Dios es más grande que tus problemas
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Las promesas de Dios a menudo pierden su poder en nuestras vidas porque Dios mismo se ha vuelto pequeño ante nuestros ojos.
Podemos ser capaces de recitar docenas de promesas de Dios. Pero en nuestros corazones, Dios ya no es el Rey que conquista ejércitos y hace un valle en el mar. Ya no es el Pastor que busca a sus ovejas y las mantiene a salvo detrás de su cayado. Ya no es el Señor que camina sobre las olas y llama a los muertos de la tumba. Lenta, sutilmente, hemos olvidado el poder de Dios, la sabiduría de Dios, la ternura de Dios.
Cuando las promesas de Dios parecen impotentes para calmar nuestros miedos, suavizar nuestro dolor, aliviar nuestras preocupaciones o motivar nuestra obediencia, debemos hacer más que simplemente escuchar sus promesas otra vez. Necesitamos contemplar al Dios que las da.
Promesas enterradas
En Isaías 40, el profeta habla a un grupo de israelitas quebrantados. La nación que una vez brilló como las estrellas en el cielo había sido ennegrecida por el exilio.
Cuando Israel hizo memoria desde Babilonia, las promesas de Dios parecían enterradas. ¿Cómo le daría Dios a Israel un reino eterno cuando eran esclavos en una tierra extranjera (2 Samuel 7:13)? ¿Cómo haría Dios a Israel una bendición para el mundo cuando una maldición había caído sobre ellos (Génesis 12:3)? ¿Cómo podría Dios levantar de Israel un rey que aplasta serpientes cuando estaban bajo el talón de Babilonia (Génesis 3:15)?
Podemos hacernos preguntas similares cuando recordamos las promesas de Dios desde los escombros de nuestras circunstancias. Podemos vislumbrar una vida de soltería no deseada y preguntar: “¿Cómo puede Dios satisfacerme?”. Podemos recordar un fracaso devastador y preguntar: “¿Cómo puede Dios perdonarme?”. Podemos mirar hacia arriba desde el cráter de alguna pérdida y preguntar: “¿Cómo puede Dios consolarme?”.
En esos momentos necesitamos que Dios haga por nosotros lo que hizo por Israel. Necesitamos que venga a nuestro lado, nos recuerde sus promesas y luego diga: “Aquí está vuestro Dios” (Isaías 40:9, LBLA).
Aquí está vuestro Dios
¿Quién es el Dios que nos da sus promesas? Es el Dios de poder, que creó el mundo por su palabra. Es el Dios de la sabiduría, que abre un camino en el desierto. Es el Dios de la ternura, que lleva a sus hijos a casa cargándolos sobre sus hombros. Y Él es más grande que todos nuestros problemas.
Dios de poder
He aquí, el Señor Dios vendrá con poder, y su brazo gobernará por Él (Isaías 40:10, LBLA).
He aquí el Dios de poder, que creó el mundo por su palabra.
El Dios que nos hace sus promesas es el mismo Dios que dijo: “Sea la luz”, y la oscuridad huyó (Génesis 1:3). Cuando habla, las estrellas arden y los planetas se fijan en órbita; los ríos fluyen y los océanos llenan la tierra; los valles se hunden y las montañas corren hacia el cielo. La hierba en todo el mundo puede marchitarse, y la flor en cada colina desvanecerse, pero la palabra de Quien los hizo se quedará y permanecerá para siempre (Isaías 40:8).
¿Son tus problemas tan indómitos como el océano? Dios los sostiene en el hueco de su mano (Isaías 40:12). ¿Tus dolores son tan vastos como los cielos? Dios los mide como un carpintero en su mesa de trabajo (Isaías 40:12). ¿Son tus cargas tan pesadas como las colinas? Dios las recoge y las pone en su balanza (Isaías 40:12).
Tus problemas pueden ser masivos, pero tu Dios es poderoso. El sol dejará de brillar antes de que su palabra caiga al suelo, sin importar cuán grandes sean nuestros problemas.
Dios de sabiduría
¿Quién guió al Espíritu del Señor, o como consejero suyo le enseñó? (Isaías 40:13)
He aquí el Dios de la sabiduría, que abre camino en el desierto.
