Aire acondicionado en el infierno: cómo se presenta el liberalismo

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English: Air Conditioning Hell: How Liberalism Happens

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Por Albert Mohler Jr. sobre Teología Bíblica

Traducción por Micaela Ozores


Los liberalistas teológicos no pretenden destruir el cristianismo, sino salvarlo. De hecho, podríamos decir que lo que motiva al liberalismo teológico es, en cierto modo, un deseo de justificarse. La pauta que lo rige es muy clara: sus adeptos tienen la convicción de que hay que salvar al cristianismo... de sí mismo.

Liberalismo: cómo salvar al cristianismo de sí mismo

Los liberalistas clásicos de principios del siglo XX, a menudo denominados modernistas, señalaban que la sociedad estaba atravesando una vasta transformación intelectual y afirmaban que el cristianismo tendría que cambiar o acabaría extinguiéndose. Según el historiador William R. Hutchison, “el sello distintivo del modernismo es la insistencia en que la teología debe adoptar una actitud favorable hacia la cultura secular y hacer un esfuerzo genuino por reconciliarse con ella”.[1]

Este ideal de reconciliación con la cultura secular tiene raíces profundas en la sensación de liberación intelectual que surge a partir de la Ilustración. Los primeros rastros del liberalismo protestante se hallan en Europa, pero esta ideología muy pronto llegó a Norteamérica, quizás mucho antes de lo que la mayoría de los evangélicos de nuestros días imagina. La teología liberal tuvo influencia en los lugares donde el unitarianismo era predominante y en otras regiones más allá de estos límites.

Poco tiempo después de la Guerra de la Independencia en Estados Unidos, comenzaron a surgir formas más organizadas de la teología liberal, impulsadas por un sentido de revolución y de libertad intelectual. Tanto teólogos como predicadores empezaron a cuestionar las doctrinas del cristianismo ortodoxo, alegando que doctrinas tales como la del pecado original, la depravación total, la soberanía divina y la expiación por sustitución transgreden las normas morales. William Ellery Channing, quien fue un unitarianista de gran influencia, habló en nombre de muchos de sus contemporáneos al describir “la conmoción que [produjeron] a [su] naturaleza moral” las enseñanzas del cristianismo ortodoxo.[2]

A pesar de que los liberales sometieron a revisión un gran número de creencias básicas y doctrinas centrales o incluso las rechazaron categóricamente, la doctrina acerca del infierno fue por lo general objeto de mayor disentimiento y negación.

En una meditación acerca del infierno y otras doctrinas relacionadas, el pastor congregacionalista Washington Gladden declaró: “La enseñanza de semejante doctrina acerca de Dios inflige una herida atroz a la religión y socaba los fundamentos mismos de la moralidad”.[3]

A pesar de que el infierno fue un componente esencial de la teología cristiana desde tiempos del Nuevo Testamento, se ha vuelto un odium theologicum: una doctrina a la que la cultura dominante considera repugnante y que, al presente, retienen y defienden solo aquellos ortodoxos que son conscientes de su propia responsabilidad teológica.

El novelista David Lodge dio fecha de caducidad a la doctrina del infierno: “En algún punto en la década de 1960, el infierno desapareció. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo sucedió. Antes estaba allí y luego ya no”. El historiador Martin Marty de la Universidad de Chicago describió la transición como un proceso simple y, en el momento preciso en el que ocurrió, apenas percibido. En sus propias palabras, “el infierno desapareció y nadie se dio cuenta”.[4]

Los teólogos y pastores liberales que descartaron el infierno de un modo tan conveniente lo hicieron sin por ello negar que la Biblia claramente enseña esta doctrina. Tan solo convinieron en que el sentido de moralidad de la cultura reinante debía gozar de una autoridad mayor. Para salvar al cristianismo de los perjuicios morales e intelectuales de la doctrina, habría que sencillamente deshacerse del infierno. Muchos rechazaron la doctrina con mucho gusto, alegando que es necesario modernizar la fe acorde a la nueva era intelectual. Otros, sin más, dejaron que la doctrina cayera en el olvido: no se habla de eso entre gente educada.

¿Qué hay de los evangélicos de hoy en día? Si bien algunos se burlan del estereotípico sermón apocalíptico de las generaciones evangélicas anteriores acerca del “lago de fuego y azufre”, la realidad es que la mayoría de los miembros de iglesia actuales quizás nunca hayan oído un sermón acerca del infierno, ni siquiera en congregaciones evangélicas. ¿Será que el infierno también ha caído en el olvido entre los evangélicos?

