Dios quiere que pidas otra vez
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Marshall Segal sobre Oración
Traducción por Javier Matus
¿Qué oración has dejado de orar?
Todos tenemos oraciones profundas, oraciones sensibles que hemos orado una y otra vez, pero que se sienten un poco más pesadas con cada semana, mes y año que pasa. Oraciones por el alivio físico, la sanidad o la fortaleza. Por un nuevo puesto u oportunidad en nuestro trabajo. Para que la contienda finalmente se detenga. Por pureza. Por la salvación de alguien a quien amamos desesperadamente.
A medida que pasan los años, puede comenzar a surgir una gran distancia entre nuestra cabeza y nuestras rodillas —entre nuestro deseo de que Dios se mueva de una manera dramática y nuestro entusiasmo para orar y pedir otra vez.
Él nos ha dicho que lo llamemos “Padre”, pero a veces puede parecer que está demasiado ocupado con actividades más importantes. Él está salvando a todo el mundo, mientras estamos aquí en nuestro pequeño cuarto, preocupándonos por las pequeñas pruebas del mañana. Está ahí fuera cubriendo el mundo con Su gloria, mientras nosotros estamos arrodillados en casa pidiendo algo más pequeño y menos significativo.
Pero en Cristo nuestras pruebas no son triviales a sus ojos. Nuestras cargas no son pequeñas o irrelevantes para Él. Sus propósitos globales no Lo alejan de nosotros. Nuestras oraciones no son periféricas en Sus prioridades, porque nuestras pruebas y oraciones están íntimamente conectadas con Su mayor responsabilidad como buen Padre: Su propia gloria.
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El mayor motivo para orar
John Piper dice: “El gran motivo de esperanza, el gran motivo para orar, es el tremendo compromiso de Dios con Su Nombre. El deleite que Él tiene en Su fama es la promesa y la pasión de Su disposición a perdonar y salvar a quienes levantan Su estandarte y se arrojan sobre Su promesa y misericordia” (Los deleites de Dios, 107).
Solo comenzaremos a creer que Dios no tiene tiempo para nuestras oraciones cuando comencemos a divorciar nuestras oraciones de Su gloria —cuando desconectemos Su mover en nuestras vidas de que Él sea exaltado en ellas. Dios no dejará de hacer el bien por Sus hijos, incluso en los detalles más minuciosos y mundanos, porque Su nombre está en juego, incluso en los detalles más minuciosos y mundanos. Si Él ignorase nuestras súplicas, sería un Dios poco confiable y un Padre negligente. Sería menos glorioso.
Nuestro Dios y Padre vincula su tierna misericordia y cuidado amoroso hacia nosotros a Su fama en el mundo:
“Por amor a mi nombre contengo mi ira,
y para mi alabanza la reprimo contigo
a fin de no destruirte.
He aquí, te he purificado, pero no como a plata;
te he probado en el crisol de la aflicción.
Por amor mío, por amor mío, lo haré,
porque ¿cómo podría ser profanado mi nombre?
Mi gloria, pues, no la daré a otro.” (Isaías 48:9-11,LBLA).
Los buenos padres terrenales no hablan así: “Por amor mío, por amor mío...”. Pero nuestro único, extraordinariamente buen Padre celestial —el primer y mejor padre— ama a sus hijos de esa manera, y esa es una buena noticia. Su deleite en Su propio Nombre perfecciona Su amor por nosotros e inclina sus oídos a nuestras oraciones. El profeta Daniel sabía esto y oró: “¡Oh Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes, por amor de ti mismo, Dios mío!” (Daniel 9:19). Escúchame, oh Señor, por amor de ti mismo —una oración extraña, pero a la vez profundamente prometedora y que da valor.
Santificado sea Tu Nombre
Persistir en la oración durante meses y años, significará sintonizar nuestros corazones con la belleza misteriosa de la primera línea del Padre Nuestro:
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu Nombre” (Mateo 6:9).
