Cómo desanimar a un amigo afligido
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Romina Mendoza
¿Cuál es la mejor manera de desanimar a un amigo que está afligido? Puedo contarte lo que yo he hecho.
He formulado numerosas preguntas, intentando evaluar completamente la situación. He aludido a otras personas que están pasando por problemas similares, ensalzando su valentía y fidelidad. He repartido mis consejos sin reservas, incluso mini-sermones de cómo se puede sacar algo bueno de las situaciones dolorosas.
No estaba intentando desalentar. Intentaba ayudar. Sorprendentemente, mi consejo no ayudó para nada. Mis palabras solo se añadieron a su dolor.
Lo sé, porque también he sido receptora de ese tipo de “ayuda”.
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Vamos a procesarlas de otra manera
Esa “ayuda” me ha marcado en lo más hondo. Me ha dejado con la sensación de ser juzgada e incomprendida en medio de mi lucha. Ha hecho que mi carga sea más pesada. Me ha hecho sentir sola y aislada, preguntándome con quién podía hablar de forma segura.
Una amiga una vez me confió que admiraba cómo yo afrontaba la pena. Aparentemente, mi sufrimiento era más honroso a Dios que la tristeza de aquellos que parecían definidos por su dolor. Al principio, me sentía halagada por esta comparación favorable, pero luego sus palabras me turbaron. No quería que me comparasen en mi dolor con otros. No hay una manera “correcta” de sufrir. Yo quería la libertad de ser honesta sobre mi dolor en el futuro sin sentirme juzgada.
Cuando analizamos a las personas que sufren, aumentamos su carga. Cada persona procesa la pérdida de forma diferente, independientemente de si están de luto por la pérdida de un ser querido, por perder la salud, por una relación, o incluso por los sueños perdidos. Ofrecer sugerencias puede hacerlas sentir juzgadas, y las palabras descuidadas pueden herir profundamente. Podemos convertirnos en los consoladores de Job, que continuaron hablando de cosas que no sabían ni comprendían.
Respuestas simples para un dolor profundo
Job dijo, tal como expande la Nueva Traducción Viviente, “Ya escuché todo esto antes, ¡qué consejeros tan miserables son ustedes! ¿Nunca dejarán de decir más que palabrería? ¿Qué los mueve a seguir hablando? Si ustedes estuvieran en mi lugar, yo podría decir lo mismo. Podría lanzar críticas y menear mi cabeza ante ustedes. Sin embargo, yo les daría palabras de ánimo; intentaría aliviar su dolor” (Job 16:2–5 NTV).
Job quería que sus consoladores dejaran de hablar. Dejaran de decir palabrería. Dejaran de criticar y juzgar. Ansiaba que ellos escucharan. Para alentarle. Para pensar sobre lo que él necesitaba en su dolor.
He sido como los amigos de Job con más frecuencia de lo que me atrevo a imaginar. Y he estado en el lugar de Job también. He sido un consolador miserable. He aquí lo que he aprendido al estar en ambos lados del muro: Cuando estoy en agonía, no quiero comentarios trillados. Cuando alguien me dice que dé gracias por lo que tengo, que mi sufrimiento podría ser peor, que hay orfanatos de hambrientos en África que tienen una situación más dura que la mía, lo que quiero es gritar. Por supuesto, estas cosas son todas ciertas. Pero en ese momento se sienten irrelevantes.
Las respuestas sencillas suenan a sermón. Decir que todas las cosas obran conjuntamente para el bien es absolutamente cierto — e indeciblemente precioso — pero en un funeral puede sentirse como algo vacío.
Cómo aumentar el dolor
Aquellos que hemos afrontado nuestras propias pérdidas podemos ser los peores infractores. Es fácil olvidar la intensidad y la naturaleza universal de la aflicción tras el paso de los años. El dolor puede ser como una apisonadora, que allana todo a su paso. A menudo estamos a su merced.
Algunas personas sienten el filo cortante del dolor durante años, mientras otras se recuperan rápidamente sin demasiada lucha. A los ojos de mucha gente, aquellos que han llorado menos son los que tienen una fe más fuerte. Los cristianos joviales que afrontan los desafíos con una sonrisa en la cara, que nunca parecen desanimarse, son apuntados como modelo para los demás.
Cierto, puede que yo no me sane tan rápido como ellos lo hacen. Quizás ellos confían en Dios más que yo. Tal vez sus problemas son más difíciles que los míos. Quizás estoy viviendo en el pasado. Pero cuando los amigos minimizan mi lucha, mi dolor se intensifica. Me siento juzgada. Incomprendida. Su rechazo me hace querer explicar mis desgracias con pelos y señales, para que otros puedan validar mi penuria.
Obras en construcción
La realidad es que no siempre gestiono bien mis problemas. Estoy quebrantada. Soy una obra en construcción. No me gusta que me resuelvan las cosas. Puedo aceptar algunas sugerencias, pero soy frágil. Necesito estímulo para compensar cualquier consejo. Y principalmente necesito la gracia. Es duro presentarse a uno mismo como alguien bien constituido y perfecto cuando la vida te está aplastando.
Sin embargo, sé que mis amigos que dan consejos tienen buenas intenciones. No quieren que yo esté abrumada, cautiva de mis luchas. No quieren que mis problemas me definan. Quieren que encuentre la felicidad en el presente.
Esos objetivos son dignos, pero nadie debería presuponer que nuestra aportación va a minimizar el dolor de las personas. Transformar nuestro padecimiento es, en última instancia, la obra del Espíritu Santo y no el producto de un buen consejo. Nuestra labor principal es orar.
Lo que es más reconfortante
Entonces, ¿Cómo deberíamos tratar a nuestros amigos afligidos? ¿En qué consiste ser amigo de alguien necesitado? ¿Qué deberíamos decir a nuestros vecinos que están en lucha?
Por mi experiencia, la cosa más reconfortante que podemos hacer en el momento es sentarnos con ellos y principalmente escuchar. Los amigos de Job dijeron muchas cosas dañinas, pero cuando ellos lo vieron por primera vez, “durante siete días y siete noches, se sentaron en el suelo junto a Job, y ninguno le decía nada porque veían que su sufrimiento era demasiado grande” (Job 2:13, NTV).
Tener a alguien que escucha cuando me he desahogado, me ha ayudado más que cualquier palabra. Sólo quiero que alguien esté ahí. Para llorar conmigo. Para orar por mí. Que no espere de mí la teología perfecta. Que me deje despotricar. Qué maravilloso regalo es no sentirme juzgada por cada palabra desesperada que pronuncio. Necesitamos recordar que en el sufrimiento hay misterio. No comprendemos los caminos de Dios. Los amigos de Job creyeron comprenderlos, por lo que culparon injustamente a Job de su dolor. No hay respuestas fáciles en la aflicción.
Anota tus expectativas
Es fácil desanimar a un amigo que está en lucha. Créeme, lo sé. Pero te desafío a ti, a mí, a todos nosotros, para que rebajemos nuestras expectativas sobre los amigos que sufren. Vamos a dejar de intentar “arreglarlos”. No les vapuleemos con teología. Confía en que Dios está obrando en ellos, ten paciencia mientras están en su proceso.
En cambio, vamos a sentarnos con nuestros amigos. A llorar con ellos. A apoyarles cuando sufran. Ellos necesitan gracia para sanarse. Recuerda, no necesitamos ser los salvadores de nuestros amigos afligidos. Ellos ya tienen Uno — y nosotros también.
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