Cómo restaurar tu cordura espiritual
De Libros y Sermones BÃblicos
Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Una oración para los que se sienten frágiles
l tipo de canción más común en los Salmos no es la alabanza, ni siquiera la acción de gracias, sino el lamento.
Si bien eso puede parecernos extraño al principio, comienza a tener más sentido cuando pausamos para pensar en nuestras vidas en este siglo caído y el tipo de oraciones que oramos. Viviendo en este siglo, devastado en varias medidas por el pecado, con miedos internos y luchas externas (2 Corintios 7:5), no siempre estamos preparados para ofrecer alabanzas y acción de gracias. A menudo nos encontramos —si no la mayoría de las veces— en una postura de lamento, suplicándole a Dios que ayude, que sane, que remedie, que rescate.
La gloria de los salmos de alabanza es que Dios merece nuestra alabanza en todo momento, independientemente de nuestras circunstancias, ya sea que todo se sienta bien en nuestros pequeños mundos o no. La gloria en los salmos de acción de gracias es que Dios, nuestro Salvador, ha actuado en nuestro nombre. La gloria en los lamentos es que, a pesar de nuestro dolor y dificultad, y la lucha y las dudas, todavía nos volvemos hacia Dios. Nuestra fe está siendo probada, y hay esperanza en el acto mismo de recurrir a nuestro Señor, en vez de en otro lugar. En el lamento es a menudo donde encontramos que Él es nuestro mayor tesoro.
Cuando estamos languideciendo
Por gloriosos que sean los elogios y la acción de gracias, en este siglo es apropiado que el libro de los Salmos contenga más lamentos —lo que Walter Bruggemann llama “salmos de desorientación”— que cualquier otro tipo de salmo, porque en verdad estamos desorientados muy seguido.
Toma el Salmo 6, por ejemplo. Las circunstancias difíciles en la vida de David (ya sea que estén relacionadas con la rebelión de su hijo Absalón o no, no lo sabemos) lo han llevado a ver su pecado y a clamar a Dios por su rescate. Algunos consideran que este es el primero de seis “salmos penitenciales” (Salmos 32, 38, 51, 130 y 143), que se centran en el arrepentimiento. Pero también se ha pecado contra David, y gravemente. Así que son grandes su dolor y confusión en el Salmo 6. Y en tal torbellino de desorientación, Dios no le dice a él, ni a nosotros, que simplemente apriete los dientes, sonría y cante una canción alegre. Dios nos invita, como Aslan le dice a Shasta en El caballo y su niño: “Cuéntame todas tus penas”.
Dios ve y conoce nuestra confusión, y no la esconde bajo la alfombra, sino que la reconoce con el tipo de salmo más común en su cancionero inspirado. Sin embargo, nos llama a algo más que repasar nuestro dolor. David sí clama en su desesperación en los primeros siete versículos del salmo —tal suplicar a Dios es típico de los lamentos. Pero luego el amado rey cambia su tono con un sorprendente estallido de confianza en los últimos tres (versículos 8-10). También es típico en los lamentos terminar con una rotunda nota de confianza (en Dios).
Dios quiere que avancemos más allá de la desorientación que provocó nuestro lamento. De hecho, Dios diseñó la naturaleza misma del lamento bíblico como un canal de Su gracia para ayudarnos en el camino hacia la reorientación espiritual.
Dios escucha nuestra oración
En el Salmo 6, la transición del repaso de David de su dolor y confusión a su estallido de confianza en Dios es realmente impresionante. Él acaba de decir que languidece y está preocupado (Salmo 6:2), incluso “muy turbado” (Salmo 6:3); que está cansado de gemir e inunda su cama de lágrimas todas las noches (Salmo 6:6). Luego gira repentinamente y declara:
Jehová ha oído la voz de mi lloro.
Jehová ha oído mi ruego;
Ha recibido Jehová mi oración. (Salmo 6:8–9)
Ahora, la tendencia ha cambiado, y él anuncia que todos sus enemigos se avergonzarán y “se turbarán mucho” (Salmo 6:10). Pero ¿cómo sabe David, con tal confianza, que Dios lo ha escuchado, y que su Señor ciertamente responderá, y que es solo cuestión de tiempo? ¿De dónde viene esta confianza recién expresada?
