Una Teología para la Iglesia/La Iglesia

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Como un cuerpo reunido de personas, la iglesia debe ser dirigida. Universal y localmente, la cabeza y pastor principal de la iglesia es Cristo Jesús (Ef 4:1–16; He 13:20; 1ª P. 5:4). Cristo no estableció ningún tipo de estructura de liderazgo, explícita o implícita, para la iglesia universal durante su ministerio terrenal. Luego, entre las congregaciones cristianas las relaciones son voluntarias por naturaleza. <ref>  Esta naturaleza voluntaria de las relaciones entre las congregaciones cristianas, sin embargo, no significa que las decisiones respecto a las relaciones de una congregación con otra son simplemente materias indiferentes. </ref> Dentro de la congregación local, no obstante, la enseñanza del Nuevo Testamento es diferente. La iglesia está establecida con un orden simple de liderazgo. Antes de abordar los oficios específicos establecidos para la iglesia en el Nuevo Testamento, cinco principios bíblicos de tal liderazgo deben ser considerados por todos aquellos que desean o se sienten llamados a servir en el liderazgo .  
Como un cuerpo reunido de personas, la iglesia debe ser dirigida. Universal y localmente, la cabeza y pastor principal de la iglesia es Cristo Jesús (Ef 4:1–16; He 13:20; 1ª P. 5:4). Cristo no estableció ningún tipo de estructura de liderazgo, explícita o implícita, para la iglesia universal durante su ministerio terrenal. Luego, entre las congregaciones cristianas las relaciones son voluntarias por naturaleza. <ref>  Esta naturaleza voluntaria de las relaciones entre las congregaciones cristianas, sin embargo, no significa que las decisiones respecto a las relaciones de una congregación con otra son simplemente materias indiferentes. </ref> Dentro de la congregación local, no obstante, la enseñanza del Nuevo Testamento es diferente. La iglesia está establecida con un orden simple de liderazgo. Antes de abordar los oficios específicos establecidos para la iglesia en el Nuevo Testamento, cinco principios bíblicos de tal liderazgo deben ser considerados por todos aquellos que desean o se sienten llamados a servir en el liderazgo .  
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Los líderes de la iglesia necesitan estar explícitamente calificados. No todos los cristianos están calificados para servir como líderes u obispos en la iglesia. En Hechos 20, 1ª Timoteo, Tito 1 y 1ª Pedro 5 se establecen las características para los subpastores o ancianos de la manada. Es particularmente relevante entre esas calificaciones la exigencia que el que sirve como obispo sea “capaz de enseñar” (1ª Tim 3:2). Más aún, como representantes de Cristo, los ministros tienen la especial obligación de reflejar el carácter de Cristo. Tal carácter, incluirá un cuidado de la manada, una voluntad de servicio, una ausencia de avaricia. Un rechazo a señorear sobre el rebaño, una vida ejemplar, irreprensible, marido de una sola mujer y la habilidad de gobernar bien su casa. Un ministro no es arrogante, irascible o dado al mucho vino. Un ministro no debe ser violento o deseoso de ganancias deshonestas. En estas y otras condiciones señaladas en las Escrituras, el líder en la congregación, debe estar explícitamente calificado.
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Los líderes de la iglesia necesitan estar ''explícitamente calificados''. No todos los cristianos están calificados para servir como líderes u obispos en la iglesia. En Hechos 20, 1ª Timoteo, Tito 1 y 1ª Pedro 5 se establecen las características para los subpastores o ancianos de la manada. Es particularmente relevante entre esas calificaciones la exigencia que el que sirve como obispo sea “capaz de enseñar” (1ª Tim 3:2). Más aún, como representantes de Cristo, los ministros tienen la especial obligación de reflejar el carácter de Cristo. Tal carácter, incluirá un cuidado de la manada, una voluntad de servicio, una ausencia de avaricia. Un rechazo a señorear sobre el rebaño, una vida ejemplar, irreprensible, marido de una sola mujer y la habilidad de gobernar bien su casa. Un ministro no es arrogante, irascible o dado al mucho vino. Un ministro no debe ser violento o deseoso de ganancias deshonestas. En estas y otras condiciones señaladas en las Escrituras, el líder en la congregación, debe estar explícitamente calificado.
Los líderes de la iglesia deben tener buena reputación con los extraños. Quienes lideran la iglesia no deben ser hombres que traigan descrédito sobre el evangelio, sino hombres que vivan sujetos al evangelio como la luz gloriosa de esperanza y verdad en el mundo. El corazón amoroso de Dios por el mundo brilla más claramente mediante vidas puras. Para que toda la iglesia se enfoque en su misión y propósito, cuando estos líderes interactúan con las autoridades, con los vecinos y con los empleados, deberían compartirles el evangelio. Los obispos no deben ser amantes del dinero, Pablo dice en 1ª Tim 3, sino amantes de los extranjeros (es el significado de la palabra que él usa “hospitalario”). Para representar fielmente al Señor en la iglesia, los líderes de la iglesia deben estar centrados tanto en Dios como en las vidas de los demás.
Los líderes de la iglesia deben tener buena reputación con los extraños. Quienes lideran la iglesia no deben ser hombres que traigan descrédito sobre el evangelio, sino hombres que vivan sujetos al evangelio como la luz gloriosa de esperanza y verdad en el mundo. El corazón amoroso de Dios por el mundo brilla más claramente mediante vidas puras. Para que toda la iglesia se enfoque en su misión y propósito, cuando estos líderes interactúan con las autoridades, con los vecinos y con los empleados, deberían compartirles el evangelio. Los obispos no deben ser amantes del dinero, Pablo dice en 1ª Tim 3, sino amantes de los extranjeros (es el significado de la palabra que él usa “hospitalario”). Para representar fielmente al Señor en la iglesia, los líderes de la iglesia deben estar centrados tanto en Dios como en las vidas de los demás.

Revisión de 20:25 30 jun 2010

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Por Mark Dever sobre La Naturaleza de la Iglesia
Capítulo 1 del Libro Una Teología para la Iglesia

Traducción por Vladimir Miramare


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Contenido

La Necesidad de Estudiar la Doctrina de la Iglesia

La doctrina de la iglesia es de la mayor importancia. Una teología para la iglesia estaría incompleta sin una teología de la iglesia. Aunque muchas de las teologías sistemáticas iniciales han omitido, en gran medida, la eclesiología[1], la doctrina de la iglesia es un componente fundamental de la verdad cristiana.

Esta es la parte más visible de la teología cristiana y está vitalmente conectada con cualquier otra parte de ella. Una iglesia deformada coincide, por lo general, con un evangelio deformado. Ya sea que tal deformación de la iglesia resulte de una mala interpretación del evangelio, o que conduzca a ella, serias desviaciones de las enseñanzas bíblicas acerca de la iglesia; generalmente, significan una mayor y más grave mala interpretación de la fe Cristiana.

Esto no quiere decir que todas las diferencias en eclesiología sean equivalentes a diferencias sobre el propio evangelio. Cristianos honestos han pospuesto la discusión sobre muchos asuntos importantes en la iglesia. Pero tales frecuentes discrepancias no son necesariamente triviales; es decir, carentes de importancia. No esenciales no significa sin importancia. El color del letrero de la iglesia o la hora de la congregación del culto el día domingo son cosas no esenciales a la fe Cristiana, como sí lo son las prácticas de leer la Escritura y el bautismo de los creyentes. Todo lo concerniente a estas distintas materias varía enormemente en importancia.

Quizás el común desinterés por la eclesiología derive de la interpretación, según la cual, la iglesia, en sí misma, no es necesaria para la salvación. Cipriano de Cartago, pudo haber afirmado: “Nadie puede tener a Dios como su padre si no tiene a la iglesia como su madre”, pero pocos están dispuestos a compartir este criterio hoy en día[2].

Aún la iglesia de Roma reconoció en el Concilio Vaticano II que una participación consciente y competente no es necesaria para la salvación. Y al enfatizar los evangélicos Protestantes la salvación sólo por la fé, ciertamente hacen un uso menor de la iglesia y mucho menos estudian la doctrina de la iglesia.

Sin embargo, la iglesia debería ser considerada importante debido a la importancia que tiene para Cristo. Cristo fundó la iglesia (Mt. 16:18) comprándola con Su sangre (Hech. 20:28) e identificándose íntimamente con ella (Hech. 9:4). La iglesia es el Cuerpo de Cristo (Ef. 1:23; 4:12; 5:23-32; Col. 1:18,24; 3:15; 1a Co. 12:12-27), el lugar donde mora su Espíritu (Ro. 8: 9, 11, 16; 1a Co.3: 16-17; 6:11,15-17; Ef. 2:18,22; 4: 4) y el principal instrumento para glorificar a Dios en este mundo. Por último, la iglesia es instrumento de Dios tanto para llevar el evangelio a las naciones como para ser el anfitrión de la humanidad redimida por Sí mismo (Apo. 5:9).

Más de una vez, Jesús dijo que el amor hacia Él, se demostraría por la obediencia a sus mandamientos (Jn 14: 15,23). Tal obediencia no solo requiere compromiso y acción individual del Cristiano, requiere un compromiso colectivo de obediencia. Los individuos de la iglesia, juntos, irán y discipularán, bautizarán, enseñarán a obedecer, a amar, a recordar y conmemorar su muerte vicaria con pan y el fruto de la viña.

La autoridad eterna de los mandamientos de Cristo obliga a los cristianos a estudiar las enseñanzas bíblicas sobre la iglesia. Los errores actuales debidos a mala interpretación y práctica de la iglesia determinarán, si prevalecen, mayor confusión aún sobre el evangelio. La proclamación Cristiana debe hacer el evangelio audible, comprensible, pero los cristianos viviendo juntos en una congregación local son quienes hacen visible el evangelio (ver Jn 13: 34-35). La iglesia es el evangelio hecho visible.

Hoy en día, muchas iglesias locales están a la deriva en las fluctuantes corrientes del pragmatismo. Ellas suponen que la respuesta emotiva de los no creyentes es la clave del éxito. Al mismo tiempo, la cristiandad está siendo enajenada en la cultura general en la medida que el evangelismo es calificado de intolerante y ciertas doctrinas bíblicas son consideradas insultos y amenazas racistas. En momentos de tanta hostilidad, las necesidades de los no creyentes pueden considerarse como elementos apenas fiables, y adaptadas a la cultura prevaleciente equivaldrán a una pérdida del propio evangelio.

En la medida que el crecimiento numérico permanezca como el indicador primario de la vitalidad de la iglesia, la verdad estará comprometida. Por el contrario, las iglesias deben; una vez más, comenzar a a medir el éxito no en función del número de miembros sino en términos de la fidelidad a las Escrituras. William Carey fue fiel en la India y Adoniram Judson perseveró en Burma no porque hubiesen tenido éxito inmediato o por haberse promocionado a sí mismos como “relevantes”.

Tal como ocurre en otras secciones de este libro, la doctrina de la iglesia se considerará; en primer lugar, bíblicamente, luego, históricamente, sistemáticamente, y por último, de manera práctica.

¿Qué Dice la Biblia?

Naturaleza de la Iglesia

La iglesia es el grupo de personas llamadas por la gracia de Dios por medio de la fe en Cristo para glorificarlo a Él y para servirle en este mundo[3].

Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento: Israel

Para comprender la iglesia en la plenitud de la verdad revelada por Dios, se deben examinar tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentos. Aunque algunos cristianos usan la frase “la iglesia del Nuevo Testamento” el modelo de la iglesia actual presenta una clara continuidad – aunque no identidad - con el pueblo visible de Dios en el Antiguo Testamento.

El plan eterno de Dios siempre ha sido mostrar su gloria no solo a través de individuos sino mediante un colectivo, En la creación, Dios no creó una persona sino dos, y dos que tuvieran la habilidad de reproducirse. En el diluvio, Dios no salvó a una persona sino a unas pocas familias. En Génesis 12, Dios llamó a Abram y le prometió que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo o la arena de las playas. En el éxodo, Dios pacta no solo con Moisés sino con la nación de Israel – 12 tribus compuestas de cientos de miles de personas que aún mantenían una identidad colectiva (Ex. 15:13-16). Él dio leyes y ceremonias que debían ser cumplidas no solo a nivel de la vida individual sino por toda la sociedad.

En el Antiguo Testamento, Israel es llamado el Hijo de Dios (Ex. 4:22), su esposa (Ez. 16:6-14), la niña de sus ojos (Deut. 32:10), su vid (Is. 5:1-7, Nah. 2:2), su rebaño (Ez. 34). En cada uno de estos nombres, dios presagia el trabajo que Él eventualmente haría por medio de Jesucristo y su iglesia.

Etimológicamente, existe una conexión entre la palabra empleada en el Antiguo Testamento para “asamblea”, qahal , y la palabra del Nuevo Testamento que se traduce por “iglesia”, ekklesia. La traducción griega del Antiguo Testamento, la LXX, traduce qahal en Deut. 4:10 y en otras partes como ekklesia. (Compare Deut. 4:10 y Hech. 7:38).

Esta palabra para asamblea, qahal, está estrechamente asociada en el Antiguo Testamento con el pueblo elegido de Dios: Israel. La sustanciosa asociación entre la asamblea de Dios y el pueblo elegido de Dios se transfiere al Nuevo Testamento mediante la palabra empleada para denotar, ahora, al pueblo de Dios: la iglesia.

La iglesia es, literalmente, una asamblea (ver He. 10:25). Es la asamblea de Dios porque Dios mora con la iglesia. Y la iglesia está compuesta de gente que está empezando a conocer el cambio de rumbo de los efectos de la caída. Luego, tanto los miembros de Israel como los de la iglesia reciben destellos de la gloria que espera al pueblo de Dios.

Isaías vió y oyó a los serafines decirse unos a otros: "Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria." (Is. 6:3)[4] Luego Juan encuentra lo que parece ser la misma asamblea celestial cuando el oye a los ángeles, criaturas vivas y a los ancianos cantando, "¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!" (Apo. 5:12). Aunque las visiones de Isaías y Juan fueron únicas, Pablo le dijo a los corintios que los no creyentes percibirían al mismo Dios trabajando entre ellos: "¡Realmente Dios está entre ustedes!" (1 Co14:25). El cielo se muestra en la tierra en la asamblea de Dios, la iglesia.

Los cristianos están divididos en cuanto a cuán estrechamente podría ser identificado Israel con la iglesia[5]. El Nuevo Testamento identifica, de manera explícita, a Israel y la iglesia en un solo lugar. En Gálatas 6:16, Pablo se refiere a “todos los que siguen esta norma” en las iglesias de Galacia con el título “el Israel de Dios”. Mientras algunos sugieren que “el Israel de Dios” se refiere específicamente a los judíos que pertenecían a las iglesias predominantemente gentiles de Galacia, otros están convencidos que en la misma carta Pablo se refiere a todos los cristianos, judíos y gentiles como “la semilla de Abraham” (Gál. 3:29), indicando que el vínculo entre Israel y la iglesia es deliberado.

Las distinciones del pueblo de Dios entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos son obvias. El pueblo de Dios en el Antiguo Testamento era étnicamente distinto, en el Nuevo Testamento ellos son étnicamente mezclados. En el Antiguo Testamento ellos vivían bajo su propio gobierno con leyes dadas por Dios, en el Nuevo Testamento ellos viven bajo los gobernantes de las naciones. En el Antiguo Testamento se exigía la circuncisión de los descendientes varones, en el Nuevo Testamento se reclama el bautismo de todos los creyentes.

La continuidad entre Israel y la iglesia es un tema muy controversial. Hechos 15 es un pasaje particularmente significativo sobre este tema. En el concilio de Jerusalén, Santiago citó una profecía de Amós (9:11-12) que promete que la tienda caída de David será restaurada y que Israel tomará posesión de todas las naciones que llevan el nombre del Señor. Santiago afirma que esta profecía apunta hacia las circunstancias presentes de la iglesia y la reciente influencia de los creyentes gentiles. “Los apóstoles y ancianos” (Hech. 15:6) se reunieron para considerar, precisamente, la cuestión de los creyentes gentiles y concluyeron aceptando que la reciente influencia de los creyentes gentiles en la iglesia era el cumplimiento de la profecía acerca de los Gentiles viniendo a Israel[6].

Aunque Israel y la iglesia no son idénticos, están estrechamente relacionadas, y están relacionadas mediante Jesucristo (Ef. 2:12-13). Israel fue llamado a ser el siervo del Señor pero le fue infiel. Por otra parte, Jesús fue un siervo fiel (Mt. 4:1-11). Tanto los templos de Salomón y Esdras como la visión de Ezequiel, apuntan hacia Cristo Jesús cuyo cuerpo constituye el supremo tabernáculo terrenal del Espíritu de Dios. También encontramos que la tierra de Israel, especialmente la ciudad de Jerusalén, apunta hacia la redención de toda la tierra. El cielo mismo es señalado como la nueva Jerusalén. La iglesia multinacional satisface la promesa dada a las doce tribus de Israel (ver Apo. 7). Y la ley del Antiguo Testamento encuentra su cumplimento en Cristo (Mt. 5:17). Cristo es el cumplimiento de todo aquello a lo que aspira Israel y la iglesia es el Cuerpo de Cristo.

Por último, se debe señalar que Dios ha tenido concretamente un plan para glorificar su nombre mediante grupos de personas que Él ha específicamente elegido y tomado como suyos[7]. “La historia de la iglesia comienza con Israel, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento.”[8]

Pueblo de Dios en el Nuevo Testamento: Iglesia

En un punto particularmente bajo en la degeneración moral de Israel, el escritor de Jueces describe a la nación como “el pueblo de Dios” (Jue. 20:2, Comparar con 2º S 14:13)[9] El equivalente griego de esta frase [10] es usado por el escritor de Hebreos para describir el pueblo de Israel con quien Moisés se identifica en lugar de hacerlo con el linaje del Faraón (He. 11:25). Esta misma frase es usada previamente (He. 4:9) para referirse a los cristianos. Escribiéndole a los cristianos del primer siglo, Pedro también emplea esta frase, diciéndole a sus lectores: “antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios”[11] (1ª P. 2:10).

En el Nuevo Testamento, la palabra traducida como iglesia puede ser usada para describir tanto una congregación local como todos los creyentes en cualquier parte. En el uso contemporáneo, la palabra también se emplea para designar edificaciones y denominaciones. En estas últimas acepciones, la palabra iglesia no es equivalente a la palabra griega del Nuevo Testamento[12].

La palabra que se traduce como iglesia aparece 114 veces en el Nuevo Testamento[13]. Ninguna otra palabra se traduce al español como iglesia. Pero la palabra ekklesia fue usada en los tiempos del Nuevo Testamento para describir más que las asambleas de cristianos. La palabra se usaba frecuentemente en las ciudades griegas para referirse a asambleas convocadas para realizar tareas específicas. En Hechos 7:38 y Hebreos 2:12 se usa ekklesia para describir asambleas del Antiguo Testamento. Lucas usó ekklesia tres veces en Hechos 19 para describir la conmoción de la multitud reunida en un anfiteatro de Éfeso enfrentada a Pablo (Hechos 19: 32, 39, 41). Las 109 veces restantes se refieren a la asamblea de cristianos.

Jesucristo fundó su propia asamblea, su propia iglesia. Conforme a los Evangelios, Cristo llamó por primera vez a su pueblo “mi iglesia” en Mateo 16:18. Adán nombró a su prometida, Jesucristo nombró a la iglesia. En su enseñanza registrada, Cristo nombró a la iglesia dos veces: Mateo 16:18 y 18:17. Ya que Jesús sobreentendía que Él era el Mesías, sus referencias a su iglesia contienen casi totalmente la idea Hebrea de qahal o “asamblea."[14] El Mesías era esperado para establecer su asamblea mesiánica, por tanto, a lo largo de los Evangelios Cristo selecciona a aquellos que fueron fieles para reconocerlo y seguirlo.

En el libro de los Hechos, Lucas usualmente usa el término ekklesia[15] para señalar asambleas locales específicas. Así es como el designó las asambleas en Jerusalén, Antioquia, Derbe, Listra y Éfeso. Estas iglesias seleccionaron y enviaron misioneros (ver Hechos 15:3). Lucas también cita a Pablo describiendo a la iglesia como comprada “con la propia sangre” de Dios (Hechos 20:28).

Pablo con frecuencia se refiere a la iglesia (o iglesias) de Dios (ver 1ª Co 1:2; 10:32; 11:16, 22; 15:9; 2ª Co 1:1; Gal 1:13; 1ª Tes 2:14; 2ª Tes 1:4) o la iglesia (o iglesias) de Cristo (ver Ro 16:16; Gal 1:22). El se identifica a sí mismo como un antiguo perseguidor de la iglesia (Fil 3:6 comparar con 1ª Co 15:9) y su ministerio apostólico se centró en plantar y edificar iglesias. Las cartas de Pablo (particularmente a los Corintios) están llenas de instrucciones para los primeros cristianos sobre su comportamiento en sus asambleas. “Cuando el habla de ἐκκλησία piensa, en primer lugar, de la asamblea concreta, en un lugar específico, de aquellos que han sido bautizados…

Declaraciones eclesiológicas que trasciendan el nivel de asamblea local son raras en las cartas de Pablo[16]. En Efesios y Colosenses, Pablo, relaciona e identifica íntimamente a Jesucristo con las iglesias (ver Ef 2:20; 3:10-12; 4:15, Col 1:17-18, 24; 2:10), particularmente usando las imágenes de marido-esposa y cabeza-cuerpo para describir la relación de Cristo con la iglesia (Col 3:18 y siguientes, Ef. 5:22-33). La intención de Dios “es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales, conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Ef. 3:10-11).

El libro de Hebreos menciona a la iglesia una vez (He 12:23) refiriéndose a una asamblea terrenal con un destino celestial[17]. Santiago, también se refiere a una asamblea local y a sus ancianos en Stg 5:14. La 3ª carta de Juan presenta una imagen de una congregación particular y de sus conflictos con un falso maestro y líder. Aparte de Pablo y del libro de Hechos, es el libro de Apocalipsis el que presenta la mayor ocurrencia de la palabra iglesia o su plural que cualquier otro libro del Nuevo Testamento. Excepto por una referencia en el último capítulo, todas ellas ocurren en los tres primeros capítulos. La palabra es usada catorce veces en estos capítulos iniciales de modo tal que inician o culminan la carta particular destinada a cada una de las siete iglesias (ver Apo 2:1, 7-8, 11-12, 17-18,29; 3:1, 6-7, 13-14, 22). La palabra no se vuelve a usar hasta 22:16 donde Jesús declara que Él ha enviado su ángel “para darles a ustedes testimonio de estas cosas que conciernen a las iglesias”. Así que el mensaje de este libro desde el capítulo 4 hasta el 22 trata, y es significativo, para las iglesias locales.

Muchas de las enseñanzas del Nuevo Testamento acerca de la naturaleza de la iglesia pueden ser deriva das de las imágenes usadas para la iglesia. Paul Minear en su clásico trabajo Imágenes de la Iglesia en el Nuevo Testamento señala 96 imágenes de la iglesia en el Nuevo Testamento.[18] Aunque el número 96 pude no ser correcto según el teólogo católico romano Avery Dulles en su reciente trabajo Modelos de la Iglesia, está de acuerdo en que los autores del Nuevo Testamento usaron una gran cantidad de imágenes.[19] Dios ha inspirado múltiples imágenes, cada una de las cuales ofrece una perspectiva diferente y ninguna de ellas debe prevalecer en nuestra concepción de manera tal que se pierda la comprensión profunda y esencial del término. Aunque todas son inspiradas, no son intercambiables ni son todas ellas globales en su presentación de la naturaleza y misión de la iglesia. Las grandes imágenes son familiares: la iglesia como el pueblo de Dios, la nueva creación, el compañerismo o comunión en la fe, y por supuesto, el Cuerpo de Cristo.

Ninguna de estas imágenes niega los aspectos institucionales de la iglesia, pero su número y variedad apunta hacia cierto misterio en la naturaleza de la iglesia. La iglesia es la heredera del evangelio (como se muestra en Hechos). La iglesia es el siervo obediente (bosquejado en Isaías). La iglesia es la esposa de Cristo (Apo. 19-20). La iglesia es una edificación (Ef. 2:21; 1ª P. 2). La iglesia es el templo (1ª Co 3:16). La iglesia es la comunidad de personas que vive en los últimos días contados a partir del ministerio terrenal de Cristo y la llegada del Espíritu. Se pueden citar muchas otras imágenes de la iglesia tales como “la sal de la tierra” (Mt. 5:13) o “la carta de Cristo” (2ª Co 2:2-3). Pero la mayor consideración debe dársele a cuatro grupos importantes de imágenes. [20]

Primero, la iglesia es el pueblo de Dios. Esta imagen ya fue considerada en el trasfondo cultural del Antiguo Testamento. También está presente en el Nuevo Testamento. Pedro usa esta expresión para alentar a los lectores de su primera epístola (1ª P. 2:9-10); comparar con Ro 9:25-26; Os 1:9-10; 2:23). Estos primeros cristianos estaban batallando con la a veces dolorosa distinción de elegir entre su identidad en Cristo o ser como los del mundo pagano. El lenguaje de Pedro de un templo constituido por piedras vivas de vidas cristianas y Cristo mismo como la piedra angular (1ª P. 2:4-6), le recuerda a estos desmoralizados cristianos que ellos eran el pueblo de Dios, creados por Su gracia como un solo pueblo. El pueblo de Dios se fundamenta, exclusivamente, en Él y sus actos.

Muchas conexiones con el Antiguo Testamento: la semilla de Abraham (Gal 3), la nación santa (1ª P. 2), Israel (Ro:9-11), confirman el status de la iglesia como el pueblo de Dios. Otra imagen importante describe la iglesia como la nueva creación. Muchos cristianos evangélicos piensan en la nueva creación en conexión con el lenguaje explícito de Pablo en 2ª Co 5:17 “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” Ellos asocian esto, de manera automática, con la conversión individual del creyente. Pero la imagen de la nueva creación es tanto individual como colectiva. En el Nuevo Testamento, la resurrección de Cristo se presenta como los primeros frutos de entre los muertos (1ª Co 15:20-23). Y en su resurrección, la gran resurrección final ha comenzado. En todas estas referencias, están presentes imágenes del Reino de Dios. Dios nos está obsequiando un nuevo comienzo, una nueva creación por medio de Cristo.

Una tercera imagen importante usada por la iglesia se basa en la idea de comunión. Las salutaciones de las cartas de Pablo presentan a los cristianos a quienes van dirigidas como compartiendo cualidades distintivas del mundo que los rodea. Así, en 1ª Co 1:2, Pablo escribe: “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo, junto con todos los que en todas partes invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros.” Los cristianos de Corinto, como los cristianos de cualquier parte, comparten el status de estar apartados para los propósitos especiales de Dios.

Asimismo, los cristianos de todas partes, son llamados conjuntamente a la santidad. Jesús oró para que sus seguidores conocieran tal comunión (Jn 17). Encontramos esta comunión en las cartas paulinas y en el libro de Hechos. Mucho del material de las epístolas representa el desarrollo de esta vida en común, como los autores pretenden estimular a los creyentes para que interactúen de manera que glorifiquen a Dios y reflejen su status compartido de seguidores de Cristo, de discípulos de Cristo y de amigos de Cristo (Jn 15:15, Lc 12:4).

Finalmente, la comunión entre los cristianos en la iglesia se basa en la unión de los creyentes con Cristo. De acuerdo al Nuevo Testamento, por dicha unión, los cristianos viven con Cristo, sufren con Cristo, son crucificados con Cristo, mueren con Cristo, serán resucitados con Cristo y son glorificados con Cristo.

La imagen postrera, y quizás la más conocida, es la iglesia como el cuerpo de Cristo. Pablo escribió en 1ª Co 10: 17: “Hay un solo pan del cual todos participamos; por eso, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo”. El usa esta imagen en un largo pasaje (1ª Co 12-14) para describir la diversidad de dones en el cuerpo único de la iglesia. En Efesios 3, Pablo argumenta que los creyentes tanto Gentiles como Judíos, pertenecen al mismo cuerpo. ¿Inventó Pablo esta imagen? ¡No! Le fue dada en su conversión, cuando el Cristo resucitado le preguntó: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hech. 9:4).

Otra imagen del Nuevo Testamento digna de ser considerada brevemente es el Reino de Dios, una metáfora relativa al gobierno o reino de Dios. Jesucristo enseñó a sus seguidores a orar: “'Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino” (Mt 6:9-10). El asunto que surge naturalmente en nuestro contexto es si el reino es idéntico a la iglesia o si ¿es una imagen como las otras? Aunque la teología católico-romana tiende a identificar reino e iglesia, en las Escrituras se establece una distinción entre el reino de Dios (presente y futuro) y la iglesia. El reino de Dios se refiere más específicamente al gobierno o preeminencia de Dios. George Eldon Ladd señala:

El Reino no se identifica con sus súbditos. Ellos son el pueblo que se acercó a Dios, se sometió y vive gobernado por Él. La iglesia es la comunidad del Reino pero en ningún caso el Reino mismo. Los discípulos de Jesús pertenecen al Reino así como el Reino les pertenece a ellos, pero ellos no son el Reino. El Reino es el gobierno de Dios; la iglesia es una asociación de hombres. [21]

En el libro de los Hechos, los apóstoles no predican la iglesia, ellos predican el Reino de Dios[22].

La iglesia, entonces, es la koinonía[23], o comunión, de gente que ha aceptado y entrado al Reino de Dios. Este reino no está formado por naciones ni familias, sino por individuos (Mr 3:31-35; Mt 10:37). Según la parábola de Jesús en Mt 21, el reino de Dios fue quitado a los judíos y dado a un pueblo, como dijo Jesús, “que dará frutos” (Mt 21:43; Hech. 28:26-28; 1ª Tes 2:16). La relación entre el Reino y la iglesia puede, por lo tanto, definirse de la siguiente manera: El Reino de Dios crea la iglesia. Los verdaderos cristianos constituyen un Reino en su relación con Dios con Cristo como su Señor y una Iglesia en su separación del mundo en devoción a Dios, y en su unión orgánica los unos con los otros. [24]

Mateo 16:19 presenta un texto particularmente importante para comprender la relación entre el reino y la iglesia. Jesús prometió a sus discípulos: “Te daré las llaves del reino de los cielos” (Mt 16:19). Más allá de lo que con exactitud signifique la promesa de las llaves del reino, el poder del reino, es en efecto delegado en la iglesia. “El reino es la obra de Dios. Ha venido al mundo por Jesucristo; trabaja en el mundo mediante la iglesia. Cuando la iglesia haya proclamado el evangelio del reino en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, Cristo regresará y traerá el reino en gloria”. (Mt 24:14) [25]

Atributos de la Iglesia: Una, Santa, Universal, Católica

El Credo Niceno – Constantinoplano, establecido por el Concilio de Constantinopla en el año 381 D.C., afirma que los cristianos creen en “una, santa, católica y apostólica iglesia”. Estos cuatro adjetivos (notae ecclesiae) han sido usados históricamente para resumir las enseñanzas bíblicas sobre la iglesia.[26]

La iglesia es una y es una porque Dios es único. Los cristianos se han caracterizado, siempre, por su unidad (Hech. 4:32). La unidad de los cristianos en la iglesia va a ser una de las características de la iglesia, y una señal para el mundo que refleja la unidad de Dios mismo. Luego, las divisiones y los conflictos son escándalos particularmente serios. Pablo escribió a los Efesios “Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos”. (Ef 4:4-6). En 1ª Corintios 1, Pablo argumenta sobre la unidad de los cristianos basado en su unidad en Cristo. En Romanos 12 y 1ª Corintios 12, Pablo enseña que hay un cuerpo. Y en Gálatas 3:27-28 Pablo dice que los cristianos son uno en Cristo Jesús, independientemente de su origen étnico. Las enseñanzas de Pablo reflejan las mismas enseñanzas de Cristo de que hay una manada (Jn 10:16). Asimismo Cristo oró en Juan 17 para que sus seguidores fuesen uno (permanecieran unidos).