Los israelitas pensaron que su futuro como nación había caído junto con los muros de Jerusalén, y que ni siquiera Dios podía levantarlos de nuevo. “Escondido está mi camino del Señor”, dijeron. “y mi derecho pasa inadvertido a mi Dios” (Isaías 40:27).
Pero el exilio de Israel no había tomado a Dios por sorpresa, ni Él los había echado de su vista. “¿Acaso no lo sabes?” pregunta Isaías. “¿Es que no lo has oído? El Dios eterno, el Señor... su entendimiento es inescrutable” (Isaías 40:28). Cuando Israel se perdió en el desierto del exilio, y no vio ninguna manera de regresar a casa, Dios pavimentó una carretera justo a través del desierto (Isaías 40:3).
Ningún problema está tan enredado como para que Dios no lo desate. Ningún camino está tan torcido como para que Él no lo enderece. Ningún corazón está tan destrozado como para que Él no lo junte y lo vuelva a ensamblar.
Tus problemas pueden ser desconcertantes, pero tu Dios es sabio. Él te ve. Él conoce cada detalle de tu problema. Y Él sabe cómo acompañarte mientras esperas, y te hace levantar con alas como las águilas (Isaías 40:31).
Dios de la ternura
Como pastor apacentará su rebaño, en su brazo recogerá los corderos, y en su seno los llevará; guiará con cuidado a las recién paridas. (Isaías 40:11).
He aquí el Dios de ternura, que lleva a sus hijos a casa sobre sus hombros.
Antes de que Dios truene su majestad en Isaías 40, le habla a Israel con la delicadeza del susurro de una madre: “Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios” (Isaías 40:1). Dios no está ansioso de que su pueblo sea atormentado y sacudido por la tormenta. Quiere que lo conozcamos como el Dios de toda consolación (2 Corintios 1:3).
Si el poder de Dios nos muestra que Él es poderoso para cumplir sus promesas, y si su sabiduría nos convence de que nuestras circunstancias no son una excepción, su ternura nos asegura de que Él se deleita en usar todo su poder y sabiduría en amor por las personas débiles como nosotros. Él es el Pastor que deja a las noventa y nueve para encontrar a su perdida y errante. Y cuando la encuentra, se agacha, la recoge en sus brazos y la lleva cargando hasta su casa (Isaías 40:11).
Tus problemas pueden ser agonizantes, pero tu Dios es tierno. Coloca todos tus temores y fragilidad ante Él, y pídele que te calme con su amor.
Todo valle será alzado
Setecientos años después de que Isaías le dijese a Israel que contemplara a su Dios, Juan el Bautista tomó las palabras del profeta y las predicó en el desierto de Judea: “Todo valle sera rellenado, y todo monte y collado rebajado... Y toda carne verá la salvación de Dios” (Lucas 3:5-6; Isaías 40:4-5).
Luego, Juan se hizo a un lado cuando Un Hombre caminó por esos valles y colinas y se abrió camino a través de ese desierto. Era Un Hombre de poder, que ató los ejércitos del infierno y trajo el reino del cielo. Era Un Hombre de sabiduría, que silenció a los escribas y habló las mismas palabras de Dios. Era Un Hombre de ternura, que sanó a los enfermos y anunció el favor de Dios.
Y luego se postró bajo el mayor de nuestros problemas y permitió que lo golpearan, lo aporrearan y lo enterraran. Pero solo para que Él pudiera llevar nuestra maldición a la tumba, hundirla profundamente en el suelo y luego levantarse en el poder de una vida indestructible. Cada promesa de Dios nos llega ahora a través de Jesucristo (2 Corintios 1:20), el Dios con cicatrices en sus manos.
Tus problemas pueden ser grandes, quizás incluso más grandes de lo que sabes. Pero tu Dios es más grande, y sus promesas para ti son más fuertes y más seguras. Así que levanta la vista de tus problemas. Escucha nuevamente la voz poderosa, sabia y tierna de Dios. Y luego pídele a Dios que te ayude a contemplarlo.
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