha visto en cierto modo como un hechizo! Algunos han dicho: "Podemos vivir como nos dé la gana, pues sólo tenemos que decir, 'Dios, sé propicio a mí,' cuando estemos agonizando, y todo saldrá bien." Este es un uso malvado de la verdad del Evangelio; sí, lo convierte en una mentira.

Si deciden pervertir de esta manera la gracia del Evangelio para su propia destrucción, la sangre de ustedes será sobre sus propias cabezas. Puede ser que no tengan ni siquiera la oportunidad de pronunciar esta breve frase; o, si la tienen, las palabras podrían no salir del corazón de ustedes, y de esa manera morirían en sus pecados. Les ruego que no presuman apoyándose en la clemencia de Dios. Pero si con el corazón del publicano podemos asumir la actitud del publicano, si con el espíritu del publicano podemos usar las palabras del publicano, entonces de allí vendrá una aceptación llena de gracia, y descenderemos a nuestras casas justificados. Si ese fuera el caso, habrá tiempos grandiosos el día de hoy, pues los ángeles se gozarán por los pecadores reconciliados con Dios, y les será permitido conocer en sus propias almas la misericordia sin límites del Señor.

Al predicar este texto, trataré de extraer su espíritu más íntimo. ¡Que seamos enseñados por el Espíritu, de manera que podamos aprender cuatro lecciones de él!

I. La primera lección es ésta: SER PECADOR NO ES UN MOTIVO PARA DESESPERAR. Ninguno de ustedes debe decir: "soy culpable, por consiguiente no me puedo acercar a Dios; soy tan culpable que sería una cosa demasiado atrevida que yo pida misericordia." Desechen esos pensamientos de inmediato. Mi texto y otros mil argumentos más, prohíben la desesperación.

Porque, primero, este hombre era un pecador, y sin embargo se atrevió a acercarse al Señor. De acuerdo a nuestra versión, dijo, "sé propicio a mí, pecador," pero una versión más exacta es la que la Versión Revisada nos presenta en una nota marginal: "el pecador." Quiso decir que él era, enfáticamente, el pecador.

Aquel fariseo era el santo de su generación: pero este publicano que permanecía lejos del lugar santo, era el pecador. Si no hubiera otro pecador en el mundo, él era uno; y en un mundo de pecadores él era un ofensor prominente: el pecador de pecadores. Él se aplica enfáticamente a sí mismo el nombre: culpable. Toma el primer lugar en la condenación, y, sin embargo, exclama, "Dios, sé propicio a mí, el pecador." Ahora si tú reconoces que eres un pecador, puedes implorar a Dios; pero si te lamentas porque no sólo eres un pecador, sino el pecador con el artículo definido, el pecador por encima de todos los demás, puedes aún tener esperanza en la misericordia del Señor. Los peores, los más impíos, los más horribles pecadores se pueden animar, como lo hizo este hombre, a acercarse al Dios de misericordia.

Sé que parece una acción muy atrevida; por eso debes hacerla por medio de la fe. Sobre cualquier otra base que no sea la base de la fe en la misericordia de Dios, tú que eres un pecador, no puedes atreverte a acercarte al Señor, para no ser encontrado culpable de soberbia. Pero si tu mirada está puesta en la misericordia, entonces puedes confiar con valentía. Cree en la grandiosa misericordia de Dios y, aunque tus pecados sean abundantes, verás que el Señor quiere perdonar abundantemente; aunque manchen tu carácter, el Señor los borrará; aunque sean rojos como la grana, la preciosa sangre de Jesús te emblanquecerá como la nieve.

Esta historia del fariseo y del publicano tiene el propósito de ser un ejemplo alentador para ustedes. Si este hombre que era el pecador encontró el perdón, también tú lo encontrarás si lo buscas de la misma manera. Si a ese pecador le fue tan bien, ¿por qué a ti no te puede ir bien también? Ven e inténtalo por ti mismo, y mira si el Señor no demuestra en tu caso que Su misericordia permanece para siempre.

Además, recuerda que tú puedes encontrar ánimo no sólo mirando al pecador que buscó a su Dios, sino también al Dios a quien él buscó. Pecador hay gran misericordia en el corazón de Dios. Cuán a menudo resonó este versículo como un coro en los cánticos del templo:

"Porque su misericordia permanecerá
Siempre fiel, siempre disponible."

La misericordia es un atributo especialmente glorioso de Jehová, el Dios viviente. "Misericordioso y clemente es Jehová," Él es "lento para la ira y grande en misericordia." Todo esto debe animarte grandemente.

Cuando se va a otorgar misericordia, se necesitan pecadores. ¿Cómo puede mostrar el Señor Su misericordia si no es a los culpables? La bondad es para las criaturas, pero la misericordia es para los pecadores. Puede darse amor a criaturas que no han caído, pero para ellas no puede haber misericordia. Los ángeles no están preparados para recibir misericordia; no la requieren, pues no han transgredido. La misericordia se ejercita después de que se ha quebrantado la ley, no antes.