Hans Kung ha dicho que la iglesia es una aunque está desagrupada[27]. Esta unidad no es visible a nivel organizacional; es una realidad espiritual, consiste en la camaradería de los verdaderos creyentes que comparten en el Espíritu Santo. Se hace visible cuando los creyentes comparten el mismo bautizo, participan de la misma cena y ven hacia adelante que compartirán una ciudad celestial. La iglesia en la tierra experimenta esta unidad solamente cuando están unidos con la verdad de Dios tal como está revelada en las Escrituras.

La iglesia es santa y es santa porque Dios es santo (Lev 11:44-45; 19:2; 1ª P. 1:14-16). La santidad de la iglesia describe tanto la declaración de Dios respecto a su pueblo como el trabajo progresivo del Espíritu. Después de todo la iglesia es la morada del Espíritu Santo y está compuesta por los santos que han sido apartados por Dios para ser usados por Él (1ª Co 1:2). Luego, la santidad de la iglesia es fundamentalmente la santidad de Cristo; al mismo tiempo, la santidad de Cristo se reflejará en la santidad de la iglesia (Ro 6:14; Fil 3:8-9). Cristo “amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable”. (Ef 5:26 -27).

En esta era la iglesia no alcanzará la santidad de manera perfecta. “El Señor trabaja diariamente para alisar las arrugar y limpiar las máculas. De aquí sigue que la santidad de la iglesia no es completa todavía. La iglesia es santa en el sentido que cada día avanza pero no es, aún, perfecta”[28]. Pero el status de santidad que la iglesia posee en virtud de la declaración de Dios también separa a la iglesia del mundo para el servicio a Dios.

En consecuencia, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento enfatizan la importancia de la santidad entre el pueblo de Dios para que puedan realizar el servicio al cual han sido llamados (Deut 14:2; 1ª Co 5-6; 2ª Co 6:14-7:1). Ciertamente una iglesia que se resigna a lo dañino fracasa estrepitosamente. Este status de santidad consiste en ser apartado, no en ser separado; con lo cual, este estado de santidad se expresa en acciones en este mundo.

La iglesia es universal y es universal porque Dios es el “Señor de toda la tierra” (Jos 3:11,13; Sal 97:5; Miq 4:13; Zac 4:14; comparar con Jer 23:24) y “Rey de las naciones” (Apo 15:3). La iglesia es universal en lo que respecta a su expansión en el espacio y el tiempo. La universalidad es el único de estos cuatro atributos que no se encuentra en el Nuevo Testamento. Sin embargo esta descripción se deriva de una reflexión sobre la verdadera iglesia. Católica es la vieja palabra usada para describir este atributo. Sin embargo, debido a que esta palabra se asocia con la Iglesia de Roma, universalidad, proporciona una mejor traducción de la palabra griega usada originalmente en la doctrina, katholikein[29]. Universalidad no es propiedad de ningún grupo de verdaderos cristianos. En la carta de Ignacio de Antioquia a los Esmirnios a principios del siglo II D.C., el escribió “donde está Jesucristo, está la iglesia universal”. A partir del siglo III D.C. la palabra se usó como sinónimo de “ortodoxo” en oposición a “herético”, “cismático” o “novedoso”.

Mientras cada iglesia local fiel a las Escrituras es parte de la iglesia universal, y constituye en sí misma una iglesia, ninguna iglesia local puede abrogarse la representación de la iglesia universal. Por lo tanto, los cristianos deben tener mucho cuidado en sus supuestos de exactitud de las doctrinas o prácticas que pueden, de hecho, ser característicos de su tiempo y lugar. Desde la inclusión de los Gentiles en la iglesia del primer siglo, la iglesia ha obedecido el mandato de Cristo de difundir el evangelio a todas las naciones, de tal manera que la iglesia finalmente estará integrada por gente de todas las naciones. “Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación” (Apo 5:9).

La continuidad de la iglesia en el espacio y el tiempo impide que la iglesia permanezca cautiva de cualquier segmento de ella. La iglesia, tanto en sus manifestaciones locales como universal, pertenece a Cristo y sólo a Cristo.

La iglesia es apostólica y es apostólica porque fue fundada sobre la Palabra de Dios dada a los apóstoles y es fiel a ella. Al principio de Su ministerio público, Jesús “llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que nombró apóstoles” (Lc 6:13). Hacia el final de su ministerio, Jesús oró “"No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos [los apóstoles]” (Jn 17:20). Desde los apóstoles hasta el día de hoy, el evangelio que ellos predicaron se ha conservado como herencia. Ha ocurrido una sucesión de enseñanza apostólica basada en la Palabra de Dios. Pablo dijo a los creyentes Efesios que ellos habían sido “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular” (Ef 2:20). La sucesión que continuó el fraguado de este fundamento puede no haber involucrado siempre la transmisión persona a persona pero ha sido una sucesión de fiel enseñanza de la verdad. Escribiendo a los Gálatas, Pablo enfatiza que la fidelidad al mensaje del evangelio que él les ha dado debe reemplazar a cualquier fidelidad personal hacia él (Gál 1:6-9).

¿Qué significa esto hoy en día si los apóstoles desaparecieron hace mucho tiempo? Edmund Clowney lo dice brevemente: “Menoscabar la autoridad de las Escrituras es destruir el fundamento apostólico de la iglesia” . La continuidad física de una línea de pastores-ancianos desde los apóstoles de Cristo hasta el presente, es insignificante comparado con la continuidad entre la enseñanza en las iglesias actuales y la enseñanza de los apóstoles . La iglesia sólo existe con la enseñanza de los apóstoles, tal como Pablo le dice a Timoteo: “columna y fundamento de la verdad” (1ª Tim 3:15). Estos cuatro argumentos han sido usados ampliamente para expresar las enseñanzas de la Biblia acerca de la iglesia. Ellas son las albricias y tareas de la iglesia.

La iglesia ya es una. Pero esta unidad debe hacerse más visible en… fe y práctica. La iglesia ya es santa en origen y fundamentos, pero debe esforzarse en producir frutos de santidad en esta estancia temporal en el mundo. La iglesia ya es católica pero debe buscar la plena medida del catolicismo asimilando las protestas válidas contra los abusos de la iglesia… en su propia vida. La iglesia ya es apostólica pero debe ser más conscientemente apostólica permitiendo que el evangelio reforme y aún modifique sus consagrados ritos e interpretaciones.

Las Señales Distintivas de la Iglesia

A través de los siglos, los cuatro atributos de la iglesia han sido reunidos y frecuentemente reemplazados por dos señales distintivas que definen la iglesia local . Estas dos señales distintivas son la correcta predicación de la Palabra de Dios y la correcta administración del Bautismo y la Cena del Señor. De hecho, una eclesiología bíblica puede perfectamente organizarse y presentarse bajo estas dos señales puesto que satisfacen plenamente la creación y la preservación de la iglesia. Aquí está la fuente de la verdad de Dios que da vida a su pueblo y aquí está la gloriosa vasija que contiene y exhibe este glorioso trabajo. La iglesia se desarrolla por la correcta predicación de la Palabra. La iglesia se distingue por; y está sujeta a, la correcta administración del bautismo y de la Cena del Señor.

Debe advertirse que esta última señal presume e implica la práctica de la disciplina en la iglesia. El resto de esta sección está dedicado a una investigación de las enseñanzas bíblicas sobre una iglesia organizada en función de estos dos parámetros: primero, la correcta predicación de la Palabra de Dios; segundo, la correcta administración de las ordenanzas. También se considerarán varias implicaciones de la correcta administración de las ordenanzas tales como la membrecía, el gobierno, la disciplina, la misión y el propósito de la iglesia.

La Predicación Correcta como Señal de una Verdadera Iglesia

En las Escrituras, el pueblo de Dios es creado por la revelación que Dios hace de sí mismo. Su Espíritu acompaña a Su Palabra y trae vida.

El tema “vida mediante la Palabra” está claro en ambos Testamentos. En el Antiguo Testamento, Dios crea la vida en Génesis 1 por medio de su aliento. Dios habló y el mundo y todos los seres vivos fueron creados. En Génesis 1:30, se describe a las criaturas vivas como las que “tienen el aliento de vida[30]” en ellas. Tan es así que luego, en Génesis 2:20, Dios sopló el mismo aliento de vida en aquellas criaturas hechas especialmente a su imagen: hombres y mujeres.

Después que el primer hombre y la primera mujer fueron alejados de Dios por su rebelión contra Él, Dios los sostuvo a ellos y sus descendientes por medio de su Palabra. De esta manera les fue dada una palabra de promesa en Génesis 3:15. De nuevo, en Génesis 12 Su palabra llamó a Abram de Ur de Caldea a ser el progenitor del pueblo de Dios. En Éxodo 3:4, Dios llamó a Moisés con Su palabra a llevar a su pueblo fuera de Egipto. En Éxodo 20, Dios da a su pueblo “los diez mandamientos”, y a lo largo del Pentateuco, la Palabra de Dios fue la influencia para moldear a su pueblo. Desde el principio hasta el fin del Antiguo Testamento, Dios ministró a su pueblo mediante su Palabra. Él los creó y re-creó mediante las enseñanzas de la ley por los sacerdotes y por la orientación inspirada de los profetas.

Ezequiel 37 presenta una imagen dramática de la re-creación en particular. El pueblo de Israel estaba en el exilio, es representado como un ejército tan devastado que de él sólo quedaban los huesos. Dios le ordenó al profeta Ezequiel que le predicara a esos huesos. Conforme Ezequiel lo hizo, el Espíritu de Dios acompañaba las palabras de Ezequiel y los huesos cobraron vida.

Y mientras profetizaba, se escuchó un ruido que sacudió la tierra, y los huesos comenzaron a unirse entre sí. Yo me fijé, y vi que en ellos aparecían tendones, y les salía carne y se recubrían de piel, ¡pero no tenían vida! Entonces el Señor me dijo: "Profetiza, hijo de hombre; conjura al aliento de vida y dile: Esto ordena el Señor omnipotente: “Ven de los cuatro vientos, y dales vida a estos huesos muertos para que revivan”. Yo profeticé, tal como el Señor me lo había ordenado, y el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie. ¡Era un ejército numeroso! (Ez 37:7-10).

Pasando al Nuevo Testamento, la Palabra de Dios de nuevo juega un papel central como dadora de vida. Tanto es así que la eterna Palabra de Dios, el Hijo de Dios, fue encarnado para la salvación del pueblo de Dios (Jn 1). Jesús vino tanto a predicar la Palabra de Dios, a encarnarla excepcionalmente, como a cumplir la voluntad de Dios mediante su vida perfecta, su muerte expiatoria y su triunfante resurrección. Él fundó su iglesia e instruyó a sus seguidores a ir a todas las naciones a predicar el evangelio, el mensaje de reconciliación con Dios por medio de Él (Mt 28:18-20). Por lo tanto, Pablo pudo escribir: “Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo” (Ro 10:17). El mensaje consistente de las Escrituras es que Dios creó a su pueblo y los trae a la vida por medio de su Palabra.

La correcta predicación de la Palabra de Dios que crea la iglesia, no es solo la Palabra que viene de Dios sino la Palabra acerca de Dios. Tal como el llamado a escuchar, la shema judía dice: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor”. (Deut 6:4). Inmediatamente después de esta declaración acerca de Dios está el imperativo mandato que señala la respuesta requerida del pueblo de Dios: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut 6:5). Cuando se le preguntó a Jesús cual era el mandamiento más importante, eso, fue lo que dijo (Mr 12:29-33; Mt 22:37; Lc 10:27). No solamente se repite en el Antiguo y el Nuevo Testamentos (2º Cr 15:12; Is 44:6-8; Jn 17:3; 1ª Co 8:5-6; Stg 2:19); sino que resume toda la ley, y fundamentalmente, delimita la identidad de aquellos que pertenecen a Dios. Cuando el pueblo de Dios oiga acerca de Dios y de lo que Él exige, responderá.

En este sentido, una correcta comprensión de Dios proporciona la estructura adecuada para la sana predicación. Todo lo que el predicador enseña debe estar encuadrado y debe coincidir con el entramado de la teología bíblica que enseña tanto al predicador como a la congregación acerca de Dios y de lo que Él espera de la humanidad. Después de todo, una correcta comprensión de Dios es el único fundamento válido para la iglesia. Y Dios siempre se ha revelado a sí mismo por medio de su Palabra: su Palabra escrita, su Palabra encarnada, y su Palabra predicada. Esta es la tarea de la iglesia: proclamar la Palabra de Dios.

En una sección inicial de este libro, se ha tratado extensamente la naturaleza y los atributos de Dios, aún así, es apropiado revisar el carácter de Dios a la luz de su rol fundamental en la predicación y la existencia de la iglesia. De acuerdo a la Biblia, la iglesia tiene como su Creador y Señor; y como su centro, al Dios de la Biblia. Este Dios es creador, santo, fiel, amoroso y soberano. Este Dios de la Biblia está reconocido como el gran iniciador. Esto significa que Él es el Creador del mundo y el donante de todo lo que existe. Esto también significa que es el autor de la salvación de la iglesia (He 2:10). La salvación ofrecida dentro de la iglesia mediante la Palabra predicada no es, en un principio, de la iglesia. La iglesia simplemente actúa como el medio, el instrumento, mediante el cual el gran Creador y Elector, Dios, llama a su pueblo a Él. El pueblo de Dios existe porque es Su voluntad (Ef 1:9-14).

El Dios de la Biblia es también el Dios Santo. La santidad es un atributo del propio carácter de Dios, su naturaleza y la naturaleza de todas sus obras. Por supuesto, la santidad de Dios es un problema para la gente pecadora porque separa a todo el género humano de Dios. Además, caracteriza la unicidad de Dios y su Gracia. Sin esta santidad – su absoluta pureza moral- Dios no sería Dios. Y Él ha creado un pueblo llamado a reflejar su carácter santo mediante vidas conocidas por su santidad. (Lv 11: 44-45; 19:2; 20:7; 1ª P. 1:16).

El Dios de la Biblia es un Dios fiel. Él mantiene sus promesas. Cuando Él promete hacer su propio pueblo, lo hará. El Antiguo y el Nuevo Testamentos son una grandiosa y a veces elaborada narración de Dios haciéndole promesas a su pueblo y cumpliendo Sus promesas a su pueblo. De la promesa de perdonar (Éx 34:6-7) a la promesa de prometer un profeta como Moisés (Deut 18:15-19), las promesas de Dios del Antiguo Testamento fueron cumplidas a su pueblo en el Nuevo Testamento mediante la persona y obra de Jesucristo. Jesús es la redención y el cordero, el profeta y el sacerdote, el segundo Adán y el Hijo fiel. Por todas estas vías Dios hace su propio pueblo.

El Dios de la Biblia es un Dios amoroso. Pero este amor sólo puede ser comprendido plenamente cuando se contrapone a la santidad porque Su amor proporciona lo que la santidad demanda. Si prescindimos de la santidad de Dios, la iglesia no necesita existir. Es decir, si Dios no es apartado, su pueblo no necesita ser apartado. Pero apartada del amor de Dios, la iglesia no podría existir. Solamente Dios mismo puede apartar a su pueblo y por qué tendría Dios que apartarles si no es porque los ama. Por lo tanto, la totalidad del mensaje que Dios trae a su pueblo puede resumirse como discernimiento y gracia, santidad y misericordia, pecado humano y perdón divino a través de Cristo. Porque de tal manera amó Dios al mundo “que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3:16).

Y el Dios de la Biblia es un Dios soberano. Tanto es así que Jesús enseñó a sus discípulos a orar acercándose al Dios Padre como el Rey soberano: “venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6:10). El Dios que es Creador y Señor de la iglesia es también Creador y Señor de todo lo que ha sido hecho. Su gobierno será reconocido al final de los tiempos de una manera u otra. Algunos saludarán su venida con gritos de alegría y regocijo, otros con puños y dientes apretados en resentimiento y enojo. Pero todos reconocerán que Él es soberano. En este sentido, la iglesia no ha roto con este Mandato y se mantiene como un anticipo del cielo.

Este es el Dios a quien su pueblo está obligado a amar. Todos los demás dioses son una creación de la mente humana y están destinados a desaparecer como cualquier otra ilusión. El Dios de la Biblia debe ser el fundamento y la estructura de toda la enseñanza y predicación en la iglesia.

Si una correcta teología de Dios proporciona la estructura, o tejido, para la buena enseñanza; entonces, enfocarse en el evangelio proporciona el centro de la sana doctrina. Como hemos visto, las falsas enseñanzas acerca de Dios separan al pueblo de Dios de Él y construyen una comunidad alrededor de un ser que no existe.

Más aún, si el “dios” predicado no se ofende con el pecado y no castiga a los pecadores entonces el propio evangelio está en corto-circuito. La gente es guiada de una manera que pone en peligro su salvación. La correcta enseñanza de la verdadera iglesia, por tanto, está centrada en la correcta comprensión del evangelio.

La sana enseñanza del evangelio, a su vez, requiere una adecuada comprensión no solo de Dios sino también de la humanidad. Si la enseñanza de la iglesia describe la gente como espiritualmente enferma, no muerta espiritualmente, el evangelio ha sido distorsionado. Si los congregantes son considerados como consumidores anhelantes de crecimiento espiritual, no como rebeldes delante de un Dios santo, entonces, probablemente se ha olvidado el evangelio. Tales iglesias construyen comunidades alrededor de cualquier otra cosa menos del evangelio. Cualquier unidad que ellos experimenten es una unidad basada en un falso mensaje.

La correcta enseñanza del evangelio también centra a la iglesia sobre el trabajo de propiciación de Jesucristo y no solamente en sus enseñanzas o vida ejemplar. La verdadera iglesia es cruciforme, no necesariamente en su arquitectura sino en su enseñanza. La vida de Jesús proporciona un ejemplo para la vida cristiana. Así lo dicen tanto Cristo como los apóstoles (Mr 8:34; Mt 10:25; 1ª P. 2:21). Pero lo que coloca a la enseñanza cristiana aparte de cualquier otra religión son sus acciones representativas de ejemplo y de redención.

Cristo no solo vino a predicar sino también a darse en rescate por su pueblo (Mr 10:45). De tal manera que cuando la iglesia cosecha, esta cosecha no es solo de gente instruida y edificada sino de gente redimida y salvada.

Finalmente, la correcta enseñanza acerca del evangelio centra a la iglesia no en las acciones humanas sino en recibir por fe y arrepentimiento las recompensas de la acción de Dios en Cristo. Pablo escribió a los Corintios: “Al que no cometió pecado alguno [Cristo], por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2ª Co 5:21). La humanidad pecadora ha obtenido como fruto el juicio de Dios. Pero mediante el arrepentimiento y la fe, los pecadores son hechos el propio pueblo de Dios. La iglesia no debe caer en el error de descuidar tanto el arrepentimiento como la fe. Sin esto, un asentimiento puramente intelectual es fe que está muerta (ver Stg 2). Sin lo anterior, la fe y la confianza en Cristo se diluyen detrás de las exigencias de la ley (Ro 2-3). Una iglesia centrada en el evangelio enseña que es necesario tanto apartarse del pecado como volverse a Cristo. En sí misma, una minuciosa exposición del pecado humano no es suficiente. En sí misma, la proclamación del amor de Dios mediante la muerte sacrificial de Cristo no es suficiente. Ambas son necesarias. Una cruz que no es aceptada mediante el arrepentimiento o afirmada por la fe es una cruz que no salva. La correcta predicación de la Palabra de Dios es vital para la iglesia y constituye su base y su médula.

Correcta Administración de las Ordenanzas

Jesucristo ha dado dos señales a su pueblo de su especial presencia entre ellos. Estas señales son el bautismo y la Cena del Señor. Algunas veces se habla de estas señales como “ordenanzas” enfatizando el hecho que ellas fueron ordenadas por Cristo. Otras veces se habla de ellas como “sacramentos” resaltando el hecho que ellas explican el misterio del evangelio[31]. Algunos evangélicos están renuentes a usar este último término pues piensan que sugiere que tales acciones son suficientes, en sí mismas, para otorgar gracia aparte de la fe del creyente[32]. Por tanto, el término que usaremos será ordenanzas.

Cristo mismo ordenó estas prácticas como ejemplo y como mandatos. Él fue bautizado por Juan el Bautista y ordenó a sus discípulos que hiciesen discípulos en todas las naciones y los bautizaran (Mt 26:17-30; Mr 14:12-26; Lc 22:7-20; Jn 13-17; 1ª Co 11:17-34). En base al libro de Hechos y a las epístolas, parece que esta fue una práctica universal entre los creyentes del Nuevo Testamento. Cristo también estableció la Cena del Señor y ordenó a sus discípulos “haced esto en memoria de mí” (Mt 3:15-16; 28:19; Mr 1:9; Lc 3:21; Jn 1:29-34; también Lc 22:19; 1ª Co 11: 24-25). Del resto del Nuevo Testamento es evidente que los creyentes participaban regularmente de lo que Pablo llama la Cena del Señor[33].

Cuando una iglesia practica el bautismo y La Cena del Señor, obedece las enseñanzas y ejemplos de Cristo. Al hacerlo refleja la muerte y resurrección de Cristo, el testimonio del renacimiento espiritual de cada creyente así como la esperanza colectiva de la iglesia de la resurrección final. Estas dos prácticas, en esencia, proclaman el evangelio. De este modo, incluso las congregaciones que han abandonado por largo tiempo las doctrinas bíblicas relativas a la regeneración, la muerte vicaria de Cristo, o la esperanza del cielo; aún así, ellas proclaman estas verdades en sus liturgias si vuelven a poner en práctica estas señales. El nuevo nacimiento puede ser ignorado pero el bautismo lo refleja. La muerte sustitutoria de Cristo puede ser negada en el sermón pero la Cena del Señor la proclama. En estos casos, la tradición en la mesa habla más verdad que la prédica desde el púlpito.

Practicar el bautismo y La Cena del Señor demuestra obediencia a Cristo, y estas prácticas son hechas con el propósito de complementar mediante señales y símbolos visibles, la inteligible predicación del evangelio.

Por el contrario, una iglesia falla en obedecer el mandato de Cristo cuando rechaza cualquiera de estas dos señales[34]. Tal falla aleja a dicha iglesia de la sumisión a la mayor enseñanza de la Escritura. Y separa a una congregación de la práctica apostólica y universal de los seguidores de Cristo. Las Escrituras actúan como un contrapeso contra cualquiera ya sea una congregación o una persona que decida ser cristiano y rechace la práctica del bautismo y La Cena del Señor.

En tanto que ni el bautismo ni la Cena del Señor son salvíficos, un rechazo deliberado de ambos pone un signo de interrogación sobre cualquier profesión de fe. En este sentido el bautismo y la Cena del Señor actúan como las señales distintivas de una verdadera iglesia. Ellas son signos externos o demarcaciones visibles que distinguen a unas personas en particular del mundo. Además se asume que el mensaje externo es también un mensaje interno. Las ordenanzas les recuerdan a los cristianos del compañerismo que ellos disfrutan con Dios y los unos con los otros.

Algunos han enseñado que otras ordenanzas o sacramentos caracterizan la verdadera iglesia. La Iglesia Católica Romana enseña que la confirmación, la confesión (penitencia), ordenación, matrimonio y la extremaunción (últimos ritos) son también sacramentos.[35] En base a las enseñanzas de la iglesia católica romana acerca de la autoridad de la iglesia y el rol de la tradición, ella no necesita sostener convincentemente que todas ellas fueron ordenadas por Cristo durante el tiempo de su ministerio terrenal[36].

Sin embargo, al principio del siglo XVI, los Reformadores Protestantes tomaron la Biblia como la única autoridad para establecer la práctica de la iglesia, concluyendo en el reclamo que sólo el bautismo y la Cena del Señor tienen la suficiente garantía para ser reconocidos como sacramentos que fueron vinculantes para la iglesia[37].

Entre algunos Bautistas y otros grupos Protestantes, el lavado de los pies ha sido tratado como una ordenanza de la iglesia, siguiendo el ejemplo y las palabras de Cristo en Juan 13:14. Sin embargo, ni las iglesias del Nuevo Testamento ni las del subsiguiente período sub apostólico dan evidencia de haber entendido el lavado de los pies de esta manera[38]. El decreto de Cristo en Juan 13 se asemeja más a una enseñanza sobre adquirir humildad.

1.Bautismo. En el Antiguo y Nuevo Testamentos.

Aunque Pablo habla de “un bautizo” compartido por todos los cristianos (Ef 4:5), seguramente las Escrituras relatan más de un bautizo[39]. A la iglesia cristiana se le ordena practicar el bautismo por inmersión en agua de aquella persona que profesa y evidencia su conversión. Este bautismo es realizado en obediencia a Cristo como una confesión de pecados, una profesión de fe en Cristo y una muestra de la esperanza en la resurrección del cuerpo. Se realiza una sola vez. Consideraremos ahora el modo adecuado, los sujetos y el significado del bautismo.

El Modo Adecuado. Generalmente se entiende generalmente que el bautismo debe ser practicado por inmersión en la iglesia del Nuevo Testamento. Las iglesias Ortodoxas de Oriente siempre han interpretado que el término baptizein[40] significa “inmersión” y por lo tanto siempre ha practicado el bautismo por inmersión. La Iglesia Católica Romana y muchas iglesias Protestantes admiten la antigüedad de la inmersión pero niegan que un modo particular sea esencial para la validez del bautismo.[41]

Mientras resulta difícil mantener que baptizo[42] solo puede significar “inmersión” en los tiempos del Nuevo Testamento,[43] inmersión parece ser tanto el significado más directo de la palabra (la inamovible práctica de las iglesias griegas) como la que mejor se adecúa al uso de la palabra en el Nuevo Testamento[44]. Ninguna otra forma de bautismo muestra tan dramáticamente la muerte, entierro y resurrección de Cristo como la inmersión. Tal como escribió Millard Erickson “No es posible resolver el asunto del modo adecuado del bautismo solo sobre la base de datos lingüísticos… Mientras [inmersión] puede no ser la única forma válida de bautismo, es la forma que mejor preserva y cumple a cabalidad el significado del bautismo”.[45]

De acuerdo a las Escrituras, el bautismo cristiano es significativo; exclusivamente, para aquellos que creen en Cristo y lo siguen. Cuatro afirmaciones sustentan esta declaración. Primero, quienes evangelizan son exhortados a bautizar sólo a aquellos que se arrepienten y creen (Mt 28:18-20; comparar con Jn 4:1-2). Segundo, los únicos que aparecen claramente registrados en el libro de los Hechos como sujetos del bautismo son aquellos que se arrepintieron y creyeron (Hech. 2:37-41; 8:12-13, 36-38; 9:18; 10:47-48; 16:15,33; 18:8; 19:5). Tercero, las epístolas de Pablo muestran el doble supuesto que aquellos que han creído han sido bautizados y que aquellos que han sido bautizados creen (Ro 6:1-5; Gál 3:26-27; Col 2:11-12). Finalmente, Pedro asocia el bautismo con la salvación, no como una causa de salvación sino como una ocurrencia casi simultánea (Hech 2:38; 1ª P. 3:21). Por medio de instrucciones directas, ejemplos de obediencia, supuestos de Pablo y asociaciones de Pedro, las Escrituras enseñan que tal bautismo es para los creyentes.

Las funciones del bautismo son tanto una confesión de pecados como una profesión de fe para el creyente. La fe es profesada en Cristo y las realidades objetivas de la muerte de Cristo, el don del Espíritu, y la resurrección final; todo lo cual, se manifiesta en el bautismo. Más aún, testifica de las experiencias subjetivas de confesión y perdón, regeneración espiritual y la recién descubierta esperanza de resurrección. El bautismo refleja la unión cristiana con Cristo; y por lo tanto, con otros cristianos y con la iglesia (ver Ro 6:1-14).

El bautismo de agua no crea la realidad de la gracia salvadora ni la fe en la persona que se está bautizando. Más bien, testifica la presencia de tal gracia y fe . En Hechos 2:38, Pedro exhorta a sus oyentes a “Arrepiéntanse y bautícense… en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados ”.[46] El bautismo no hace que los pecados sean perdonados. Más bien la fe aprehende el perdón de los pecados y responde a las demandas de arrepentimiento y obediencia en el bautismo. En su primera carta Pedro habló de las aguas del diluvio en tiempos de Noé diciendo: “la cual simboliza el bautismo que ahora los salva también a ustedes. El bautismo no consiste en la limpieza del cuerpo, sino en el compromiso de tener una buena conciencia delante de Dios. Esta salvación es posible por la resurrección de Jesucristo, quien subió al cielo y tomó su lugar a la derecha de Dios” (1ª P. 3:21-22). Los cristianos tienen una buena conciencia de la gracia de Dios por la resurrección de Jesucristo. Esta salvación no es creada por el bautismo, sino que la simboliza. “Es un sello, no solamente como una oferta, sino como una oferta y una aceptación; lo cual, es un pacto cerrado”[47]. Como dijo Calvino: “Esta es la señal mediante la cual nosotros queremos ser reconocidos como el pueblo de Dios”.[48]

Aunque todo el mundo está de acuerdo en que la Biblia enseña que los creyentes deben ser bautizados, el bautizo de los infantes ha sido un tema largamente debatido. Algunos han sugerido que los infantes pueden ser bautizados porque el bautismo mismo es el instrumento que usa el Espíritu de Dios para regenerar al infante.[49] Pero como se dijo antes, el Nuevo Testamento en ninguna parte enseña que el bautismo salva. Otros han sugerido que un niño nacido en una familia cristiana pertenece a la semilla de Abraham y que el bautismo declara que el infante es un receptor de las promesas hechas por Dios a su pueblo por medio de Abraham Ver Gén 12:7; 17:7; Hech 7:5; Gál 3:16). El bautismo cristiano es tratado en el Nuevo Testamento como paralelo (equivalente) a la circuncisión del Antiguo Testamento. Pero las Escrituras tampoco soportan con absoluta claridad esta visión. No solo se dice expresamente que el bautismo es para aquellos que creen, como se ha dicho antes, sino que las promesas para la semilla de Abraham fueron explícitamente satisfechas en Cristo (Gál 3:16).

