Ahogándonos en una gota de agua: el Dios grande en las cosas pequeñas

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English: Drowning in a Drop of Water

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Soldados de Jesucristo

Cuando leemos que Dios “es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef. 3:20), ¿qué viene a nuestras mentes? ¿Qué tan grande es nuestra imaginación para comprender lo que es “mucho más abundante”? Un vistazo a una gota de agua probablemente desarticule tus ideas previas.

La otra noche en la cena, mi hijo menor Micah preguntó: “Papá, ¿sabes cuántas moléculas hay en una gota de agua?”. Como mi última clase de ciencias había sido hacía ya mucho tiempo, le respondí: “No me acuerdo”. Él dijo: “Algo así como seis cuatrillones” (eso es un 6 seguido de 15 ceros). Con incredulidad, le respondí: “Eso parece muchísimo”. Micah insistió que no lo era. Así que consulté con mi experta en ciencias más cercana (Siri). Efectivamente, no son seis cuatrillones; son 1.67 mil trillones. Una unidad de miles de millones “solo” consiste en quince ceros; mil trillones tiene veintiún ceros. ¡La cantidad que Micah dijo era en verdad muy baja!

1.67 mil trillones de moléculas en una gota de agua. ¿Existe alguna forma de concebir en nuestra mente esa cantidad? Aquí hay algunas maneras para no comprenderlo. Si pudiéramos contar diez moléculas por segundo (y eso es muy rápido), necesitaríamos más de cuatro mil millones de años para contar las moléculas de esa gota de agua. Hay más moléculas en una cucharada de agua que estrellas en el universo, al menos, según algunos cálculos.

Ahogándonos en una gota

Esto nos hace ver las gotas de una manera diferente, ¿verdad? Las lágrimas en nuestras mejillas contienen una enormidad insondable. El grifo que gotea derrama una cantidad astronómica a cada minuto. La vasta cantidad de moléculas que bebemos en una botella de agua es tan inimaginable como el cosmos.

Podríamos aumentar exponencialmente el asombro en nuestras mentes al contemplar que hay acerca de 75,500 gotas de agua en un galón (EE.UU.), y casi 326 millones de trillones de agua en la tierra. ¿De cuántas gotas y moléculas estamos hablando ahora?

Si sacas la cuenta (e ignoramos el hecho de que cada gota contiene más de cinco mil trillones de átomos y más de noventa mil trillones de cuarks). Estas cantidades hicieron que este pobre experto en humanidades se ahogara en una gota.

¿Quién, pues, es éste?

Estas realidades deberían hacernos temblar cuando recordamos que Jesús no se ahogó. El Verbo Creador encarnado (Jn. 1:3) estaba en control total de las cuentas y de las moléculas que estaban literalmente en sujeción “bajo sus pies” mientras Él caminaba sobre el mar (Jn. 1:14; Mt. 14:25; He. 2:8; Jn. 6:1); un mar que, irónicamente, fue renombrado después del reinado del emperador de Roma. Este milagro molecular fue metafórico, ya que el mar jamás hubiera reconocido el señorío de Tiberias. Y cuando el gobierno de Tiberias ejecutó a Jesús, el poder imperial que ordenó la muerte también se postró bajo los pies del Señor de la gloria (1 Co. 2:8; 15:20, 27).

Es de esperarse que los discípulos se hayan asombrado. Mientras observaban cómo el mar obedecía al mandato de Jesús, “Pero ellos estaban atemorizados y asombrados, diciéndose unos a otros: ¿Quién, pues, es éste que aun a los vientos y al agua manda y le obedecen?” (Lc. 8:25).

Quién, en verdad

Durante toda su vida ellos habían oído hablar acerca de Él:

“Entonces dijo Dios: Júntense en un lugar las aguas que están debajo de los cielos, y que aparezca lo seco. Y fue así” (Gn. 1:9).

“El año seiscientos de la vida de Noé, el mes segundo, a los diecisiete días del mes, en ese mismo día se rompieron todas las fuentes del gran abismo, y las compuertas del cielo fueron abiertas. Y cayó la lluvia sobre la tierra por cuarenta días y cuarenta noches” (Gn. 7:11–12).

“Extendió Moisés su mano sobre el mar; y el Señor, por medio de un fuerte viento solano que sopló toda la noche, hizo que el mar retrocediera; y cambió el mar en tierra seca, y fueron divididas las aguas. Y los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, y las aguas les eran como un muro a su derecha y a su izquierda” (Ex. 14:21–22).

“¿O quién encerró con puertas el mar, cuando, irrumpiendo, se salió de su seno; cuando hice de una nube su vestidura, y de espesa oscuridad sus pañales; cuando sobre él establecí límites, puse puertas y cerrojos, y dije: “Hasta aquí llegarás, pero no más allá; aquí se detendrá el orgullo de tus olas?” (Job 38:8–11).

“Los que descienden al mar en naves y hacen negocio sobre las grandes aguas, ellos han visto las obras del Señor y sus maravillas en lo profundo. Pues El habló, y levantó un viento tempestuoso que encrespó las olas del mar. Subieron a los cielos, descendieron a las profundidades, sus almas se consumían por el mal. Temblaban y se tambaleaban como ebrios, y toda su pericia desapareció” (Sal. 107:23–27).

Los discípulos tenían razones para sentir temor y asombro. Ya que la realidad incomprensible comenzaba a manifestarse ante ellos: este hombre parado en la barca era el “Dios Poderoso” (Is. 9:6).

Poder inmensurable

Antes de que comenzara la tormenta, la palabra “poderoso” tenía un significado para los discípulos. Pero, luego de mirar cómo el tumultuoso Tiberias se rendía ante el Señor Jesucristo, tuvo un significado nuevo y diferente.

¿Qué significa la palabra “poderoso” para ti?

Los discípulos no sabían nada de moléculas, átomos, cuarks ni de miles de trillones. Pero vivimos en una era donde percibimos el “eterno poder” de Dios y su “divinidad” se han visto y entendido “por medio de lo creado” a los niveles macro y micro inimaginables, incluso desde hace cuatro o cinco generaciones (Ro. 1:20).

“Todas las cosas fueron hechas por medio de Él [Jesús]”, y Él “sostiene todas las cosas por la palabra de su poder” (Jn. 1:3; He. 1:3). No se necesita aquietar el mar; una gota de agua es más que suficiente para llenar nuestra imaginación con el temor asombroso y para preguntarnos, “¿Quién, pues, es Éste?”.

En la barca, Jesús les preguntó a sus maravillados discípulos: “¿Dónde está vuestra fe?” (Lc. 8:25). El Señor que puede hacer “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” nos muestra una gota de agua y nos pregunta lo mismo.


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