No es de una nueva revelación, como si Dios le susurrara algo después de sus súplicas y gemidos en los primeros siete versículos. Y no tenemos ninguna indicación de que este giro sorprendente se produzca después de alguna demora en el tiempo, como si David regresara y agregara los tres últimos (versículos 8-10) más tarde, después de que Dios haya respondido. De hecho, el versículo 10 indica cuatro veces (con la conjugación -rán) que la liberación aún es futura, no pasada. ¿Cómo consigue David esta explosión de confianza? ¿No queremos todos tener acceso a esto la próxima vez que nos encontremos languideciendo?
Cómo Dios cambia la tendencia
La respuesta es que el salmo mismo —el recordar la verdad del pacto de Dios (la repetida mención de Su nombre de pacto, Yahweh), y el compromiso de Dios con Su gloria (Salmo 6:4), junto con la nueva honestidad de David sobre su ser cayendo en espiral— es el canal a través del cual fluye la gracia de la fe y la confianza. La cordura espiritual es restaurada, en medio de la desorientación, en el acto mismo de dirigirse a Dios y recordar quién es y repasar lo que ha prometido.
Los lamentos, como este, no son ejercicios para revolcarse en la autocompasión o para empeorar las cosas. Más bien, son ejercicios en la restauración hacia Dios de la cordura espiritual. Son medios de gracia divinamente designados a través de los cuales primero nos movemos en el espíritu desde la desorientación a la reorientación, y al hacerlo recuperamos la fuerza del alma para aguantar hasta que Dios aborde nuestras circunstancias externas en Su debido tiempo.
¿Quién se compara con el Rey?
Podrías decir: “Eso está muy bien para David. Era el rey del pueblo elegido de Dios. Claro que Dios escuchó sus oraciones. Pero solo soy un lacayo. Literalmente soy uno en mil millones de cristianos profesos en todo el mundo. ¿Cómo sé que Dios recibe mis oraciones? ¿Puedo decir con David: ‘Jehová ha oído mi ruego; ha recibido Jehová mi oración’? ¿Puedo tener algo parecido a la confianza que tiene David?”.
Puedes tener tanta confianza como David. De hecho, en Cristo, tenemos más.
Jesucristo es el hijo mayor del gran David. Él es el cumplimiento total de todo lo que David encarnó, y de todo lo que Dios prometió a David, como el rey de su pueblo. Jesús no es grandioso porque Su antepasado es David. Más bien, David es grandioso porque su descendiente es Jesús. Cuando creemos en Jesús —cuando confiamos en Él como nuestro Salvador, Señor y Tesoro— esa fe, por el poder del Espíritu Santo, nos une espiritualmente a Él, para que estemos en Él. No solo nuestro pecado se convierte en el Suyo, y Él lo mata en la cruz, sino que todo lo que es Suyo se convierte en nuestro.
La pregunta sobre nuestra confianza no es una cuestión sobre cómo nos comparamos con David. La cuestión es acerca de cómo David se compara con Jesús. Por fe, estamos en Jesús. Y si Dios escuchó el sonido del llanto de David, y escuchó la súplica de David, y aceptó su oración, ¿no escuchará y aceptará las oraciones de aquellos a quienes ve en Su Hijo? Él lo hará. Tan seguro como Dios escuchó y aceptó la oración de David, tanto más Él escucha y acepta la oración de aquellos que son de Cristo.
Una impresionante invitación de Dios
El tiempo de Dios no es nuestro, pero Él liberará a Su pueblo, y muy bien puede hacerlo en un momento, como dice el Salmo 6:10, “de repente”. Si estás languideciendo, y estás en Jesús, y has clamado a Él y preguntado: “¿hasta cuándo?” (Salmo 6:3), conoce que Él ciertamente ha escuchado y aceptado tu oración. Eso no significa que Él cambiará tus circunstancias de inmediato o de la manera exacta que deseas. Normalmente no lo hace así. La confianza y la esperanza de David no llegaron al otro lado de la liberación externa, sino al otro lado de reorientarse a Dios a través de esta canción de oración de lamento, que le dio los medios espirituales para aguantar hasta que finalmente llegó la liberación completa.
La impresionante invitación de Dios para que tengamos Su oído en oración no es solo una llamada de alabanza y acción de gracias. Nos invita a clamar a Él. Nos pide que nos acerquemos a Él con nuestro dolor, a contarle todas nuestras penas, sabiendo que Él escucha, que actuará a Su debido tiempo y que nos dará lo que necesitamos para aguantar hasta ese día.
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