Además, en el Nuevo Testamento se dice que el bautismo con agua no es análogo a la circuncisión física del Antiguo Testamento sino a la circuncisión del corazón (Ver Col 2:11-12). Tanto el pacto Abrahámico como el nuevo pacto son pactos de gracia. Dios prometió a los israelitas que vendría un cambio en la solidaridad espiritual de las familias con el nuevo pacto. Jeremías escribió: “cada uno morirá por su propia iniquidad” (Jer 31:30). En el nuevo pacto, los que aceptan el compromiso, no son aquellos que nacen bajo el pacto, aquellos cuyo padre y madre tienen la ley “escrita en sus corazones”, sino aquellos que por sí mismos, han tenido esa experiencia habiendo nacido de nuevo por el Espíritu de Dios. Este cambio espiritual, interior, existencial, subjetivo, es el sello del nuevo pacto.[50]

Aunque los temas del bautismo y de los infantes aparecen en el Nuevo Testamento, nunca se presentan juntos en ninguna enseñanza explícita ni en ningún ejemplo. Ya sea que se interprete como un asunto de causa salvífica o como promesa del pacto, cualquier enseñanza que separe el bautismo de la creencia en la salvación, distorsiona las Escrituras y confunde, potencialmente, al evangelio mismo.

Mientras las Escrituras claramente reservan el bautismo para los creyentes, no señala de manera directa la edad a la cual deben bautizarse. Tampoco prohíbe la ordenanza del bautismo plantear preguntas sobre la madurez adecuada del candidato al bautismo. El hecho de que se ordene a los creyentes bautizarse no le da licencia a la iglesia para bautizar indiscriminadamente, especialmente, donde los tópicos de la madurez-de-vida (madurez espiritual) dificultan afirmar una verdadera profesión de fe. En muchas partes del Nuevo Testamento aparece el bautismo ocurriendo muy pronto después de la conversión, pero cada mención individual específica, es la de un adulto proveniente de un contexto no cristiano, dos factores que hacen que el trabajo de la iglesia de afirmar una verdadera profesión de fe simple e inequívoco.

En consecuencia, como un asunto de sabiduría y prudencia cristiana, la edad normal del bautismo debe ser aquella cuando la credibilidad de la conversión del creyente resulte un hecho natural, discernible y evidente a la comunidad de la iglesia. Una legitimación secundaria tiene que ver con el efecto que causa en otras familias de la iglesia el bautismo de infantes.

Los padres con menor discernimiento espiritual, aún con las mejores intenciones, con mucha frecuencia presionan a sus sumisos hijos para que se bauticen. En virtud de esto, a tales niños se les ha asegurado erróneamente su salvación y además se les desmotiva a que escuchen con atención el evangelio más adelante en sus vidas. Trágicamente, la esperanza que ellos más necesitan puede ser ocultada por el mismo acto que han realizado.

Correcto Significado. La enseñanza de la Biblia acerca del bautismo es clara en cuanto a su institución, mandato y cumplimiento. La gente entra al nuevo pacto por la gracia de Dios y el medio que Dios ha elegido usar; por su gracia, es la fe. La fe no es causada ni creada por el bautismo. En su lugar, el bautismo es la confesión pública de fe. Simboliza un compromiso de ambos, Dios y el creyente (1ª P. 3:21). La sumisión del creyente al agua del bautismo representa su humilde súplica para una conciencia limpia de pecado por medio de la sangre expiatoria de Cristo (He 10:22). El bautismo es un acto de confesión y de absoluta dependencia. En resumen, el bautismo; en la Biblia, ni se enaltece por ser la causa de la salvación ni se disminuye a ser una simple señal de inclusión en un pacto no salvífico. En vez de eso, el bautismo es una manifestación pública del trabajo salvador de Dios en la vida del creyente.

2. La Cena del Señor. Los cristianos celebran la Cena del Señor en obediencia a su mandato: “hagan esto en memoria de mí” (Lc 22:19; 1ª Co 11:24). Jesús dijo que el pan era su cuerpo y que la copa era el nuevo pacto en su sangre. Mientras que el mandato: “en memoria de mí” no aparece en Mateo, Marcos o Juan; lo cierto es, que la Cena misma es recordada en los cuatro Evangelios (Mt 26:17-30; Mr 14:12-26; Lc 22:7-38; Jn 13:1-17). La noche antes de ser traicionado y crucificado, Jesús compartió una comida con sus discípulos. La relación exacta de esta comida con la comida de Pascua del Antiguo Testamento ha sido largamente debatida, pero pocos cuestionarán la profunda relación tipológica entre la comida de Pascua y la muerte presagiada en la Cena del Señor.[51] Jesús se refirió claramente a la ocasión como una celebración de la fiesta de Pascua en Mateo 26:18-19.

Pablo se refiere a Cristo como el Cordero de Pascua (1ª Co 5:7) y llamó a la iglesia a mantener la fiesta de Pascua (metafóricamente) viviendo juntos vidas de santidad, y en consecuencia, expresando unidad en amor (1ª Co 10:7).

La Cena del Señor evidencia el compañerismo que los cristianos comparten tanto en Cristo y su Espíritu como en santidad y amor recíproco.

El nuevo rito que Jesús establece se relaciona con la historia de la redención. Así como el pan había sido quebrado, también sería roto el cuerpo de Jesús; y así como el pueblo de Israel asociaba su liberación de Egipto con la comida pascual prescrita como una ordenanza divina, así también el pueblo del Mesías está asociado a la muerte redentora de Jesús comiendo este pan por la autoridad de Jesús.[52]

Este testimonio continuará hasta el regreso de Cristo (1ª Co 11:26).

La Biblia no proporciona una forma exacta (protocolo y palabras a decir mientras se distribuyen los elementos) para la celebración de la Cena del Señor. Esta reticencia conjuntamente con lo ampliamente generalizado de su práctica sugiere que la Cena del Señor permanece sencilla en su forma. Rituales complejos requerirían cuidadosas instrucciones escritas, como aquellas asociadas a las fiestas del Antiguo Testamento. Pero tal tipo de instrucciones no aparecen en el Nuevo Testamento.[53]

Los elementos presentados en el Nuevo Testamento para la Cena del Señor son pan y vino (“el fruto de la vid” Mt 26:29; Mr 14:25, Lc 22:17-18). Aunque el vino en el primer siglo era fermentado se desconoce el grado en que era diluido. Ciertamente los corintios eran capaces de emborracharse con el vino reservado para la Cena del Señor, por lo cual, Pablo los regaña (1ª Co 11:21). Otros aspectos de la celebración incluyen una oración de agradecimiento (Mt 26:27; Mr 14:23) y un himno (Mt 26:30; Mr 14:26) Más allá de esto, las narraciones no especifican nada acerca de las palabras dichas o los medios utilizados mientras se distribuyen el pan y el vino.

Como ocurre con el bautismo, el asunto de quienes deben participar en la Cena del Señor (los sujetos) es más importante que la cuestión de cómo participar en la Cena del Señor (forma o manera). Instruyendo a los corintios, Pablo enseña que participar en la Cena testimonia la participación en el cuerpo y la sangre de Cristo. Es la identificación personal del creyente con la obra salvadora de Cristo, representada objetivamente por los elementos sobre la mesa. La persona que toma el pan y la copa testifica que comparte los frutos de la muerte de Cristo tanto con Dios como con los hermanos cristianos por medio del Espíritu. Claramente entonces, “la iglesia debe exigir de todos aquellos que deseen celebrar la Cena del Señor una creíble profesión de fe”.[54]

Como dijo conmovedoramente Pablo, cualquiera que coma y beba en la mesa del Señor sin esta fe, “come y bebe su propia condena” (1ª Co 11:29). Puesto que la fe es un elemento requerido a aquellos que participan en la Cena del Señor, la mesa debe estar reservada para aquellos que han sido bautizados. Más aún, excluir a un miembro de la iglesia de esta comida de compañerismo es una señal visible de estar ese individuo bajo la disciplina de la iglesia (ver el término excomulgar en la sección de disciplina). Aunque ningún pasaje del Nuevo Testamento especifica una línea de tiempo comparativa para que un creyente participe de ambas ordenanzas, el bautismo debería ocurrir poco después del tiempo de conversión (y por una sola vez) en tanto que la Cena del Señor debería repetirse regularmente como símbolo continuo de la participación en Cristo por medio de la fe. Aquellos que buscan por fe el cuerpo y la sangre de Cristo para salvación son los llamados a participar en esta fiesta y a hacerlo en su memoria y a la espera del día final cuando Jesús diga “Yo bebo con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre” (Mt 26:29). Jesús se refiere allí a la Cena de Bodas del Cordero (Apo 19:9). La Cena del Señor es un ensayo frecuente de esta gran celebración en la cual todos los cristianos compartirán la mesa su anfitrión celestial, el Señor Jesucristo.

Membrecía. En el mundo actual el concepto de membrecía nos lleva a pensar en un club o cualquier otro tipo de asociación voluntaria. Tales organizaciones existen en el mundo de la Biblia también.[55] Pero la idea de membrecía es aún más básica para el género humano. Los grupos familiares y las familias tienen miembros. Razas, tribus y clanes tienen miembros. Así como también los tienen las comunidades, los partidos, los grupos de élite como órdenes, gremios y concejos. A un nivel más básico, miembro, se refiere a la persona humana. Nuestro cuerpo tiene miembros (Ro 6:12-19; 7:23; 12:4-5; (1ª Co 6:15; 12:12-27; Ef 4:16; Stg 3:6; 4:1). La Biblia usa el concepto de miembro y de membrecía en todos estos casos.

La Biblia también representa a la iglesia como compuesta de miembros. Combinando las imágenes colectivas de familias, fiestas y comunidades con la aún más integrada imagen de un cuerpo individual y sus partes constitutivas, la Biblia presenta la iglesia local como una entidad formada por múltiple individuos tan altamente integrados que son identificables como una unidad. De ellos se dice que son parte el uno del otro (Ro 12:5). Cuando Jesús instruyó a sus seguidores a buscar el hermano que ha pecado (Mt 18:15-21), estaba presuponiendo tal concepto integrador de la membrecía del cuerpo. Las acciones de reproche, y en última instancia de exclusión deben ocurrir dentro de un grupo de personas específico e identificable.

En muchas otras partes del Nuevo Testamento, una iglesia aparece formada por un grupo de personas específico e identificable (Hech 9:41; 12:1: 15:3,22; Ef 2:19; 3:6; 4:25; 5:30; Col 2:19; 3:15; 3ª Jn 9).

Desde los tiempos antiguos, las iglesias locales cristianas fueron congregaciones de gente específica e identificable. Muchas personas pueden haber participado (o asistido) a una asamblea particular considerando que no pertenecen a ella. Tal es la censura que Pablo hace en 1ª Co 5, como Jesús en Mateo 18 conceptualizando que un individuo debe ser excluido no de una comunidad política sino de una clase particular de comunidad social. No existe ninguna que se haya conservado pero pueden haber existido listados de miembros de las iglesias primitivas. Obviamente, el mantenimiento de listas no era desconocido en las iglesias. La iglesia primitiva tenía listas de las viudas (1ª Tim 5:9). Dios mismo tiene una lista de todos los que pertenecen a la iglesia universal en su libro de vida (Apo 20:12). Y Pablo asume que los corintios habían identificado una “mayoría” que era elegible para votar (2ª Co 2:6).

La idea de una comunidad de personas claramente definida es central a la acción de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos. Como se demostró con Noé y su familia, Abraham y sus descendientes, la nación de Israel y la iglesia del Nuevo Testamento, Dios ha elegido mantener un pueblo distinto y apartado con el propósito de mostrar su carácter. Dios siempre ha proyectado una línea brillante y bien definida para separar a aquellos que lo siguen de quienes no lo hacen. Las vidas de los cristianos en comunión refleja visiblemente el evangelio que proclaman.

Si la iglesia, de hecho, presenta el glorioso clímax del plan de Dios, surgen varias preguntas: ¿Cómo puede saber un individuo si pertenece o no a la iglesia? ¿Qué implica la membrecía?

Las responsabilidades y tareas de los miembros de una iglesia cristiana son simplemente las responsabilidades y tareas de los miembros de los cristianos.[56] Los miembros de la iglesia, como cristianos, deben estar bautizados y participar regularmente de la Cena del Señor. Tienen que oír la Palabra de Dios y obedecerla. Tienen compañerismo frecuente para la mutua edificación. Ellos aman a Dios, se aman los unos a los otros y aman a los que están fuera de su confraternidad y son la evidencia de los frutos del Espíritu (Gál 5:22-23). Ellos adoran a Dios en todas las actividades de su hogar, trabajo, comunidad y vida.

Los cristianos también tienen tareas específicas respecto a su congregación. “El Cristianismo es un asunto colectivo y la vida cristiana solo puede ser realizada plenamente en relación con otros”.[57] La tarea más fundamental que los cristianos tienen en relación a la congregación es la de asistir regularmente a las asambleas de la congregación (He 10:25; Hech 2:42; Sal 84: 4,10). En general las tareas de los miembros de la iglesia pueden ser divididas en dos categorías: tareas hacia los otros miembros y tareas hacia los pastores.

Las tareas de los miembros de la iglesia hacia los otros miembros sintetizan la vida de la nueva sociedad que es la iglesia. Como seguidores de Jesucristo, los cristianos están obligados a amarse los unos a los otros (Jn 13:34–35; también Jn15:12–17; Ro. 12:9–10; 13:8–10; Gál 5:15; 6:10; Ef 1:15; 1ª P. 1:22;2:17; 3:8; 4:8; 1ª Jn 3:16; 4:7–12; comparar con Sal. 133). Los cristianos son miembros de una familia, aún del uno al otro (1ª Co 12:13—27). Sin una vida de amor los unos a los otros ¿Qué otra labor de los miembros de la iglesia es satisfactoria o meritoria? El amor obliga a los miembros de la iglesia a “evitar todo aquello que tienda a enfriar el amor”.[58] Por este amor se demuestra la naturaleza misma del evangelio.

Los miembros de la iglesia también están obligados a buscar la paz y la unidad con su congregación (Ro 12:16; también Ro 14:19; 1ª Co 13:7; 2º Co 12:20; Ef 4:3–6; Fil 2:3; 1ª Tes 5:13; 2ª Tes 3:11; Stg 3:18; 4:11).

El deseo de paz y unidad debe surgir espontáneamente de la obligación de amar (Ro 15:6; 1ª Co 1:10–11; Ef 4:5,13; Fil 2:2; comparar con Sof 3:9). Más aún, si los cristianos comparten el mismo espíritu y la misma mente, el Espíritu de Cristo, entonces la unidad es la expresión natural de ese Espíritu. Sin embargo, debido al pecado que aún permanece en los creyentes en esta vida, la unidad, requiere esfuerzos. De esta manera cristianos “compórtense de una manera digna, firmes en un mismo propósito, luchando unánimes por la fe del evangelio” (Fil 1:27). Deben evitarse las disputas (Pro 17:14; Mat 5:9; 1ª Co 10:32; 11:16; 2ª Co 13:11; Fil 2:1–3).

El amor se expresa y la unidad se cultiva cuando los miembros de la iglesia simpatizan activamente unos con otros. Como Pablo exhortó a la congregación de Roma: “Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran (Ro 12:15 compare con Job 2:11; Is 63:9; 1ª Co 12:26; Gál. 6:2; 1ª Tes 5:14; He 4:15; 12:3). Otras tareas son: cuidarse unos a otros física y espiritualmente (Mat 25:40; Jn 12:8; Hech 15:36; Ro 12:13; 15:26; 1ª Co 16:1–2; Gál. 2:10; 6:10; He 13:16; Stg 1:27; 1ª Jn 3:17; cf. Deut 15:7–8,11); vigilarse y rendirse cuentas unos a otros (Ro 15:14; Gál. 6:1–2; Fil 2:3–4; 2ª Tes 3:15; He 12:15; cf. Lev 19:17; Sal 141:5); trabajar para edificarse unos a otros (1ª Co 14:12–26; Ef 2:21–22; 4:12–29; 1ª Tes 5:11; 1ª P. 4:10; 2ª P. 3:18); ser pacientes unos con otros (Mat 18:21–22; Mr 11:25; Ro 15:1; Gál 6:2; Col.3:12; incluyendo no demandarse unos a otros, 1ª Co 6:1–7); orar los unos por los otros (Ef 6:18; Stg 5:16); mantener alejados a aquellos que quieren destruir la iglesia (Ro 16:17; 1ª Tim 6:3–5; Tito 3:10; 2ª Jn 10–11); rechazar la evaluación de las personas por los parámetros del mundo (Mat 20:26–27; Ro 12:10–16; Stg 2:1–13); pelear juntos por el evangelio (Fil 1:27; Judas 3); y ser ejemplos unos a otros (Fil 2:1–18).

Los miembros de la iglesia también tiene responsabilidades particulares para con los líderes de la iglesia. Como dijo Pablo a los corintios: “Que todos nos consideren servidores de Cristo, encargados de administrar los misterios de Dios” (1ª Co 4:1). Tales hombres deben ser respetados, tenidos en alta estima y honrados (Fil 2: 29; 1ª Tes 5:12-13). Si los cristianos esperan que su pastor cumpla a cabalidad con sus responsabilidades bíblicas, deben hacérselo saber. Ellos deben estimarlo como un regalo de Dios para el bienestar de la iglesia.[59] El ministro de la Palabra es un mayordomo de la casa de Dios y un subpastor de la manada de Dios. El sirve voluntaria y entusiastamente (1ª P. 5:1-3). Su reputación puede y debe ser defendida, su palabra creída y sus instrucciones obedecidas a menos que contradigan las Escrituras o las acciones estén plenamente distorsionadas (He 13:17,22; 1ª Tim 5:17-19). El ministro fiel debe ser apreciado por el solo hecho de traer la Palabra de Dios a su pueblo; el no la reemplaza con la suya.

Los miembros de la iglesia deben recordar a sus líderes e imitar sus vidas y su fe (1ª Co 4:16; 11:1; Fil. 3:17; He 13:7). Los buenos predicadores y maestros son dignos de doble honor tal como lo señala Pablo en 1ª Tim 5:17 incluyendo soporte material.[60] Y los miembros de la iglesia deberían darse tanto a la oración por sus pastores como a colaborar con ellos en todo lo que puedan (Ef. 6:18–20; Col. 4:3–4; 2ª Tes 3:1; He 13:18–19). A los ministros de la Palabra se les ha dado la tarea de llevar la Palabra de Dios al pueblo de Dios. Como dijo Pablo a los corintios: “Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: "En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios." (2ª Co 5:20). Difícilmente se puede concebir un trabajo más arduo.

Las congregaciones locales del Nuevo Testamento se dieron cuenta que tenían responsabilidades particulares que no podían ser delegadas a grupos externos a ellos mismos. La congregación local era responsable de garantizar un calificado ministro de la Palabra que les sería predicada, a tal grado, que era potestad suya.[61] La congregación es la responsable de asegurar que los convertidos se bauticen y que la Cena del Señor sea debidamente administrada a aquellos que dan evidencia creíble de regeneración. Y la congregación es en última instancia responsable de definir y proteger la membrecía de la iglesia, tanto al admitir como al rechazar miembros.[62] Por esto Pablo asignó tales responsabilidades a la iglesia de Corinto en 1ª Co 5 y 2ª Co 2.

Toda la congregación es también responsable por la buena mayordomía de los dones que les han sido confiados. El primero entre ellos, el evangelio, que debe ser predicado en el local del templo, a través de la ciudad y por todo el mundo. Finalmente, la congregación es responsable de asegurar que el mensaje del evangelio alcance tales esferas que se han nombrado (Gál 1:6–9; Fil 1:5; Col.1:3–4; 1ª Tes 1:8).

Por último, las responsabilidades de la congregación no pueden ser delegadas. Aunque las congregaciones pueden reemplazar el veredicto de un grupo de líderes, la responsabilidad que conlleva es inescapable. Así como la gente que pagó a los falsos maestros fue amenazada con el juicio de Dios junto con dichos maestros, así la iglesia de Corinto fue hallada responsable junto con los miembros pecadores (1ª Co 5), y como la iglesia visualizada en Mateo 18 fue hallada responsable por Cristo de aplicar disciplina y excluir al no arrepentido, tampoco las congregaciones de hoy pueden evadir sus responsabilidades delante de Dios para satisfacer las tareas que les han sido asignadas bíblicamente.

¿Qué compañía está tan obligada a adorar a Dios como aquella que no solo ha sido creada, sino redimida? ¿Qué grupo está tan comprometido con las tareas de proclamar la Palabra de Dios y evangelizar como aquellos que se han salvado al oír la Palabra de Dios? ¿Qué cuerpo estará involucrado en hacer las señales distintivas (el bautismo y la Cena del Señor) de la acción salvadora en Cristo? Desde el ministerio de la Palabra hasta la administración de los asuntos propios de la iglesia, ¿Qué otro grupo está tan lleno de responsabilidades como la iglesia de Cristo Jesús? [63]

Forma de Gobierno. La responsabilidad fundamental ante Dios por el mantenimiento de todos los aspectos de la adoración pública de Dios pertenece a la congregación. Ya sea al poner orden en las disputas entre los cristianos (Mat 18:15–17; Hech 6:1–5), establecer la sana doctrina (Gál 1:8; 2ª Ti. 4:3), o al admitir o excluir miembros (2ª Co 2:6–8; 1ª Co 5), la congregación local tiene la responsabilidad y la obligación de asegurar la continuidad del buen testimonio del evangelio entre ellos mismos. Nadie fuera de la congregación tiene el mismo grado de responsabilidad. Mientras los líderes de las congregaciones tienen sus propias responsabilidades ante Dios, la más pequeña de las congregaciones que asume las tareas de proveer y escuchar regularmente la Palabra de Dios y de practicar el bautismo y la Cena del Señor, necesariamente, toma para sí la responsabilidad por la práctica correcta de la membrecía y la disciplina, aún sobre aquellos llamados a ser sus líderes (1ª Tim 5:19–20).

Mientras las congregaciones pueden fallar o no en el cumplimiento de estas obligaciones, las responsabilidades no dejan de pertenecerles. Ningún otro cuerpo, dentro o fuera de la iglesia local, puede remover estas tareas obligatorias de la congregación como un colectivo. La tolerancia de enseñanzas erróneas, particularmente respecto al evangelio, el rechazo al bautismo o la Cena del Señor y la indiferencia en la admisión o exclusión de miembros, son todas responsabilidades de la congregación local.

Como un cuerpo reunido de personas, la iglesia debe ser dirigida. Universal y localmente, la cabeza y pastor principal de la iglesia es Cristo Jesús (Ef 4:1–16; He 13:20; 1ª P. 5:4). Cristo no estableció ningún tipo de estructura de liderazgo, explícita o implícita, para la iglesia universal durante su ministerio terrenal. Luego, entre las congregaciones cristianas las relaciones son voluntarias por naturaleza. [64] Dentro de la congregación local, no obstante, la enseñanza del Nuevo Testamento es diferente. La iglesia está establecida con un orden simple de liderazgo. Antes de abordar los oficios específicos establecidos para la iglesia en el Nuevo Testamento, cinco principios bíblicos de tal liderazgo deben ser considerados por todos aquellos que desean o se sienten llamados a servir en el liderazgo .

Los líderes de la iglesia necesitan estar explícitamente calificados. No todos los cristianos están calificados para servir como líderes u obispos en la iglesia. En Hechos 20, 1ª Timoteo, Tito 1 y 1ª Pedro 5 se establecen las características para los subpastores o ancianos de la manada. Es particularmente relevante entre esas calificaciones la exigencia que el que sirve como obispo sea “capaz de enseñar” (1ª Tim 3:2). Más aún, como representantes de Cristo, los ministros tienen la especial obligación de reflejar el carácter de Cristo. Tal carácter, incluirá un cuidado de la manada, una voluntad de servicio, una ausencia de avaricia. Un rechazo a señorear sobre el rebaño, una vida ejemplar, irreprensible, marido de una sola mujer y la habilidad de gobernar bien su casa. Un ministro no es arrogante, irascible o dado al mucho vino. Un ministro no debe ser violento o deseoso de ganancias deshonestas. En estas y otras condiciones señaladas en las Escrituras, el líder en la congregación, debe estar explícitamente calificado.

Los líderes de la iglesia deben tener buena reputación con los extraños. Quienes lideran la iglesia no deben ser hombres que traigan descrédito sobre el evangelio, sino hombres que vivan sujetos al evangelio como la luz gloriosa de esperanza y verdad en el mundo. El corazón amoroso de Dios por el mundo brilla más claramente mediante vidas puras. Para que toda la iglesia se enfoque en su misión y propósito, cuando estos líderes interactúan con las autoridades, con los vecinos y con los empleados, deberían compartirles el evangelio. Los obispos no deben ser amantes del dinero, Pablo dice en 1ª Tim 3, sino amantes de los extranjeros (es el significado de la palabra que él usa “hospitalario”). Para representar fielmente al Señor en la iglesia, los líderes de la iglesia deben estar centrados tanto en Dios como en las vidas de los demás.

Los líderes de la iglesia también deben poseer un agudo sentido de responsabilidad, de rendición de cuentas, sabiendo que ellos mismos están bajo autoridad. Sus vidas como líderes públicos los expone a la amonestación y corrección (1ª Tim 5:19–20). Los pastores del rebaño deben darse cuenta que son mayordomos no propietarios. Por tanto, sirven como subpastores de la manada de Dios, sujetos a Su gobierno. Esto incluye una rendición de cuentas final y una más inmediata responsabilidad ante Cristo. Santiago promete que los maestros serán juzgados más severamente al final (Stg 3:1), mientras que el autor de Hebreos promete que los líderes de la iglesia darán cuenta a Dios de sus obras (He 13:17). Como dijo John Brown a uno de sus alumnos ministeriales recientemente ordenado en una pequeña congregación:

Yo conozco la vanidad de tu corazón, y que te sentirás mortificado porque tu congregación es muy pequeña en comparación con la de los hermanos a tu alrededor; pero afírmate a ti mismo la palabra de un hombre viejo que cuando vayas a rendir cuentas al Señor Jesucristo, en su trono del juicio, pienses que has hecho bastante” .

Esta realidad escatológica debería tener implicaciones actuales en la vida y obra de un ministro. Aquellos que guían a otros deben ser los primeros en obedecer. Ellos deben estar sujetos a Cristo de tal manera que puedan decir, como Pablo a los corintios: “sigan mi ejemplo como yo sigo el ejemplo de Cristo” (1ª Co 11:1). Pedro también le recordó a los subpastores de la iglesia de su futura aparición delante de Cristo, trayendo a la mente la recompensa y la responsabilidad que tendrán que dar algún día por su trabajo actual (1ª P. 5:4).

Los líderes de la iglesia deben ejercer autoridad. Mientras esta observación puede parecer obvia, a algunos les disgusta usar palabras como “líder” o “autoridad” en el contexto de la iglesia local. Quizás ellos asumen que esto implica un Diótrefes puesto que el amor debe ser lo primero, o ellos asocian esto con ostentaciones anticristianas (3 Jn 9; 1ª Co 1–3). Aún más, Pablo explícitamente le dice a Timoteo: “Se dice, y es verdad, que si alguno desea ser obispo, a noble función aspira” (1ª Tim 3:1). El dijo a los romanos que aquellos que están en autoridad sobre otros (proistamenos) debería usar sus dones y habilidades para la iglesia (Ro 12:8). El también exhortó a Timoteo a aquellos “que dirigen los asuntos de la iglesia” (1ª Tim 5:17). El escritor de Hebreos habló acerca de los “líderes” . Todas estas palabras implican la responsabilidad e iniciativa que deben caracterizar las acciones de los líderes de la iglesia.

Por último, los líderes de la iglesia deben edificar la iglesia. El liderazgo genuino no solo requiere de un líder que actúe con iniciativa y responsabilidad en un intento de hacer lo bueno; el liderazgo requiere que el resultado sea bueno. La habilidad de alcanzar los fines propuestos corrobora los dones individuales y el llamado al liderazgo en la iglesia. El liderazgo no depende fundamentalmente de una autoproclamación de líder en base a una sensación interior de llamado y propósito. En 1ª Corintios 14, Pablo repetidamente somete los dones del Espíritu al simple test de edificación. El pregunta si han surgido buenos frutos en la iglesia. ¿Es el fruto de la acción de esta persona una iglesia que está siendo edificada? Si tal es el fruto de sus acciones debe ser altamente recompensada por consideración a la iglesia y por consideración a Cristo. Todas estas características deben estar presentes en aquellos que dirigen una congregación.

Las Escrituras proporcionan dos oficios específicos en la congregación local: diáconos y ancianos.

1. Diáconos. En las traducciones modernas del Nuevo Testamento, la palabra diakonos es traducida usualmente como “sirviente”, algunas veces como “ministro” y ocasionalmente como “diácono”. La palabra puede referirse al servicio en general (Hech 1:17,25; 19:22; Ro 12:7; 1ª Co 12:5; 16:15; Ef 4:12; Col. 4:17; 2ª Tim 1:18; Filem 13; He 6:10; 1ª P. 4:10–11; Apo 2:19), a los siervos de Dios en particular (Ro 13:4), y a cuidar por necesidades físicas (Mat 25:44; Hech 11:29; 12:25; Ro 15:25,31; 2ª Co 8:4,19–20; 9:1,12–13; 11:8). Las mujeres claramente sirvieron como diaconisas en el Nuevo Testamento (Mat 8:15; 27:55; Lc 10:40; Jn 12:2; Ro 16:1). Los ángeles también sirvieron de esta manera (Mat 4:11). Algunas veces la palabra se refiere específicamente a servir las mesas (Mat 22:13; Lc 10:40; 17:8; Jn 2:5,9; 12:2), y aunque tal servicio era despreciado en el mundo griego, Jesús lo valoraba de otra manera. En Juan 12:26 Jesús dijo: •Quien quiera deacons, debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi deacons. A quien me deacons, mi Padre lo honrará”. De nuevo en Mateo 20:26 (Mr 9:35) Jesús dijo “el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su deacon”. Y en Mat 23:11 (cf. Mr 10:43; Lc 22:26–27) Él dijo que “El más importante entre ustedes será deacon de los demás”.

