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English: Make the Most of Sunday Mornings

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Por Matt Smethurst sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Marcia Barrientos


Contenido

Dos cambios sencillos

Ah, el domingo. Esa mañana perfecta cuando mis hijos despiertan con el aroma de huevos con tocino y jugo de naranja recién exprimido. Cuando bajan corriendo las escaleras, con la Biblia en mano y un cántico en el corazón. Cuando los guío en la adoración familiar durante el desayuno, y mi esposa toca el piano mientras preparamos nuestros corazones para reunirnos con el pueblo de Dios.

El único inconveniente es que al terminar aún nos sobra tiempo. Pero, bueno, al menos llegaremos muy temprano a la iglesia, otra vez.

Un vistazo a la realidad

Si sonríes, es porque sabes que no es real. Muchos de nosotros apenas logramos arreglarnos para ir a la iglesia, imagina un adulto mayor o un grupo de niños pequeños. Muchas veces apenas logramos dar un bocado al desayuno, decidir qué ponernos, buscar las llaves, subirnos al auto, perder la paciencia en el camino y llegar distraídos y desaliñados, otra vez. Aunque entramos sonriendo, nuestra mente y corazón siguen a kilómetros de distancia.

Este escenario quizá suene un poco extremo, pero es menos hipotético de lo que algunos de nosotros, incluso algunos de los creyentes más ejemplares, quisiéramos admitir. Una cosa es estar presente en la iglesia, pero otra es estar preparado para la iglesia.

Antes de considerar remedios prácticos para esta rutina, debo hacer una aclaración importante.

Si luchas con la depresión, si estás lleno de dudas, si has sido maltratado por líderes de iglesia o estás criando hijos tú solo, es comprensible que asistir a la iglesia se sienta como un ministerio arduo. Para algunos cristianos, el simple hecho de levantarse de la cama requiere valor y fe, ni se diga ir a la iglesia. Como dice Rosaria Butterfield: “Nunca sabemos el duro viaje que alguien ha hecho para sentarse en el banco de al lado”. Así que, si congregarte es difícil y aun así lo haces, Dios te bendiga.

Dicho esto, no estoy escribiendo principalmente a aquellos para quienes la iglesia es dolorosa, sino a aquellos para quienes la iglesia se ha vuelto una rutina. A creyentes que, cuando llega el domingo, prefieren bostezar antes que clamar. Afortunadamente, hay cambios sencillos que todos podemos hacer para aprovechar mejor nuestros domingos. Considera solo dos.

1. Llega hambriento y sal lleno

Si tu auto ha pasado varios días bajo la lluvia fría, seguramente el motor necesitará tiempo para calentarse y arrancar bien. Así me pasaba en mi vida cristiana: por años llegaba al sermón “frío”. Tal vez conocía el pasaje que se iba a predicar, pero nunca lo había leído antes.

¿Por qué no hacer el hábito de leer el pasaje antes de llegar a la iglesia? No es difícil, y tienes toda la semana para hacerlo. Esto enriquecerá tu manera de escuchar el sermón, porque ya estarás familiarizado con el pasaje. Así prestarás más atención, con curiosidad de ver cómo el pastor explica esa doctrina o ese versículo. Además, es algo que fácilmente puedes hacer con otros: tu familia, tu compañero de cuarto o un amigo. Esto calentará el motor de tu mente (y, con la gracia de Dios, también tu corazón) para que estés preparado cuando comience el mensaje, con ganas de aprender y crecer.

¿Con qué frecuencia oras por tu pastor mientras prepara los sermones? Está bien pedirle que cumpla con un estándar alto (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:5-9), pero ¿te impones tú un estándar alto en tu oración por él? Preparar un sermón es difícil, solitario. Es una batalla espiritual. Pero tú puedes apoyarlo, orando para que Dios le dé entendimiento, lo guarde de distracciones y lo ayude a predicar y aplicar fielmente su Palabra.

Pero no basta llegar hambriento; busca salir lleno.

A veces le digo a mi congregación que lo que saquen de mis sermones no depende solo de mí; también depende de ellos. ¿Cómo llegas al inicio del mensaje? ¿Solo te relajas y esperas ser entretenido, o te inclinas, con Biblia en mano, listo para escuchar al Dios vivo? Admito que es más fácil mantener esta actitud con ciertos pasajes. Recientemente prediqué sobre un asesino israelita que apuñaló a un rey moabita, cuya grasa tragó la espada mientras se ensuciaba a sí mismo (Jueces 3:12-30). La historia, sin duda, es cautivadora. Pero ¿qué pasa con pasajes muy conocidos o sencillos? Si el orgullo piensa: “Ya lo escuché antes”, la humildad responde: “¿Y quién no?”. Y si el orgullo piensa: “Esto ya lo sé”, la humildad dice: “Necesito volver a escucharlo”.

