Una oración para cada hora

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English: A Prayer for Every Hour

© Desiring God

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Por John Piper sobre Fe
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Traducción por Laura Coloma

Transcripción del audio “Orad de esta manera: ‘Padre nuestro que estás en los cielos’”. Jesús nos enseña a orar a nuestro Padre. Es increíble que el Creador del universo sea nuestro Padre.

“Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan nuestro de cada día.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.
Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. (Mateo 6:9-13, LBLA)

Jesús nos enseña a orarle a nuestro Padre, no a Dios en general, sino a Dios nuestro Padre. Solía leer y orar el Padre Nuestro con esta idea: pensaba que los tres primeros puntos eran alabanzas o elogios, no peticiones. Luego seguían cuatro peticiones. Esto es lo que solía pensar:

Te alabo Padre, porque tu nombre es santificado. Te alabo porque tu reino está por venir. Te alabo porque se hará tu voluntad en la tierra. Y hay cuatro cosas que necesito que sean parte de esto. Necesito comida todos los días. Necesito el perdón de mis pecados. Necesito estar libre de tentaciones que me destruirán y necesito que me libres del mal para poder estar cerca de esas cosas maravillosas que mencioné.

Este pensamiento no está bien. Ni siquiera analizaba lo que decía en los primeros tres puntos: santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad – son ruegos. Son peticiones. Es decir “Necesito y quiero que hagas esto en mí y a través de mí” tanto como las otras cuatro. Eso supuso un cambio enorme.

Cuando me di cuenta de esto, tuve que preguntarme, ¿Cuál es la relación entre estas siete peticiones?” Y diré que la santificación del nombre de Dios es lo más importante porque es la base fundamental y todas las demás peticiones tienen que ver con esto. Así que voy a volver a orarlo de la forma en que lo hago hoy en día y analiza si no crees que es así como Jesús quiere que pensemos al orar.

Padre, haz que venga tu reino, porque cuando todos se inclinen con agrado ante tu majestuosa autoridad, la acción principal de todos los corazones de ese reino será la santificación de tu nombre. Padre, somete toda rebelión a tu voluntad. Somete la voluntad de todo ser humano a tú voluntad. Así, el centro de la voluntad de todo ser humano será la santificación de tu nombre. Padre, concédeme comida suficiente – no deseo ser rico. Guárdame de las riquezas. Concédeme comida suficiente para tener vida y aliento y así poder santificar tu nombre. Padre, perdona mis pecados, porque si no consigo tu perdón seré arrastrado hacia la condena y pasaré el resto de mi vida blasfemando contra ti en el infierno en vez de santificándote en el cielo. Oh Dios, por favor perdona mis pecados y ayúdame a perdonar. Padre, aléjame de tentaciones destructivas que intenten arruinar mi vida y llevarse todo deseo que he sentido de santificar tu nombre. Padre, protégeme del mal, cuyo deseo más ferviente es que viva para mí nombre y no para el tuyo.

Creo que es así como Él quiere que oremos. Creo que santificar su nombre es lo más importante porque es la base fundamental, es la meta de todo – de todo, para siempre, para todos. Esa es la meta. “Santificado sea tu nombre” significa “que tu nombre sea santificado primero en mi vida, después en quienes me rodean y a través de nosotros en nuestra región, en nuestro estado, en todos los Estados Unidos, en todo el mundo y tan lejos como podamos llegar, hasta que venga Jesús”.

¿Qué significa realmente la palabra santificar? Esta palabra es utilizada muchas veces en el Nuevo Testamento para “santificar”, “hacer santo”, o “considerar santo”. Nosotros no hacemos santo a Dios. Lo consideramos santo, lo vemos como santo, sentimos su santidad y nos asombramos de ella. Esto es lo que está tras la palabra “santificado”. Pocos entienden su significado, pero ha estado en el Padre Nuestro por más de 500 años así que no se puede cambiar.

Quiero que entendamos esta palabra como lo que es. “Santificado sea tu nombre. Haz que tu nombre sea considerado santo. Haz que lo vea como algo sagrado, venerado, estimado, honrado, apreciado, valorado y atesorado”. Son palabras que revelan el significado de santificar.

Y no se trata solo de verlo. El demonio lo ve. Recuerden que el demonio le dice a Jesús, “Yo sé quién eres: el Santo de Dios” (Marcos 1:24). Lo consideraban santo. Algo grande. Por eso es importante que no solo lo consideremos sagrado, venerado, estimado, honrado, apreciado, valorado y atesorado, sino que lo sintamos.

La santificación ocurre primero en el corazón, no en las manos. Las manos se elevan como fruto de la santificación, pero si lo hacen sin el corazón, Jesús tendrá palabras duras: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí” (Mateo 15:8). Él ignora esta clase de alabanzas.

Así que si levantas las manos y el corazón no está santificándolo, valorándolo, estimándolo, honrándolo o atesorándolo por sobre todas las cosas, esas manos son hipócritas. La santificación de su nombre es un acto del corazón, no de la cabeza como hacen los demonios, y no es solo levantar las manos como hacían los fariseos. Se trata de valorar su nombre por sobre todas las cosas, como lo hacen los cristianos.


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