Jesús se presentó a sí mismo como tipo de un diácono (Mat 20:28; Lc 12:37; Ro 15:8). Los cristianos son presentados como diáconos de Cristo o de su evangelio. Los apóstoles son retratados de modo similar (Hech 6:1-7), y así es como Pablo se refiere regularmente a sí mismo y a aquellos que trabajaban con él (Hech 20:24; 1ª Co 3:5; 2ª Co 3:3,6–9; 4:1; 5:18; 6:3–4; 11:23; Ef 3:7; Col. 1:23; 1º Tim 1:12; 2ª Tim 4:11). El se refiere especialmente a sí mismo como un diácono entre los Gentiles, el grupo particular al cual fue llamado a servir (Hech 21:19; Ro 11:13). Pablo llama a Timoteo un diácono de Cristo (1ª Tim 4:6; 2ª Tim 4:5), y Pedro dijo que los profetas del Antiguo Testamento eran diáconos de Cristo (1 P.1:12). Los ángeles son llamados diáconos (He 1:14). Aún Satán tiene sus diáconos (2ª Co 11:15; Gál 2:17).

La representación más clara del trabajo práctico de los diáconos se encuentra en Hechos 6, donde se registra oficialmente, por primera vez, a los diáconos en la congregación. Basados en tal relato, hay tres niveles o aspectos del ministerio diaconal que deben ser considerados. Primero, los diáconos deben cuidar de las necesidades físicas. Algunos de los cristianos “estaban siendo ignorados en la distribución diaria de comida” (Hechos 6:1). En Hechos 6:2, los apóstoles caracterizaron este servicio como “sirviendo en las mesas”, o literalmente, “diaconando mesas”. Cuidar de la gente, especialmente por los cristianos, y más especialmente por los hermanos de la congregación, contribuye no solo a su bienestar físico; también hay un beneficio espiritual. Estimula a los receptores de los cuidados, materializa el cuidado de Dios y sirve como testimonio a aquellos que están fuera de la iglesia. Tal como dijo Jesús “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Jn 13:35). El cuidado físico presente en Hechos 6 evidencia ese amor parecido al de Cristo.

Detrás del cuidado físico, subyace un segundo aspecto del trabajo diaconal, uno que beneficia no solo a los que tienen necesidad sino a todo el cuerpo: los diáconos deben velar por la unidad del cuerpo. Al cuidar de esas viudas, los diáconos ayudaron a que el reparto de comida entre las viudas fuese más equitativo. Esto era importante porque la negligencia física estaba causando una desunión espiritual en el cuerpo (Hechos 6:1). Un grupo de cristianos estaba poniendo quejas contra otro grupo, y esto parece ser que atrajo la atención de los apóstoles. Los apóstoles no estaban interesados sólo en resolver un problema del ministerio de misericordia de la iglesia. Ellos querían prevenir una fractura en la unidad de la iglesia, y particularmente, una peligrosa fractura: entre grupos étnicos distintos. Los diáconos fueron comisionados para prevenir la desunión en la iglesia. Su trabajo era actuar como los amortiguadores del cuerpo.

En un tercer nivel, los diáconos fueron designados para apoyar el ministerio de los apóstoles. En Hechos 6:3 los apóstoles parecen reconocer que la atención de las necesidades físicas es una responsabilidad de la iglesia. Por tanto, en cierto sentido, ellos asumían esa responsabilidad como propia. Pero en el versículo 3 ellos delegar esa responsabilidad en otro grupo de la iglesia. Estos diáconos, entonces, no solo estaban ayudando a las viudas y a toda la congregación, ellos estaban colaborando con los apóstoles/ancianos cuyas principales obligaciones estaban en otro lugar. Por su ministerio a las viudas, ellos estaban colaborando con los maestros de la Palabra en su ministerio. En este sentido, los diáconos son fundamentalmente promotores y defensores de los ancianos.

En la época que Pablo escribió su primera carta a Timoteo, el pudo instruir a Timoteo sobre las calificaciones que explícitamente debía tener quien ejerciera el oficio de diácono. Cuando se combina la lista de calificaciones que aparecen en 1ª Tim 3:8-13 con las cualidades de los individuos seleccionados en Hechos 6, resulta evidente que los diáconos deben conocer la llenura del Espíritu Santo. Ellos ministran las necesidades físicas, pero su ministerio, es un ministerio espiritual. Los diáconos deberían estar llenos de sabiduría. Ellos deberían ser elegidos por la congregación y gozar de su confianza. Ellos voluntaria y diligentemente deben responsabilizarse por las necesidades de su ministerio particular. Deben ser dignos de respeto, sinceros, no amantes del mucho vino, no interesados en ganancias deshonestas e inquebrantables en las verdades profundas de la fe con una clara conciencia de ellas. Los diáconos deberían ser probados y aprobados siervos que son maridos de una sola mujer. Y deben ser individuos que gobiernen bien su casa y sus hijos.

2. Pastor/Obispo/Anciano. Además del oficio de diácono, el Nuevo Testamento, presenta el oficio de Pastor, Anciano u Obispo. Más fundamentalmente, el anciano es un ministro de la Palabra. La raíz presbeust aparece 75 veces en el Nuevo Testamento.

Nueve veces se refiere a gente de edad cronológica avanzada (Lc 1:18; 15:25; Jn 8:9; Hech 2:17; 1! Tim 5:1,2; Tito 2:2–3; Filem 9). Cuatro veces se refiere a los ancestros de la nación Hebrea (Mat 15:2; Mr 7:3,5; He 11:2). Juan usó doce veces palabras con esta raíz en Apocalipsis para referirse a los ancianos celestiales (Apo 4:4,10; 5:5–6,8,11,14; 7:11,13; 11:16; 14:3; 19:4). Veintinueve veces (todas en los Evangelios y Hechos) la palabra se refiere a los líderes judíos del Sanedrín, o en sinagogas locales que no eran sacerdotes. Las veinte veces restantes se refiere a los ancianos en las iglesias: en la iglesia de Jerusalén (Hech 11:30; 15:2,4,6,22–23; 16:4; 21:18); in Listra, Iconio, y Antioquia (Hech 14:21,23); en Éfeso (Hech 20:17); en los pueblos de Creta (Tito 1:5); y otras referencias generales (1º Tim 5:17,19; Stg 5:14; 1 P. 5:1,5). Juan también se refiere dos veces a sí mismo como “el anciano” (2 Jn 1; 3 Jn 1). Los judíos de la época de Jesús tenían miembros laicos en el Sanedrín de Jerusalén llamados ancianos. Las sinagogas también tenían cuerpos de hombres gobernantes llamados ancianos. En el Nuevo Testamento, las palabras anciano, guía o pastor y obispo o superintendente son intercambiables en el contexto de oficio dentro de la iglesia local. Esto se ve con la mayor claridad en Hechos 20 donde Pablo se reúne con los ancianos de la iglesia de Éfeso a quienes ha llamado en el versículo 17. En el versículo 28, Pablo dice a esos ancianos : “Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que Él adquirió con su propia sangre”.

Luego, en Efesios 4:11, Pablo dice: “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros”. La palabra que Pablo usó para “pastor” es poimenas, que se relaciona con la palabra para “guía”.

De modo similar, en 1ª Pedro 5:1-2 Pedro se dirige a los ancianos diciéndoles que ellos son pastores o guías de la manada de Dios, sirviendo como superintendentes u obispos. En 1ª Pedro 2:21 Jesús es llamado “Pastor y Obispo de vuestras almas”. La raíz de la palabra traducida aquí como “obispo” (episkop) aparece once veces en el Nuevo Testamento. En Tito 1, Pablo proporciona una lista de calificaciones para un oficio particular, similar a la dada a Timoteo en 1ª Tim 3. En ambos lugares, el funcionario descrito se llama episkopon, esto es, un obispo o superintendente. Pero en Tito 1:5, Pablo dice que él dejó a Tito en Creta para que nombrara presbuterous (ancianos) en cada pueblo. Más adelante, en el versículo 1:7, el se refiere a la misma persona como un episkopon. Claramente, en el Nuevo Testamento, las palabras anciano, guía o pastor y obispo o superintendente, en el contexto de oficio de la iglesia local, son intercambiables .

Pablo estableció los requisitos para los ancianos en 1ª Tim 3:1-7 y en Tito 1:5-9. Los ancianos deben ser irreprensibles y estar por encima de cualquier reproche, no arrogante, abstemio, autocontrolado, respetable, no dado al mucho vino, no violento sino gentil, no pendenciero, bien reputado (particularmente entre los no creyentes), probo, santo y disciplinado. El es el marido de una sola mujer, no amante del dinero, no perseguidor de ganancias deshonestas, un buen gobernante de su familia (sus hijos le obedecen) y no un recién convertido. El ama lo que es bueno, está firmemente sujeto al evangelio y está ansioso por servir.

Todas las calificaciones mencionadas aquí y citadas en otras partes en las Escrituras son aplicables a todos los cristianos, excepto una, la habilidad de enseñar. La esencia del oficio de anciano consiste en asegurar que la Palabra de Dios es bien entendida, evidenciada por el compromiso de enseñar a una manada particular esta Palabra. Cualquiera que sirva como anciano debe tener un dominio por encima del promedio tanto del evangelio como de las grandes verdades de la Escritura, especialmente de aquellas que están bajo asalto en nuestros días. Un anciano debe tener un dominio particularmente sólido de las verdades que distinguen su propia congregación de otras (por ejemplo, el bautismo para los Bautistas). Y debe ser un ejemplo de cuidado y preocupación por toda la congregación.

Las calificaciones de “marido de una sola mujer” y “manejar bien su propia casa” no significa que un anciano debe estar casado o tener hijos. Más bien parece que Pablo asumió que la mayoría de los hombres estarían casados y tendrían hijos. De conformidad con la creación, Pablo argumenta en 1ª Tim 2 que existe un orden divino que imposibilita que una mujer sea llamada “a enseñar o tener autoridad sobre un hombre” en la iglesia .

Una discusión frecuente sobre los ancianos del Nuevo Testamento es si cada congregación local debe ser gobernada solamente por un anciano o por varios ancianos. Por esto, en Lucas 7, el centurión envió a varios ancianos de la comunidad judía de Capernaum a Jesús para que suplicaran ayuda en su nombre. Deuteronomio también se refiere a múltiples ancianos en el contexto de su rol como líderes del pueblo. Ya fuese que implicara rescatar gente de las ciudades refugio, resolver asesinatos, o tratar con hijos desobedientes (Deut 19:12; 21:1–9,18–21). De manera similar, las sinagogas judías seguían el patrón de liderazgo plural. Las sinagogas que surgieron durante el exilio babilónico, funcionaron como asambleas civiles y religiosas para la enseñanza de la ley de Dios, y consecuentemente, para guiar a la comunidad. Se requerían diez hombres adultos para tener adoración pública en una sinagoga. Varios oficios facilitaban el trabajo de las sinagogas, entre ellos, el oficio de gobernar .

En el Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis presenta no uno sino veinticuatro ancianos. Las referencias a los ancianos judíos, de manera uniforme señalan un cuerpo de hombres. Pablo realizó su trabajo de plantar iglesias con la ayuda de varias personas, aunque como apóstol él era evidentemente el líder. También es cierto que muchos ancianos de las nacientes iglesias no podían ser mantenidos totalmente desde el punto de vista financiero. Y Pablo no les escribió a los ancianos de la iglesia de Éfeso sino a Timoteo solo. Por último, el Señor Jesús dirigió sus cartas a las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3 al “ángel” o “mensajero” de cada iglesia (singular).

¿Significa esto que el Nuevo Testamento concibe un solo anciano por cada iglesia? Por el contrario, las evidencias sugieren que las congregaciones del Nuevo Testamento estaban guiadas por más de un anciano. Cinco autores del Nuevo Testamento se refieren al oficio de anciano veinte veces. Solo Juan se refiere al oficio en singular; el mismo, se define como “el anciano” en su segunda y su tercera cartas. Aparentemente, él era conocido con ese título. Asumiendo que él le escribió a la gente fuera de su congregación, el título puede haber sugerido no tanto un oficio como su amplio reconocimiento.

Santiago, Pedro, Pablo y Lucas también se refieren al oficio de anciano en la iglesia, y cada uno de ellos, parece presumir una pluralidad de ancianos por congregación. Santiago instruye a sus lectores cristianos a “llamar a los ancianos (plural) de la iglesia (singular) a orar por ellos” (Stg 5:14). Pedro escribió como un anciano a los ancianos (plural) entre vosotros” (1ª P.5:1-5). A menos que Pedro estuviera diciendo “de un hombre viejo a otros”, el asume que en cada congregación había una pluralidad de ancianos. Pablo saludó con los ancianos (plural) de la iglesia (singular) de Filipos (Fil 1:1). Y exhortó a los ancianos de la iglesia de Éfeso a ser “obispos” o “superintendentes” (plural) de la manada (singular) a la cual Dios los había llamado (Hechos 20:28). Escribiendo a Timoteo y a Tito, Pablo de nuevo menciona ancianos en plural. El recuerda a Timoteo el cuerpo de ancianos que puso sus manos sobre él (1ª Tim 4:14). Poco después se dirige a los ancianos (plural) que dirigen los asuntos de la iglesia (singular) (1ª Tim 5:17). A luego se refiere no a las acusaciones contra “el anciano” sino contra “un anciano” (presbeterou, sin el artículo), lo cual debería ser consistente con la afirmación que Timoteo tenía múltiples ancianos su congregación.

Pablo también dejó a Tito en Creta para que “nombrara ancianos (plural) en cada pueblo (kata polin )” (Tito 1:5), significando que de nuevo Pablo tuvo como propósito que cada iglesia tuviese una pluralidad de ancianos. Por último, la narración de Lucas en el libro de los Hechos evidencia la pluralidad de ancianos en cada congregación local. La iglesia en Éfeso (singular) tiene múltiples ancianos (Hechos 20:17). Al final del primer viaje misionero de Pablo, Pablo y Bernabé “nombraron ancianos (plural) en cada iglesia (singular)” (Hechos 14:23). Y las referencias a los ancianos de la iglesia de Jerusalén siempre ocurren en plural .

La evidencia directa en el Nuevo Testamento indica que la práctica usual y esperada era que cada congregación local tuviese múltiples ancianos.

Otra cuestión que surge naturalmente en estos tiempos es si el Nuevo Testamento soporta la postura de un señor o un solo pastor. En tanto que en el Nuevo Testamento no hay evidencia directa que apoye este punto de vista, se pueden encontrar cuatro indicadores de un maestro principal entre los ancianos, aun en esas congregaciones primitivas. Primero, algunos hombres en el Nuevo Testamento como Timoteo y Tito, aunque se movían de un lugar a otro, actuaban como ancianos. Otros hombres habían permanecido en una localidad, quizás como los hombres nombrados por Tito en cada pueblo (Tito 1:5). En otras palabras, Timoteo estableció un precedente al venir de fuera de la comunidad a actuar como un dirigente de ella, aun cuando allí estaban ya otros líderes. Aparentemente, los forasteros no estaban excluidos de juntarse a la comunidad para asumir responsabilidades de enseñanzas primordiales.

Segundo, algunos hombres eran sostenidos financieramente porque trabajaban a tiempo completo con el rebaño (Fil 4:15–18; 1ª Tim 5:17–18), mientras que otros hombres conservaban sus vocaciones y además trabajaban como ancianos. Pablo frecuentemente hizo esto cuando estaba estableciendo el evangelio en una nueva área. Y se puede pensar que no todos los ancianos nombrados por Tito y Timoteo recibían paga por trabajo a tiempo completo.

Tercero, Pablo le escribió solo a Timoteo con instrucciones para la iglesia de Éfeso, aún cuando el libro de los Hechos señala claramente la pluralidad de ancianos en la iglesia de Éfeso. Aparentemente, Timoteo jugaba un rol único entre ellos.

Finalmente, Jesús dirigió sus cartas a las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3 al mensajero (singular) de cada una de esas iglesias.

Ninguno de estos ejemplos presenta un mandato explícito pero ellos describen la práctica común de reservar al menos uno de estos ancianos, potencialmente foráneo a la comunidad de la congregación, apadrinándolo y dándole la responsabilidad primaria de la enseñanza en la iglesia. Con todo y eso, el predicador, o pastor, es fundamentalmente uno de los ancianos de su congragación. Trabajando junto con ese pastor de mayor categoría, la pluralidad de ancianos ayuda tanto a él como a la iglesia complementando los dones del pastor, compensando sus deficiencias, corroborando sus decisiones y creando el ambiente favorable en la congregación para evitar la exposición de los líderes a críticas injustas. Una pluralidad también hace al liderazgo más enraizado y permanente y permite mayor continuidad en la madurez espiritual. Esto estimula a la iglesia a ser más responsable por el crecimiento espiritual de sus propios miembros y ayuda a la iglesia a ser menos dependiente de sus empleados. De acuerdo a como los ancianos lideran y los diáconos sirven, se prepara a la iglesia para dar testimonio de lo que Dios se ha propuesto que sea.

Disciplina. En el Antiguo Testamento Dios llamó a Abraham y a sus descendientes a ser su pueblo especial. Sin embargo, la presencia santa de Dios con su pueblo requería una especial santidad de su parte (Ex 33:14–16). El Señor dijo a Moisés, “habla a toda la asamblea de Israel y diles: “Sed santos por yo, el Señor vuestro Dios, es santo” “(Lv 19:1–2; vea Lv 11: 44–45; 20:26). La santidad de ellos debía reflejar la Suya. Dios continuó preservando este testimonio de sí mismo a todas las naciones mediante el convenio del monte Sinaí (detallado en Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) y en los tiempos que vivieron los profetas.

Durante los siglos transcurridos entre Moisés y Esdras, Israel existió como un testimonio de la fidelidad de Dios a las promesas hechas a Abraham. Durante este tiempo los individuos eran excluidos de la comunidad mediante la aplicación del código levítico si sus vidas resultaban muy corrompidas. Gordon Wenham resume el propósito del código levítico: “El corrupto y el santo son dos estados que jamás deben estar en contacto entre sí”. Un individuo podía estar excluido temporalmente del pueblo de Dios por un número diferente de acciones (vea Lv 11–15; 18; Num 35:33). Para otros pecados más serios se requería la pena capital (Lv 17:10; 20:3–5), como una separación divina desde la promesa abrahámica (“será eliminada de su pueblo” Ex 30:38; Lv 7:20–21; Num 15:30–31). Es un honor pertenecer al pueblo de Dios, y la membrecía tiene tanto obligaciones como privilegios.

Finalmente, los pecados de la nación resultaron ser demasiado grandes para que Dios los tolerara y decidió juzgar la nación completa. Primero, la nación fue dividida. Luego, después de muchos siglos de desobediencia, las tribus del norte fueron sometidas por Asiria, y tiempo más tarde, las tribus sureñas fueron conquistadas por Babilonia. Si su pueblo no podía vivir diferente al resto de las naciones (en lugar de adoptar la inmoralidad e idolatría de esas naciones), entonces, su pueblo sería dispersado entre ellos. Dios no les permitiría que continuaran llevando su nombre en vano para siempre. En Ezequiel, Dios resume la historia de su fidelidad a pesar de la infidelidad de su pueblo.

“Pero el pueblo de Israel se rebeló contra mí en el desierto; desobedeció mis decretos y rechazó mis leyes, que son vida para quienes los obedecen... Por eso, cuando estaban en el desierto, pensé descargar mi ira sobre ellos y exterminarlos. Pero decidí actuar en honor a mi nombre, para que no fuera profanado ante las naciones, las cuales me vieron sacarlos de Egipto”. (Ez 20:13-14).

En el Nuevo Testamento, la iglesia también ejerce disciplina puesto que sobre el pueblo de Dios permanece una expectativa de santidad. “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: "Sean santos, porque yo soy santo. (1ª P. 1:14-16; citando Lv 11:44–45; 19:2; 20:7). La iglesia fue fundada por Cristo y su éxito está prometido y asegurado por Él (Mat 16:17–19). Él se compromete a moldear santidad en su pueblo por medio de su Espíritu. Así, el Espíritu de Cristo usa el cuerpo local de creyentes para crear y mantener la especial santidad del pueblo de Dios. El escritor a los Hebreos recuerda a los creyentes jóvenes la importancia de la disciplina en la vida cristiana (He 12:1–14). Parte de esa disciplina ocurre mediante la interacción de las personas, como un miembro del cuerpo de Cristo cuida por los otros.

También Pablo escribió a los Gálatas: “Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado. Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo” (Gal 6:1-2). El alertó también a los de Tesalónica:

“Hermanos, en el nombre del Señor Jesucristo les ordenamos que se aparten de todo hermano que esté viviendo como un vago y no según las enseñanzas recibidas de nosotros.... Si alguno no obedece las instrucciones que les damos en esta carta, denúncienlo públicamente y no se relacionen con él, para que se avergüence. Sin embargo, no lo tengan por enemigo, sino amonéstenlo como a hermano.”. (2Th 3:6, 14-15; comparar con 1ª Tim 1:20; 5:19-20).

A Tito, Pablo le instruye: “Al que cause divisiones, amonéstalo dos veces, y después evítalo (Tito 3:10). Este concepto de disciplina de la iglesia, el cual puede terminar en la exclusión de la iglesia, tiene su origen en las enseñanzas de Cristo mismo. En Mateo 18, Jesús enseñó sobre la naturaleza de sus seguidores, instruyéndoles acerca del amor que busca a los perdidos y la misericordia hacia los demás. En el mismo contexto, Él también planteó el tema de lo que se debe hacer cuando uno de sus seguidores peca contra otro.

"Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que 'todo asunto se haga constar por el testimonio de dos o tres testigos'. Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia; y si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado”. (Mat 18:15-17).

Cristo estableció tres pasos para confrontar a cualquiera que proclame ser un seguidor suyo y se rehúse a arrepentirse de sus pecados: primero, confrontación privada, segundo, confrontación en grupo pequeño, tercero, confrontación congregacional. Mientras estos pasos pueden ser más sugestivos que exhaustivos, el resultado deseado de cada etapa de la confrontación, es siempre el mismo: el arrepentimiento del discípulo . Sin embargo, podría rehusarse el pecador a oír a la iglesia; en tal caso, será tratado como “un incrédulo o un renegado”. El ha demostrado que no pertenece a la asamblea porque la asamblea de la iglesia se caracteriza por el arrepentimiento santo.

La disciplina está indisolublemente ligada a la iglesia que Jesús concibió. Pero tal disciplina no ocurre sola. En vez de eso, sucede como parte de un compromiso mayor de toda la congregación de orar y trabajar, unos a otros, para la formación a semejanza de Cristo. Un rechazo de tal comportamiento debe ser seguido por una lamentable exclusión de la comunidad de creyentes.

Quizás el texto más citado sobre la práctica de la excomulgación o disciplina de la iglesia es 1ª Co 5. En este pasaje, Pablo; se dirige específicamente a la congregación para que “Expulsen al malvado de entre ustedes.” (v.13). Pablo tomó estas palabras de Deuteronomio donde el Señor instruye a su pueblo por medio de Moisés para expulsar a aquellos que adoraban a otros dioses, que daban falsos testimonios y que practicaban fornicación, adulterio o ciertas clases de esclavitud (Deut 17:7; 19:19; 22:21,24; 24:7). En el antiguo Israel, tal exclusión podía ser llevada a cabo mediante la pena capital. Pablo en su exhortación a la congregación de Corinto, simplemente plantea que el transgresor debe ser excluido de su congregación de manera similar al mandato de Jesús para que el pecador que no se arrepiente en Mateo 18:17 sea tratado como “un incrédulo o un renegado”. Aunque el infractor proclame ser cristiano, su declaración carece de credibilidad por su evidente falta de arrepentimiento. Tal juicio dentro de la iglesia es actualmente una parte del trabajo de la iglesia, dice Pablo. “¿Acaso me toca a mí juzgar a los de afuera? ¿No son ustedes los que deben juzgar a los de adentro? (v.12). “Sí”, por supuesto, es la respuesta que Pablo supone darán a esta segunda pregunta retórica.

La naturaleza de la exclusión que Pablo ordena es la excomunión, la cual típicamente significa excluir a disciplinados de la comunión (Cena del Señor). En esencia, es una remoción de la membrecía de la iglesia. Mientras otras situaciones disciplinarias pueden tener metodologías graduales como una advertencia, seguida de una suspensión temporal de ciertos privilegios de la membrecía, Pablo no contempla tales acciones parciales en 1ª Co 5. El crimen fue atroz y público y la respuesta de la iglesia necesita ser igualmente pública y contundente . Por lo tanto, Pablo pide la excomunión que trascienda la simple negación de participar en la Cena del Señor al no arrepentido.

Pablo escribió, “en esta carta quiero aclararles que no deben relacionarse con nadie que, llamándose hermano, sea inmoral o avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador. Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer” (1ª Co 5:11). El reaccionó fuertemente porque la vida del pecador no arrepentido contrastaba rotundamente con su afirmación de ser cristiano. En la medida que la iglesia le permitiera permanecer en membrecía, eso afirmaba su declaración de ser cristiano al tiempo que proporcionaba al mundo una imagen profundamente distorsionada de lo que es un cristiano. El pecado inicial perteneció a la pareja pecadora. Pero el pecado que provoca la ira de Pablo y que rechaza tan ásperamente fue la inacción de la congregación. Su falla al no actuar era potencialmente desastrosa para el testimonio de su evangelio y equivalía a rechazar el evangelio, lo que era en sí mismo, un serio pecado. La disciplina de la iglesia correctamente aplicada puede traer al pecador al arrepentimiento, pero siempre representará fielmente el evangelio a la comunidad circundante.

Por último, la disciplina en la iglesia debe ser practicada para llevar a los pecadores al arrepentimiento, alertar a los otros miembros de la iglesia, sanar toda la congregación, dar un testimonio colectivo diferente al mundo, y en última instancia, glorificar a Dios conforme su pueblo muestra su carácter de amor santo (ver Mat 5:16 y 1ª P. 2:12).

Misión y Propósito de la Iglesia. Los tópicos ya cubiertos en este capítulo no pueden ser apreciados totalmente, al margen de una comprensión fehaciente del propósito y la misión de la iglesia. La misión de la iglesia y el propósito están en el corazón de su naturaleza, atributos y señales; y las adecuadas prácticas de membrecía, gobierno y disciplina sirven a esos propósitos. Resumiendo, los objetivos correctos de la vida y acciones de una congregación local son adorar a Dios, la edificación de la iglesia y la evangelización del mundo. Estos tres objetivos a su vez glorifican a Dios.

La adoración colectiva de Dios ocurre en el contexto de la congregación reunida, mientras que la adoración individual ocurre en el contexto de la vida diaria individual. Modelar e incentivar tanto la adoración individual como la colectiva son aspectos significativos del propósito de la iglesia.

La adoración de Dios en la asamblea pública consta de particulares elementos prescritos por Dios y las circunstancias en las cuales esos elementos ocurren. Como David Peterson escribe: “La adoración del Dios vivo y verdadero, es esencialmente una participación con Él en los términos que Él propone y de la manera que solo Él hace posible.” Ligon Duncan resume cuales elementos deben ser incluidos en la adoración colectiva con el lema “Lee la Biblia, predica la Biblia, ora la Biblia, canta la Biblia y ve la Biblia”. Por “ver” la Biblia, Duncan quiere decir la celebración del bautismo y la Cena del Señor, lo cual, retrata al evangelio. Puesto que este aspecto de la adoración colectiva ya fue tratado antes, veremos a continuación los restantes elementos de la adoración colectiva.

A los cristianos se les manda a leer la Biblia cuando están congregados para la adoración. Pablo exhortó a Timoteo “dedícate a la lectura pública de las Escrituras”. Pero la Palabra de Dios no solo debe ser leída, también debe ser explicada y aplicada. Por tanto, la correcta predicación de la Palabra de Dios es central en la adoración de la iglesia, formando su base y corazón. Puesto que la fe viene por el oír la Palabra de Dios (Ro 10:14-17), la Escritura debe ser explicada con precisión y pasión. Es por esto que Pablo exhorta a Timoteo a “Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar” (1ª Tim 4:2).

La tarea de cantar alabanzas a Dios es impuesta a los cristianos tanto por la vía del ejemplo como del mandato. Marcos y Mateo registran, por ejemplo, el hecho que Jesús y sus discípulos cantaran un himno después de la Cena del Señor (Mat 26:30; Mr 14:26). Pablo instruyó a la congregación de Éfeso a “Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5:19–20). Por último, las alabanzas de las asambleas cristianas en la tierra prefiguran la alabanza que será ofrecida en el cielo (Apo 5:9-14).

Otro elemento de la reunión cristiana de adoración es la oración. En oración, los cristianos glorifican a Dios de diversas maneras: haciendo conocer su relación con Él, demostrando obediencia a su llamado a orar, recordando su fidelidad al responder a oraciones previas y presumiendo Su bondad, pedirle más aun. En la oración colectiva, Dios es magnificado en tanto que la iglesia es edificada y estimulada. Jesús enseñó a sus seguidores a orar de modo colectivo comenzando con “Padre Nuestro” (Mat 6:7–15; Lc 11:1–4). Santiago urgió a los primeros cristianos a “confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz” (Stg 5:16; compare con Ef 6:18; Fil 4:6; Col. 4:2; 1ª Tes 5:17; 1ª Tim 2:8; Stg: 13). El libro de los Hechos también está lleno de oración. Los cristianos iniciales “Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración” (Hech 2:42; ver 1:14; 4:24–31; 12:5,12). Leer y predicar la Palabra de Dios, cantar sus alabanzas y orarle a Él son los elementos básicos de la reunión semanal de los cristianos.

Detrás de la afirmación que la adoración cristiana debe consistir de estos elementos está la comprensión Protestante de la suficiencia de las Escrituras, la noción que las Escrituras enseñan suficientemente todo lo que necesita el pueblo de Dios para su salvación, absoluta verdad y completa obediencia. La suficiencia de la Escritura tiene muchas implicaciones incluyendo la convicción que la Escritura debe regular la forma en que el pueblo de Dios se acerca a Dios en adoración. Este principio ha sido llamado frecuentemente el principio regulativo. El principio regulativo aplica la creencia Protestante en la autoridad de la Palabra de Dios a la doctrina de la iglesia. Y es la que se cita con mayor frecuencia en las discusiones sobre la adoración pública.

