Cuéntales Sobre Mí
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
John Piper ha dicho a menudo: “Los libros no cambian a las personas, los párrafos sí —las oraciones, a veces”. Esta ciertamente ha sido mi experiencia. Y pocas oraciones me han sido más útiles para comprender el corazón y el obstáculo de predicar el evangelio que estas dos:
- “La gente está ávida de la grandeza de Dios, y la mayoría no lo sabe”.1
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Se mueren de hambre por Dios
Esa primera oración capta en una hermosa y triste simplicidad lo que está más profundamente mal acerca de la horrible condición humana —todos los merodeos sin descanso, los anhelos inconsolables, los apetitos insaciables, las monstruosas perversiones y la corrupción violenta de todo lo que en el fondo sabemos que es verdad y correcto, se debe a la falta de Dios en el alma del hombre.
La gente anhela a Dios en su ser más íntimo. Y el banquete infinito de todo lo que hace que Dios sea glorioso en los mundos visibles e invisibles los nutriría y los haría felices más allá de sus sueños más descabellados si solo saborearan y vieran Su bondad (Salmo 34:8). Si tan solo comieran.
Pero ellos no lo saben
La segunda oración captura el desafío humanamente imposible del ministerio del evangelio: la gente no sabe que la falta de Dios en sus almas, su falta de ser cautivados con toda Su grandeza, es lo que anda mal con ellos. Y lo que hace que este “no saber” sea un problema tan difícil de superar es que va mucho más allá de la mera falta de información. Es una ceguera; es una muerte del deseo.
La gente no quiere lo que curará su anhelo. No quieren que Dios sea lo que los nutra y los satisfaga. Quieren ser gloriosamente grandiosos ellos mismos. No quieren que Dios les diga qué comer para estar satisfechos. Quieren decidir por sí mismos qué comer. Quieren ser como Dios.
“Cuéntales sobre Mí”
En esta hambruna horrible, humanamente imposible, Dios envía predicadores —predicadores en púlpitos, predicadores en las esquinas, predicadores en la mesa de la familia, predicadores en salas de estar y hospitales y estudios bíblicos y cárceles. Él quiere que los predicadores sientan la gravedad de que el infierno es real (Lucas 12:5) y que la alegría de que el cielo, la plenitud del gozo y los placeres eternos en Dios (Salmo 16:11), es el don gratuito (Romanos 6:23) a todos los que creen (Juan 3:16).
Dios les dice a los predicadores: “Cuéntales a la gente sobre Mí. No los diviertas, no los entretengas, no Me hagas parecer impertinente, no trates de impresionarlos con tu ingenio o coeficiente intelectual, y no les digas que consentiré su carne pecaminosa o que alimentaré su orgullo.
“¡Cuéntales sobre Mí! Cuéntales sobre Mi santidad y perfección (Isaías 8:13; Deuteronomio 32:4) y Mi poder soberano (Salmo 135:6; Isaías 46:10). Cuéntales lo que está más profundamente mal con ellos (Romanos 3:23) y cómo llegaron a ello (Génesis 3).
“Y diles lo que he hecho por ellos (Romanos 5:8, 6:23). Cuéntales sobre Mi amor y sobre Mi Hijo (Juan 3:16) y sobre cómo los amo a través de Mi Hijo (1 Juan 4:10). Diles que dejen de comer lo que solo los dejará muriéndose de hambre; cuéntales que tengo el único alimento que los satisfará (Isaías 55:2).
“Ve y diles todo lo que te he predicado (Mateo 28:20), y predícales en la fuerza que Yo proveo (1 Pedro 4:11). Y por el poder de Mi Espíritu, haré que suceda lo que es humanamente imposible (Marcos 10:27): haré que los ciegos vean (Juan 9:39)”.
Para ayudarte a contarles
Y si quieres saber cómo ser un predicador así, donde sea que Dios te haya colocado para predicar, lee la recién ampliada La supremacía de Dios en la predicación de John Piper. Fue escrito con los pastores en mente, pero servirá para todos los predicadores del evangelio. Esta edición revisada y ampliada incluye cuatro nuevos capítulos. Es un libro para alimentar tu alma de predicador y para equiparte a alimentar a los que se mueren de hambre. Porque,
- Las gentes están hambrientas de la grandeza de Dios. Pero la mayoría de ellos, en medio de una vida llena de problemas no quieren reconocerlo. La majestad de Dios es una cura desconocida. Hay en el ambiente muchas recetas populares cuyos beneficios son superficiales y breves. La prédica que no tiene el aroma de la grandeza de Dios, podrá entretener por un tiempo, mas no calmará el grito del alma que clama: “¡Muéstrame tu Gloria!”.1
Entonces, predicador, esa es tu decisión. Dondequiera que Dios te haya colocado para predicar, alimenta a la gente con Su gloria. Dales la cura. Cuéntales sobre Dios.
1Segmentos traducidos originalmente por Max Mejía Vides.
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