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Por Sinclair Ferguson sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Maria Luisa Davalos

A principios de esta semana hablé con un amigo cercano que recientemente había atravesado un periodo lleno de decepciones personales, desalientos, injusticias e incluso falsos rumores acerca de su carácter y su servicio cristiano. Su respuesta me conmovió y me impresionó. “Mi gran consuelo es simplemente este”, dijo, “gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Tim. 6:6).”

Esta reacción ante la adversidad (que es el contexto en que el contentamiento cristiano es probado y también es manifestado) nunca es el resultado de una decisión momentánea de la voluntad, tampoco se produce simplemente por tener un plan de manejo del tiempo y de la vida bien ordenado y bien pensado para protegernos contra los giros de la divina providencia. Significa estar contento con la voluntad del Señor en cada aspecto de Su providencia. Es, por tanto, una cuestión de lo que somos, de nuestro mismo ser; y no puede ser logrado simplemente por más hacer.

Ser y Hacer

El contentamiento es una gracia poco valorada. Al igual que en el siglo diecisiete cuando Jeremiah Burroughs escribió su gran obra sobre este tema, hoy en día sigue siendo “Una Joya Rara”. Si se la pudiera producir por medios predeterminados (“Cinco pasos para lograr el contentamiento en un mes”), sería muy común. Sin embargo, los cristianos debemos descubrir el contentamiento a la manera antigua: debemos aprenderlo.

Por lo tanto, no podemos “hacer” el contentamiento. Este es enseñado por Dios; nosotros somos instruidos en el. Este es parte del proceso de transformación por medio de la renovación de nuestras mentes (Rom. 12:1–2). Este nos es encomendado, pero paradójicamente, es hecho a nosotros, y no por nosotros. No es el resultado de una serie de acciones, sino de un carácter renovado y transformado. Solo buenos árboles dan buenos frutos.

Pocos principios parecen ser más difíciles de comprender para los cristianos de hoy. Direcciones claras para la vida cristiana son esenciales para nosotros. Pero lamentablemente, mucha de la enseñanza altamente programática actual pone tanta importancia en el hacer y lograr externamente, que se menosprecia el desarrollo del carácter. Los cristianos en los Estados Unidos especialmente deben reconocer que viven en la sociedad más pragmática del mundo (si alguien puede “hacerlo”, nosotros podemos). Es doloroso para el orgullo descubrir que la vida cristiana no se basa en lo que podemos hacer, sino en lo que necesitamos que nos sea hecho.

Hace algunos años tuve un encuentro algo doloroso con la mentalidad del “dinos qué hacer y lo haremos”. A la mitad de la conferencia de estudiantes cristianos, fui llamado a una reunión con una delegación de miembros del personal que sintió que era su deber confrontarme por la insuficiencia de mis dos exposiciones sobre las Escrituras. El tema era Conociendo a Cristo. “Usted nos ha hablado durante dos horas”, se quejaron, “y todavía no nos ha dicho una sola cosa que podamos hacer.” La impaciencia por hacer escondía impaciencia al principio apostólico que es solo en conocer a Cristo que nosotros podemos hacer todas las cosas (cf. Fil. 3:10; 4:13).

¿Cómo se aplica esto al contentamiento, el tema principal de este mes en Tabletalk (“Conversaciones de Sobremesa”)?

El contentamiento cristiano significa que mi satisfacción es independiente de mis circunstancias. Cuando Pablo habla sobre su propio contentamiento en Filipenses 4:11, él usa un término común entre las escuelas antiguas de filosofía Griega de los Estoicos y los Cínicos. En su vocabulario, contentamiento significaba autosuficiencia, en el sentido de independencia de las circunstancias cambiantes.

Pero para Pablo, el contentamiento se basa, no en autosuficiencia, sino en la suficiencia de Cristo (Fil. 4:13). Pablo dijo que lo podía todo—tanto ser rebajado como ser prosperado—en Cristo. No pases por alto esta última frase. Es precisamente esta unión con Cristo y el descubrir Su capacidad la que no podemos activar con una decisión del momento. Es el fruto de una relación continua, íntima, profundamente desarrollada con Él.

Usando los términos de Pablo, el contentamiento es algo que debemos aprender. Y este es el meollo del asunto: ¿cómo aprendemos a estar contentos? Debemos inscribirnos en la escuela divina, en la que somos instruidos mediante la enseñanza bíblica y experiencia providencial.