Revisiones al infierno: un ejemplo de cómo la teología cae en el liberalismo

La doctrina del infierno es un ejemplo interesante de cómo se cae en el liberalismo teológico. El patrón que rige este proceso puede describirse de la siguiente manera.

Lo primero que sucede es que se deja de mencionar cierta doctrina. Pasa el tiempo y en ningún momento se la presenta o se la debate desde el púlpito. La mayor parte de la congregación ni siquiera la nombra y los que sí lo hacen son cada vez menos. No se niega la doctrina, sino que se hace caso omiso de ella y se la mantiene a cierta distancia. Sí, se la reconoce, es una doctrina que los cristianos siempre han creído, pero ya no es necesario hacer hincapié en ella.

En segundo lugar, se vuelve a examinar la doctrina y se retiene solo en una forma reducida. De seguro habrá alguna buena razón por la que el cristianismo a lo largo de la historia haya creído en el infierno. Algunos teólogos y pastores entonces dirán que en esta doctrina hay un punto que es de importancia central para la moralidad y que por tanto debe preservarse. Quizás algo del estilo de lo que C. S. Lewis denominó “el Tao”.[5] La doctrina se ve reducida.

En tercer lugar, se somete la doctrina al ridículo. Robert Schuller de la Catedral de Cristal, conocido por su mensaje acerca del “Pensamiento positivo”, en una ocasión dijo que lo que lo motivaba a reformular ciertos puntos teológicos era el deseo de darles un nuevo enfoque para así “generar confianza y pensamientos positivos”.[6] Su método consiste en acentuar la salvación y la necesidad de “convertirnos en personas positivas”.[7] Este pensamiento no da mayor importancia a salvarse del infierno, “sea lo que sea que eso signifique y dondequiera que ese lugar se encuentre”.[8]

Tal aseveración ridiculiza el infierno, ya que subestima su importancia al decir “sea lo que sea que eso signifique y dondequiera que ese lugar se encuentre”. Lo que Schuller sugiere es que no hay que preocuparse por el infierno. Si bien es probable que sean pocos los evangélicos que adopten la misma actitud de burla, muchos recurrirán a formas más sutiles de marginalizar la doctrina.

En cuarto lugar, se reformula la doctrina para despojarla de todo aquello que pueda resultar ofensivo desde un punto de vista moral e intelectual. Los evangélicos han aplicado esta estrategia a la doctrina del infierno ya por muchos años. Algunos niegan que el castigo infernal sea eterno y proponen diversas variantes de aniquilacionismo o inmortalidad condicional. Otros dicen que el infierno no es en verdad un lugar de tormento. John Wenham dice: “un sufrimiento sin fin me hace pensar en sadismo, no en justicia”.[9] Algunos arguyen que Dios no enviará a nadie al infierno, sino que el infierno es tan solo la suma total de las decisiones que los seres humanos tomaron durante su vida terrenal: Dios en realidad no es un juez; es un árbitro que se asegura de que se respeten las reglas.

El pastor Ed Gungor de Tulsa (Oklahoma) escribió hace poco que “las personas no son enviadas al infierno, sino que van allí”.[10] En otras palabras, Dios es tan respetuoso de la libertad humana que, muy a su pesar, permitiría que los humanos que se empeñan en ir al infierno hagan conforme a su deseo.

Excusarse por el infierno: la nueva evasión evangélica

En los últimos años, ha surgido una nueva forma de evasión evangélica. Los protestantes liberales y los modernistas del siglo XX simplemente desestimaron la doctrina del infierno, habiéndose ya rehusado a afirmar la veracidad de las Escrituras. Por lo tanto, no intentaron desarrollar argumentos más elaborados para negar que la Biblia enseña la doctrina. La rechazaron sin más.

Aunque esta conducta se observa en algunos que dicen ser evangélicos, este no es el tipo de concesión más común entre los evangélicos. Hay una nueva tendencia, basada en un intento de excusarse, que se ve de un modo evidente en algunos teólogos y predicadores que sí afirman que la Biblia es infalible y que la doctrina del Nuevo Testamento acerca del infierno es en esencia verdadera. Se trata de un movimiento más sutil, sin lugar a dudas, en el que el predicador dice algo así:

“Lamento decirles que Biblia enseña la doctrina del infierno. Yo la creo, porque es revelada en las Escrituras. No se puede negociar. Solo debemos recibirla y creerla. Yo en verdad la creo. Desearía que fuera de otro modo pero eso no es posible.”