Muchas personas han debatido acerca de cuáles son las aplicaciones específicas que deberían derivarse del principio regulativo para la reunión semanal de los santos. Por ejemplo, ¿Requiere o prohíbe el principio el tomar una ofrenda durante el servicio? ¿Tener un coro? ¿Usar una representación dramática relativa al sermón? y otras por el estilo. Aun antes de que los puntos particulares sean abordados, el principio básico debe estar clara y firmemente establecido: dios ha revelado cuales son los componentes básicos de la adoración aceptables para Él. Dejados por su cuenta, los humanos no adorarían a Dios como debe ser, ni siquiera aquellos que han sido bendecidos por Él. Uno necesita tan solo pensar en el inaceptable sacrificio de Caín o en el becerro de oro de los israelitas.

En respuesta a la pérdida del conocimiento y la inclinación a adorar correctamente que tiene la humanidad, Dios le dio, por gracia, su Palabra. Los dos primeros de los Diez Mandamientos muestran la preocupación de Dios sobre la manera de adorarlo. Jesús condenó a los fariseos por aspectos de su adoración (Mat 15:1–14). Pablo instruyó a la iglesia de Corinto sobre lo que debería y no debería ocurrir en sus asambleas (1ª Co 11–14). Brevemente, reconocer el principio regulativo equivale a reconocer la suficiencia de la Escritura aplicada a la adoración pública. En el lenguaje de la Reforma esto equivale a sola Scriptura.

El tiempo y lugar para reunirse o congregarse no está claramente prescrito en el Nuevo Testamento. Tanto los espacios públicos como el templo o la ribera de un río, como espacios privados tales como las casas, se usaron (Hech 2:46; 4:31; 5:42; 16:13; Ro 16:5). Habiendo dicho esto, la iglesia a lo largo de la historia ha considerado apropiado reunirse los domingos por varias razones. Primero, Cristo resucitó un domingo (Mat 28:1–2; Mr 16:2–5; Lc 24:1–3; Jn 20:1). Segundo, el Cristo resucitado se apareció por vez primera a los discípulos en domingo (Mat 28:8–10; Jn20:13–19; vea Lc 24:13–15). Tercero, el patrón de los cristianos primitivos apunta hacia el domingo como el tiempo para la reunión de adoración semanal, aun cuando no lo hubiese sido para algunos de los creyentes. Cuarto, este patrón de comportamiento fue rápidamente consagrado en el lenguaje con referencias al domingo como “el Día del Señor” (Apo 1:10). De acuerdo a los orígenes iniciales de la iglesia cristiana, esta fue la costumbre universal de los cristianos . Finalmente, los cristianos a través de la historia han considerado apropiado dar los primeros frutos de la semana a Dios para conocer su voluntad soberana, tal como ellos lo hacen con sus ingresos.

Además de promover y regular la adoración colectiva de Dios, la misión y propósito de la iglesia incluye fomentar la adoración individual de Dios. La adoración no solo ocurre en los servicios públicos y en las asambleas. Debe ocurrir en la vida diaria del cristiano. Por eso, Pablo exhortó a los cristianos de Roma “ofrezcan su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios… en adoración espiritual” . La teología vivida en obediencia y acción responsable es adoración a Dios. Cuando se realizan con fe, todas las actividades de la vida cristiana señaladas en las Escrituras son medios para adorar a Dios “Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Col 3:17; vea 1ª Co 10:31). La adoración a Dios es el fin supremo de la iglesia cristiana ya sea considerada localmente o universalmente o en la vida individual de sus miembros.

Además de ver hacia arriba, la iglesia debe ver de lado. Dicho de otra manera, el propósito vertical de la iglesia de adorar a Dios determina su propósito horizontal: trabajar para evangelizar y edificar a aquellos que han sido hechos a semejanza de Dios. La iglesia misma es, entonces, un medio de gracia, no porque ella otorgue salvación aparte de la fe sino porque es el medio ordenado por Dios para que su Espíritu lo use en la proclamación del evangelio salvador. La iglesia, por tanto, es el conducto mediante el cual vienen normalmente los beneficios de la muerte de Cristo.

El propósito de la iglesia, en parte, es estimular a los individuos cristianos en su fe y su relación con Cristo. Con este objetivo en mente, Pablo predicó a la congregación de Éfeso “Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro” (Ef 4:15-16). Cuando el escritor de los Hebreos exhortó a sus lectores a reunirse regularmente, apuntaba al propósito de darse mutuo estímulo: “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras.

Heb 10:25 No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros” (He 10:24-25).

La vida en conjunto de toda la congregación es señalada como el fin de la edificación colectiva. Dios creó un pueblo en el Antiguo Testamento que iba a ser un pueblo especialmente bendecido por la presencia de Dios, sus promesas y su poder. Él deseaba tener un pueblo que mostrase su fidelidad a sus promesas, su carácter al seguir Sus leyes y Su señorío al esperar con expectación el día prometido de su venida. La nación iba a ser un pueblo caracterizado por su santidad.

En el Nuevo Testamento el pueblo de Dios es la iglesia. En una congregación local, la comunión total es mostrar la santidad de Dios en sus propias santidades. El amor de Dios debe reflejarse en el amor que ellos muestran. La unidad de Dios debe ser reflejada en su propia unidad. La comunión que los creyentes deben tener en una congregación es la asociación para trabajar en la edificación mutua y en la fidelidad al evangelio.

Otro propósito de la congregación local es llevar la Palabra de Dios a quienes están en el mundo. Jesús ordenó “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mat 28:19-20). Él también dijo a sus discípulos que el perdón de los pecados también debía ser predicado en su nombre “comenzando por Jerusalén” (Lc 24:47). “serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” .

Oportunidades para ministrar a otros surgen naturalmente en las vecindades y ciudades donde viven las congregaciones. Las buenas nuevas se difundirán no solo donde la congregación tiene su asamblea sino también donde sus miembros pasan sus días. Sus vidas son conocidas por otros. Su testimonio es perfeccionado por la constante observación de su conducta. Los cristianos son llamados a vivir vidas de amor hacia los otros. La Escritura de ninguna manera niega el derecho o la posibilidad de de una congregación de cuidar de las necesidades físicas de los no cristianos de su entorno. Tampoco requiere la Escritura que los cristianos alivien las necesidades físicas de los no cristianos de su comunidad. En vez de eso, las congregaciones son llamadas a predicar, desplegar, modelar y expresar las buenas nuevas de Jesucristo. Y en obediencia a ese llamado las congregaciones cristianas tienen tanto la libertad como la responsabilidad de prudentemente tomar tales iniciativas en sus comunidades.

Pero el propósito externo de una iglesia no se limita a evangelizar una congregación de su propia ciudad. Una congregación de oración y planes debería expandirse más allá de los estrechos horizontes de la familiaridad. El mandato de Jesús de ir “hasta lo último de la tierra” recuerda a los creyentes que Cristo es Señor sobre todo, que Él ama todo y que Él llamará a todos a rendir cuentas el gran día. Por lo tanto, los cristianos tienen la responsabilidad de llevar el evangelio por todo el mundo. Esta responsabilidad no es tanto de los individuos sino de las congregaciones. Los cristianos juntos pueden aportar sabiduría, experiencia, soporte financiero, oradores, y llamarlos y dirigirlos al propósito común de hacer grande el nombre de Dios entre las naciones.

En muchas iglesias urbanas de hoy, este propósito externo puede requerir reestructurar la vida de manera tal que miembros de la congregación se crucen o encuentren de manera natural con población no creyente de áreas metropolitanas. En todas las iglesias, este propósito externo significa orar y planificar para enviar recursos y gente a aquellos grupos de personas que todavía no han oído del evangelio de Jesucristo. Testificar la gloria de Dios proclamada alrededor del mundo en los corazones de todo su pueblo debería ser la meta y el propósito de toda iglesia local.

El aspecto final, y el más importante, del propósito de la iglesia local es glorificar a Dios. En el antiguo Testamento el pueblo de Dios fue creado para la gloria de su nombre. Aun cuando Él los salvó de las consecuencias de sus propios pecados, Él los salvó para la gloria de su propio nombre. Hablando por medio de Ezequiel, Dios dijo:

Voy a actuar, pero no por ustedes sino por causa de mi santo nombre, que ustedes han profanado entre las naciones por donde han ido. Daré a conocer la grandeza de mi santo nombre, el cual ha sido profanado entre las naciones, el mismo que ustedes han profanado entre ellas. Cuando dé a conocer mi santidad entre ustedes, las naciones sabrán que yo soy el Señor. Lo afirma el Señor omnipotente (Ez 36:23, ver también Is 48: 8-11).

Lo mismo es verdad en el Nuevo Testamento. La iglesia finalmente existe para la gloria de Dios. Ya sea que se dedique al evangelismo o a las misiones, la edificación unos a otros mediante la oración y el estudio de la Biblia, estimular el crecimiento en santidad o congregarse para la adoración pública, oración e instrucción, este sublime propósito prevalece. La iglesia es el único instrumento para llevarle tal gloria a Dios. De acuerdo a la Biblia, “Dios, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales, conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Ef 3:10-11). No es un asunto menor para la iglesia patrocinar la promulgación de la gloria de Dios mediante su creación. Como dijo Charles Bridges “La Iglesia es el espejo que refleja todo el brillo del carácter Divino. Es el gran escenario en el cual se muestran al mundo las perfecciones de Jehová”

Clímax de la Iglesia.

En la Biblia, el pueblo de Dios comienza en un jardín (Gén 2-3) pero termina en una ciudad (Apo 21-22). El jardín es el Edén, creado para ser el ambiente perfecto para aquellos que fueron creados a su imagen. Tenía todo lo que los humanos podían necesitar, desde comida hasta trabajo y compañerismo. Más que todo, el jardín disfrutaba de la propia presencia de Dios, y Dios se deleitaba del ininterrumpido compañerismo con su pueblo en el jardín.

El pecado destruyó el compañerismo entre Dios, el hombre y la creación. Pero la destrucción dio lugar a un mayor despliegue del poder de Dios en la iglesia. En otro jardín Cristo enfrentó el reto de Adán: tomar su propia voluntad o la voluntad de su Padre celestial.

Por la misericordia y la gracia de Dios, Cristo, el segundo Adán, escogió seguir la voluntad de Dios y traernos su palabra. Lo que siguió fue el más terrible sufrimiento de la única persona que jamás mereció tal sufrimiento. Entonces, después de haber pagado los pecados de su pueblo como un sustituto, y después de haber satisfecho los reclamos de la ira de Dios contra su pueblo como un sustituto, Cristo resucitó en victoria contra el pecado y la muerte. Él luego hizo fluir su Espíritu, creando Su iglesia.

De ahí en adelante, el pueblo de Dios se ha dispersado por el mundo compartiendo las buenas nuevas de Jesucristo. La culminación de la historia se ilustra al final del Apocalipsis como una ciudad celestial, como una sociedad de luz eterna en la cual Dios mismo está personalmente presente. El compañerismo del Edén ha sido restaurado. Solo que en esta oportunidad el número de habitantes habrá sido multiplicado millones de veces tantas como tenga la intimidad del compañerismo, puesto que el propio Espíritu de Dios habita en aquellos que creen solamente en Cristo para el perdón de sus pecados. El jardín se ha transformado en la ciudad. La fe nos da la vía para percibirla. La gloria de Dios es magnificada como el amor eterno entre las tres personas de la Trinidad reflejada para siempre en el amor interpersonal compartido entre la novia y el prometido, la iglesia y Cristo.

La oración de Cristo por sus discípulos en Juan 17:26 es respondida: “Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos”. En esa ciudad, los cristianos accederán total y eternamente en el amor de Dios. La iglesia en la tierra de hoy en día representa el reflejo y la imagen creciente de esta realidad futura.

¿Qué ha Creído la Iglesia?

Historia del Concepto de la Iglesia

El tópico de la iglesia misma ha sido de interés intermitente en la historia de la iglesia. En el siglo IV las discusiones de la iglesia con los Donatistas fueron intensas, una controversia que se enfocaba significativamente en la naturaleza de la iglesia. En la Edad Media las discusiones sobre la autoridad del obispo de Roma contribuyeron a la separación entre Oriente y Occidente y dieron lugar a intensas disputas entre teólogos de Occidente. Más tarde, John Huss, John Wycliffe y otros medievales anticonformistas publicaron una doctrina de la iglesia invisible, en la cual, Cristo y no el papa era la Cabeza. Así como las discusiones sobre el tema de la iglesia fueron y vinieron a lo largo del tiempo, un número importante de asuntos fueron adquiriendo gradualmente mayor claridad.

Las asambleas de cristianos, o iglesias locales nombradas en el Nuevo Testamento, son ejemplos de iglesias visibles. Dios ha diseñado la iglesia para ser un testimonio visible y apreciable por el mundo circundante. Pero, ¿Es visible la única forma en que puede describirse la iglesia? Después de todo, Jesús expresó que la cizaña había sido sembrada entre el trigo pero que la dos serían separadas el último día (Mat 13:24-30). ¿Se puede hablar entonces de la iglesia “invisible”, es decir, de la iglesia como Dios la ve, o como aparecerá el último día? La iglesia invisible es entonces la iglesia formada por todos los verdaderos creyentes, estén o no en la iglesia visible, y excluyendo a aquellos de la iglesia visible que no están genuinamente convertidos. No hay dos iglesias separadas una visible y otra invisible; hay dos aspectos de la verdadera iglesia .

Históricamente, los Protestantes han liderado la distinción entre la iglesia visible y la invisible. Esta distinción ha sido usada para explicar la ausencia visible de la unidad predicada por Jesús en Juan 17. Por su naturaleza, la iglesia invisible está unida; lamentablemente, la iglesia visible está mezclada y dividida. En tanto que no hay precisión al afirmar que la idea de la iglesia invisible comenzó con la Reforma Protestante, ya que la idea se encuentra en Wycliffe, Huss y hasta en Agustín, los Reformadores Protestantes hicieron uso particular de esta idea.

Otra dicotomía con significativa historia de consideraciones teológicas en la iglesia ha sido la distinción hecha entre la iglesia local y la iglesia universal o católica. La iglesia que está formada por todos los cristianos a lo largo de la historia, es la iglesia universal. Aunque la iglesia universal nunca se ha congregado, un día lo hará, y todos los cristianos son considerados por Dios parte de ese cuerpo elegido. Por otra parte, la iglesia local es simplemente la congregación local de los cristianos. Con una posible excepción (uso interesante de Lucas en Hechos 9:31), la palabra iglesia que se encuentra en las traducciones del Nuevo Testamento, siempre se refiere tanto a la iglesia local (la mayoría de las veces) o a la iglesia universal (algunas veces) . Los cristianos han aceptado históricamente ambos usos. Sin embargo, han perdurado dos discusiones significativas respecto a esta dicotomía.

Primero, y la más significativa para la iglesia en todo el mundo, ha sido la discusión acerca de si hay un orden y una forma de gobierno prescritos para la iglesia universal tal como lo hay para la iglesia local. La Iglesia Católica Romana sostiene que hay un orden universal. La Iglesia Ortodoxa Griega y muchos grupos Protestantes sostienen que hay estructuras que han sido desarrolladas que están permitidas y son útiles, aunque no son un mandato de las Escrituras, tales como asambleas nacionales, convenciones, arzobispados y así por el estilo. Por otro lado, los Congregacionalistas, como los Bautistas, han mantenido que el Nuevo Testamento no prescribe estructura alguna para la iglesia universal. Se entiende que toda cooperación entre congregaciones es voluntaria y consensual.

Una segunda controversia, de particular preocupación para los cristianos Bautistas ha sido el tema de si uno puede, legítimamente, referirse a algo como una iglesia si no han sido establecidas para ella ni estructuras ni orden. Irónicamente, algunos Bautistas del siglo XIX y sus herederos coincidieron con este aspecto del pensamiento Católico Romano. Sin embargo, ellos agregaron la conclusión que en el Nuevo Testamento nunca se discute sobre la iglesia universal. Esta controversia fue conocida con el nombre de Territorios Marcados Este fue el texto de un sermón de J. M. Pendleton y la base del libro de J. R. Graves, Antiguos Territorios Marcados: ¿Qué son? (1854). Este libro se transformó en un manifiesto y ejerció una gran influencia entre los Bautistas en ciertas partes de Estados Unidos .

Hay otra dicotomía que ha sido usada para describir diferentes aspectos de la iglesia es la iglesia militante y la iglesia triunfante . La iglesia militante se refiere a los cristianos vivos quienes están en una batalla constante con el pecado, la carne y el mundo . La iglesia triunfante se refiere a los cristianos que están en el cielo, apartados de la guerra espiritual y totalmente victoriosos. La Iglesia Católica Romana también habla de la iglesia sufriente mediante la cual indican tanto la iglesia que está ahora en la tierra como aquellos que están redimidos pero que todavía están siendo purificados en el purgatorio.

El tópico de la iglesia vino a ser el punto focal del debate teológico formal en la Reforma. Aquí, como en muchas partes del desarrollo teológico de la iglesia, la cuestión de cómo distinguir lo verdadero de lo falso conduce a una definición más clara de la verdad.

Antes del siglo XVI, la iglesia era más asumida que discutida. Era considerada como un medio de gracia, una realidad existente, y una presuposición para el resto de la teología. La teología Católica Romana comúnmente se refiere al “misterio de la iglesia” queriendo decir la inagotable e inestimable profundidad de esta realidad de la iglesia. Por eso, la Vulgata, en Efesios 5:32 se refiere a la unión de Cristo con su iglesia como un sacramentum (misterio). Prácticamente la Iglesia de Roma argumentó que era la verdadera y visible iglesia de acuerdo a la sucesión de Pedro a través del obispo de Roma establecida en base a las palabras de Jesús a Pedro en Mateo 16.

Con la llegada de la Reforma, la discusión sobre la naturaleza de la iglesia resultó inevitable. Para los Reformadores Protestantes, “no la pretendida silla de Pedro sino las enseñanzas de Pedro eran la verdadera señal de sucesión apostólica. La Reforma hizo del evangelio no de la organización eclesiástica, el test de la verdadera iglesia” . Calvino criticó la declaración de Roma de ser la verdadera iglesia en base a la sucesión apostólica. “Especialmente en la organización de la iglesia nada es más absurdo que asegurar la sucesión solo en personas prescindiendo de las enseñanzas”. Considerando que los atributos de la iglesia (una, santa, universal y apostólica) han sido insuficientes para distinguir entre una iglesia verdadera y una falsa, la Reforma introdujo la notae ecclesiae, las características de la iglesia: la correcta predicación de la Palabra de Dios y la recta administración de las ordenanzas.

Comenzando con la Reforma, entonces, los Protestantes han creído que una congregación individual, local, debe ser considerada como una verdadera iglesia cuando la Palabra de Dios es correctamente predicada y las ordenanzas de Cristo son justamente seguidas. La correcta predicación de la Palabra de Dios es la disciplina formativa que modela la iglesia (como opuesta a la disciplina correctiva que incluye medidas como la excomunión). El ministerio de la Palabra, por tanto, es central y definitivo. La vía para distinguir entre una verdadera iglesia y una falsa iglesia es preguntar si la adoración pública consiste en la correcta predicación de la Palabra de Dios y la justa aplicación de las ordenanzas de Cristo. Si ambas están presentes, es una verdadera iglesia . La Palabra que es correctamente enseñada debe llevar a la iglesia a la justa administración de las ordenanzas de Cristo (lo cual también implica que debe ser ejercida la disciplina).

Estrechamente relacionado con el concepto de la universalidad de la iglesia está la idea de la unidad de la iglesia. Las primeras iglesias cristianas mostraron su unidad como medio de defensa ante los herejes e iconoclastas. Pero las mutuas excomulgaciones sobre asuntos como el Nestorianismo, el Monofisismo o la supremacía papal desgarraron la visible unidad de la iglesia. La iglesia fue adicionalmente dividida durante la Reforma tanto por la comprensión Protestante del evangelio como por su método de entender el evangelio mediante la transparencia y suficiencia de las Escrituras en lugar de la mediación de la iglesia. Los Católico Romanos han insistido en una visible unidad de la iglesia. Los Protestantes han insistido, por el contrario, en la primacía de una unidad en doctrina y espíritu.

Las denominaciones, tal como las conocemos hoy, surgieron principalmente en el siglo XVII, aunque sus raíces son anteriores. Los Protestantes no buscaron dividir superficialmente la iglesia sino que los principios Protestantes de la claridad de las Escrituras (precisión), y autoridad les daba la garantía, o aun les demandaba su uso para separar las falsas enseñanzas. Como dijo Calvino “no reconocemos unidad excepto en Cristo, ni caridad de la cual no sea Él la garantía… por lo tanto, el punto principal para preservar la caridad es mantener la Fe sagrada y entera” . Esto significa que los Reformadores reconocieron que el costo de la unidad al precio de la verdad era un mal negocio. Una correcta división era preferible a una unión corrupta. Por estas razones varios grupos del continente europeo batallaron libres del control de iglesias establecidas y comenzaron a persistir en su propia comprensión de la fidelidad de las Escrituras.

La mayoría de las denominaciones conocidas hoy en los Estados Unidos comenzaron a crecer en el Reino Unido (aunque sus raíces se remontan a todo el continente). Presbiterianismo, Congregacionalismo y una creencia en el bautismo de los creyentes, son todas derivadas de la Reina Elizabeth I de Inglaterra (1558-1603). Sin embargo, no le fue dado un tolerante reconocimiento fuera de la iglesia establecida hasta finales del siglo XVII, casi cien años después. Las denominaciones pueden haber solidificado las divisiones en la iglesia, pero ellas también facilitaron el despertar de las conciencias de muchos cristianos precavidos del siglo XVII. La libertad de reunirse y adorar de acuerdo a su propia conciencia fueron pasos fundamentales en el desarrollo de las denominaciones tal como las conocemos hoy.

Las tres “antiguas denominaciones” como fueron llamadas, fueron los Presbiterianos, los Congregacionalistas y los Bautistas.

Estas tres juntas dieron lugar al establecimiento de los Episcopalianos y a la denominación del siglo XVIII, los Metodistas, abarcando a los religiosos de origen británico que se habían desplazado a Norteamérica. Una vez más, otro significativo grupo étnico fue añadido tales como las iglesias Reformadas Francesa y Alemana o los grupos luteranos Ale manes y Escandinavos. América vino a ser el primer laboratorio para evaluar la coexistencia de denominaciones de las iglesias cristianas.

Estos grupos de iglesia retuvieron por largo tiempo sus doctrinas y prácticas distintivas, y han surgido nuevas desde entonces. Brevemente, el surgimiento de denominaciones representa el creciente deseo por la fidelidad en la pureza antes que en la unidad . Cada congregación decide cuales asuntos deben tener en común los miembros antes de que puedan en sana conciencia experimentar y expresar unidad con ellos.

Historia de la Ordenanzas de la Iglesia

Es tristemente irónico que muchas de las acciones que los cristianos han sido llamados a compartir en común (reconocer “un solo bautismo” [Ef 4:5]; celebrar la Cena del Señor juntos [1ª Co 11: 18, 21, 33]) hayan sido el foco de muchas disputas y divisiones a lo largo de la historia de la iglesia. Las disputas se han centrado tanto en el número como en la naturaleza de las ordenanzas a ser practicadas por la iglesia.

Entre los teólogos que datan desde Agustín en el siglo V hasta Hugo St. Victor en el siglo XII, no hubo acuerdo sobre el número de sacramentos. El número varía desde dos en total hasta treinta o más. Desde el siglo XIII, la Iglesia Católica Romana ha reconocido siete sacramentos. Los teólogos de los siglos XII y XIII, especialmente Hugo St. Victor, Peter Lombard, Alexander de Hales y Tomás de Aquino, apoyaron intensamente la posición de la Iglesia de Roma respecto al número y naturaleza de los sacramentos. Junto con el bautismo y la Eucaristía, la Iglesia Católica Romana también enseña que la confirmación, la confesión y penitencia, el matrimonio, la ordenación al sacerdocio y la extremaunción (últimos ritos), son sacramentos a ser observados por los cristianos como medios de gracia ordenados por Dios.

Aunque puede argumentarse sobre bases bíblicas para estos últimos cinco sacramentos, la Iglesia Católica Romana no cree en la suficiencia de las Escrituras. En su lugar enseña, que la tradición de la Iglesia, junto con la Escritura preservan la voluntad revelada por Dios para su pueblo. Sin embargo, en el Nuevo Testamento no aparece desarrollado ninguno de estos sacramentos en ninguno de los autores, pese a eso, la teología de la Iglesia Católica Romana no se avergüenza.

Otros grupos tales como los Cuáqueros y el Ejército de la Salvación han mantenido que hoy en día no deben observarse ordenanzas, ni siquiera el bautismo y la Cena del Señor. Ellos enseñan que estas acciones tuvieron significado para los primeros creyentes y que nunca se pretendió una observancia continuada en la iglesia. No obstante, lo que debe continuar son las realidades espirituales de entrar a la nueva vida en Cristo y comunicarse con Dios quien viene de nuevo. Ambas cosas fueron simbolizadas por el bautismo y la Cena del Señor. Hablando acerca de George Fox, fundador de los Cuáqueros, Rufus Jones ha escrito:

Su casa de adoración estaba desnuda excepto por las sillas. No tenía santuario, la shekinah (la gloria o presencia de Dios) ocurriría en el corazón de cada uno de los que adora. No hay altar, puesto que Dios no necesita calmarse ya que él mismo ha hecho el sacrificio por los pecados. No hay fuente bautismal porque el bautismo en su creencia no es otra cosa que una inmersión permanente en la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un descenso al significado de la muerte de Cristo y un elevarse a la nueva vida con él. No había mesa de comunión porque él creía que la verdadera comunión consiste en participar directamente del pan espiritual del alma, el Cristo viviente.

Ciertamente, la abstención de Fox del bautismo y la Cena del Señor es consistente con su priorización de la luz interior (tomado de Juan 1:9) sobre y por encima de la Palabra escrita de Dios.

Algunos cristianos han sostenido que el lavado de los pies debería conservarse como tercera ordenanza. Entre estos hay grupos de Antiguos Regulares y Bautistas Regulares, Bautistas Primitivos y Hermanos de la Gracia y algunos otros grupos. Citando la evidencia de Juan 13: 13-15 ellos construyen el ejemplo de Jesús no como una lección acerca de la humildad. En vez de eso, ellos interpretan que Jesús enseñó que este ritual debe ser continuado por los cristianos. Ningún registro histórico sugiere que los cristianos primitivos practicaran el lavado de los pies como una ordenanza de la iglesia. Aún así, varios de estos grupos en el período post- Reforma han reiniciado esta práctica.

Toda discusión respecto al número y la naturaleza de las ordenanzas de Cristo podría verse como algo alejado de los intereses de las iglesias cristianas actuales. El mandato de Cristo a bautizar es ignorado o minimizado en la enseñanza de muchas iglesias, en los libros y leídos generalmente por los evangélicos y en los requerimientos de membrecía de tales iglesias. Además, la Cena del Señor es rara vez celebrada en muchas congregaciones. Por todo esto, la doctrina Reformada de solo fide (solo fe) ha sido explotada para insanos propósitos, siendo usada para relegar cualquier cosa no directamente necesaria para la salvación al status de sin importancia. Pero seguramente si Cristo ha ordenado algo, sus seguidores no tienen autoridad para alterar su mandato ya sea añadiéndole cosas o ignorándolo.

Históricamente, los Bautistas nunca estuvieron en peligro de ignorar las ordenanzas de Cristo. Desde el nombre hasta la práctica, los Bautistas se han caracterizado por una comprensión particular del bautismo. Aún así tal forma de practicar el bautismo por los creyentes no ha dado lugar a controversias con otras denominaciones. Más bien, el bautismo de infantes ha causado muchos de los debates y divisiones en la historia de las iglesias cristianas.

Han ocurrido debates muy acalorados en torno a cuando comenzó la práctica de bautizar los infantes. Quienes lo practican en la actualidad casi universalmente argumentan que los cristianos del primer siglo realizaban el bautismo de infantes aunque deben admitir que la referencia del nuevo Testamento es tangencial, por deducción. Otros han sido menos competentes para encontrar sus orígenes en los primeros años de la iglesia cristiana. De la Historia del bautismo de infantes de William Wall, la monumental defensa anglicana del siglo XVII hasta el debate de mediados del siglo XX entre los eruditos Joachim Jeremias y Kurt Aland, el consenso ha continuado eludiendo a los eruditos . La Didache, la Carta de Bernabé y El Pastor de Hermas, son todos ellos documentos del siglo II que reflejaban la práctica de la iglesia de esos tiempos; y en ninguno de ellos, se menciona el bautismo de infantes. De hecho, en sus declaraciones sobre el bautismo, todas presuponen el bautismo de creyentes. La declaración de Tertuliano en De Baptismo (escrito entre los años 200y 206 D.C.) atacando el bautismo de infantes “constituye la primera mención expresa del bautismo de infantes en la historia de la iglesia.”

Posteriormente, en la primera mitad del siglo III D.C., Orígenes se refiere al bautismo de infantes . En este punto resulta poco creíble llamarlo una práctica universal. La práctica del bautismo de infantes parece originarse con el surgimiento de la comprensión ex opere operato de sus efectos, se pensaba que el bautismo podía asegurar el perdón de los pecados de todo aquel que se bautizara. Cuando el cristianismo se hizo legal y se estableció, surgió la presión por extender la membrecía a toda la congregación. A raíz del Concilio de Cartago del año 418 D.C., todo aquel que enseñara contra el bautismo de infantes era anatematizado . En el siglo VI, el emperador Justiniano decretó la obligación del bautismo de infantes en todo el imperio romano.

Mientra los Católico Romanos, los Ortodoxos y varios grupos disidentes continuaron practicando el bautismo de creyentes en el caso de los convertidos, no hay un resurgimiento real de la práctica de bautizar solo creyentes hasta principios del siglo XVI, cuando alguna gente, particularmente los evangélicos Anabaptistas, comenzaron a rechazar la validez del bautismo de infantes . No es un hecho fortuito que la naturaleza de la verdadera conversión comenzó a ser clarificada al mismo tiempo que el evangelio de la justificación solo por fe comenzó su resurgimiento. Antes de la Reforma, la mayoría de los cristianos se llamaba a sí mismos cristianos en gran parte para afirmar la familia, la feligresía, el pueblo y hasta la nación a la cual pertenecían. La Reforma trajo una nueva apreciación de la radical naturaleza de la conversión cristiana. La conversión no es el resultado de un rito de la infancia ni de la membrecía en alguna entidad política en particular. Es el resultado de la profesión de fe en la obra justificadora de Dios en Cristo.