En medio de todos los atributos, éste es el último atributo que encontró un espacio para sí mismo. Por decirlo así, es el Benjamín, un atributo muy amado de Dios: "porque se deleita en misericordia" Dios sólo puede ser misericordioso con un pecador ¿Lo oyes bien, pecador? ¡Tienes que entender esto muy bien! Si hay misericordia sin límites en el corazón de Dios, y sólo puede ejercitarse a favor del culpable; entonces tú eres el hombre que debe recibirla, pues tú eres un culpable. Ven, entonces, y que Su misericordia te envuelva hoy como un vestido, y cubra toda tu vergüenza. ¿Acaso el deleite de Dios en la misericordia no nos demuestra que ser pecador no es motivo para la desesperación?

Además, el concepto de salvación implica esperanza para los pecadores. Esa salvación que predicamos a diario proclama buenas nuevas para el culpable. La salvación por gracia quiere decir que los hombres son culpables. La salvación no quiere decir la recompensa para el justo, sino la purificación del injusto. La salvación tiene por objetivo al perdido, al pecador, al arruinado, y las bendiciones que trae de una misericordia que perdona y de una gracia que limpia tienen como propósito al culpable y al que está sucio. "Los sanos no tienen necesidad de médico;" el médico tiene puestos sus ojos en el enfermo. Las limosnas son para el pobre, el pan es para el hambriento, el perdón es para el culpable. ¡Oh, ustedes que son culpables, ustedes son los hombres buscados por la misericordia! Ustedes estaban en el ojo de Dios cuando envió al mundo a su Hijo para salvar pecadores. Desde el mismo inicio de la redención hasta su consumación, los ojos del gran Dios estaban fijos en los culpables, y no en los que tienen méritos. El mismo nombre de Jesús nos dice que Él salvará a su pueblo de sus pecados.

Déjenme agregar que, en la medida que la salvación de Dios es algo grandioso, tiene que haber tenido el propósito de lavar grandes pecados. Oh, señores, ¿habría derramado Cristo la sangre de su corazón por algunos pecados triviales, veniales, que podrían ser limpiados por las lágrimas de ustedes? ¿Piensan que Dios habría entregado a la muerte a Su Hijo amado por algo superfluo? Si el pecado hubiera sido un asunto pequeño, un pequeño sacrificio habría bastado. ¿Acaso piensan ustedes que la expiación divina fue hecha por pequeñas ofensas? ¿Murió Jesús por pecados pequeños, y dejó sin expiar los grandes? No, el Señor Dios midió la grandeza de nuestro pecado, y la encontró tan alta como el cielo, tan profunda como el infierno, tan amplia como el infinito, y por consiguiente dio tan grande Salvador.

Entregó a su Hijo unigénito: un sacrificio infinito, una expiación sin medida. Con tales angustias y dolores de muerte que nunca pueden ser enteramente descritos, el Señor Jesús vertió Su alma en sufrimientos desconocidos, para poder proporcionar una gran salvación para los más grandes pecadores. Vean a Jesús en la cruz, y aprendan que toda forma de pecado y de blasfemia les será perdonada a los hombres. El hecho de la salvación, y de una gran salvación, debe de echar fuera de todo corazón que escuche de ella, toda noción de desesperanza.

La salvación es para mí, pues yo estoy perdido. Una gran salvación, eso es algo para mí, pues yo soy el más grande de los pecadores. ¡Oh, escuchen hoy mi palabra! Es la palabra de amor de Dios, que tañe como una campana de plata. Oh, amados lectores, lloro por ustedes, y sin embargo, tengo ganas de cantar todo el tiempo, pues soy enviado para proclamar la salvación del Señor para los hombres más malos.

El Evangelio está especial, definitiva, y claramente dirigido a los pecadores. Escúchenlo: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento." "Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido." El evangelio es como una carta escrita con letra clara y legible; si ustedes buscan quién es el destinatario, hallarán que dice así: "AL PECADOR." Oh pecadores, a ustedes es enviada esta palabra de salvación. Si eres un pecador, eres precisamente el hombre a quien está dirigido el Evangelio; y con ello no quiero decir un pecador de nombre meramente y una etiqueta de cortesía, sino un rebelde empedernido, un transgresor contra Dios y contra el hombre. ¡Oh, pecador, aférrate al Evangelio con gozosa prontitud; y de inmediato clama a Dios por misericordia!

"Fue por los pecadores que sufrió
Agonías indecibles;
¿Puedes dudar que eres un pecador?
Si tienes dudas, entonces adiós esperanza."
"Pero, al creer lo que está escrito:
'Todos son culpables', 'muertos en el pecado,'
Mirando al Crucificado
La esperanza levantará tu alma."

