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English: One Father, Many Sons

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Por Ray Ortlund Jr. sobre La Naturaleza de la Iglesia
Una parte de la serie Tabletalk

Traducción por Caridad Adriana Zayas Velázquez


“La historia de la iglesia comienza con Israel, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento.” Así lo escribe el Dr. Edmund Clowney en su libro LA IGLESIA.

Hace unos años, yo hubiese estado en desacuerdo con este postulado. Yo hubiera dicho que la iglesia no existía antes de Pentecostés en Hechos 2. Yo hubiese discutido que el pueblo de Dios del Antiguo Testamento fluía en un sendero independiente. Con sus propios propósitos en el plan de Dios para la historia. Yo hubiese interpretado las promesas de Dios en el Antiguo Testamento a Su pueblo para ser cumplidas en una futura nación judía. Hubiese percibido el Antiguo Testamento como el libro de los Judíos, aplicable a mi de modo indirecto, si lo es del todo. Y no hubiese escrito este artículo.

Obviamente, he cambiado de pensar. Tal vez Ud. lo haya hecho también. Si no, este artículo puede que lo persuada a considerar el hacerlo. Quiero discutir que el pueblo de Dios es uno, a través de todo el curso de la historia bíblica. Sí, hay una discontinuidad a partir de la corriente del Viejo Testamento hacia el Nuevo Testamento. El derramamiento del Espíritu Santo desde Pentecostés ha sido mayor, como lo deseó Moisés (Números 11:29) y como previó Joel (Joel 2:28-32). Pero mucho más profundo, el pueblo de Dios a través de todas las épocas ha estado comprometido como un todo en Cristo.

En los años iniciales de mi ministerio, hice del libro de Gálatas mi proyecto personal. La cuestión de Israel y la Iglesia no estaba en la primera línea de mi agenda. Mi interés principal yacía en el entendimiento más claro de los Evangelios de la Gracia. Asi que ahí estaba yo, construyendo mi camino cuidadosamente a través de Gálatas, atendiendo a mis propios asuntos, cuando el apóstol Pablo me sorprendió absolutamente, un dia. El hizo una aseveración que estaba cargada con implicaciones que yo no esperaba encontrar en la Biblia. Esto fue lo que dijo: “Y si ustedes están en Cristo, entonces ustedes son la semilla de Abraham, y su herederos acorde con la promesa”(Gálatas 3:29).

¡La semilla de Abraham! ¡Yo! He pensado que las promesas del Antiguo Testamento pertenecían al pueblo judío.¿ No son ellos, literalmente, la semilla de Abraham y por ende, sus herederos? ¿Y no se supone que leamos el Antiguo Testamento “literalmente”? Pero Gálatas 3 me obligó a admitir que Pablo estaba diciendo algo muy profundo. El apóstol está argumentando que la unión espiritual con Cristo, no la conexión étnica con Abraham, es lo que identifica a los herederos de las promesas de Dios. Cristo es el verdadero heredero de Abraham (Gal. 3:16). Y nosotros hemos sido bautizados en Cristo (Gal. 3:28). Por lo tanto, es la unión con Cristo únicamente lo que califica a cualquiera como heredero de las promesas de Dios en el Antiguo Testamento.

Piense conmigo acerca del contexto de la impresionante aseveración de Pablo. En Gálatas, él lucha por la pureza del Evangelio. Algunos creyentes judíos se alarmaron con la afluencia de los gentiles conversos a las iglesias. El Mishnah (leyes judías), una compilación de antiguas tradiciones religiosas judías, alertó, “Las casas de los Gentiles son impuras” (Oholoth, 18.7) Por lo tanto, un judío devoto no podía visitar la casa de un Gentil, por ejemplo, sin contaminarse. Por supuesto, los Gentiles podrían convertirse a la fe en el Mesías. Pero también tendrían que despojarse de su cultura como Gentil y adoptar los ritos establecidos por la interpretación tradicional del Antiguo Testamento si deseaba ser aceptado dentro de la comunidad del Pacto (Hechos 15:1). Después de todo, ¿no eran los Judíos los guardianes del mensaje del Antiguo Testamento? ¿Qué podían saber estos desaliñados gentiles acerca de la Biblia? Pero Pablo comprendió los Evangelios tan claramente que se opuso enérgicamente a la distorsión de la gracia de Dios.

En uno de los momentos más dramáticos de la Biblia, Pablo se enfrentó nada menos que con el apóstol Pedro (Gal. 2:11)-21). Pedro ya sabía por el episodio ocurrido con Cornelio en Hechos 10 que Dios aceptaba a los Gentiles como gentiles. Y Pedro se atrevió a convivir con las consecuencias de tal cambio radical cuando se rozó hombro a hombro con los Gentiles hermanos en Cristo (Gal. 2:12). Pero se distanció de los creyentes Gentiles cuando la “Policía Ideológica” de Jerusalén arribó. Hasta Barnabé se desvió. Y Pablo llamó a esto hipocresía (Gal. 2:13). Él podía ver “que ellos no eran sinceros acerca de la verdad del Evangelio” (Gal. 2:14) Tal vez sin darse cuenta, Pedro estaba dividiendo al pueblo de Dios entre Judíos (primera clase) y Gentiles (segunda clase) en los niveles de herencia.