La reafirmación de la autoridad de la Escritura y la claridad del evangelio condujo a un sorprendentemente rechazo mayoritario de la autoridad del obispo de Roma. En la medida que se difundió el evangelio de la justificación solo por la fe, la imposibilidad de justificación sin fe cambió totalmente la práctica de administrar indiscriminadamente el bautismo y la Cena del Señor a cualquiera que perteneciera a una particular entidad política ya fuese ciudad, nación o feligresía. De manera que, para fines de siglo, la relación que Constantino había establecido con la iglesia cambió por completo. Más aun, los Anabaptistas fueron los primeros en repensar la eclesiología y reconstruir la relación entre el estado y la iglesia, como se verá en breve.

En la Europa cristiana, reconsiderar lo que significa ser cristiano requería reconsiderar los que significa ser ciudadano de una ciudad o de una nación. Previamente, quizás un cristiano podía imaginarse que fuera de su país vivían otros cristianos. Ahora, en virtud de la eclesiología Bautista, era posible pensar en ciudadanos del propio país que no fuesen cristianos, o al menos, no miembros de la misma iglesia. Desde el principio, la eclesiología ha puesto a las Bautistas aparte de los otros evangélicos. La doctrina de una iglesia visible compuesta solamente por bautizados regenerados es el sello de los Bautistas.

Retomar la imagen del Nuevo Testamento de una iglesia de creyentes cambió los supuestos que la mayoría de los cristianos había hecho desde la época de Constantino, particularmente, que el estado es responsable de proveer para la iglesia y que la iglesia es responsable de guiar al estado. Una fuerte conexión de este tipo entre iglesia y estado prevaleció con los herederos de Constantino y en algunas áreas del Oriente Ortodoxo. En el Oriente, lo que se llamó caesaro-papism trató a la iglesia como la responsable del gobierno; en efecto, veía al César como el papa, de ahí el nombre. En el Occidente, ha existido una relación menos centralizada y más amplia entre la iglesia y el estado. Mientras el estado mantuvo la posición dominante en el Oriente, sobre todo a partir del surgimiento del Islam, la iglesia ha predominado en el Occidente, dada su organización más centralizada y de implementar una jurisdicción episcopal sobre los gobernantes. Algunas veces, fueron excomulgados emperadores y ciudades enteras fueron puestas en entredicho (algo impensable en el Oriente).

Durante la Reforma Protestante, los líderes teológicos continuaron afirmando la tradicional comprensión de Occidente de la relación entre iglesia y estado. Bien fuese desde perspectivas pasivas (Luteranismo) o agresivas (Calvinismo), se tomó posición en torno a la autoridad del magistrado y las sucesivas reformas introdujeron pequeños cambios inmediatos en la relación entre la iglesia y el estado. Una nación que enfrenta una reforma se enfoca en asuntos tales como cuál iglesia reconocer y qué estructuras adoptar, dos cuestiones sobre la teología y el liderazgo que no desestabilizan la unidad básica de la feligresía europea. Las naciones protestantes tuvieron distintas respuestas ante tales temas. Pero en ninguna reforma magisterial se disolvió o reemplazó la congregación local .

Como se ha dicho, la desaprobación bautista del bautizo de infantes puso en peligro el estado – iglesia constantiniana establecida en la Europa Occidental.

El Bautista cree que la membrecía regenerada en la iglesia hace las relaciones entre los ciudadanos y su iglesia, de modo que entre la iglesia y el estado es voluntaria. Esto podría haber sido inimaginable a principios y a mediados del siglo XVI. Por último, la eclesiología Bautista proporciona la semilla para el nacimiento de las nociones modernas de libertad de religión, en las cuales ninguna iglesia está establecida y los derechos de los ciudadanos de cualquier religión están asegurados. Como cristianos tratan de responder una simple pregunta ¿Quién debería ser bautizado? Y encuentran que la respuesta a tal pregunta tiene efectos tremendos. Si concluyen que solo los creyentes deberían ser bautizados, eso prohibiría tener una membrecía que fuese extensiva a la población en general, y en efecto, excluiría tener una iglesia establecida.

La Iglesia Católica Romana enseña que el bautismo en y por sí mismo, transmite la gracia de Dios, perdonando todos los pecados, tanto el original como los actuales. La Reforma Luterana enseñó que el bautismo es ciertamente efectivo . Lutero en su catecismo dijo, “el bautismo obra para el perdón de los pecados, libera del diablo y de la muerte, y da salvación eterna a todo aquel que cree esto, como las palabras y promesas que Dios declara.” Calvino, emulando a Agustín, llamó al bautismo “la Palabra visible.” El Concilio de Trento (1545-1563) anatematizó a cualquiera que enseñara que el bautismo confería gracia solo a aquellos que tenían fe y no ex opere operato. Los Presbiterianos y los Reformados consideran al bautismo como una señal y un sello de la gracia de Dios .

Entre los Bautistas, el bautismo nunca ha sido tratado como un conducto esencial a la gracia de Dios. Más bien, lo han interpretado como una ordenanza dada a los nuevos creyentes, y por tanto, el medio natural para celebrar y expresar su salvación. El bautismo es un sermón visible, completamente dependiente del Espíritu de Dios para crear la realidad espiritual que ilustra. En el bautismo de un creyente “Está la bendición del favor de Dios que viene con toda obediencia, tanto como el gozo que viene de la confesión pública de fe, y la certeza de tener una representación grafica de la muerte y resurrección con Cristo y el lavado de nuestros pecados.”

El bautismo no ha sido la única ordenanza asediada por la controversia en la historia de la iglesia. La Cena del Señor es en su naturaleza y efectos ha sido interpretada de diversas maneras. Estas diferentes formas han ayudado a distinguir la teología Católico Romana de la Protestante y también han establecido las diferencias entre los protestantes. El foco de la discusión se ha centrado en la pregunta ¿Cuál es la relación de Cristo con Su Cena?

Desarrollada totalmente por Tomás de Aquino y confirmada por el Cuarto Concilio Laterano (1215), la doctrina de la transustanciación describe la Cena del Señor como una representación del sacrificio de Cristo. Aquino argumentó que la esencia del pan en la celebración de la Eucaristía, se transforma en el cuerpo físico de Cristo en tanto que la esencia del vino se transforma en Su sangre física . Entonces ¿Por qué el pan y el vino no cambian en apariencia? La respuesta de Aquino se basa en una distinción filosófica, planteada por Aristóteles, entre el accidente, o forma exterior y la sustancia, o esencia interior, de un objeto. Solo la sustancia del pan y del vino cambian dice Aquino, de ahí la palabra transustanciación. Los accidentes, es decir, las características que influyen sobre los sentidos humanos, permanecen inalterables.

La Eucaristía se interpreta como un real y efectivo “sacrificio no sangriento.” Todo aquel que participe de ella, dejando a un lado a los que hayan cometido pecado mortal, recibe la gracia de Dios. Participar en una misa constituye un acto digno de tal gracia. Generalmente, los participantes recibirán una galletita consagrada, la cual se entiende, será el transustanciado cuerpo de Cristo. Desde el –Concilio Vaticano II (1962-1965) se ha permitido que más personas laicas participen de la copa. Los promotores de la transustanciación siempre aplican las promesas de Cristo en Juan 6: 53-57 a la Cena del Señor aún cuando Cristo no había establecido la Cena.

La Consustanciación niega la transformación literal y esencial del pan y del vino en la esencia de Cristo, pero propone que el cuerpo y la sangre de Cristo se unan con (con es el prefijo latino para “junto a”) la sustancia del pan y el vino en la Cena del Señor. Los teólogos luteranos han descrito el cuerpo y la sangre de Cristo como “en, con y mediante” el pan físico y el vino . El Pequeño Catecismo de Lutero enseña: ¿Qué es el Sacramento del Altar? Es el verdadero cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, mediante el pan y el vino, para que los cristianos comamos y bebamos, instituido por Cristo mismo”. La visión de Lutero le permitió continuar manteniendo una profunda reverencia hacia los elementos (y uno nunca debería subestimar el efecto de la devoción popular sobre la teología) al tiempo que se libraba a sí mismo de un problema lógico de la visión de Roma, a saber, que algo pareciera ser lo que no era (tales accidentes y sustancias ya no concordaban). Esta doctrina de la consustanciación continúa siendo enseñada por los teólogos luteranos .

Juan Calvino enseñó que realmente Cristo está presente en su Cena pero que su presencia no es física, como enseñan los Católico Romanos y los Luteranos, sino espiritual . Esta presencia espiritual es percibida y aprovechada por medio de la fe en lugar de los sentidos físicos. Aparte de la fe, entonces, la Cena no es efectiva. De acuerdo a este punto de vista, “como contraprestación a la declaración de poseer todas las riquezas en Cristo, los creyentes expresan su fe en Cristo como Salvador y se comprometen a obedecerlo como Señor y Rey.” La Confesión de Westminster establece que el cuerpo y la sangre de Cristo están “realmente presentes en la fe de los creyentes, pero sólo espiritualmente” Ellos “realmente han recibido, no carnal ni corporal sino espiritualmente, y son sostenidos por Cristo crucificado, con todos los beneficios de su muerte.”

De las cuatro visiones de la Cena del Señor detalladas aquí, solo la Cena como in memoriam ha sido aceptada universalmente. Los que abogan por las otras tres posiciones van más allá de la Cena como memorial pero ninguno niega que este sea un aspecto de la Cena del Señor. 1ª Corintios 11:26 es contundente “Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga”. De modo casi natural, entonces, el lenguaje memorialista se encuentra en la historia de la iglesia desde Clemente de Alejandría hasta Orígenes, desde Cirilo de Jerusalén hasta Juan Crisóstomo. Hasta Agustín usa eventualmente tal lenguaje. Esta visión se privilegia en la Reforma conjuntamente con la negación de la presencia física de Cristo en la Cena.

Ulrich Zwinglio enseñó que la Cena del Señor es una representación del sacrificio de Cristo pero solo en el sentido simbólico de proclamarlo de nuevo. Zwinglio señala las palabras de Pablo en 1ª Corintios 11:25 como el más claro testimonio bíblico sobre cómo debe entenderse la Cena del Señor. Desde Zwinglio muchos Protestantes, incluso muchos Bautistas, han adoptado esta comprensión memorial, en primer lugar porque es indudablemente bíblica y luego (quizás) porque evita cualquier sugerencia del sacramentalismo de la posición Católico Romana. Es decir, los Bautistas históricamente han usado un lenguaje tan rico sobre la presencia de Cristo en la Cena del Señor para aquellos que vienen por fe que poca diferencia es perceptible entre su posición y la idea Reformada de la presencia espiritual de Cristo.

La mayor división acerca de la forma en que la Cena del Señor es un medio de gracia en la vida de los cristianos es la misma división que se encuentra en la comprensión del bautismo. La pregunta decisiva es ¿Qué es la relación de fe para la ordenanza? ¿Hace la fe del participante a la ordenanza un medio de la gracia de Dios o concede gracia la ordenanza independientemente de la fe? Entre los Bautistas, no se considera la Cena del Señor como un conducto especial de la gracia de Dios. Más bien, se considera un mandato para los nuevos creyentes, y por tanto, el medio natural para distinguir a aquellos que han sido separados del mundo y dados a la comunión con Cristo. Tal como en el bautismo, la Cena del Señor presenta un sermón visible y es totalmente dependiente del Espíritu de Dios para crear la comunión espiritual entre Dios y los creyentes.

El catecismo de mediados del siglo XIX de C.H. Spurgeon ilustra bien este punto de vista. En respuesta a la pregunta 80 ¿Qué es la Cena del Señor? Spurgeon escribió:

La Cena del Señor es una ordenanza del Nuevo Testamento, instituida por Jesucristo, de donde, al dar y recibir el pan y el vino, de acuerdo a su señalamiento, se rememora su muerte (1ª Corintios 11:23-26), y los dignos receptores son, no de modo corpóreo o carnal sino espiritual, hechos partícipes de su cuerpo y su sangre con todos sus beneficios, para su alimentación espiritual y crecimiento en la gracia”

Los Bautistas están en desacuerdo acerca de lo que implica el término fidelidad en la exhortación que Pablo hace en 1ª Corintios 11:27-31. Por cierto, hay un amplio espectro entre los cristianos Bautistas sobre quiénes son los participantes adecuados en la Cena del Señor . Esto se resume, básicamente, en tres posiciones (aunque hay un número casi infinito de variaciones). La primera posición se llama comunión “estricta” o “cerrada.” Muchos Bautistas, particularmente en los siglos XVII y XVIII y entre los de los Territorios Marcados en los siglos XIX y XX, han enseñado que solamente los miembros de una congregación local deben participar en la Cena del Señor cuando se celebra en su iglesia. La comunión “Cercana” o “Familiar” se refiere a una posición apoyada por la historia Bautista pero apoyada sobre todo a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX en la oleada de reavivamientos evangélicos que afirmaban que todos aquellos creyentes que habían sido bautizados podían participar de la Cena del Señor. La comunión “Abierta”, de nuevo, una posición apoyada por la historia Bautista pero (por ejemplo por Juan Bunyan) pero que vino a ser dominante solo en el siglo XX, sostiene que todos los que han creído en Cristo para salvación, son bienvenidos a la Cena del Señor hayan sido bautizados o no.

Historia de la Organización de la Iglesia

Más allá del rol de las ordenanzas, las mayores disputas en la historia de la cristiandad han ocurrido sobre las formas de organización de la iglesia. En particular, tres áreas ilustran mucho este desacuerdo: membrecía, gobierno y disciplina. La tercera área estuvo tan entrelazada con las otras dos en tiempos pasados que un trabajo que abarcase todas las áreas podía llamarse simplemente una “disciplina”. Alguien debe determinar quien está dentro y quien está fuera de las comunidades terrenales (si la disciplina correctiva va a ser aplicada); y eso necesariamente implica llegar a conclusiones respecto a quien tiene el derecho y la responsabilidad, que procesos determinan la inclusión y la exclusión de la comunidad y cuáles son los requisitos para estar “dentro”.

Membrecía

Puesto que el Nuevo Testamento restringe el bautismo a los creyentes, los Bautistas han establecido que la membrecía de la iglesia se circunscribe a los individuos que han hecho una profesión pública de fe. La profesión de fe debe incluir tanto el bautismo del creyente como el hacerse responsable ante la congregación particular con la que se reúne frecuentemente. Estas conclusiones llevaron tanto a los Anabaptistas europeos a principios del siglo XVI y a los separatistas ingleses en los siglos XVI y XVII a separarse de las iglesias establecidas. En su lugar, ellos eran partidarios de una congregación “reunida”, lo que de por sí era una idea revolucionaria. No todo el que nazca en determinada área geográfica, decían ellos, debe ser bautizado y confirmado como miembro de la iglesia local. Más bien, las congregaciones deben estar formadas por los fieles que se reúnen voluntariamente en virtud de su fe y deseando unirse con otros de su misma área para formar una congregación.

En conjunto con estas nuevas asambleas voluntarias, comenzaron a establecerse alianzas entre iglesias. Los cristianos habían establecido compromisos entre sí en épocas anteriores pero con el advenimiento de la Reforma Protestante se renovó la necesidad de tales acuerdos . Si las fronteras de una feligresía ya no pueden definir quienes deben ser incluidos en la membrecía de una congregación, ¿Qué podría hacerlo? Para muchos cristianos, la respuesta está sujeta a un convenio eclesial. Charles Deweese, ha definido un convenio eclesial como “una serie de compromisos escritos basados en la Biblia que los miembros de la iglesia hacen voluntariamente ante Dios y ante sí mismos para recordar sus obligaciones morales y espirituales básicas y la práctica de su fe.”

Los Protestantes del siglo XVI, particularmente los Anabaptistas continentales, los Reformadores escoceses, los ingleses Separatistas y los Congregacionalistas, comenzaron a usar convenios eclesiales. Hasta la confesión de Schleitheim de los Anabaptistas contiene elementos de un convenio .

En el siglo XVII, los convenios eclesiales continuaron usándose no solo entre las congregaciones independientes de Inglaterra y América sino que también los Bautistas adoptaron su uso, especialmente, los Bautistas Particulares. Del siglo XVII al XIX, los convenios eclesiales, frecuentemente acompañados de una declaración de fe, actuaron como el documento más básico de una congregación Bautista. Para finales del siglo XIX era común que las congregaciones Bautistas celebraran reuniones previas a la Cena del Señor para prepararse reafirmando juntos sus convicciones. Sin embargo, a finales del siglo pasado, los convenios eclesiales jugaban un pequeño rol en la vida de la mayoría de las congregaciones bautistas. Las expectativas de los miembros (ya sea expresada en acuerdos o por la práctica de la disciplina en la iglesia), parecen fuera de lugar en una época en que las iglesias compiten entre sí por conseguir miembros.

Si un convenio eclesial representa la agenda (las cosas que se deben hacer) de una congregación local, la declaración de fe o confesiones, representa el credo (lo que se debe creer). Desde los primeros tiempos, los cristianos prácticamente han resumido el contenido de su fe. Pedro hizo la primera declaración cristiana de fe cuando dijo “Tú eres el Cristo” (Mr 8:29). Pablo escribió a los cristianos de Corinto “Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce” (1ª Co 15:3-5). En la iglesia primitiva, se desarrollaron formularios simples como el Credo de los Apóstoles para tratar con los candidatos al bautismo. Y los cristianos fueron apartados de las enseñanzas heréticas con declaraciones más complejas y cuidadosas como el Credo Niceno (325-381 D.C.) y la Declaración de Fe de Calcedonia (451 D.C.).

La Reforma Protestante generó muchas confesiones: La Confesión de Augsburgo (Luterana), Los Treinta y nueve Artículos (Iglesia de Inglaterra), La Confesión de Westminster (Reformada), y muchas más. Los Bautistas también produjeron confesiones de fe. De hecho, los Bautistas produjeron más declaraciones de fe que cualquier otro grupo debido a su política de congregaciones descentralizadas. En 1611, por ejemplo, Thomas Helwys, uno de los primeros Bautistas en Inglaterra, guió a un grupo de cristianos a escribir una declaración de fe. Del siglo XVII en adelante, ha sido usual que los Bautistas resuman el contenido de su fe en una confesión, tanto para aclarar sus creencias a los extraños como para establecer un piso común de unidad para los miembros de su propia congregación” Las confesiones de fe han jugado un papel vital en la historia de las congregaciones Bautistas . J.L. Reynolds concluye “ El uso de una confesión de fe, en lugar de menospreciar la autoridad de la Biblia, como un estándar, más bien la exalta”.

Forma de Gobierno

Un segundo aspecto de la vida de la iglesia que se ha desarrollado a lo largo de la historia es su forma de gobierno u organización. Cada grupo debe determinar cómo será gobernado. La iglesia, asimismo, debe tener procedimientos para determinar quien pertenece a la iglesia y quien no, y quien es el último tribunal terrestre bajo Dios para dar liderazgo, zanjar diferencias, y así por el estilo. A estos distintos tópicos se le han dado respuestas diferentes.

Una de las primeras respuestas a la pregunta sobre quien debería gobernar fue “el obispo”. Como se señaló antes, la palabra “obispo” (episkopos) se usa en el Nuevo Testamento intercambiándola con las palabras para anciano y pastor. Las declaraciones del Nuevo Testamento que subrayan la autoridad de los líderes de la iglesia (He 13:7, 17) señalan al pastor como uno que tiene autoridad y responsabilidad en la iglesia. En el siglo II, los pastores de las ciudades líderes y de pueblos habían acumulado una autoridad creciente que a veces se ejercía sobre varias iglesias vecinas y en áreas recientemente evangelizadas.

Del siglo II al siglo IV se desarrollo la diócesis (tomada de la palabra latina que representaba a un distrito en la administración civil romana) como un área eclesiástica con un solo obispo como directivo. Aunque sus tareas y responsabilidades variaban, los obispos en este sentido eran reconocidos por la mayoría de las iglesias incluyendo las Iglesias Ortodoxas de Oriente, la Iglesia Católica Romana, Iglesias Luteranas, Iglesias Anglicanas e Iglesias Metodistas. Las Iglesias Ortodoxas de Oriente y la Iglesia Católica Romana reconocían este oficio como algo divinamente establecido.

Por otra parte, las Iglesias Luteranas, Iglesias Anglicanas y Metodistas simplemente aceptaban el oficio como útil y expedito. En los dos últimos siglos muchas iglesias Episcopales han democratizado sus estructuras, sometiendo a los obispos a las decisiones tomadas por cuerpos representativos de clérigos y laicos. Al mismo tiempo, numerosos grupos de congregaciones Pentecostales y Carismáticas comenzaron a reconocer la autoridad extra congregacional de algunos obispos. Grandes “redes apostólicas” han surgido alrededor de individuos particulares.

La Iglesia Católica Romana se distingue de otras congregaciones cristianas por su sumisión y dependencia del obispo de Roma, el papa. Mientras que papa (papas) era una forma acostumbrada de dirigirse a ciertos obispos en la iglesia primitiva, entre los siglos VI al VIII, se fue restringiendo su uso para designar en exclusividad al obispo de Roma, particularmente en Occidente. Roma, la capital formal del Imperio Romano fue reconocida como la sede central y principal. Las iglesias de Oriente y Occidente se separaron en el año 1054 debido a la insistencia del obispo de Roma (especialmente Gregorio VII) de ser reconocido como la cabeza principal de la iglesia universal. El Occidente mantuvo (y mantiene) que Cristo declaró a Pedro el primero entre iguales (primus inter paris) y el jefe de los apóstoles según la confesión de Pedro en Mateo 16:18-19. Pedro vino a ser el primer obispo de Roma y quien lo reemplace en esa sede hereda también su autoridad. Luego la Iglesia Católica Romana reconoce al papa como el Vicario de Cristo, la cabeza de la iglesia en la Tierra.

Con la llegada de la Reforma Protestante, vinieron vientos frescos a las enseñanzas de la Biblia sobre la estructura de la iglesia. La evidencia del Nuevo Testamento por la pluralidad de ancianos fue redescubierta. Y grupos de ministerios (llamados consistorios) fueron implementados como reemplazo adecuado de los obispos en los cantones suizos que fueron reformados a inicios y mediados del siglo XVI. Siguiendo el trabajo de Heinrich Bullinger en Zúrich y de Juan Calvino en Ginebra, otros comenzaron a organizarse de acuerdo al sistema Presbiteriano. Surgieron repentinamente congregaciones Reformadas en Holanda, Escocia, Hungría, Alemania, Polonia y Francia. En Escocia, John Knox, asumió el reto de reformar la iglesia establecida en toda la nación siguiendo este sistema. La Asamblea General Nacional vino a ser el árbitro final reconocido por la iglesia de Escocia. Tomás Cartwright en Cambridge, Inglaterra, comenzó a enseñar presbiterianismo en 1570 en base a sus lecturas del libro de los Hechos.

Aunque el Presbiterianismo fue una fuerza formidable para reformar la iglesia establecida en Inglaterra a lo largo del siglo XVII, nunca se convirtió en la forma de gobierno de la iglesia de Inglaterra. Las estructuras presbiterianas llegan a Norte América mediante los europeos provenientes de Escocia y Holanda donde se habían establecido. Ellas también proliferaron alrededor del mundo desde Corea hasta África. La mayoría de los cuerpos presbiterianos están conectados entre sí. En los Estados Unidos, la asamblea general (nacional) de cualquier cuerpo presbiteriano funciona casi siempre como la autoridad final en asuntos eclesiásticos, con sínodos regionales y/o presbiterios por debajo de ellos y con secciones (comités de ancianos) de una congregación local entre ellos. Algunas iglesias independientes son presbiterianas en el sentido que ellas están gobernadas por un grupo de ancianos pero no tiene corte de apelación fuera de los propios ancianos de la congregación. Los Presbiterianos enseñan que los principios de su organización, no sus circunstancias, están enseñadas en las Escrituras.

En los tiempos de la Reforma, las iglesias que se congregaban no por obedecer a un gobernante o magistrado sino por las convicciones compartidas de cristianos individuales, comenzaron a organizarse, reconociéndose a sí mismos como su propia autoridad final terrenal en materia religiosa. En Inglaterra surgieron defensores de la forma de gobierno congregacional en 1580 y años subsiguientes. En los libros Un Tratado de Reforma sin Depender de Nadie (1582) de Robert Browne y Una Verdadera Descripción de la Palabra de Dios en la Iglesia Visible (1589) de Henry Barrow se establece una doctrina de gobierno que no depende de estructuras por encima de la congregación local. En 1658, la Declaración de Saboya (una adaptación de la Confesión de Westminster), estableció principios congregacionales de gobierno de la iglesia. En tiempos de la Revolución Norteamericana dos de cada cinco cristianos en las colonias de América pertenecían a una iglesia congregacional de algún tipo, fuese Congregacionalista o Bautista. Hoy, muchas iglesias independientes son congregacionales en estructura. Las iglesias Bautistas también son congregacionales. Tales iglesias congregacionales suelen unirse voluntariamente en asociaciones locales y uniones nacionales o convenciones.

Los defensores del congregacionismo sostienen que la Biblia enseña que la congregación local es, en última instancia, la responsable por la doctrina y la disciplina. Disputas entre miembros (Mat 18:15–17), asuntos de doctrina (Gal 1:8; 2ª Tim 4:3), disciplina de la iglesia (1ª Co 5) y membrecía, son todos reconocidos como asuntos congregacionales. Ninguna otra autoridad puede extralimitarse y ponerse como la autoridad final en la congregación o que los revoque en tales materias. La congregación no debe delegar esta autoridad en un anciano u obispo o en cualquier otra estructura, por esa razón prorrogan su propia responsabilidad delante de Dios por doctrina y disciplina.

Práctica de la Disciplina

La data histórica de la vida de la iglesia inmediatamente después del período del Nuevo Testamento es parcial e intermitente. La iglesia era, después de todo, un pequeño grupo, a veces, ilegal. Los escritos sobre sus orígenes se multiplicaron después que se legalizó la iglesia cristiana en todo el imperio romano bajo el mandato de Constantino. Durante los mil doscientos años que transcurren entre Constantino y la Reforma Protestante, la disciplina de la iglesia bien fuese de excomunión individual o interdicto (prohibición de los sacramentos a toda la población de una entidad política particular), era frecuentemente usada más para proteger los intereses colectivos de la iglesia contra las demandas del estado que para reclamarle a los cristianos por sus pecados y para proteger el testimonio del evangelio.

Cuando los líderes de la Reforma comenzaron a rescatar un concepto más bíblico de la predicación y de la administración de los sacramentos como las dos características distintivas de la verdadera iglesia, se recuperó la disciplina como evidencia de esta nueva situación. Implícito a la correcta aplicación de los sacramentos estaba la adecuada práctica de la disciplina de la iglesia. Después de todo, si servir como señal para el mundo exterior es una de las características de los sacramentos, entonces, la disciplina viene a ser el mecanismo para reforzar tal mandato. La correcta disciplina de la iglesia pasó a ser tan significativa que comenzó a presentarse como la tercera señal de una verdadera iglesia El vigésimo noveno artículo de la Confesión de Bélgica (1561) dice:

Las características por las que se conoce una verdadera iglesia son las siguientes: si la sana doctrina del evangelio es predicada allí; si ella mantiene la administración pura de los sacramentos tal como fueron instituidos por Cristo; si se ejerce la disciplina para castigar el pecado; resumiendo, si todas las cosas son manejadas de acuerdo a la pureza de la Palabra de Dios, se rechazan todas las cosas en contrario y reconociendo que Jesucristo es la única Cabeza de la Iglesia.

En nuestros días, Edmund Clowney estas características “correcta predicación de la Palabra; observancia adecuada de los sacramentos y fiel ejercicio de la disciplina de la iglesia.” Mientras algunos grupos Anabaptistas como los Menonitas practicaron la proscripción o exclusión social, esto era excepcional no la norma. El ejemplo más conocido de disciplina de la iglesia en la historia americana (la “A” escarlata cosida en las ropas de Hester Prynne) fue el producto de la imaginación del novelista Nataniel Hawthorne y no un registro preciso ya sea de un evento histórico o de la práctica general de la disciplina de la iglesia en la Nueva Inglaterra colonial. En la amplia mayoría de los casos, bien sea en iglesias Presbiterianas, congregacionales, Bautistas o Metodistas, la exclusión congregacional significa que prohibirle la comunión al pecador, y en última instancia, prohibirle la membrecía hasta que se arrepienta.

Los Bautistas estando comprometidos a regenerar la membrecía en la iglesia visible fueron practicantes enérgicos de la disciplina de la iglesia. La investigación de Greg Wills muestra que en Georgia, en la pre Guerra Civil, “los Bautistas sureños excomulgaban, cada año, alrededor del 2% de su membrecía” y aun así, la tasa de crecimiento de la membrecía de la iglesia era el doble de la tasa de crecimiento general de la población . Aunque es ´til y beneficioso para el evangelio, el trabajo de confrontar y disciplinar nunca fue fácil. Basil Manly Jr expresa su propia “profunda pena” sobre un caso de disciplina en la iglesia que pastoreaba .

Entonces, ¿Por qué terminó esta práctica? Wills argumenta convincentemente que la disciplina entre los Bautistas

Declinó en parte debido a que en muchas iglesias resultó una labor agobiante. Los jóvenes Bautistas rechazaron en números crecientes someterse a la disciplina por bailar, y las iglesias se abstuvieron de excluirlos. Las iglesias urbanas, presionadas por la necesidad de grandes edificaciones y el deseo de música afinada y de predicación, subordinan la disciplina de la iglesia a la tarea de mantener solvente a la iglesia… Ellas pierden el derecho a purgar a la iglesia de sus miembros descarriados. Ninguna declara públicamente la muerte de la disciplina. Ningún líder Bautista se levanto para anunciar el fin de la censura congregacional. Ningún teólogo argumentó que la disciplina era cuestionable en principio o práctica… simplemente desapareció, como si los Bautistas estuviesen cansados de tener que rendirse cuentas unos a otros.

¿Y cuál fue el resultado? John Dagg lo dijo bien “Cuando la disciplina deja una iglesia, Dios se va con ella”

En el siglo XX la ausencia de disciplina fue una constante y solo ocasionalmente fue considerada un problema. En 1944 el erudito griego H.A. Dana observó que

El abuso de la disciplina es reprensible y destructivo, pero no más que el abandono de la disciplina. Dos generaciones atrás las iglesias aplicaban la disciplina de manera vengativa y arbitraria por lo que cayó justamente en descrédito; hoy el péndulo se ha movido hacia el otro extremo la disciplina está casi totalmente abandonada. Es hora que una nueva generación de pastores restaure esta importante función de la iglesia a su correcto significado y lugar dentro de la vida de la iglesia.