El aspecto más sorprendente no es que Dios esté tan desvergonzadamente comprometido con Su propia gloria, sino que Él nos ame, y no solo nos ame, sino que nos adopte —y sea nuestro Padre. “Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Tim Keller se maravilla de que en Cristo: “tenemos la relación más íntima e irrompible posible con el Dios del universo” (Oración, 69) y R. C. Sproul dice que llamar a Dios “Padre” afirma “la singularidad misma del cristianismo” (Oración del Señor, 23).
Jesús nos enseña a llamar a Dios “Padre nuestro”. Esas dos palabras están cargadas de más esperanza, asombro y seguridad de lo que podemos sentir adecuadamente. Pero luego Jesús ancla toda la oración en la santificación del Nombre de nuestro Padre. ¿Cómo puede Dios ser un buen padre y estar tan enfocado en Sí Mismo? Porque la bondad de la paternidad de Dios está íntimamente ligada a Su amor por Su propia fama.
Su deseo por Su propia gloria no limita cuánto nos ama, sino que libera Su amor en profundidades mayores y de muchas maneras más.
Él quiere que pidas
Dios quiere que vuelvas a pedir —por sanidad, por reconciliación, por salvación— porque Dios ama revelar Su fortaleza, sabiduría y valor otra vez. Y porque Él te ama. Y debido a que Él te ama, quiere que veas y experimentes más de Su gloria. En oración —en lo que pedimos por fe— pedimos ver más de Él. Los detalles de nuestras oraciones específicas son reales e importantes, pero el hilo conductor de todas ellas —la oración de oraciones— sigue siendo el mismo: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éxodo 33:18).
Su gloria no Lo distrae de nuestros ruegos —de nuestros clamores por el pan de cada día, por el perdón de nuestros pecados y por la protección contra la tentación. Su gloria Lo conduce a nuestras verdaderas necesidades. Como Se complace en Su nombre, nos amará con ferocidad paternal —no con indiferencia, renuencia o impaciencia.
Si nos imaginamos a Dios tomando un descanso de las actividades más importantes para abordar nuestras pequeñas necesidades y deseos, pronto sospecharemos que Él no tiene tiempo para nosotros, o que no somos una prioridad. Pero si abordar nuestras pequeñas necesidades y deseos realmente juega un papel en Su propósito más importante, podemos confiar en que Él nunca dejará de escuchar nuestras oraciones. Él quiere que volvamos a pedir, no simplemente porque Él nos dijo que oremos, sino porque cuando oramos, abrimos otra ventana para que Su gloria fluya.
Una cosa he demandado
Pero ¿es Su gloria una buena noticia para nosotros? Lo es, si oramos como el rey David:
Una cosa he pedido al Señor, y ésa buscaré:
que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida,
para contemplar la hermosura del Señor,
y para meditar en su templo. (Salmo 27:4).
Podemos caer en rutinas en las que pedimos casi todo menos eso —pan, perdón, protección, sanidad, guía, reconciliación, pero no la gloria. Cuando oramos, ¿estamos constantemente anhelando y pidiendo ver y difundir la hermosura de Dios?
Si podemos decir que la “una cosa” de David es nuestra “una cosa”, no nos molestará que Dios haga de nuestras oraciones ocasiones para Su gloria. Su gloria será música para los oídos de nuestra alma. Mientras oramos y pedimos otra vez, volveremos a contemplar. Y querremos que otros contemplen con nosotros. Su gloria en nosotros y a través de nosotros nos resultará hermosa, porque querremos Su gloria más que nada. Querremos Su gloria más que cualquier otra cosa que pidamos en oración para nosotros mismos.
La próxima vez que tu paciencia y pasión mengüen en la oración, recuerda lo que Jesús oró por ti: “Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24). Insiste y pídele otra vez. Tu Padre ama responder a tus oraciones con Su gloria. Y porque Él ama Su gloria, Él te amará en cada circunstancia y prueba con más de Sí Mismo.
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