Pablo argumenta la alternativa positiva a la hipocresía de Pedro en Gálatas 3. Más que dividir al pueblo de Dios según líneas étnicas, culturales o históricas, Pablo argumenta que la fe en Jesús es el único requisito para cualquiera, ya sea Judío o Gentil, para ser restaurado en la Gracia de Dios y hecho su heredero. Y esto, explica él, es en sí el mensaje del Antiguo Testamento Gal. 3:8-9). Entonces su impresionante conclusión aparece en Gálatas 3:29: “ Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa.

Cuando Pablo afirma que “los descendientes de Abraham son aquellos que viven por la fe” (Gál. 2:7 NVI), ni siquiera se le ocurre calificar esta declaración dividiendo a los hijos de Abraham en dos grupos, los hijos del Antiguo Testamento y los hijos del Nuevo Testamento. Su punto de vista total es borrar las distinciones entre los dos. Todos los creyentes en Jesús, por el mero hecho de creer en Jesús, son hijos de Abraham y por ende, herederos de las promesas del Antiguo Testamento. En otras partes, Pablo deja claro que el propósito de Dios no es crear dos pueblos sino uno: “[Cristo] EL mismo es nuestra paz, quien ha hecho uno de ambos, y ha echado abajo el muro de la separación…” Dios ha declarado “que los Gentiles debe ser coherederos, de un mismo cuerpo” (Efesios 2:14; 3:6ª).

Por lo tanto, el lector Cristiano, quienquiera que seas, eres una parte de algo vasto, antiguo y glorioso. Si estás en Cristo, entonces tú eres la semilla de Abraham y un heredero de Dios. Las promesas del Antiguo Testamento son tuyas tanto como lo son de Abraham, tanto como lo son de Cristo. ¿Por qué? Porque tu eres un heredero “de acuerdo a la promesa” – no de acuerdo a la obediencia con alguna cultura religiosa. Cristo es todo lo que necesitas para ser incluído. ¡Bienvenido, creyente, al pueblo de Dios comprado con su sangre! Saborea la perspectiva de tu futura herencia en Cristo. Vive con audacia, como aquel cuya felicidad eterna no se ve amenazada por los golpes de esta vida.

Así que hay una sola línea hereditaria, sólo una familia de Dios. De acuerdo con Romanos 11:16-24, el pueblo de Dios a través de la historia está unido al igual que un árbol está orgánicamente unido desde sus raíces hasta las más alejadas ramas. Como el “edificio completo” de Efesios 2:21, creyentes judíos y gentiles se suman al sagrado templo del Señor. “Las realidades espirituales son más profundas que las físicas externas, de modo que somos la circuncisión, que adora a Dios en el Espíritu, se regocija en Jesucristo y no se fía de la carne” (Filipenses 3:3). No es el origen étnico sino la fe, lo que marca al verdadero pueblo de Dios (Gal. 3:9). Por lo tanto, Dios no está materializando Su propósito salvador en dos senderos, sino en uno, definido únicamente por Jesucristo (Gal. 3:16). Si estás en Cristo, estás en el sendero, quienquiera que seas: “No hay Judío ni Griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.” (Gal 3:28).

No es convincente, entonces, cuando un erudito, en el libro CONTINUIDAD Y DISCONTINUIDAD, escribe, “El concepto de Pablo sobre la unidad incluye una unidad en Cristo en la cual no hay diferencias en relación con Dios (comp. Gal. 3:29), pero no una unidad que disuelva todas las diferencias históricas.” Por el contrario, una unidad en Cristo que disuelva las diferencias históricas es precisamente lo que Pablo argumenta cuando sostiene que “No hay ni Judíos ni Griegos… porque ustedes son sólo uno en Jesucristo.” (Gal. 3:28). Para que el comentario de este erudito sea válido, uno tendría que suponer que la bendición de Dios continuará para los Judíos fuera de las categorías de los Evangelios de Pablo. Pero Pablo está asegurando que la unidad del pueblo de Dios está implícita en el propio Evangelio.

Me apresuro a añadir que sería erróneo ver a Dios seleccionando la etnia de Israel en Abraham tiempo atrás y, cuando ellos eventualmente le fallaron, excluyéndolos de Sus propósitos. Algunos estudiantes reformistas de la Biblia, con un ojo en Romanos 11:25, creen que Dios se propuso una futura congregación de judíos, como judíos, en la iglesia. Serían injertados en el histórico árbol de olivo, como fueron (Rom. 11:23-24). Pero hay aún un solo “árbol” creciendo a través de la historia. Y aún cuando otra interpretación de estos versos sea preferida, como proponen otros estudiantes reformistas, aún el pueblo de Dios del Nuevo Testamento no reemplaza al pueblo del Antiguo Testamento. Las ramas judías en el árbol han sido cortadas y algunas “ramas de olivo silvestre” gentiles han sido injertadas en él. Pero Dios no cambia del Plan A al Plan B en su Nuevo Testamento. El continúa ejerciendo el Plan A, como el derramamiento del Espíritu Santo extiende sus bendiciones ampliamente entre las naciones, Él lo hará como lo ha profetizado (Gal. 3:14).

Lea el Antiguo Testamento de la forma que Pablo lo leyó. Lea como las promesas de Dios estaban dirigidas a todos los creyentes en Cristo, incluído usted. Léalo como su libro. ¡Vea toda la Biblia como un libro en el que Dios dirige su alma con un mensaje evangélico para una iglesia magnificando un solo Cristo, quien es el heredero de todas las promesas de Dios y a través de quien usted se ha convertido en heredero conjunto!


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