Si lo piensan de nuevo, debe haber esperanza para los pecadores, pues los grandes mandamientos del Evangelio son sumamente adecuados para los pecadores. Escuchen, por ejemplo, esta palabra: "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados." (Hechos 3:19).

¿Quiénes se pueden arrepentir sino los culpables? ¿Quiénes pueden ser convertidos sino aquellos que están en el camino equivocado, y que por tanto necesitan ser vueltos al buen camino? El texto siguiente está dirigido evidentemente a quienes no son buenos para nada: "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar."

La misma palabra "vuélvase" indica que está dirigida a aquellos que han pecado; que te guíe a la misericordia. Entonces a ustedes se les pide que crean en el Señor Jesucristo. Ahora pues, la salvación por la fe debe ser para hombres culpables, pues el camino de vida para el inocente es la perseverancia en las buenas obras. La ley dice, "haz esto y vive." El Evangelio habla de salvación por la fe, porque es el único camino posible para aquellos que han quebrantado la ley y están condenados por esa ley.

La salvación es por fe para que pueda ser por gracia. ¡Crean y vivan! ¡Crean y vivan! Ésta es la nota de jubileo de la trompeta de la gracia inmerecida. ¡Oh, que ustedes conocieran ese sonido lleno de gozo, y así pudieran ser bendecidos! ¡Oh, que ustedes que son pecadores oyeran esta llamada como dirigida a ustedes en lo particular! Están hundidos hasta el cuello en el fango del pecado, pero una mano poderosa ha sido extendida para liberarlos. "Arrepentíos, y creed en el evangelio."

Si necesitan otro argumento (y espero que no sea así) lo expondría así: grandes pecadores han sido salvos. Toda clase de pecadores están siendo salvados hoy. ¡Qué maravillas hemos visto algunos de nosotros! ¡Qué maravillas se han obrado en este Tabernáculo! Escuchamos a un hombre en la reunión de oración implorando de manera más ruidosa que lo usual; era un marino y su voz estaba sincronizada con la entonación de las olas estruendosas. Una dama le susurró a su amigo, "¿Acaso no es ese es el Capitán F-? "Sí" le dijo, "¿porqué lo preguntas?" "Porque," dijo ella, "la última vez que oí esa voz, sus maldiciones hicieron que se me congelara la sangre; los juramentos de ese hombre eran terribles más allá de toda medida. ¿Acaso puede ser el mismo hombre?" Alguien hizo esta observación, "Vaya y pregúntele." Entonces la dama le preguntó tímidamente, "¿Es usted el mismo Capitán F- cuyos juramentos escuché en la calle, a un lado de mi casa?" "Bien," dijo, "soy la misma persona, y, sin embargo, gracias a Dios, ¡no soy la misma persona!" ¡Oh hermanos, así éramos algunos de nosotros; pero hemos sido purificados, pero hemos sido santificados! Los milagros de la gracia pertenecen a Dios.

Estaba leyendo el otro día la historia de un viejo pastor que nunca había asistido a un lugar de adoración; pero cuando ya había encanecido, y estaba cerca de su muerte, fue atraído por curiosidad a una capilla Metodista, y todo era nuevo para él. Aunque era un anciano de corazón duro, pudo observarse que derramaba lágrimas durante el sermón. Había obtenido un rayo de esperanza. Vio que había misericordia aún para él. Se aferró de inmediato a la vida eterna. Fue gran sorpresa verle en la capilla, pero la sorpresa fue mayor cuando, en la noche del lunes siguiente se le vio en la reunión de oración; sí y se le escuchó en la reunión, pues cayó de rodillas y alabó a Dios porque había encontrado misericordia. ¿Les sorprendería saber que los metodistas exclamaron: "Bendito sea el Señor"?

Dondequiera que se predica a Cristo, hombres y mujeres malvados son llevados a sentarse a los pies del Salvador, "vestidos y en su juicio cabal." Lectores, ¿porqué no podría pasar lo mismo con ustedes? De todos modos, tenemos plenas evidencias que ser pecador no es un motivo para desesperar.

II. Debo avanzar ahora a mi segunda lección: UN SENTIDO DE PECADO NO CONFIERE EL DERECHO A LA MISERICORDIA:

Ustedes se preguntarán por qué menciono aquí esta verdad evidente; pero debo mencionarla debido a un error común que hace mucho daño. Este hombre era muy consciente de su pecado en la medida que se llamaba a sí mismo EL PECADOR; pero él no argumentaba su conciencia de pecado como una razón por la que debería hallar misericordia.