Puede cuestionarse si la generación de pastores de la década de los 40 atendió el llamado de Dana. Sin embargo, como la cultura circundante se ha hecho cada vez más abiertamente inmoral, las iglesias del siglo XX muestran algunas señales de recuperar las prácticas que promueven la pureza de la iglesia, incluyendo la práctica de la disciplina correctiva. Pese a todos los cambios a lo largo de los siglos, los cristianos pueden tener plena confianza en que la supervivencia de la iglesia no depende, en última instancia, de la fidelidad humana. Tanto en la parábola del crecimiento de la semilla (Mr 4:27) en la cual Jesús enseña que ya sea que el sembrador duerma o esté despierto, “la semilla brota y crece” como en la promesa de Cristo que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mat 16:18), Cristo ha dado la plena seguridad del éxito de Su iglesia. En todo desde la obediencia de la iglesia hasta su vida y organización, el amplio espectro de la historia de la iglesia es una muestra de la fidelidad de Cristo a sus promesas. ¿Cómo se compagina todo esto?

Para ser fieles a lo que la biblia enseña acerca de la naturaleza, modelos y perfiles de la iglesia debemos considerar tanto lo que los cristianos han dicho en el pasado y las conclusiones sistemáticas que han establecido a lo largo de la historia de la iglesia. Y podemos hacer esto siempre en el contexto de someter tales descubrimientos a nuestro propio estudio de las Escrituras.

Finalmente, encontramos que varios desafíos que ha enfrentado la iglesia a lo largo de la historia han conducido a aclarar más y a definir mejor el conjunto de afirmaciones y vinculaciones. Al afirmar la suficiencia de las Escrituras y la necesidad de la fe para participar en las ordenanzas, podemos concluir que una iglesia bíblicamente fiel es una iglesia Protestante. Al afirmar la necesidad de la voluntad y el consenso natural de la membrecía en una congregación local, podemos concluir que una iglesia bíblicamente fiel es una iglesia es una iglesia congregacional. Y al aseverar que el mandato de Cristo es a bautizar solo a aquellos que creen y obedecen podemos concluir que una iglesia bíblicamente fiel es una iglesia Bautista. En esta sección examinaremos cada una de estas descripciones para ver como las enseñanzas de la biblia se adecúan a la vida de la iglesia.

Una Iglesia Protestante: Juntando las Señales de la Iglesia

Si en efecto la Biblia enseña que Dios creó un pueblo para sí mismo por medio de su Palabra, entonces, la predicación tiene un papel central en la vida de la iglesia. Y si en efecto la Biblia enseña que el bautismo y la Cena del Señor son señales visibles de la iglesia hacia el mundo, entonces su correcta administración estará relacionada con la fe en las promesas de Dios. Ambas proposiciones se encuentran plasmadas en las enseñanzas de los Reformadores Protestantes.

El centro y origen de la congregación es la Palabra de Dios. Las promesas de Dios a Su pueblo en las Escrituras crearon y sostienen Su pueblo (Gen 15:4–6; Ro 10:8–11). Por tanto, la congregación es responsable de asegurar que la Palabra de Dios sea predicada con autoridad en sus cultos regulares.

En el siglo XVI la centralidad de la Palabra fue largamente desplazada por los sacramentos, especialmente, por el sacramento de la Eucaristía. Al enfrentar esta distorsión de alcance universal, los Reformadores regresaron, de manera correcta, a las Escrituras buscando un canon, una regla contra la cual medir las enseñanzas que en ese momento hacía la Iglesia Romana. El papel central jugado por la Palabra en la iglesia del Nuevo Testamento (Hech 2:40–47; 5:42; 2ª Tim 4:2), fue recuperado en la vida y la enseñanza de los Reformadores Protestantes.

Si las Escrituras eran “la palabra de vida” como la llamó Pablo en Filipenses 2:16, ellas debían generar y regular la vida de la iglesia. Los cristianos se congregan para escuchar a alguien que le transmita la Palabra de Dios a su pueblo. Por medio de la predicación los cristianos llegan a conocer y a comprender tanto a Dios como su Palabra. Es una palabra a la que en nada contribuyen los cristianos excepto por el oírla y ponerle atención. Un sermón cristiano (en sí mismo es una metodología) es una representación de la gracia de Dios. Puesto que la fe viene por el oír (Ro 10:17); oír la Palabra de Dios en lugar de ver la multitud debe ser la esencia de la asamblea congregada. Los cristianos confían en la Palabra de Dios, luego, la Predicación de la Palabra debe ser fundamental. Y la predicación que mejor la ejemplifica es la predicación expositiva. Una predicación, en la cual, el tema de un pasaje de las Escrituras es el tema del mensaje. La Escritura es tanto autoritativa como suficiente y eso debe ser evidente en las reuniones cristianas.

El redescubrimiento protestante de la verdad bíblica de la justificación sólo por fe, fue un redescubrimiento del evangelio bíblico. Como las congregaciones protestantes remplazaron el ritualismo sacramental por la predicación de la Palabra, los sacramentos u ordenanzas, asumieron otro propósito; más bien, retomaron su original propósito bíblico (ser señales de la iglesia para el mundo y proporcionar una imagen visible del evangelio aceptado por fe. Como resultado, la iglesia quedó definida no por los individuos que eran bautizados y daban testimonio a las masas sino por individuos que personalmente creyeron las promesas establecidas en el bautismo y la Cena del Señor, y por lo tanto, participaban en esos rituales. Ni siquiera los protestantes que practicaron el bautismo de infantes enseñaban que el bautismo producía salvación. Ellos enseñaban que era un reflejo de la salvación y que la salvación venía solo si la persona creía, sin importar si ocurría antes o después del bautizo. La fe, por tanto, estaba presente de manera visible en las ordenanzas.

El rol de la fe es diferenciar la iglesia visible del mundo, luego, es lo que hace a la iglesia protestante lo que es. La fe se muestra a si misma, en principio, en la sumisión del creyente al bautismo y luego, repetidamente, en su participación en la Cena del Señor. Mientras la obediencia y la sumisión también son enfatizadas por la Iglesia Católica Romana, las iglesias protestantes están marcadas por adherentes quienes expresan su fe personal en Cristo, sin la que el bautismo y la Cena del Señor serían inútiles.

El impulso protestante de colocar la fe en el centro mismo de las ordenanzas se muestra de muchas maneras desde la presencia de numerosos movimientos bautistas hasta la posición adoptada por el ministro colonial americano Jonathan Edwards que solo los creyentes tomasen la Cena del Señor.

Resumiendo, el cristianismo requiere una creencia consciente en el evangelio. Cuando se enseña la Palabra autoritativa de Dios, debe ser creída y confiada de manera consciente. Esta verdad, o fe, es la que distingue al pueblo de Dios quien ha hecho una confesión inicial en el bautismo y ha continuado confesándola mediante su participación en la Cena del Señor. Cuando la suficiencia de la Escritura y la necesidad de la fe en la práctica de las ordenanzas están afirmadas resulta claro que una iglesia bíblicamente fiel es una iglesia Protestante.

Una Iglesia Reunida: Juntando la Membrecía de la Iglesia

Además de ser una iglesia Protestante, una iglesia bíblicamente fiel es una iglesia congregada. Es la reunión voluntaria de los miembros de la delegación sin estar limitada por nacionalidad, raza o por el grupo familiar. El nacimiento no puede determinar la membrecía en una iglesia bíblicamente fiel. En su lugar, una profesión de fe en Cristo y la voluntad de someterse a la enseñanza y a la disciplina de una iglesia particular es lo que regula la membrecía en una congregación.

La Reforma Protestante se llevó a cabo mediante reformadores que eran magistrados y reformadores que no lo eran. Los Reformadores magistrados fueron aquellos que usaron los oficios del estado, o la magistratura, para llevar la reforma doctrinal a las iglesias, puesto que la jurisdicción política se superponía con la jurisdicción eclesiástica (excepto para grupos como los inmigrantes o los judíos). Esencialmente la ciudadanía política no solo otorgaba derechos civiles sino que además implicaba membrecía en la iglesia establecida.

Los magistrados Reformadores, tanto en sus elementos Luteranos como Reformados, comenzaron movimientos con las iglesias establecidas. Una vez que se recuperó el evangelio de la justificación por gracia solamente por medio de la fe en Cristo, se desataron las fuerzas que socavaron las doctrinas establecidas en las iglesias en ese momento. Si participar en las ordenanzas no era salvífico per se, una persona bautizada podía permanecer como no creyente y no salvada. Esta emergente comprensión trajo consigo mayor interés por la salvación individual. La naturaleza del evangelismo y las misiones se desplazó de la incorporación de individuos a la comunidad mediante rituales y educación, como el trabajo misionero hecho por los Católico Romanos, a persuadir y llamar a un compromiso deliberado. Eventualmente, los grupos no magisteriales como loa Anabaptistas acordaron formar congregaciones no necesariamente reconocidas por el estado. Más aún, ellas eran siempre ilegales. Incluso en iglesias protestantes legalmente establecidas, los sermones se usaban para exhortar a la congregación a examinarse a sí mismos a efectos de asegurar que la profesión de fe fuese verdadera.

Bíblicamente la fidelidad de las congregaciones no estaba conformada tanto por las fronteras geográficas de las parroquias como por las creencias y compromisos. Un individuo debía decidir unirse a una congregación y luego debía tomar la decisión permanente de participar mediante la atención, oración, actos de servicio, soporte financiero y sumisión a la disciplina de la congregación. Finalmente, la iglesia se reúne por la acción del Espíritu Santo. Como escribió Lucas de la iglesia primitiva “cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos” (Hech 2:47). Esta acción divina encuentra una respuesta humana. “Arrepiéntanse y bautícese” (Hech 2:38) ordenó Pedro. Aquellos que son verdaderamente salvos se han arrepentido de sus pecados y creído en Cristo. Como establece la Confesión de New Hampshire, arrepentirse y creer son “la inseparable gracia realizada en nuestro corazón por el Espíritu Santo de Dios”.

La decisión de arrepentirse y creer es expresada, entonces, mediante la afirmación pública de la fe y el convenio que se establece con una congregación específica. La congregación, además, debe afirmar la credibilidad de la profesión de fe individual. No es simplemente la decisión de un individuo de un irse o dejar una iglesia; más bien, la decisión de un individuo de un irse o dejar una iglesia requiere de un consenso mutuo entre el individuo y la congregación (excepto, por supuesto, en el caso de muerte) . La congregación se reúne mediante la predicación de la Palabra y la respuesta de fe. Cuando la naturaleza voluntaria y consensual de la membrecía en una congregación local se afirma, es evidente que la iglesia bíblicamente fiel es la iglesia reunida.

Una Iglesia Congregacional: juntando la Estructura de la Iglesia

En ninguna parte afirma la biblia un tipo de gobierno para la iglesia universal, el conjunto de todos los cristianos en todas partes. La única definición de Iglesia en el Nuevo Testamento es la asamblea local. En tanto que no se incluye la constitución de una iglesia en los documentos del Nuevo Testamento, la biblia contiene principios que muestran la vida de la congregación. Y el Nuevo Testamento tiene enseñanzas explícitas sobre la estructura de la iglesia. Tanto los oficios como la forma de gobierno descritas en el Nuevo Testamento llevan a la conclusión que la iglesia debe estar estructurada congregacionalmente. Esto tiene implicaciones sobre como una congregación se relaciona con otra congregación y como se relacionan los cristianos de diferentes congregaciones. También tiene implicaciones acerca de cómo se ejerce el liderazgo en la congregación. Una iglesia congregacional reconoce a la congregación como la última autoridad terrenal de apelación de los asuntos en disputa. Las reuniones de los miembros están sujetas a que las decisiones se tomen por votación. Naturalmente, se necesita un alto grado de consenso en las iglesias que tienen otra forma de gobierno. Hay más responsabilidad en cada miembro, y a su vez, cada miembro tiene más autoridad. Tales congregaciones se suelen llamar independientes en oposición a las asociadas como las iglesias episcopales y Presbiterianas. Las iglesias congregacionalistas, no obstante, no son in dependientes unas de otras en afecto, cuidado, asesoría o cooperación. Tanto en las Escrituras como en la historia, las congregaciones han cultivado el cuidado y el interés unas por otras. En los tiempos del Nuevo Testamento, se dieron y tomaron colecciones, se enviaron misioneros y maestros y se compartieron recomendaciones y advertencias entre las congregaciones. Este patrón se ha repetido en las congregaciones Anabaptistas y Bautistas, así como en muchas otras iglesias congregacionales.

Tradicionalmente los Bautistas han usado asociaciones entre las iglesias para ayudar a ministerios y congregaciones a consejos recíprocos, para establecer conclusiones conjuntas, detener controversias y trazar lineamientos doctrinales. Y las congregaciones realizan libre y conjuntamente trabajos que exceden la capacidad y/o recursos de una congregación como una educación ministerial o soporte misionero. Las iglesias congregacionales son en un sentido estricto independientes, pero más apropiadamente debe decirse voluntariamente independientes.

Asociaciones voluntarias de congregaciones como la Southern Baptist Convention, American Baptist Churches y la National Baptist Convention hace mucho tiempo que están establecidas en la conciencia popular americana como denominaciones. Muchas, si no la mayoría de las otras denominaciones son iglesias asociativas, donde las decisiones finales en asuntos de disciplina y/o doctrina, no pueden ser manejadas por las congregaciones locales sino por asambleas reconocidas regional, nacional o aún internacionalmente, o por cortes o por obispos de tales instancias. En este sentido, las denominaciones de las iglesias congregacionales son diferentes a las de otras denominaciones.

Se puede hablar en singular de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos de América o de la Iglesia Metodista Unida en un sentido en el que es incorrecto hablar de la “National Baptist Church” o de la “Southern Baptist Church”. Mientras se entiende con facilidad lo que tales expresiones significan, mantienen en la ignorancia la naturaleza de las iglesias que dicen representar. Aun si los miembros de las iglesias congregacionales algunas veces muestran una gran “lealtad tribal” a su denominación, son actualmente miembros de una congregación local que de manera voluntaria, y nunca por obligación, colaboran con cuerpos nacionales o regionales. Sus congregaciones no necesitan estar afiliadas a ninguna convención en particular para existir como verdaderas iglesias. Nada de lo antes dicho sobre el congregacionalismo debe ser malinterpretado como una defensa de la anarquía sin liderazgo en las iglesias. Reconocer a la congregación como la corte final de apelación para los asuntos en disputas está en consonancia con el ejercicio de la disciplina en la iglesia. Y otras formas de gobierno no congregacionales incluyendo, Episcopales, Presbiterianos y hasta Católico Romanos, han demostrado cierta inevitabilidad del congregacionalismo al reconocer cuerpos representativos a varios niveles y hasta recomendando la aprobación congregacional para la toma de muchas decisiones relevantes.

La forma más coherente de entender la presentación de la forma de gobierno de la iglesia local en el Nuevo Testamento es reconocer el rol tanto de los líderes individuales como de toda la congregación. Algunos recomiendan un pastor que gobierne la iglesia como un Director Ejecutivo. Pero esto contradice la enseñanza de las Escrituras sobre la pluralidad de ancianos y deja de lado la evidencia escritural tanto de la responsabilidad congregacional como el especial reconocimiento de los ancianos y maestros como Timoteo en Éfeso (lo que puede describirse hoy como “pastor principal”). Todavía otros recomiendan un fuerte congregacionalismo que esté por encima de cualquier otra autoridad, ya sea colectiva (pluralidad de ancianos) o individual (pastor líder).

Con mucha frecuencia estas variedades de congregacionalismos terminan enfrentadas entre sí . Pero los tres aspectos de la autoridad vistos en el Nuevo Testamento (individual, colectivo y congregacional), deben estar presentes en toda congregación permitiendo alguna variación de congregación a congregación. Un anciano sostenido por la iglesia y responsable por el ministerio de la Palabra, pude ser reconocido como alguien que tiene una posición principal para liderizar la visión y dirección de la iglesia. Al mismo tiempo, una pluralidad de ancianos, pagados o no, pueden guiar juntos a la congregación en asuntos de disciplina y doctrina. Y al mismo tiempo, la congregación pude, en humildad, asumir la responsabilidad de actuar como la corte final de apelaciones, sometida a Dios, en todas las materias de disciplina y doctrina que surjan a ese nivel de significación. Cuáles materias se tratan y con qué nivel de significación, varía de congregación a congregación.

El Nuevo Testamento hace énfasis en el significado de la aprobación congregacional tanto para las doctrinas que deben ser enseñadas y creídas (Gal 1:6-9) como sobre quien es admitido o excluido de la membrecía (1ª Co 5). No obstante, ninguno de estos aspectos de liderazgo, enseñanza o juicio final puede ser delegado, en última instancia, a un cuerpo u organismo exterior a la congregación local y continuar siendo la congregación local una iglesia . Cualquiera sea la combinación que adopten las partes, las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la naturaleza de la congregación y el rol de sus líderes, indican claramente que una iglesia bíblicamente fiel es una iglesia congregacional.

Una Iglesia Bautista: ¿Deberían Haber Iglesias Bautistas Hoy?

Una excelente pregunta para los cristianos actuales es si coincidiendo en que determinada materia no es esencial para la salvación, ¿debemos considerarla como esencial para la membrecía de la iglesia? Si la pregunta surge de una comprensión cada vez menor de la verdad o al menos de una declinante voluntad de la definición y defensa de la verdad (un simple esencialismo), entonces estamos en presencia de algo más básico y peligroso que un simple mal entendido del bautismo. Si, por otra parte, la pregunta surge de un deseo sincero por la unidad del cuerpo de Cristo, es una pregunta noble y merece seria consideración. Cualquiera sea la conclusión a la que arribe el lector, los cristianos desde John Bunyan hasta D. Martyn Lloyd Jones, han abogado por libertad en este punto. Ellos han abogado no se requieren acuerdos sobre la legitimidad o ilegitimidad del bautizo de infantes para la membrecía de la iglesia .

Esta posición de neutralidad sobre un asunto no vital para la salvación está ganando popularidad. La cuestión esencialmente es, o al menos con mucha aproximación, ¿Deberían continuar existiendo las iglesias Bautistas? Si la pregunta es planteada en términos de amor versus dogmatismo, la respuesta puede ser sencilla, pero el asunto verdadero a destacar puede disimularse. Dos temas en particular no pueden descuidarse. Primero, algunas cosas no son esenciales para la salvación pero estamos de acuerdo en que son esenciales para que la iglesia funcione. Uno piensa en asuntos tales como el gobierno de la iglesia, calificaciones para la membrecía o mujeres sirviendo como pastoras y ancianas. Pero finalmente cada congregación debe hacer una cosa y no la otra. Una congregación reconocerá a las mujeres como ancianas o no, a un obispo exterior como autoridad o no y a los infantes como sujetos viables al bautizo o no. Si la decisión de tomarse en un sentido u otro, ¿decidiremos contra las Escrituras en el tema de exigir que los creyentes sean bautizados?

Esto nos lleva al segundo y más importante punto que no puede ser soslayado: la fidelidad a las Escrituras. Si el bautismo no es esencial para la comunión y la membrecía de la iglesia, es un asunto de juicio individual. El deseo de integración doctrinal y de unidad en el Espíritu, irónicamente, reduce la obediencia a un asunto de preferencia subjetiva. Algunos, como John Bunyan, han argumentado que desobedecer un mandamiento de Cristo, especialmente cuando se hace por ignorancia, representa una simple pérdida de luz que debe llevarse por más que represente una ofensa sancionable o un pecado.

Un pecado puede ocurrir por acción o por intención. Ciertamente la intención de desobedecer a Dios es pecado. Pero una acción de desobediencia a Dios también es pecado aunque el individuo, no tenga intenciones de pecar. La Biblia enseña claramente que hay pecados no intencionales (Lev 4–5; Num 15). Las intenciones son una consideración importante en la naturaleza y gravedad del pecado, pero ellas no son la única consideración. Uno de los efectos del pecado es dejar estupefacto al pecador, entorpecer y nublar las facultades, pero la oscuridad no mejora nuestras culpas. En la parábola de la oveja y las cabras en Mateo 25, Jesús enseña con absoluta claridad que la obediencia a Dios no reposa en el ojo del observador a menos que el observador sea Dios mismo. Muchas cabras pensaron que habían vivido vidas justas pero Jesús dijo que no lo hicieron.

¿Cómo sabremos entonces lo que Jesús considera obediencia? Por su propia autorevelación. ¡No hay guía más cierta y segura!. Si Cristo ha ordenado a los cristianos que se bauticen, entonces contradecir tal mandato, o la simple intención de sustituirlo, aun la intención sincera, no es el mejor servicio que podemos ofrecerle. Su gloria se manifiesta más cuando el bautismo representa tanto la membrecía en la iglesia de los regenerados como el testimonio colectivo de la iglesia. Si comprendemos que Cristo ordenó a la iglesia que se bautizaran sólo los que se arrepintieron y creyeron, entonces parece evidente que una iglesia bíblicamente fiel es una iglesia Bautista.

¿Cómo Impacta esta Doctrina a la Iglesia de Hoy?

¿Qué significado tiene una correcta eclesiología para la iglesia de hoy? Una correcta eclesiología para temas tales como el liderazgo de la iglesia, la membrecía, la estructura, la cultura y hasta el carácter. Por último, una correcta eclesiología toca la misma gloria de Dios. La iglesia no es solo una institución fundada por Cristo, es Su cuerpo. En ella se refleja la propia gloria de Dios.

¿Cómo se conocerán la teología, la Biblia y hasta el mismo Dios apartados de la iglesia? ¿Qué comunidad comprenderá y explicará al mundo la creación y providencia de Dios? ¿Cómo serán explicados los estragos causados por el pecado, exaltada la persona y obra de Jesucristo, mostrado el trabajo salvador del Espíritu y proclamado el regreso de Cristo a las nuevas generaciones si no es mediante la iglesia? La teología expuesta en cada capítulo de este libro insta hacia afuera para dar a conocer y exhorta hacia afuera a través de la iglesia. Por tanto, tener la doctrina de una verdadera iglesia es beneficioso para la gente puesto que la verdad acerca de Dios es más acertadamente conocida, enseñada y modelada.

Sobre el Liderazgo de la Iglesia

Los pastores de las iglesias actuales deben recuperar la comprensión de que su primera misión es predicar la Palabra de Dios. Esto debe ocurrir tanto para el beneficio del rebaño como para alcanzar a aquellos que están fuera de la manada.

El propósito de predicar la Palabra de Dios al pueblo de Dios es construir, o edificar, la iglesia pues esa es la voluntad de Dios para Su iglesia. Si el crecimiento numérico de cualquier congregación en cualquier tiempo es el resultado de la predicación bíblica, la iglesia de Cristo experimentará verdadero crecimiento mediante la enseñanza y la instrucción. Con este propósito, los pastores también deben guiar a la iglesia hacia la recuperación de la disciplina correctiva de la iglesia. Esto será realizado sólo cuando el propio liderazgo entienda las enseñanzas bíblicas sobre la iglesia y se dedique pacientemente a enseñarlas a la congregación.

Siempre que los pastores recobren la centralidad de la predicación en su ministerio, habrá efectos beneficiosos. Las congregaciones estarán más alimentadas y saludables, y en consecuencia, darán mejor testimonio en sus vecindarios. Con demasiada frecuencia los líderes promueven el crecimiento de la iglesia exclusivamente mediante el evangelismo pero fallan en no considerar que una iglesia que no está bien alimentada ni sea muy saludable, por lo general, ofrece un pobre testimonio. Y un pobre testimonio de la iglesia debilita el ministerio evangelístico de la congregación. El pastor que persiste en alimentar bien a su congregación los capacitará mejor para el evangelismo y el crecimiento. Los organismos saludables crecen de modo natural.

El Espíritu de Dios crea creyentes mediante la predicación y el oír la Palabra de Dios. Dios también tiene un propósito con aquellos creyentes que están reunidos en la congregación que son puros y están protegidos. Para este fin, los pastores deben tener gran cuidado al evaluar a los candidatos para el bautismo y en estimular a la congregación a autoevaluarse antes de compartir la Cena del Señor. Si el bautismo funciona como el pozo de agua que separa la iglesia del mundo y la Cena del Señor manifiesta la presencia constante de la iglesia, entonces los pastores actuales deben recuperar la seriedad que cada ordenanza requiere.

Hebreos 13:17 promete que los líderes rendirán cuenta por los que estaban a su cargo. ¿Rendirán cuentas los líderes de hoy por haber descuidadamente permitido lobos en el bautismo o la Cena del Señor? ¿Se repetirán las condenas acumuladas sobre los pastores de Israel de Ezequiel 34 sobre los subpastores de las iglesias de hoy que han dejado a sus ovejas vagando dispersas y sin protección? Los líderes de nuestras congregaciones deben recordar que la correcta predicación de la Palabra de Dios y la sana administración del bautismo y la Cena del Señor forman el llamado básico de sus vidas.


Sobre la Membrecía de la Iglesia

Una correcta eclesiología también tiene implicaciones para la membrecía de la iglesia . Por lo tanto, las razones y los requerimientos para la membrecía deben ser clara y ampliamente comprendidos. La mayoría de los cristianos evangélicos actuales parecen tratar a sus iglesias como algo más que los ayuda en su vida cristiana como también lo hace su estudio bíblico, cierta música, determinados autores, el llevar un diario, etc. En otras palabras, los cristianos conciben su vida espiritual fundamentalmente como si estuvieran manejando su propio negocio, gerenciando mediante la selección entre diversas ayudas. Esta visión contrasta con una más antigua y más bíblica forma de pensar sobre la vida cristiana que es modelada congregacionalmente, donde se materializan las demandas del evangelio, particularmente, en la iglesia local (1ª Jn 4:20).

Ser miembro de una iglesia local debe verse como algo normal para un cristiano. Las vidas que se viven con la obligación periódica de rendir cuentas hacen del evangelio algo claro y transparente para el mundo. Jesús dijo que el amor de los cristianos unos a otros permitiría al mundo conocer a los cristianos como aquellos que seguían a Cristo (Jn 13:34-35). En este sentido, una práctica vigorosa de la membrecía de la iglesia ayuda al evangelismo de la congregación. También ayuda a reforzar en los cristianos la convicción de su propia salvación. Cuando el cristiano observa, enseña, estimula y refuta a otro, la iglesia local comienza a actuar como una cooperativa que corrobora la convicción de la salvación. La membrecía de la iglesia es buena para los cristianos débiles porque los lleva a un lugar de nutrición espiritual y de rendición de cuentas. La membrecía de la iglesia es buena para los cristianos fuertes porque les permite modelar lo que es la vida cristiana.

La membrecía consagrada de la iglesia también es buena para los líderes de la iglesia. ¿Cómo llevará adelante Dios su trabajo si los cristianos no se organizan para servirle? ¿Y cómo recibirán los cristianos los dones espirituales que Dios les da a sus líderes si no hay rebaño delimitado que dichos líderes deban guiar? Por último, practicar la membrecía de la iglesia glorifica a Dios. Cuando los cristianos se reúnen para formar el Cuerpo de Cristo, se refleja y se expresa Su carácter. Recuperar este concepto de la membrecía de la iglesia debe ser uno de los principales deseos de las congregaciones actuales .

Antes de que alguien señale rápidamente que los ministerios paraeclesiales persiguen los mismos objetivos, recuerde que los ministerios paraeclesiales no tienen la misma obligación de proclamar sistemáticamente todo el mensaje de Dios ni tienen los mecanismos del bautismo, la Cena del Señor y la disciplina de la iglesia para trazar una línea clara y brillante que le permita decirle al mundo “Aquí está el pueblo de Dios”. Lo paraeclesial es y siempre será un subconjunto particular de la iglesia, centrado en tareas compartidas.

La idea que la membrecía en una iglesia local solo requiere una profesión de fe en Cristo es una idea muy pomún que puede ser destructiva para la vida y testimonio de la iglesia. Históricamente, los Bautistas se han dado cuenta que una profesión de fe debe ser evaluada y considerada como creíble. Después de todo, una profesión de fe incluye el arrepentimiento. La vida cristiana se revelará no solo por la participación en el bautismo y la Cena del Señor sino también por la asistencia periódica a las reuniones de la congregación y una sumisión a la disciplina de la congregación. Esto incluye orar con frecuencia por la congregación y el diezmo. Cuando las congregaciones no prestan atención al modo de vida del arrepentimiento, la cristianidad nominal rápidamente comienza a dar mal testimonio de la iglesia al mundo y a mentir sobre el carácter de Dios. Toda congregación tiene la responsabilidad de decidir cuál es el estándar de membrecía adecuado para ella.

Una de las áreas que con mayor urgencia necesita reexaminarse en las iglesias de hoy es la relación de los hijos de los miembros de la iglesia. En las congregaciones protestantes No-Bautistas, esta relación comienza con el bautismo de infantes y termina generalmente con la confirmación a los doce años de edad. En las iglesias Bautistas, tradicionalmente, se les reconoce a los niños un importante rol. Son reconocidos como objeto de afectos naturales pero también como personas confiadas a familias cristianas para ser educadas en el Señor. Las conversiones pueden ocurrir en los primeros años, por supuesto, pero se considera más sabio retrasar el bautismo hasta que la madurez confirme la realidad de su conversión . Los primeros Bautistas comprendieron que el tiempo es necesario para discernir la evidencia de una vida cristiana, especialmente, en aquellos que todavía no han madurado . Parece haber pocas dudas que, al menos en las iglesias Bautistas del Sur, el último siglo ha visto un incremento en nominalismo mientras que la edad promedio del bautismo ha ido disminuyendo. Pareciera que las dos estadísticas no tienen relación alguna.

Más aún, su relación con los falsos bautismos (llevando a un número creciente de rebautismos) no se limita a los efectos adversos que sufre la iglesia local cuando los paganos son bienvenidos a la membrecía y llamados santos, sino que son mucho más graves . Los efectos serán sufridos eternamente por aquellos no creyentes a quienes pastores e iglesias dieron la falsa seguridad de salvación reduciéndoles la imaginación y desestimulándoles el apremio por el arrepentimiento y la nueva vida en Cristo.

Sobre la Estructura de la Iglesia

Una correcta doctrina de la iglesia no solo debe afectar a su liderazgo y su membrecía, también debe afectar su estructura.

La última generación se ha burlado muchas veces de la autoridad. La autoridad pudiese ser, como titulaba un libro años atrás, “la idea más malentendida en América” “Los americanos no diferencian autoridad, lo cual es algo bueno, de autoritarismo, que es algo malo” . Se sospecha de todo poder debido al abuso que han cometidos algunos investidos de autoridad quienes han hecho un gran esfuerzo por deformar el paradigma de la piedad cristiana representado por la sumisión de Cristo en la cruz. En tanto que la humildad debe ser inherente a todo ejercicio cristiano de autoridad, Dios también ha puesto líderes en el cuerpo para enseñar, liderar y guiar, dar ejemplo y tomar decisiones (Gal 6:1; Ef 4:11; He 13:17). Ejerciendo seguridad en casi toda esfera: en el matrimonio, la familia, el trabajo, el estado o la iglesia para el cristiano es, en última instancia, un reflejo de la confianza en Dios.

