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English: The Most Difficult Time of the Year

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Por Michele Morin sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Ezequiel López


Contenido

Cómo acompañar a los padres de duelo en Navidad 

En un año en el que se vieron al menos 23 tiroteos en escuelas, el duelo parental se encuentra muy cerca de la superficie de la sociedad. Al mismo tiempo y de manera alarmante y sorpresiva, 1 de cada 4 mujeres ha tenido un aborto a los 45 años, lo cual creó un trasfondo de dolor más callado pero mayor, el cual no es compartido ni reconocido. Además, están los incontables niños preciosos que fallecen demasiado temprano de mil maneras diferentes.

¿Cuántos padres que conoces están afrontando otra Navidad sin su hijo o hija?

Al adentrarse al duelo de amigos (o incluso de gente completamente desconocida), pocas veces sabemos cómo consolarlos: cómo hacer o decir algo que demuestre la misericordia de Dios, mientras pregonamos la alegría de nuestra esperanza bendita, todo con la sensibilidad apropiada. Queremos evitar desesperadamente el mal uso de Romanos 8:28 (LBLA) que convierte forzosamente la tragedia en un tipo de bendición inmaculada sin reconocer la pérdida dolorosa. La tensión nos deja sin palabras.

Sin embargo, donde nos quedamos sin palabras, la palabra de Dios sí las tiene. Entretejida en el relato del nacimiento del Mesías, hay una historia de muerte infantil, una historia franca y brutal que lleva el duelo parental directo a la “época más maravillosa del año”.

La masacre de los inocentes

Cualquier lector de la Biblia sabe que hay partes de la Santa Escritura que no son adecuadas para una tarjeta de Hallmark. El evento que se lleva por delante a nuestras historias navideñas edulcoradas tiene una descripción de 3 versos en el evangelio de Mateo, tan corta que algunos estudiosos discuten si siquiera pasó.

Mateo escribe, “Entonces Herodes, al verse burlado por los magos, se enfureció en gran manera, y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en todos sus alrededores, de dos años para abajo, según el tiempo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo que fue dicho por medio del profeta Jeremías, cuando dijo:

Se oyó una voz en Ramá,
llanto y gran lamentación;
Raquel que llora a sus hijos,
y que no quiso ser consolada
porque ya no existen.” (Mateo 2:16–18, LBLA)

Históricamente, el Día de los Santos Inocentes se celebra el 28 de diciembre, el cuarto día de Navidad, pero nuestra tendencia moderna de pasar por alto los pasajes “difíciles” de la Biblia a menudo causa que el relato horripilante pase desapercibido, lo que roba a los creyentes una crónica delicada y relevante de la pérdida. Al evitar el relato trágico, también evitamos una invitación a reconocer el dolor de los padres de duelo de la actualidad.

La celebración del Día de los Santos Inocentes

Si vamos a obedecer nuestra obligación como creyentes a “llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2, LBLA), debemos estar dispuestos a involucrarnos, con compasión y cuidado, al horror que acompaña la muerte de un hijo, ya sea si la pérdida ocurre de repente y violentamente, como ocurrió en Belén, o lentamente a causa de una enfermedad.

Como madre de 4 hijos vivos, escribo como una persona ajena a esta forma de dolor. No afirmo que comprendo la profundidad de la verdad detrás de la cruelmente certera profecía de Jeremías de que no serán consoladas (Jeremías 31:15, LBLA). Me he sentado en un sofá, cerca físicamente, pero lejos emocionalmente con una amiga que acababa de perder a su hijo en un trágico accidente. Podía ofrecer el tiempo y la presencia, pero ninguna palabra que pudiera aliviar su pérdida. En las siguientes semanas y meses, le escribí mensajes, compartí versos de la Escritura, escuché su tristeza y llevé comida, pero nunca me sentí segura de que todo eso era valioso y a menudo sentía que no captaba el meollo del asunto.

Cómo tratar la crisis de confianza

Desesperada por un consejo, leí What Grieving People Wish You Knew, un excelente libro de Nancy Guthrie para los cristianos que quieran amar adecuadamente después de la pérdida de alguien.

Cuando el dolor golpea la puerta, la iglesia siempre está dispuesta a ayudar y brindar esperanza. Sin embargo, somos pocos los que estamos preparados de antemano para responder adecuadamente cuando la muerte llega a alguien que conocemos. Guthrie escribe para brindar claridad y una dosis de confianza a nuestras conversaciones con padres de duelo.

Mientras estaba de duelo por la pérdida de dos bebés que tenían el mismo trastorno metabólico poco frecuente, Guthrie sintió esta crisis de confianza entre creyentes benévolos. Como consecuencia, realizó una encuesta en línea en la cual solicitaba a las personas de duelo ejemplos de lo que otros les decían o hacían por ellos que resultara útil y significativo y lo que era perjudicial y desalentador. A continuación, les presento tres enseñanzas de su estudio emotivo y útil.