Hay una ingeniosidad en el corazón del hombre, casi diabólica, por la cual cambiaría si pudiera al propio Evangelio en un yugo de esclavitud. Si predicamos a los pecadores que pueden venir a Cristo con toda su angustia y miseria, alguien exclama: "No me siento pecador como debiera sentirlo. No he sentido esas convicciones de las que hablas, y, por consiguiente, no puedo venir a Jesús." Esto es retorcer el significado de lo que decimos. Nunca hemos querido insinuar que las convicciones y dudas y desalientos les conferían a los hombres un derecho a la misericordia, y que eran preparativos necesarios para la gracia. Yo quiero que ustedes, por consiguiente, aprendan que un sentimiento de pecado no le da al hombre un derecho a la gracia.

Si un profundo sentido de pecado hiciera al hombre merecedor de la misericordia, estaríamos poniendo al revés esta parábola. ¿Se imaginan entonces que este publicano era, después de todo, un fariseo vestido de manera diferente? ¿Imaginan que, en realidad, él quería decir al suplicar, "Dios sé misericordioso conmigo, porque soy humilde y despreciable"? ¿Dijo para sí mismo, "Señor, ten misericordia de mí porque no soy un fariseo, y estoy profundamente abatido por causa de mis malos caminos"? Esto demostraría que, en lo más profundo de su corazón, era un fariseo. Si conviertes a tus sentimientos en justicia, estás tan lejos del verdadero camino como si convirtieras a tus obras en justicia. Ya sea por obras o por sentimientos, cualquier cosa en la que se confía como que da derecho a obtener gracia, es un anticristo.

No vas a ser más salvo por tus miserias conscientes que por tus méritos conscientes: no hay ninguna virtud ni en lo uno ni en lo otro. Si haces un Salvador de las convicciones estarás tan seguramente perdido como si haces un Salvador de las ceremonias. El publicano confió en la misericordia divina y no en sus propias convicciones, y tú debes hacer lo mismo.

Imaginar que un terrible sentimiento de pecado constituyera un motivo para la misericordia sería como dar un premio al gran pecado. Ciertas personas que buscan, piensan, "nunca he sido un borracho, o un blasfemo, o un adúltero, y casi quisiera haberlo sido, para que pudiera sentirme como el mayor de los pecadores, y así podría venir a Jesús." No deseen nada tan atroz; no hay nada bueno en el pecado de una forma o de otra. Den gracias a Dios si han sido guardados de las más graves formas del vicio. No se imaginen que el arrepentimiento es más fácil cuando el pecado es más grave: lo contrario es lo verdadero. Crean que no hay ventaja en haber sido un horrible transgresor. Ya tienen suficientes pecados; ser peor no sería mejor. Si las buenas obras no te ayudan, ciertamente las malas no ayudarían tampoco.

Ustedes que han sido morales y excelentes deben implorar misericordia, y no ser tan necios como para soñar que pecados mayores les ayudarían para un arrepentimiento más sincero. Vengan como son, y si su corazón es duro, confiésenlo como uno de sus más grandes pecados. Un sentimiento más profundo de pecado no los haría merecedores a la misericordia de Dios; no pueden tener un título para la misericordia sino el que la misericordia les da. Sus lágrimas podrían fluir eternamente, su aflicción podría no conocer el descanso, y sin embargo, no tendrían ningún merecimiento para la gracia soberana de Dios quien tendrá misericordia de quien Él quiera tener misericordia.

Entonces queridos amigos, recuerden que si comenzamos a predicar a los pecadores que deben tener un cierto sentimiento de pecado y una cierta dosis de convicción, tal enseñanza apartaría al pecador de Dios en Cristo, para volcarlo hacia sí mismo. El hombre comienza de inmediato a decir, "¿Tengo yo un corazón quebrantado? ¿Siento la carga del pecado?" Esta es sólo otra manera de mirarse a sí mismo. El hombre no debe mirarse a sí mismo para encontrar razones para la gracia de Dios. El remedio no se encuentra en el asiento de la enfermedad; se encuentra en la mano del médico.

Un sentimiento de pecado no es un derecho, sino un don de ese bendito Salvador que es exaltado en lo alto, que otorga arrepentimiento y remisión de pecados. Tengan cuidado de cualquier enseñanza que hace que ustedes miren hacia sí mismos en busca de ayuda, sino que deben aferrarse a esa doctrina que hace que ustedes miren únicamente a Cristo. Ya sea que lo sepas o no, tú eres un pecador perdido y arruinado, bueno sólo para ser lanzado para siempre a las llamas del infierno. Confiesa esto, y no pidas volverte loco por un sentimiento de pecado. Ven a Jesús, y únicamente a Él.

Si caemos en la noción que un cierto sentimiento de pecado nos da un derecho ante Dios, estaremos colocando la salvación sobre otra base que no es la fe, y ese será un terreno falso. Ahora, la base de la salvación es: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna." Una fe sencilla en el Señor Jesucristo es el camino de la salvación; pero decir, "seré salvo porque tengo una horrible convicción de pecado, y soy conducido a la desesperación," eso no es hablar como habla el Evangelio, sino la expresión del orgullo de un corazón incrédulo. El Evangelio es que creas en Cristo Jesús; que te salgas de ti mismo, y dependas únicamente de Él. Tú dices: "me siento tan culpable." Ciertamente eres culpable, ya sea que lo sientas o no; y eres mucho más culpable de lo que te imaginas.