Un buen ejemplo de las lecciones de esta escuela se encuentra en el Salmo 131.

Un Ejemplo Bíblico

En el Salmo 131, el Rey David nos da una vívida descripción de lo que significa para él aprender sobre el contentamiento. Relata su experiencia en los términos de un niño que está siendo destetado y comenzando a ingerir comida sólida: “Sino que he calmado y acallado mi alma; como niño destetado en el regazo de su madre, como niño destetado reposa en mí mi alma. (Salmos 131:2).

Imagínate la escena y escucha los sonidos. Será más vivido si recuerdas que en los tiempos del Antiguo Testamento ¡el destete no se daba sino hasta que el niño cumplía tres o cuatro años! Es bastante difícil para una madre sobrellevar el llanto de frustración de un niño, su rechazo hacia la comida sólida, y la lucha de voluntades durante el proceso de destete. ¡Imagínate luchando con un niño de cuatro años! Así fue la lucha que David tuvo antes de aprender lo que era el contentamiento.

Dos Grandes Problemas

¿Pero de qué se trataba esta lucha? Nuevamente David nos ayuda, sugiriendo los dos grandes asuntos que debían ser calmados en su vida.

“Señor, mi corazón no es soberbio, ni mis ojos altivos (Salmos 131:1). Él no quiere decir que la ambición en sí es necesariamente mala. Después de todo, él mismo había sido separado para el trono (1 Sam. 16:12–13), pero tenía una mayor ambición: confiar en la sabia provisión, lugar, y tiempo de Dios.

Recuerda las ocasiones en que pudo haber tomado la posición y poder, por medios que habrían comprometido su compromiso con el Señor. Primero, Saúl llegó a la misma cueva en donde David y sus hombres se estaban escondiendo (1 Sam. 24:6). Después, David y Abisai se acercaron sigilosamente a la tienda de Saúl y lo encontraron dormido (1 Sam. 26:9–11). Pero mientras esto sucedía, él se sentía contento viviendo de acuerdo con la palabra de Dios, y esperando pacientemente el tiempo de Dios.

El contentamiento cristiano es, entonces, el fruto de no tener una ambición más grande que pertenecer al Señor y estar totalmente a su disposición, en el lugar que Él indique, en el momento que Él escoja, con la provisión que Él quiera hacer.

Fue entonces, con sabiduría madura, que el joven Robert Murray M‘Cheyne escribió, “Siempre ha sido mi ambición no tener planes para mi mismo”. “¡Qué inusual!” decimos. Si, pero lo que la gente notó en M‘Cheyne es que lo inusual no fue lo que él hizo o dijo- sino lo que él era y su manera de serlo. Eso, en cambio, es el resultado de estar contento con una ambición motivadora: “quiero conocer a Cristo” (Fil. 3:10). No es accidente que, cuando hacemos de Cristo nuestra ambición, descubrir que Él se vuelve suficiente para nosotros y aprendemos a estar satisfechos en toda y cada una de las circunstancias.

“No ando tras las grandezas, ni en cosas demasiado difíciles para mí;”. (Salmos 131:1). El contentamiento es el fruto de una mente que comprende sus limitaciones.

David no se permitió estar preocupado por lo que a Dios no le había placido darle, tampoco permitió que su mente se concentre en las cosas que Dios no quería explicarle.

Tales preocupaciones sofocan el contentamiento. Si insisto en saber exactamente lo que Dios está haciendo en mis circunstancias y lo que Él planea hacer con mi futuro, si yo exijo comprender cuáles fueron Sus caminos para mí en el pasado, nunca podré estar contento, completamente, hasta que yo mismo me haya vuelto igual a Dios. Cuán lentos somos para reconocer en estas sutiles tentaciones mentales los ecos de la serpiente del Edén susurrando, “Expresa tu descontento con los caminos de Dios, con las palabras de Dios, con la provisión de Dios.”

En nuestra tradición Agustina frecuentemente se ha dicho que el pecado original fue la superbia, el orgullo. Pero era más complejo que eso; incluía descontento. Cuando vemos las cosas a esa luz, reconocemos qué cosa tan impía un es espíritu descontento.

Mantén estos dos principios en mente y no serás atrapado tan fácilmente por este remolino mundano del descontento. Vuelve a la escuela en la que progresaras en el camino de ser cristiano. Estudia tus lecciones, resuelve el tema de la ambición, haz a Cristo tu preocupación, y aprenderás a gozar los privilegios de estar realmente contento.


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