“Salir lleno” implica, por supuesto, que en tu iglesia se predique fielmente la Biblia. (Si no es el caso, busca otra.) Puede que la predicación no sea la mejor del mundo, y está bien, porque como dijo Harold Best: “Un cristiano maduro es fácilmente edificado”. Esa frase me reta. Aunque la música o la forma de predicar no sea la mejor, si las palabras son verdaderas, podemos ser edificados. Deberíamos poder salir llenos.

2. Llega temprano y quédate tarde

No siempre es fácil llegar temprano y quedarse tarde, pero puede hacer toda la diferencia. Esa decisión no se toma el domingo en la mañana; ¡para entonces ya es tarde! Como dice mi amigo Dean Inserra: “Ir a la iglesia el domingo por la mañana es una decisión del sábado por la noche”. La única manera de llegar temprano es forzarte a hacerlo con tiempo.

Pero llegar temprano, es decir, levantarse con tiempo y organizar la rutina matutina, trae grandes beneficios. Para empezar, evita distracciones. No llegarás apresurado al estacionamiento casi al inicio del culto. Tampoco entrarás corriendo por las puertas, sin poder interactuar con nadie porque necesitas encontrar un asiento (tal vez después de dejar a uno o varios hijos). Cuando al fin te sientes (o no, porque ya todos están cantando), tu mente seguirá acelerada. Los anuncios pasarán desapercibidos y apenas seguirás las oraciones. En resumen: estarás intentando ponerte al día, concentrarte y adorar. Pero, como no llegaste antes, no comenzarás a adorar hasta la mitad del culto.

Llegar temprano es solo la mitad de la batalla. También es valioso quedarse un rato después del culto.

Si eres cristiano, no hay día más importante en la semana que el domingo. Es el día en que Jesús, nuestro Rey, resucitó de entre los muertos y el día en que su pueblo redimido se reúne para celebrarlo. La adoración dominical es el punto de partida de la semana: Un momento dado por Dios para ser renovado, recibir instrucción y ánimo, y recobrar fuerzas antes de enfrentar las responsabilidades y distracciones de la vida diaria. ¿Por qué tener prisa en irse?

Quedarte después del culto te permite conectar con otros con calma, algo que hoy es un regalo poco común. Puedes hacer preguntas con intención y escuchar atentamente. Al fin y al cabo, dicen que ser escuchado se parece tanto a ser amado que pocos notan la diferencia. Si alguien está de visita, puedes saludarlo con calidez, responder sus preguntas y mostrar un interés genuino en la conversación. Si es un hermano en la fe, puedes animarlo a abrir su corazón (Proverbios 20:5) y quizá darle una palabra de ánimo o de exhortación; o, mejor aún, orar con él, llevando sus cargas ante el Dios que escucha.

Quedarte después del culto también te da la oportunidad de preguntarle a otro hermano cómo el Señor le habló. Hacer esta pregunta no debería parecer algo superespiritual; debería ser algo normal. Qué triste que nos sintamos cómodos al hablar de fútbol o de la serie más reciente en los pasillos (lo cual está bien), pero nos resulte incómodo hablar de aquello por lo que nos hemos reunido. La iglesia no es solo un evento al que asistimos; es una familia a la que pertenecemos. Y como la familia se reúne para ser transformada, no solo entretenida, ¿por qué no aprovechar la oportunidad de conversar mientras los cánticos y el sermón aún están frescos en nuestra mente y en nuestros oídos, listos para ser aplicados?

Un cristiano maduro tiene los ojos puestos en los demás, con la intención de animar y servir. Los domingos nos reunimos con Jesucristo y con estas personas, compradas por Su sangre y que Él ha puesto en nuestras vidas. Por eso, llegar temprano y quedarse hasta tarde es un privilegio.

Preparados para el éxito

En estos tiempos de espiritualidad a la medida, donde la comodidad y la conveniencia se valoran más que nunca, comprometerse con una iglesia local es un acto tanto revolucionario como hermoso.

Al decidir llegar con hambre y salir lleno, nos preparamos para crecer. Y al decidir llegar temprano y quedarnos después del culto, nos preparamos para servir.

El cristianismo no es un deporte para espectadores. ntremos al juego y quedémonos allí, domingo tras domingo, hasta que Jesús, nuestro Rey, nos lleve a casa seguros.


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