Ven a Cristo porque eres culpable, no porque te hayas preparado para venir mediante la consideración de tu culpa. No confíes en nada tuyo, ni siquiera en tu sentimiento de necesidad. Un hombre puede tener un sentimiento de enfermedad mucho tiempo antes que logre su curación. El espejo de la convicción revela las manchas en tu rostro, pero no las puede lavar. No puedes llenar tus manos metiéndolas en tus bolsillos vacíos y sentir cuán vacías están; sería mucho más sabio mantenerlas afuera, para poder recibir el oro que tu amigo tan libremente te da. "Dios, sé propicio a mí, pecador" es la forma correcta de decirlo, y no, "Dios, se propicio a mí porque siento de manera suficiente mi condición de pecado, y la deploro adecuadamente."

III. Mi tercera observación es ésta: EL CONOCIMIENTO DE SU CONDICIÓN DE PECADO GUÍA A LOS HOMBRES A LA ACCIÓN CORRECTA.

Cuando un hombre ha sido enseñado por Espíritu Santo que es un pecador, entonces como por una especie de instinto de la nueva vida, hace la cosa correcta de la manera correcta. Este publicano no había asistido a menudo al templo, y no había aprendido la forma ortodoxa de comportarse.

Es fácil aprender la manera de comportarse hoy día en los templos: se quita uno el sombrero, se coloca a la altura de la cara para leer el nombre del fabricante y su dirección. Nos sentamos, y en el momento adecuado, nos inclinamos y nos cubrimos los ojos, y cuando el resto de la congregación lo hace, nos ponemos de pie. La gente se acostumbra a hacerlo como si fueran máquinas; sin embargo no oran cuando se supone que debieran estar orando, ni se inclinan ante el Señor cuando se ofrece la adoración.

Este publicano es una persona fuera de serie; no sigue los patrones establecidos; tiene gestos propios. Primero, en lugar de colocarse al frente, se aparta y permanece lejos. No se atreve a venir donde esa persona tan respetable, el fariseo, está mostrándose a la vista de todos, porque no se siente digno. Deja espacio entre él y Dios, un lugar para un Mediador, un área para un Abogado, un puesto para un Intercesor, que interceda entre él mismo y el trono del Altísimo. Hombre sabio para permanecer así lejos; porque por este medio puede acercarse con seguridad a la persona de Jesús.

Además, ni siquiera se atreve a levantar sus ojos al cielo. Parecería natural que se eleven las manos durante la oración, pero él no quería ni siquiera elevar sus ojos. Elevar los ojos es algo muy propio, ¿o no? Pero para "el pecador" era aún más adecuado no levantar los ojos. Sus ojos abatidos querían decir mucho. Nuestro Señor no dice que él no podía levantar sus ojos, sino que él no quería hacerlo. Él podía mirar hacia arriba, porque en espíritu lo hizo cuando exclamó, "Dios, sé propicio a mí"; pero no se atrevía a levantarlos, porque le parecía indecoroso que unos ojos como los suyos escudriñaran el cielo donde mora el Dios santo.

Mientras tanto, el publicano penitente estuvo dándose golpes en el pecho. El original no dice que se golpeó en el pecho una vez, sino que se pegó una y otra vez. Fue un acto repetido. Parecía decir: "¡Oh, este malvado corazón!" Quería pegarle. Una y otra vez expresó su intensa pena por medio de este gesto oriental, pues no sabía de qué otra manera expresar su aflicción. Su corazón había pecado, y le pegó; sus ojos lo habían llevado al extravío, y los hizo mirar hacia la tierra; y como él mismo había pecado viviendo lejos de Dios, se proscribió lejos de la Presencia manifiesta. Cada gesto y posición son significativos, y sin embargo todos se hicieron presentes espontáneamente. No tenía un manual de directrices acerca de cómo comportarse en la casa de Dios; su sinceridad lo guió.

Si quieren saber cómo comportarse como penitentes, sean penitentes. Las mejores directrices de adoración son las que están escritas en los corazones quebrantados. He oído de un ministro de quien se dice que lloraba en el lugar equivocado de sus sermones, del que posteriormente se descubrió que escribía al margen de su manuscrito, "aquí debo llorar." Su audiencia no podía ver la razón para esa humedad artificial. Debe haber causado un efecto ridículo.