Las batallas denominacionales en la Convención Bautista del Sur del siglo pasado, han dado lugar a violentas disputas que sugieren una novedosa e ingenua postura Bautista caracterizada por ser individualista, amargado y separatista. La rica doctrina Protestante del sacerdocio de todos los creyentes, formulada originalmente en oposición a la acción de intermediario de los sacerdotes ordenados de la iglesia Católico Romana, ha sido transformada en la frase simplista y terrenal del siglo XX “conocimiento del alma” (E.Y. Mullins). El énfasis bíblicamente fiel de la única mediación de Cristo (el énfasis de la Reforma) ha sido transformado (¿deliberadamente?) en la defensa errónea de habilidades humanas.

A lo mejor, la idea de conocimiento del alma simplemente afirma de otra manera el hecho que los cristianos fueron creados a imagen y semejanza de Dios, que somos seres espirituales y que somos capaces de tener una relación con Dios. En el peor de los casos, la idea degenera en un humanismo semireligioso en el que resulta innecesario proclamar la obra de Cristo. Montados en el tren de esta inadecuada doctrina, todo tema de doctrina es rediseñado, desde la expiación hasta la inspiración de las Escrituras. En eclesiología hay la tendencia a desacreditar la autoridad y el liderazgo de la iglesia. Pero el liderazgo es un regalo de Dios y debe ser recibido en las iglesias como un don. Rechazar el liderazgo priva a la iglesia del don de Dios, reduce drásticamente el cuerpo y obstaculiza la vida y obra de la iglesia.

Un factor que ha llevado a muchas congregaciones locales a adoptar un patrón de consejo de ancianos, o a evitarlo, es el incremento de la controversia en la cultura popular sobre las distinciones basadas en el género. Después de todo, el Nuevo Testamento es relativamente claro en reservar el oficio de anciano a los hombres. Pero una sociedad que ha tirado por la borda el género como la frontera divisoria del matrimonio es una sociedad que hace tiempo perdió todo sentido del rol de los géneros en la iglesia. Históricamente, la iglesia tomó la enseñanza del Nuevo Testamento del pastorado de los ancianos como un valor nominal. Pero esa posición fue abandonada lentamente en la América del siglo XX. En 1924, la Iglesia Episcopal Metodista votó a favor para ordenar a mujeres. Ellos fueron seguidos por el cuerpo principal de los Presbiterianos en 1956, y por los Episcopales en 1976, y finalmente por el principal cuerpo Luterano en 1979 . Entre los nuevos movimientos Pentecostales, Aimee Semple McPherson, Kathryn Kuhlman y otras mujeres tienen prominentes ministerios de enseñanza.

Entre las iglesias Bautistas, el movimiento hacia la ordenación femenina ha sido más lento, pero sin duda que el proceso ha sido ayudado por estructuras extrabíblicas tales como comités, concejos de iglesia y posiciones gerenciales, las cuales, ni son un mandato ni están mencionadas en la Escrituras, las cuales, por lo tanto, han sido más fáciles de llenar con mujeres aun en iglesias bíblicamente conservadoras en otros aspectos. Moverse a la pluralidad de ancianos conlleva claros pasajes bíblicos que afirman el liderazgo masculino en la congregación.

Sobre la Cultura de la Iglesia.

No son solo los asuntos de liderazgo, membrecía y estructura formal los influenciados por la doctrina de la iglesia, también hay cuestiones relacionadas con la cultura de la iglesia.

Junto a la rígida estructura orgánica de la iglesia está también una más sutil, cambiable y envolvente cultura de la iglesia. La cultura de una iglesia se constituye o forma por la combinación de expectativas y prácticas peculiares que no hacen de la iglesia una iglesia pero que de hecho tipifican a una congregación en particular. Supongamos que una congregación está caracterizada por la gentileza, un interés por la verdad y un entusiasmo por las misiones. Estas cualidades, en verdad, son apropiadas y consistentes con la presentación bíblica de una iglesia, pero ellas no son requeridas específicamente a cada congregación para que sea reconocida como una verdadera iglesia.

Dicho esto, la solidez de una iglesia se incrementa ostensiblemente cuando la congregación cultiva una cultura de discipulado y crecimiento, en la cual, es crecimiento espiritual individual es la norma y no la excepción. Un indicador de crecimiento, además, es el creciente nivel de preocupación por el estado espiritual de los otros. Una preocupación por los otros debe incluir a los no cristianos en el mundo (entonces un énfasis en las misiones), en el área local de la propia congregación (un énfasis en el evangelismo) y especialmente por los otros miembros de la congregación (un énfasis en la disciplina de unos a otros). Una cultura de disciplina, evangelismo y misiones será el mejor estímulo para que la iglesia sea lo que Dios quiere de ella: un reflejo de su propio carácter.

Alineada contra esta visión radiante de la iglesia está un largo y creciente nominalismo en muchas iglesias evangélicas actuales. Congregación tras congregación están caracterizadas por roles de membrecía cubiertos con “miembros” despreocupados. Aun entre aquellos miembros que cumplen muchos de ellos viven vidas que no se diferencian de los no creyentes que viven a su alrededor. Este nominalismo entorpece y menoscaba el evangelismo cristiano, empuja a la iglesia y a los creyentes hacia la desilusión, la desmotivación y la apatía, o la división; y finalmente, deshonra a Dios .

Seguramente, si la eclesiología tiene alguna relevancia hoy, debe atenderse esta situación. Los evangélicos han adelantado algunas respuestas al declive actual de las iglesias. Solo consideraremos algunas de ellas.

Desde principios del siglo XX, la aparición del Pentecostalismo es, probablemente, el mayor desarrollo sociológico en el mundo cristiano. Los panoramas cristianos en África y Sur América se han transformado, y muchas iglesias establecidas en Europa y Norteamérica han sido afectadas. Muchos de estos cristianos piensan que la respuesta a los problemas de la iglesia reposa en redescubrir la enseñanza bíblica del bautismo del Espíritu Santo. Muchos Pentecostales dicen que esta experiencia (que incluye hablar en lenguas desconocidas), significa conversión. Ellos creen que los cristianos revitalizados por este bautismo pueden reemplazar el lamentable y torpe testimonio de demasiados cristianos y sus congregaciones.

Otros grupos de cristianos han sugerido que la respuesta al cristianismo nominal subyace en recuperar la dinámica de los pequeños grupos, en los cuales no hay miembros inactivos (todos participan). Ha sido muy recomendado mediante el uso de pequeños grupos, la iglesia de estructura celular y el movimiento de la iglesia en las casas . Incluso hay quienes defienden poner límites cuantitativos a las congregaciones aduciendo que cualquier cosa más allá de cierto límite transforma a la iglesia en simples “puntos de predicación” y debilita tanto la habilidad del pastor para pastorear como la capacidad de los miembros de involucrarse significativamente en ministerio unos con otros.

Todavía hay otro grupo de cristianos que ha renunciado al local tradicional y a la congregación heterogénea. Esta frustración o rechazo puede observarse en la creciente filosofía que recomienda formar grandes congregaciones en torno a una simple declaración de visión. Esto se observa también en algunos modelos “orientados a objetivos”. El rechazo de la heterogeneidad es más pronunciado aun en congregaciones que establecen su misión sobre un grupo homogéneo, ya sea definido étnica, generacional, sociodemográficamente u otra similar. El principio de unidad homogénea subyacente detrás de este enfoque es: Hierro atrae hierro. Los miembros de una casta en la India, por ejemplo, tienen más dificultad para alcanzar a individuos de otra casta. Aun así, el principio de unidad homogénea ha reordenado la eclesiología de muchas iglesias en nombre del evangelismo. Su lógica conclusión es el rechazo de toda la congregación en beneficio de un subgrupo misionero paraeclesial, aunque ellos continúan refiriéndose a sí mismos como iglesia.

Otros que se autodefinen cristianos perciben el lamentable estado de muchas congregaciones y concluyen que la congregación organizada, simplemente, debe ser rechazada. Este rechazo puede ocurrir públicamente, como ocurrió con el pronunciamiento del predicador de radio Harold Camping quien dijo que los cristianos debían abandonar las iglesias porque la era de la iglesia había terminado . O puede ocurrir de modo más calmado cuando simplemente los individuos desisten de participar en la iglesia. En ambos casos, estos autodenominados cristianos enfatizarán algo como las enseñanzas de Jesús sobre el corazón o las doctrinas como la justificación solo por la fe para justificar su rechazo del rol de la congregación en la vida cristiana. Brevemente, el nominalismo y la hipocresía se usan para justificar la no participación en la iglesia.

Otros colocan la esperanza de recuperación de la iglesia en recrear las emociones. Muchos autores y pastores apelan a la novedad de la experiencia de la conversión, una experiencia histórica en tiempos de reavivamiento y hasta de la iglesia primitiva en el libro de los Hechos para argumentar que la mejor forma de avanzar es replicar tales emociones. En tanto que los diagnósticos específicos varían, la mayoría de las soluciones tienden al pragmatismo de “darles lo que desean”. El evangelismo comienza a parecerse al marketing y la membrecía de la iglesia comienza a parecerse al consumismo.

También hay quienes creen que los problemas en las iglesias surgen de un enfoque equivocado (o al menos innecesario) sobre la apropiación subjetiva de la fe por parte de los cristianos. En respuesta, ellos abogan por reenfocarse en las ordenanzas objetivas, o sacramentos, de la iglesia y no en las respuestas piadosas individuales. Tales respuestas sacramentales presentan una gran variedad. Algunas congregaciones multiservicios están ofreciendo alternativas a los servicios de iglesias inmensas. Algunos en el movimiento de la Iglesia Emergente se están reencontrando con las prácticas de espiritualidad de los Pre-Reformistas (y en algunos casos pre-Cristianos) sin la total comprensión del evangelio siempre latente en tales prácticas .

Entre los Reformados, algunos son llamados a un objetivismo en la vida y profesión cristiana que parece que negaran cualquier rol a la piedad personal y a la respuesta subjetiva al evangelio. En su lugar, están proponiendo una “visión federal” construida específicamente en oposición a lo que ellos reconocen como una problemática del pietismo evangélico . Más generalmente, muchos protestantes evangélicos están rechazando cada vez más todo lo que sea específicamente evangélico o Protestante y reemplazándolo con distintivos tales como “La Gran Tradición” .

A estas y muchas otras supuestas soluciones a los problemas corrientes de las iglesias, los recursos deben ser tomados, inexorablemente, de las Escrituras. Una clara comprensión del evangelio es fundamental para una renovación genuina de las iglesias evangélicas. Las soluciones que son tratadas como normativas pero que no tienen sustento en la Escrituras deben ser rechazadas como la tradición moderna que carece de la autoridad de los apóstoles. La eclesiología no puede ser reducida al evangelismo o al auto perfeccionamiento. En la iglesia cristiana el consumidor reinante debe ser el pecador arrepentido y es mejor no recibir los sacramentos ordenados por Cristo que recibirlos sin fe personal (1ª Co 11:30). Dios creó su iglesia por su Espíritu por medio de su Palabra. Todas las otras respuestas a la carencia de discipulado en muchas iglesias actuales agravan los problemas que intentan resolver.

Sobre el Carácter de la Iglesia La cultura de la iglesia, como la vida de un individuo, simplemente refleja el carácter de la iglesia. Si la doctrina de la iglesia enunciada en este capítulo va a ser aplicada, debe recuperarse la práctica de la disciplina correctiva.

La recuperación de la disciplina de la iglesia requerirá verla como parte de la membrecía de la iglesia. Debe ser enseñada en las clases de los nuevos miembros. Debe ser tratada en sermones, testimonios y boletines informativos. Y deben recomendarse libros sobre el tema. Demasiada gente trata este tópico apologéticamente y actúa como si admitiera que la práctica de disciplina es deplorable. Mientras el pecado y sus trágicas consecuencias que requieren disciplina son, por supuesto, lamentables el intento de disciplinar correctivamente al pecador no arrepentido, no lo es. Cuando se hace en humildad, oración y amor de edifica al cuerpo y se glorifica a Dios .

Hay que hacer una observación. La disciplina de la iglesia parecerá ofensiva a unos y otros si se introduce en una congregación que no se caracterice por una cultura de cuidado mutuo, un deseo de involucrarse en el diario vivir unos con otros y una pasión por la disciplina en la fe. Un pastor debe desear ser obediente a las Escrituras, pero la congregación sentirá que el profundo involucramiento en sus vidas requerido por la práctica de la disciplina es antinatural si cosas como los convenios de la iglesia y las expectativas de membrecía no se han enseñado con claridad. El primer paso hacia la práctica de la disciplina de la iglesia en una congregación es simplemente enseñar a la gente a orar y a cuidar los unos por los otros. Aprender a amar y a discipular a otro (la verdadera práctica del sacerdocio de todos los creyentes) es un prerrequisito para introducir la disciplina correctiva. La disciplina formativa debe preceder a la disciplina correctiva.

La disciplina de la iglesia proporciona una parte de la respuesta necesaria al nominalismo prevaleciente en las iglesias de hoy. Los pastores deben considerar que seguir las instrucciones bíblicas en cada área de la vida de la iglesia (incluyendo las relativas a la membrecía y a la disciplina) debe ser la clave para sanar lo que está fallando en sus iglesias. Si los pastores desean que los pecadores se arrepientan, deben darse cuenta que la disciplina es una manera bíblica de lograrlo. Si los líderes de las iglesias desean que sus congregaciones se caractericen por el agradecimiento de corazón y la santidad de vida, deben reexaminar su práctica de la disciplina de la iglesia. La salud de toda la iglesia será impulsada radicalmente en muchas congregaciones al excomulgar a aquellos miembros que hayan cometido pecados tales como indiferencia, divisionismo, adulterio o fornicación en lugar de honrar su compromiso de glorificar a Dios. La acción de excluir al no arrepentido permite a la iglesia dar u n testimonio claro del evangelio al mundo. Finalmente, glorifica a Dios en la medida que su pueblo muestre cada vez más su carácter de amor santo.

Sobre la Gloria de Dios

John L. Dagg concluye su introducción al Tratado sobre el Orden de la Iglesia con esta acertada declaración:

El orden en la iglesia y los ceremoniales de religión, son menos importantes que un nuevo corazón; y a los ojos de alguien, cualquier laboriosa investigación de preguntas sobre ellos puede parecer innecesaria y sin beneficio alguno. Pero sabemos, de las Santas Escrituras, que Cristo dio instrucciones sobre estos asuntos y que nosotros no podemos rehusarnos a obedecer. El amor muestra nuestra obediencia; y muestra también la búsqueda de lo que es necesario para conocer su voluntad. Vamos, por tanto, a proseguir las investigaciones que están ante nosotros, con una oración ferviente, que el Espíritu Santo, quien nos guía a toda verdad, pueda ayudarnos a aprender la voluntad de aquel que amamos y adoramos supremamente.

Muchos Protestantes han comenzado a pensar que debido a que la iglesia no es esencial para el evangelio, no es importante para el evangelio. Esta es una conclusión no bíblica, falsa y peligrosa. Nuestras iglesias son la prueba del evangelio. En las reuniones de la iglesia, se leen las Sagradas Escrituras. En las ordenanzas de la iglesia, se representa el trabajo de Cristo. En la vida de la iglesia se evidencia el carácter de Dios mismo. Una iglesia seriamente comprometida en carácter hará lucir al evangelio como irrelevante.

La doctrina de la iglesia debido a que está atada al evangelio mismo. La iglesia es la apariencia del evangelio. Es lo que el evangelio muestra cuando se materializa en la vida de los creyentes. Quita la iglesia y estás quitando la manifestación visible del evangelio en el mundo. Los cristianos en las iglesias, entonces, son llamados a practicar “exhibe el evangelio”, y el mundo será testigo de que el Reino de Dios comenzó en una comunidad de gente hecha a su semejanza y renacida por su Espíritu. Los cristianos, no individualmente, sino como el pueblo de Dios reunido en las iglesias son la imagen más clara que ve el mundo del Dios invisible y de cuál es su voluntad para ellos.

Jesús dijo “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Jn 13:35). Pablo añadió “El fin de todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales, conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Ef 3:10-11).999


  1. Desde las teologías del siglo XIX de J. L. Dagg, J. P. Boyce, C. Hodge, R. Dabney, y W. G. T. Shedd hasta la primera teología del siglo XX de E.Y. Mullins, se ha omitido en la teología sistemática, una sección especialmente dedicada a la eclesiología.
  2. Cipriano, De Ecclesiae Catholicae Unitate (Oxford: Clarendon, 1971), cap. 6.
  3. Robert Barrow dio en 1589 una gran definición de iglesia: “la iglesia, como se entiende universalmente, contiene todos los que han sido, son y serán elegidos por Dios. Considerada particularmente, como se observa en este mundo, consiste de una compañía y compañerismo de fe y gente santa reunida en torno a Cristo Jesús, su único rey, sacerdote y profeta, adorándolo correctamente, siendo apacible y discretamente gobernados por sus oficiales y leyes, manteniendo la unidad de la fe en el vínculo no fingido de amor y paz”. A True Description out of the Word of God in the Visible Church (Londres: 1589). Para una típica definición Bautista de la iglesia, véase la definición dada por la Asociación Charleston: “Una iglesia evangélica local consiste de una compañía de santos incorporados por un convenio especial en un cuerpo diferente, reuniéndose en un lugar para el disfrute del compañerismo los unos con los otros, teniendo a Jesucristo como la cabeza, en todas sus instituciones, para su mutua edificación y para la gloria de Dios por medio del Espíritu”. En A Summary of Church Discipline, ed. Mark Dever (Washington: Center for Church Reform [9 Marks Ministries], 2001), 118.
  4. A menos que se indique lo contrario, todas las Escrituras citadas en este capítulo son tomadas de Nueva Versión Internacional (NVI).
  5. Esta distinción es fundamental para la teología y escatología del dispensacionalismo. John F. Walvoord. The Millennial Kingdom. (Grand Rapids: Zondervan, 1959).
  6. Esto debería ser similar a la forma como el autor de Hebreos parece recordar, en Hebreos 8, la profecía de Jeremías 31 relativas a las casas de Judá e Israel como satisfechas (o cumplidas) en la iglesia.
  7. Ver George Eldon Ladd, The Gospel of the Kingdom (Grand Rapids: Eerdmans,1959), 120. Para puntos de vista opuestos ver la tradicional posición dispensacionalista representada por Walvoord en The Millennial Kingdom, entre otras.
  8. Edmund Clowney, The Church (Downers Grove: Inter Varsity, 1995), 28.
  9. עם אלהים
  10. θαῤῥέωθεός
  11. λαόςθεός
  12. William Tyndale normalmente traduce ekklesia como “congregación”.
  13. 3 veces en Mateo, 46 veces en las cartas paulinas, 23 veces en Hechos, 2 veces en Hebreos, una en 3ª Juan, una en Santiago y 20 veces en Apocalipsis.
  14. La Septuaginta traduce la palabra Hebrea qahal con la palabra Griega ekklesia setenta y siete veces.
  15. Quizás la única excepción sea Hechos 9:31. A lo mejor a este uso único se deba a la iglesia de Jerusalén, la cual, aunque había sido dispersada continuaba considerándose como una unidad.
  16. J. Roloff, “ἐκκλησία” enNIDNTT (Grand Rapids: Eerdmans, 1990) 1:412-13.
  17. Hebreos 2:12 como referencia a una asamblea del Antiguo Testamento fue mencionada antes.
  18. Paul Minear Images of the Church in the New Testament (Filadelfia: Westminster, 1960).
  19. Avery Dulles, Models of Church, 2ª ed. (New York: Image, 1987).
  20. Otra vía familiar de categorizar las imágenes de la iglesia en el Nuevo Testamento ha sido el uso de la estructura trinitaria del pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo y la morada del Espíritu Santo.
  21. George Eldon Ladd, A Theology of the New Testament. Ed. Rev. (Grand Rapids: Eerdmans, 1993).
  22. Ver por ejemplo, Felipe en Hech. 8:12 y Pablo en 19:8; 28:23.
  23. κοινωνέω
  24. Louis Berkhof, Sistematic Theology. (Grand Rapids: Eerdmans, 1938), 569.
  25. George Eldon Ladd, “Kingdom of God,” in EDT, 2nd ed., ed. Walter Elwell (Grand Rapids: Baker, 2001), 611; cf. Berkhof, Systematic Theology, 568–70.
  26. Para mayores detalles ver Richard D. Phillips, Philip G. Ryken, Mark E. Dever, The Church: One, Holy, Catholic and Apostolic (Phillipsburg: Presbyterian and Reformed, 2004).
  27. Küng, The Church, 320.
  28. Küng, The Church, 320.
  29. kaqolikhin
  30. neh'-fesh
  31. La palabra sacramento se deriva del término latino usado para misterio; véase la Vulgata para Efesios 1:9; 3:3; 5:32. Louis Berkhof define un sacramento como una ordenanza (Sistematic Theology, 617).
  32. Se considera como principio establecido que los sacramentos tienen la misma función que la Palabra de Dios: ofrecer y explicarnos a Cristo y otorgarnos los tesoros de la gracia celestial. Pero ellos no avalan ni benefician nada a menos que se reciban por fe. Calvin, Institutes, 4.14,17.
  33. δεῖπνον κυριακός
  34. Algunas organizaciones como los Cuáqueros o el Ejército de la Salvación que se declaran seguidores de Cristo rechazan estas prácticas. Se puede decir de muchas congregaciones evangélicas contemporáneas que en la práctica rechazan el bautismo y La Cena del Señor si son evaluadas por la frecuencia o comprensión de las mismas.
  35. El Concilio de Trento determinó que finalmente son siete los sacramentos que los fieles católico romanos deben aceptar- Los otros cinco con sus bases bíblicas son: confirmación (Hech. 8:17; 14:22; 19:6; He 6:2), confesión (Stg 5:16), ordenación (1 Tim 4:14; 2 Tim 1:6), matrimonio (Ef. 5:32), y extremaunción (Stg 5:14). Ver el parágrafo 1113 e, Cathechism of the Catholic Church, in Librería Editrice Vaticana (Liguori: Liguori Publications, 1994). Hace mucho tiempo Calvino rechazó estas cinco prácticas adicionales como sacramentos (Institutes 4.19). Berkouwer concluye su consideración de estos cinco sacramentos católico romanos “extra” diciendo cortésmente “esta breve revisión de los cinco sacramentos especiales evidencia quela teología de la iglesia católica romana fija el número de sacramentos sobre la base de su visión de lo que constituye una serie de actos sobrenaturales que inyectan gracia sobrenatural en toda la vida, de principio a fin, en lugar de ponerla sobre la indubitable base de la exégesis bíblica”. G.C. Berkouwer, The Sacraments, trad. Hugo Bekker (Grand Rapids: Eerdmans, 1969), 36.
  36. La teología moderna de la iglesia católica romana habla de toda la iglesia como un sacramento. “La Iglesia, en Cristo, está en la naturaleza del sacramento- una señal e instrumento, es decir, de comunión con Dios y de unidad con todos los hombres” “Dogmatic Constitution of the Church,” en Vatican Council II, ed. Austin Flannery (Northport, NY: Costello, 1975), 350.
  37. Ver Art 26 de los 39 Artículos de Religión de la Iglesia de Inglaterra.
  38. Ver John L. Dagg, Treatise on Church Order (1858,repr. ,Harrinsonburg: Gano, 1982), 226-31. Daggs presenta cinco argumentos contra la idea de tomar el lavado de los pies como la última ordenanza de la iglesia.
  39. El Antiguo Testamento contiene muchos lavados ceremoniales (He 9:10). Pablo usó la imagen del bautismo para explicarle a la gente la inmersión de Israel dentro de la ley de Dios (1ª Co 10:1-2). Juan el Bautista distinguió su bautizo del de Jesús (Jn 1:24-27, 33; Lc •:3). Pablo, además, explicó la diferencia entre los dos bautismos en Éfeso (Hech 19:1-6). Jesús enseñó que sus discípulos serían bautizados con el Espíritu Santo (Hech 1:5). Jesús se refirió metafóricamente a su propia muerte como un bautizo (Lc 12:50). Y entre los cristianos de Corinto existía la práctica del bautismo por la muerte. Para más detalles del trasfondo histórico del bautismo en el primer siglo, véase, George r. Baesley-Murray, Baptism in the New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1962), 1-92.
  40. βαπτίζω
  41. Tomás de Aquino escribió: “En el sacramento del Bautismo, el agua se usa para el lavado del cuerpo, por medio del cual, se simboliza el lavado interior de los pecados. Ahora, el lavado pude ser hecho no solo por inmersión sino también por aspersión o derrame. Y, en consecuencia, aunque es más seguro el bautismo por inmersión, por ser el uso más común, puede ser conferido igualmente por aspersión o derrame conforme a Ez 36:25 “Los rociaré con agua pura…” Esto especialmente en casos de urgencia o cuando el grupo a bautizar es numeroso como se presenta en Hechos 2 y 4, donde leemos que un día tres mil creyeron y otro día cinco mil: o se les dio a todos ellos un pequeño suministro de agua, o mediante la debilidad del ministro quien no pudo llevar el candidato al Bautismo, o por blandenguería del candidato, aquellas vidas deben haber sido puestas en peligro por la inmersión. Debemos por tanto concluir que la inmersión no es necesaria para el bautismo”. Summa Theologica (CD ROM, AGES Software, 1997). Juan Calvino, escribió en Institutes que aunque reconocía la antigüedad de la inmersión, la misma no era necesaria para validar el bautismo: “Si la persona que está siendo bautizada debe ser totalmente sumergida, si una vez o tres veces, si se rocía con agua o si se le derrama agua encima; esos detalles, no tienen importancia. Debe ser opcional a las iglesias de acuerdo a la diversidad de países. Es evidente que la palabra bautizo significa “inmersión” y que el rito de la inmersión fue observado por la iglesia primitiva. Institutes, 4.15.19
  42. βαπτίζω
  43. Así por ejemplo, en el capítulo 7 de La Didache (fechada a finales del primer siglo o comienzos del segundo), se lee: “Ahora en lo que respecta al bautizo, después de haber revisado todas esas cosas, bautiza así: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” en agua que corra. Pero si no tienes agua que corra bautiza en otra agua, y si no tienes agua fría bautiza con agua caliente, y si no tienes agua de ningún tipo entonces derrama agua sobre su cabeza tres veces “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. The Didache en The Apostolic Fathers, 2nd ed., trans. J. B. Lightfoot and J. R. Harmer (1891; repr., Grand Rapids: Baker, 1992), 258–59. La Didache, por supuesto, no es Escritura pero es léxicamente significativo que a tan temprana fecha del cristianismo los cristianos griegos se refirieran al derrame de agua como bautismo.
  44. Una de las más recientes defensas de derrame como bautismo argumenta que Romanos 6:3-6; Hebreos 9: 10-19; Tito 3:5-6; y Ez 36:25-27. Demuestran que el bautizo significa el derramamiento del Espíritu Santo en conexión con la persona cristiana lavada de sus pecados como parte de su unión con Cristo, ninguno de los cuales requiere inmersión y cualquiera de ellas puede haber tenido un significado mayor que derrame. Joseph Pipa en The Case for Covenantal Infant Baptism, ed. Gregg Strawbridge (Phillipsburg: Presbyterian and Reformed, 2003), 112–26.
  45. Millard Erickson, Christian Theology, 1113–14; cf. Robert Saucy, The Church in God’s Program (Chicago: Moody, 1972), 209.
  46. evpi; tw/` ojnovmati jIhsou` Cristou` eij~ a[fesin tw`n aJmartiw`n uJmw`n.
  47. Berkhof, Systematic Theology, 632. Compare sus comentarios sobre los recipientes adecuados para la Cena del Señor en la pág. 657.
  48. Calvin, Institutes, 4.15.13.
  49. Ver, Catechism of the Catholic Church, 319, 323. También Hechos 2:38; 22:16; 1ª Pedro 3:21.
  50. Paul K. Jewett, Infant Baptism and the Covenant of Grace (Grand Rapids: Eerdmans, 1978), 228; cf. Fred Malone, The Baptism of Disciples Alone: A Covenantal Argument for Credobaptism versus Paedobaptism (Cape Coral, FL: Founders, 2003).
  51. Ver Éxodo 12; cf. Éxodo 24:8. Vea también D. A. Carson, Matthew, EBC (Grand Rapids: Zondervan, 1984), 528–32 sobre este asunto. Carson concluye que la Cena del Señor fue una comida de Pascua.
  52. Carson, Matthew, 536.
  53. Las primeras indicaciones acerca de la Cena del Señor se encuentran a fines del siglo I y principios del II en The Didache, Clement’s Letter to the Corinthians, Ignatius’s Letter to the Smyrneans.
  54. Berkhof, Systematic Theology, 657.
  55. La sinagoga de los hombres libres en Hechos 6:9, los Fariseos y los Saduceos, varias cortes, parlamentos y gremios. En el Antiguo Testamento hubo miembros de cofradías (como los 30 hombres de David) y los profetas.
  56. Para la enseñanza de las tareas de los miembros de la iglesia por Benjamin Keach, Benjamin Griffith, the Charleston Association, Samuel Jones, W. B. Johnson, Joseph S. Baker, and Eleazer Savage, vea Mark Dever, ed., Polity, 65–69, 103–5, 125–26, 148–51, 221–22, 276–79, 510–11.
  57. Erickson, Theology, 1058.
  58. Samuel Jones, Treatise of Church Discipline in Polity, ed. Mark Dever (1805; repr.), 150; cf.2 Co 12:20; 1 Tim 5:13; 6:4; Stg 4:11.
  59. Similar a la forma como los apóstoles fueron estimados como delegados de Cristo. Lc 10:16; 1ª Co 16:10.
  60. La palabra usada para honor en 1ª Tim 5:17 tiene una clara connotación financiera. Vea, además, Hech 6:4, 1ª Co 9: 7-14, Gál 6:6.
  61. Vemos esto por inferencia de Gál 1:8, 2ª Tim 4:3 y Judas 3-4.
  62. Mateo 18:17. Observa el involucramiento de toda la iglesia como corte de juicio y como ejecutora de la sentencia.
  63. Un buen ejemplo de esto se encuentra en la narración de Hechos 15. Comentando Hechos 15:4, Jurgen Roloff “toda la asamblea congregacional de Jerusalén era su propio cuerpo gobernante, distinto al cuerpo gobernante de apóstoles y ancianos quienes eran los líderes de la Iglesia”. Los decretos apostólicos debían ser ratificados por la plenaria de la congregación.
  64. Esta naturaleza voluntaria de las relaciones entre las congregaciones cristianas, sin embargo, no significa que las decisiones respecto a las relaciones de una congregación con otra son simplemente materias indiferentes.

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