Afirmaciones como esta dejan entrever mucho. Claramente, no se pone en duda la autoridad de la Biblia. El pastor predica lo que la Biblia enseña y rechaza modificaciones. Hasta aquí estamos de acuerdo. El problema radica en cómo se introduce y se explica la doctrina. En un gesto de disculpas, el predicador básicamente lamenta la doctrina.

¿Qué nos dice esto de Dios? ¿Cuáles son las implicancias para la verdad de Dios? ¿Será que hay alguna verdad revelada por la Biblia que sea menos que buena para nosotros? La Biblia presenta el conocimiento acerca del infierno del mismo modo en que presenta las verdades del pecado y el juicio: son verdades de las que nos conviene estar enterados. Dios nos las revela para nuestro bien y redención. A la luz de esta realidad, el conocimiento de estas verdades es una manifestación de la gracia de Dios para nosotros. Disculparse por una doctrina equivale a poner en entredicho el carácter de Dios.

¿Creemos o no que el infierno es parte de la perfección de la justicia de Dios? Si nuestra respuesta fuera negativa, tendríamos problemas teológicos mucho más grandes que los que se refieren exclusivamente al infierno.

Hace muchos años, alguien sugirió sabiamente que muchos de los cristianos modernos querían “instalar un aire acondicionado en el infierno”.[11] El intento continúa.

Recordemos que los liberales y los modernistas también buscaban excusarse. Querían salvar al cristianismo y preservar la relevancia de su mensaje en el mundo moderno, quitando de en medio el obstáculo odioso que representan aquellas doctrinas percibidas como repugnantes e innecesarias. Querían salvar al cristianismo de sí mismo.

En la actualidad, algunos de los que integran movimientos como la iglesia emergente tienen los mismos objetivos y las mismas razones. ¿Acaso nos avergüenza la doctrina bíblica del infierno?

En tal caso, esta generación de evangélicos se sentirá avergonzada en muchas más ocasiones. El contexto intelectual actual no permite guardar casi ningún tipo de respeto hacia las afirmaciones cristianas sobre la exclusividad del evangelio, la verdadera naturaleza del pecado humano, las enseñanzas bíblicas acerca de la sexualidad y una enorme cantidad de otras doctrinas reveladas por la Biblia. La lección del liberalismo teológico es clara: la vergüenza es la “droga de iniciación” que luego nos lleva a la negociar y negar la teología.

Que no nos quepa la menor duda: el aire acondicionado en el infierno es solo el comienzo.


  1. William R. Hutchison, ed., American Protestant Thought in the Liberal Era [que se traduce como “El pensamiento protestante estadounidense en la era liberal”] (Lanham, MD: University Press of America, 1968), p. 4.
  2. Gary Dorrien, The Making of American Liberal Theology: Imagining Progressive Religion, 1805-1900 [que se traduce como “La gestación de la teología liberal norteamericana: pensando una religión progresista”] (Louisville: Westminster/John Knox Press, 2001), p. 18.
  3. Dorrien, p, 275.
  4. Martin E. Marty, “Hell Disappeared. No One Noticed. A Civic Argument” [cuya traducción literal es “El infierno desapareció y nadie se dio cuenta: una polémica cívica], Harvard Theological Review, 78 (1985), 381-398.
  5. Véase C. S. Lewis, The Abolition of Man [título de su publicación en español: La abolición del hombre] (San Francisco: HarperOne, 2001 [1948]).
  6. Robert Schuller, My Journey [cuya traducción literal es “Mi viaje”] (San Francisco: HarperCollins, 2001), p. 127.
  7. Schuller, p. 127-128.
  8. Schuller, p. 127-128.
  9. John Wenhan, Facing Hell: An Autobiography [que se traduce literalmente como “Enfrentando al infierno: una autobiografía”] (London: Paternoster Press, 1998), p. 254.
  10. Ed Gungor, What Bothers Me Most About Christianity [cuya traducción literal es “Lo que más me molesta del cristianismo”] (New York: Howard Books, 2009), p. 196.
  11. Véase “Hell Air Conditioned” [que se traduce como “Aire acondicionado en el infierno”], New Oxford Review, 58 (June 3, 1998), p. 4.


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