En religión todo lo artificial es ridículo o aun peor que eso; pero la gracia en el corazón es el mejor "maestro de ceremonias." Quien ora correctamente en su corazón no errará mucho con sus pies, o con sus manos o con su cabeza. Si quisieras saber cómo acercarte a Dios, confiesa que eres pecador, y de esa manera ocupa tu verdadero lugar ante el Dios de la verdad: arrójate sobre la misericordia divina, y así pon a Dios en Su verdadera posición como tu Juez y Señor.

Observen que este hombre, aun bajo el peso del pecado consciente, fue conducido rectamente;pues fue inmediatamente hacia Dios. Un sentimiento de pecado sin fe nos aleja de Dios, pero un sentimiento de pecado con fe nos lleva de inmediato a Dios. Él vino únicamente a Dios ; sintió que no servía de nada confesar su falta a un mortal, o buscar la absolución de un hombre. No recurrió al sacerdote del templo, sino al Dios del templo. No pidió hablar con el hombre bueno e instruido, el fariseo, que estaba en el mismo nivel que él. Su cuarto de consulta fue el secreto de su propia alma, y él consultó directamente al Señor. Corrió directo a Dios, el único capaz de ayudarle; y cuando abrió su boca, fue: "Dios, sé propicio a mí, pecador." Eso es lo que tienes que hacer, mi querido lector, si quieres ser salvo: debes ir directa e inmediatamente a Dios en Cristo Jesús. Olvida todo lo demás, y di con el hijo pródigo cuando regresó, "Me levantaré e iré a mi padre." Nadie sino Dios puede darnos lo que necesitamos, y nadie puede darnos esa misericordia sino sólo el Dios de la misericordia. Que cada pecador quebrantado venga a su Dios, a Quien ha ofendido.

El publicano no miró a su alrededor, a sus compañeros de adoración; estaba demasiado absorto en el propio dolor de su corazón. Especialmente es de notar que no tenía observaciones que hacer sobre el fariseo. No denunció el orgullo, o la hipocresía, o la dureza de corazón del profesante que tan ofensivamente lo veía con desprecio. No regresó desprecio por desprecio, como nosotros todos estamos dispuestos a hacer. No, él trató únicamente con el Señor en la profunda sinceridad de su propio corazón; y así debía ser. Persona que lees, ¿cuándo vas a hacer lo mismo? ¿Cuándo cesarás de censurar a otros, y reservar tu severidad para ti mismo, y tus observaciones críticas para tu propia conducta?

Cuando vino a Dios fue con una confesión completa de pecado: "Dios, sé propicio a mí, pecador." Tanto sus ojos como sus manos se unieron con sus labios para reconocer sus iniquidades. Su oración estaba húmeda con el rocío del arrepentimiento. Vertió su corazón ante Dios de la manera más libre y natural: su oración provenía de la misma fuente que la del hijo pródigo cuando dijo, "Padre, he pecado," y la de David cuando clamó, "Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos." La mejor oración es la que proviene del corazón más humillado.

Él apeló únicamente a la misericordia. Esto fue sabio. Vean cuán rectamente fue guiado. ¿Qué tenía que ver él con la justicia, que sólo podría condenarlo y destruirlo? Como una espada desenvainada, amenaza envainarse en mi corazón; ¿cómo puedo apelar a la justicia? No se puede recurrir ni al poder ni a la sabiduría, ni a cualquier otro atributo del gran Dios; solamente la misericordia extendía sus alas. La oración, "Dios, sé propicio," es la única oración para ustedes que son gravemente culpables. Si durante todas sus vidas han despreciado a su Salvador, todo lo que pueden hacer ahora es arrojarse sobre la misericordia de Dios.

El texto original en griego nos permite ver que este hombre tenía su mirada puesta en la propiciación. No quiero decir que él entendía enteramente la doctrina de la expiación; pero, sin embargo, su oración fue, "Dios sé propiciado por mí el pecador." Había visto el cordero de la mañana y de la tarde, y había oído del sacrificio por el pecado; y aunque no hubiera conocido todo acerca de la expiación, y la sustitución, sin embargo hasta donde sabía, su mirada estaba dirigida hacia ese camino. "Oh, Dios, sé propiciado, acepta un sacrificio, y perdóname." Si tú conoces tu pecado, será sabio que implores la propiciación que Dios ha establecido para el pecado del hombre. ¡Que el Espíritu de Dios te impulse a confiar en Jesús ahora! El año nuevo se desliza rápidamente; su segundo mes ya casi se ha ido; ¿cuántos meses tendrán que pasar antes que tú, pecador culpable, quieras venir para implorar la misericordia de Dios, el Único Dios infinitamente misericordioso? ¡Grandioso Dios, que este sea el día de Tu poder!

IV. Cierro ahora con mi último encabezado, el cual es: LA CONFESIÓN CON FE DEL PECADO ES EL CAMINO DE LA PAZ. "Dios, sé propicio a mí, pecador," fue la oración, pero, ¿cuál fue la respuesta? Escuchen esto: "Éste hombre descendió a su casa justificado antes que el otro."