1. Escucha atentamente y no tengas miedo a decir lo que piensas

En las mejores circunstancias, no soy una gran conversadora, así que fue un alivio para mí escuchar a Guthrie decir “no importa tanto qué dices, sino que digas algo” (20). De hecho, “incluso si se te ocurre decir la respuesta perfecta (como si existiera tal cosa), simplemente no va a sanar el dolor o resolver el problema de las personas que están afligidas” (23). Guthrie descubrió que una de las mejores cosas que puedes decir es “no sé qué decir”.

Una suposición incorrecta que hacemos es que las personas “cercanas” cuidan a una familia de duelo, o, incluso peor, que ellos prefieren estar solos. Pasamos por encima de la incomodidad con actos de consuelo no verbal: una mano sobre el hombro, un abrazo acompañado por un simple “lo siento”.

Para estar seguros, debemos estar más preparados para escuchar que para hablar, pero nuestras palabras pueden ser un salvavidas para aquellos que están desolados. Confía que el Espíritu te brindará lo que tienes que decir.

2. Involúcrate con su dolor desde la humildad y la compasión

Hacerse presente es una declaración poderosa de apoyo. Considerar el dolor de aquellos que amamos a menudo se asemejará a escuchar a un paciente. El amor también no nos dejará poner una fecha de vencimiento al proceso de duelo de alguien más. No nos permitirá apartar la mirada cuando lloren y nos dará el coraje para derramar nuestras propias lágrimas en su presencia, llorando con aquellos que lloran.

Un enfoque humilde para consolar surge sin presuponer ni establecer comparaciones. Guthrie advierte que los creyentes pueden “ser propensos a suponer muchas cosas que probablemente no deberíamos. No supongas que aquellos que estás consolando estén seguros que sus difuntos están en el cielo… No compares la pérdida de una persona de duelo con la tuya o la de alguien más”. En vez de caer en nuestra necesidad de “resolver todo”, somos más útiles cuando estamos “dispuestos a adentrarnos en las preguntas sin respuestas, las conclusiones sin resolver y las realidades incómodas” (29).

Nuestra tristeza compartida es una evidencia tangible de nuestro amor, el cual a menudo les brinda la confianza necesaria para abrirse a nosotros. Mientras afrontan la verdad de que Dios no les promete a los padres pasar una vida entera junto con sus hijos en la tierra, necesitarán que alguien les sostenga sus brazos débiles y endebles.

3. Acompáñalos en este camino largo de sanación y sigue estando presente

Me encuentro a mí misma deseando que las mujeres ahogadas en lágrimas de Ramá pudieran conocer lo que nosotros sabemos para que no pudieran afligirse tanto como aquellos que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13, LBLA). Una forma de honrar sus pérdidas es dejarlos que se conviertan en un punto de partida para el apoyo práctico, emocional y espiritual de la iglesia durante una época en la cual la pérdida se siente profundamente y a menudo está subyacente.

Según su propia experiencia con la pérdida, Guthrie sugiere que, para corazones afligidos, el dolor es “el tesoro que viene envuelto en un paquete que nunca desean. Necesitan sentir el poder y la presencia de Dios como nunca antes, quizás porque nunca supieron cuánto lo necesitaban hasta entonces” (116). Con frecuencia, este “poder y presencia” se percibe mejor cuando los cristianos, quienes representan a su afectuoso Salvador, transmiten la verdad en las conversaciones casuales de todos los días y acompañan con paciencia en la oración durante el proceso de sanación.

El día después de un funeral no es una línea de meta, sino una línea de partida. La ceremonia es el comienzo de un periodo largo y difícil en el que podemos estar presentes de forma valiosa, apropiada y significativa. Nuestro amor puede englobar al intensamente práctico, poner una tarjeta de regalo para un restaurante en una tarjeta navideña, invitarlos a comer u ofrecer ayuda con los niños, y al significativo y simbólico, donar a una caridad en memoria del niño, invitar a la familia a las celebraciones según la estación e incluir el nombre del niño o niña fallecido mientras recuerdas Navidades pasadas.

La sanación para los quebrantados de corazón

Obsequiemos el regalo de la oración y ayudemos a aquellos que están de duelo por la pérdida de un hijo en esta temporada navideña. Confiemos en que Dios nos brinde un mayor coraje y un compromiso más sensible con el cuerpo de Cristo, en especial con aquellos que necesitan vivir de primera mano el amor y la misericordia de Dios. Esperemos y lloremos con ellos mientras esperan que sus corazones sanen.

Al no encontrar una respuesta rápida al mal en el mundo, descubrimos que el abismal sufrimiento descrito por Jeremías crea el espacio en el cual esperamos por el profundo consuelo prometido por otro profeta antiguo: La sanación a los quebrantados de corazón. Consolación a aquellos que están de luto. Belleza, alegría y alabanza a aquellos en agonía (Isaías 61:1-3, LBLA).

Mientras esperamos con estos padres, aguardamos por la otra llegada de Jesús y anhelamos que estas madres y padres encuentren la esperanza en él y se aferren al día en que por fin veamos cara a cara al Salvador y Consolador que nació en Belén.


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