En pocas frases déjenme esbozar el progreso de este hombre. Él vino a Dios sólo como pecador, desnudamente como pecador. Observen, él no dijo, Dios, sé propicio a mí, un pecador penitente." Él era un pecador penitente pero no argumentó su penitencia; y si ustedes son alguna vez tan penitentes y están convencidos de pecado, no lo mencionen como argumento, no sea que se les acuse de justicia propia. Ven tal como eres, como un pecador, y nada más. Muestra tus heridas. Trae tu pobreza espiritual ante Dios, y no tu supuesta riqueza. Si tienes un centavo que sea propio, deshazte de él. Únicamente la pobreza perfecta te exonerará de tu bancarrota. Si tienes un mendrugo de pan enmohecido en la alacena de tu justicia propia, ningún pan del cielo será tuyo. Tú no debes ser nada ni nadie, si Dios va a ser tu todo en todo.

Este hombre no exclama, "Dios, sé propicio a mí, el penitente"; sino, "sé propicio a mí, el pecador." Ni siquiera dice: "Dios, sé propicio a mí, el pecador reformado." Yo no tengo duda que él fue reformado, y que abandonó sus malos caminos, pero él no alega esa reforma. La reforma no te quitará tu estado de pecado; por eso no hables como si pudieras hacerlo. Lo que vas a ser no sirve de expiación por lo que has sido. Ven, pues, simplemente como pecador, no como un pecador cambiado y mejorado. ¡No vengas porque estás lavado, sino para ser lavado!

El publicano no dice, ""Dios, se propicio a mí un pecador que ora." Él estaba orando, pero no lo menciona en su súplica, porque él no tenía una gran opinión de sus propias oraciones. No uses como argumento tus oraciones; mejor sería implorar por tus pecados. Dios sabe que tus oraciones tienen pecado en ellas. ¡Oh, hombre, tus mismas lágrimas de arrepentimiento necesitan ser lavadas! Cuando tus súplicas son más sinceras, ¿qué son sino lamentos de una criatura condenada que no puede dar una sola razón para no ser ejecutada? Siente y reconoce que mereces condenación, y ven a Dios como un pecador. ¡Despójate de tus despreciables galas! Quiero decir de tus "andrajos asquerosos." No te engañes a ti mismo con la maleza de tu propio arrepentimiento, y mucho menos con las hojas de higuera de tus propias resoluciones, sino ven a Dios en Jesucristo con toda la desnudez de tu pecado, y la eterna misericordia te cubrirá a ti y a tus pecados.

A continuación, observen que este hombre no hizo nada sino sólo implorar misericordia: dijo, "Dios, sé propicio a mí." No intentó excusarse diciendo: "Dios, no pude impedirlo. Señor, yo no fui peor que los demás publicanos. Señor, yo era un servidor público, y sólo hice lo que hace cualquier otro cobrador de impuestos." No, no, él es demasiado honesto para inventar excusas.

Él es un pecador, y lo reconoce. Si el Señor lo va condenar por su propia boca y lo envía al infierno, él no puede impedirlo; su pecado es demasiado evidente para que pueda ser negado. Pone su cabeza para ser decapitado, y humildemente suplica, "Dios, sé propicio a mí, pecador." Tampoco ofrece este publicano algunas promesas de enmienda futura para saldar sus cuentas. No dice, "Señor se propicio por el pasado, y yo prometo ser mejor en el futuro." Nada de eso; "sé propicio a mí, el pecador" es su única petición. Así quisiera que ustedes clamaran, "¡Oh, Dios, sé propicio a mí! Aunque ahora estoy condenado, y he merecido ser condenado más allá de toda esperanza por Tu justicia, ten misericordia de mí, ten misericordia de mí ahora." Esa es la manera de orar; y si oras de esa manera Dios te oirá. Él no ofrece pagar nada; no propone ninguna forma de rescate que sea pagado por ti. El publicano no presenta a Dios sus lágrimas, su abstinencia, su auto-negación, su generosidad hacia la iglesia, su liberalidad con los pobres, o cualquier otra cosa; solamente le suplica al Señor que sea propiciado, y que sea misericordioso con él por el grandioso sacrificio. ¡Oh, que todos ustedes oraran de esa manera inmediatamente!

Ahora, quiero alegrar sus corazones observando que este hombre, por medio de su oración, y a través de esta confesión de pecado, experimentó un notable grado de aceptación. Él había llegado al templo condenado; "descendió a su casa justificado." Un cambio completo, un cambio repentino, un cambio feliz fue obrado en él. El corazón pesado y el ojo abatido fueron sustituidos por un corazón alegre y una actitud de esperanza. Él llegó a ese templo con temblor, lo dejó con regocijo. Estoy seguro que su mujer notó la diferencia. ¿Qué le había sucedido? Los hijos también lo observaron. El pobre padre solía sentarse solo, suspirando continuamente; pero de repente está tan feliz; hasta canta los salmos de David contenidos en la parte final del libro. El cambio fue muy marcado. Antes de la comida dice: "hijos, debemos dar gracias a Dios antes de que comamos." Lo rodean y se maravillan del rostro feliz del amado padre cuando bendice al Dios de Israel. Les dice a sus amigos, "Hermanos, estoy reconfortado; Dios ha tenido misericordia de mí. Fui culpable al templo, y he regresado justificado. Todos mis pecados han sido perdonados. Dios ha aceptado una propiciación en mi beneficio." ¡Cuánto bien se puede derivar de tan feliz testimonio!

Este fue un cambio muy repentino, ¿no es cierto? Fue obrado en un instante. El proceso del nacimiento espiritual no es cosa de horas, sino de un solo segundo de tiempo. Los procesos que conducen a él, y brotan de él, son largos pero la recepción real de la vida debe ser instantánea. No en todos los casos serás capaz de identificar con tu dedo ese segundo, pero el tránsito de la muerte a la vida debe ser instantáneo. Debe haber un momento en el que el hombre está muerto, y otro momento en el que está vivo. Sin embargo, puede ser que el hombre no se dé cuenta de cuándo tuvo lugar el cambio. Si vas en una ruta hacia el Cabo puede ser que cruces el ecuador al filo de la medianoche, y que no te des cuenta de ello, pero sin embargo lo cruzarías. Algunos hombres que no son marineros han creído que verían una línea azul a lo largo de olas. Pero no es perceptible, aunque ciertamente está allí. El ecuador es tan real, como si pudiéramos ver un cordón dorado que rodea a todo el globo.

Queridos amigos, ¡quiero que crucen la línea hoy! ¡Oh, que regresaran a casa diciendo, "¡Gloria, gloria, aleluya! Dios ha tenido misericordia de mí." Aunque sientan hoy que ni siquiera darían dos centavos por su vida, si vienen a Dios por medio de Jesús, se irán bendiciendo a Dios no sólo por estar vivos, sino porque vivirán por siempre, felices en Su amor.

Una vez más: este hombre descendió con un testimonio tal que yo ruego que todos lo tengamos. "Fue justificado." "Pero," agregan ustedes, "¿cómo sé que fue justificado?" Escuchen estas palabras. Nuestro bendito Señor dice, "Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro." "Os digo." Jesús nuestro Señor, puede decirlo. Nos lo dice al oído. Se lo dice a Dios y a los ángeles santos, y se lo dice al propio hombre. El hombre que ha clamado desde su corazón "Dios, sé propicio a mí, pecador" es un hombre justificado. ¡Cuando se levantó y confesó su pecado, y se arrojó completamente sobre la misericordia divina, ese hombre fue liberado de su carga, y así descendió a su casa justificado! Ustedes van de regreso a sus casas. ¡Oh, que nos pudiéramos ir justificados!

Ustedes se van a sus casas; quiero que vayan a casa a Dios, quien es el verdadero hogar del alma. "¡Éste descendió a su casa justificado!" ¿Y por qué no hacen ustedes lo mismo? Tal vez, lector, nunca has estado antes en el Tabernáculo. Posiblemente, amigo mío, tú eres uno de esos caballeros que se pasan las mañanas del domingo en mangas de camisa en su hogar, leyendo el periódico. Han venido aquí esta mañana sólo por accidente. ¡Bendito sea Dios! Espero que regresen a casa "justificados." ¡Que el Señor nos conceda eso! Tal vez ustedes siempre vienen aquí, y han ocupado un asiento desde que se construyó el Tabernáculo, y sin embargo, nunca han hallado misericordia. ¡Oh, que la encuentren hoy! Busquemos esta bendición. Vengan conmigo a Jesús. Yo los guiaré al camino; les ruego que digan conmigo esta mañana: "Dios, sé propicio a mí, el pecador." Descansen sobre esa grandiosa propiciación: confíen en la sangre de la expiación de Jesucristo.

Arrójense sobre el amor del Salvador, y descenderán a sus casas justificados. ¿Es una pobre casa humilde? ¿Es peor que eso, un cuarto trasero arriba de tres tramos de escaleras? ¿Eres muy, pero muy pobre, y estás sin trabajo desde hace mucho tiempo? No importa. Dios lo sabe todo. Busca Su rostro. Será un domingo feliz para ti, si este día comienzas una nueva vida por la fe en Jesús. Tendrás gozo, paz, y felicidad si buscas y encuentras la misericordia del grandioso Padre. Me parece que te veo caminando hacia tu hogar, habiendo dejado tu carga atrás de ti, pero rodeado de himnos de alabanza para nuestro Dios. Que así sea. Amén y amén.


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