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English: At Home and at War

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Por Liz Wann sobre Matrimonio

Traducción por Ana M Burger


Cómo una mujer pelea por su hombre

A mi hijo de cuatro años le encanta ayudar. Y me encanta involucrarlo para que me ayude, aunque por lo general requiera más trabajo y paciencia por mi parte. Cuando me ayuda a limpiar, todavía tengo que limpiar lo que él limpio, y cuando me ayuda a hornear, él necesita más ayuda que yo.

La palabra ayudante puede evocar este tipo de imágenes de un niño pequeño y débil. No es de extrañar que nos incomodemos cuando escuchamos que una esposa debe ser la ayudante de su esposo. Podría hacernos pensar en una posición de segunda categoría que apenas es digna de valorarse. Los estereotipos culturales del "ama de casa feliz" adoptados desde la década de 1950 se han infiltrado en la iglesia y nos han dado una visión reduccionista del papel de una ayudante. No es extraño que veamos a un ayudante como alguien subordinado porque su posición es similar a la ayuda contratada de una cocinera y sirvienta. La domesticidad es una vía de apoyo y servicio en nuestros hogares, pero a menudo es el único enfoque que se da a las esposas de la iglesia.

El papel de ayudante debe adoptar un enfoque más holístico que el de la simple domesticidad. No solo estamos proveyendo para necesidades físicas, sino también emocionales y espirituales. Nuestra ayuda no se limita a la cocina y la lavandería. Dios nos ha diseñado de tal manera que podamos ayudar a nuestros esposos en maneras multifacéticas.

Dios vio que Adán necesitaba algo más además de él. Adán no estaba completamente equipado por si mismo. "Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea" (Génesis 2:18, LBLA). Aquí Dios claramente llama a las mujeres a compartir su trabajo. Tenemos una forma única de mostrar un aspecto del carácter de Dios: La forma en que Dios ayuda a su pueblo.

En el matrimonio, la ayuda llena del Espíritu se parece a Dios, no a un niño de cuatro años.

Dios nos está llamando a ser ayudantes en la forma que Él mismo lo es. Si Dios mismo es un ayudante, entonces sabemos que nos ha llamado a algo fundado en poder y fuerza. Una ayudante que sigue el modelo de Dios para ayudar, se dedica a su esposo, lucha batallas espirituales en su hogar y ama con una mezcla extraña, pero real, de audacia y mansedumbre.

1. Una ayudante se dedica a su esposo

En el mundo complementario, generalmente los maridos son animados, como líderes, a buscar a sus esposas, y tienen la responsabilidad primaria de tomar la iniciativa. Una esposa puede (y debe) alentar a su esposo a hacer estas cosas, pero a menudo se pierde de ver otras maneras en las que ella puede buscarle en su papel de ayudante.

Al transcurrir los años en mi matrimonio, yo esperaba que mi esposo me buscase y tomara la iniciativa más, pero luego me di cuenta de que yo también estaba descuidando mi papel de ayudante al no buscarle a él adecuadamente. El rol de ayudante puede, a veces, parecerse a una iniciativa y búsqueda amorosas.

Estoy mejor posicionada que nadie en el mundo para ayudar a mi esposo en su desarrollo, involucrar su corazón y hacer buenas preguntas para generar una comunicación saludable. También puedo animarlo proactivamente en su papel de liderazgo al pedirle que me busque más a mi en diversas maneras.

Ayudo a mi esposo buscándole. ¿Y no es de esta manera como Dios nos ayuda? Él nos busca a nosotros con amor para ayudarnos. "Los ojos del Señor recorren toda la tierra para fortalecer a aquellos cuyo corazón es completamente suyo" (2 Crónicas 16:9, LBLA). Podemos cumplir nuestro rol de ayudantes en el matrimonio dedicándonos a nuestros esposos con esa clase de tenacidad compasiva.

2. Un ayudante pelea las batallas espirituales

Si una ayudante ayuda de la manera en que Dios lo hace, entonces también será una luchadora. En Deuteronomio 33:7, Moisés bendijo al pueblo de Israel antes de su muerte y oró por la tribu de Judá:

"Escucha, oh Señor, la voz de Judá, y tráelo a su pueblo. Con sus manos luchó por ellos; sé tú su ayuda contra sus adversarios".

La ayuda de Dios aquí es luchar contra los enemigos de su pueblo. Los mayores enemigos de nuestro esposo (así como los nuestros) son el pecado y Satanás. Nuestra batalla no es contra carne y sangre (Efesios 6:12). Luchamos contra estos enemigos en todas partes, pero especialmente en nuestros matrimonios. Con la ayuda de Dios, podemos ayudar a nuestros maridos a luchar contra sus adversarios espirituales, como Dios ayudó a Israel a luchar, matar y destruir a sus enemigos físicos.

Luchar batallas espirituales en nuestros hogares es orar con oraciones de protección, liberación y arrepentimiento para nuestros maridos (y para nosotras mismas). También es absorber las palabras de las Escrituras para que podamos decir la verdad en amor en los momentos apropiados.

No debemos subestimar cómo Dios puede usarnos, como esposas con el poder del Espíritu Santo, como sus ojos, oídos y portavoces para rescatar o liberar a nuestros maridos. Dios quiere usarnos para mostrarle a nuestros esposos cosas sobre sí mismos que ellos nunca antes han visto.

3. Un ayudante ama y se somete con valentia

Una verdadera ayudante vive por algo más grande que su esposo; ella vive para Cristo. El resultado de esto debería ser una gran valentía y una gran sumisión.

Esther vivía por algo más grande que su esposo; por eso podía confiar en Dios al considerar y aceptar el precio de la muerte (Esther 4:16). Ella no complacía al hombre, sino que temía solo a su Señor, por lo que podía arriesgarse con valentía. Fue valiente en medio de circunstancias atemorizantes y por lo tanto se acercó a su esposo con gracia y verdad. Ella suplicó por el cambio (Esther 7: 3-4).

Abigail se arriesgó para proteger a su esposo incrédulo y a su familia (1 Samuel 25:24-31). No solo ayudó a salvar a su esposo, sino que salvó a David del pecado del derramamiento de sangre. Ella suplicó a David que retuviera su mano en inocencia y que no atacara en venganza. La ayuda de Abigail salvó vidas.

María, la madre de Jesús, fue también valiente. Ella arriesgó su reputación y la desaprobación de su prometido cuando se sometió a la voluntad del Padre. Fue su sumisión a Dios lo que la animó a dar un paso adelante en la fe y recibir su llamado cuando le dijo al ángel Gabriel: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra"(Lucas 1:38). María ayudó al pueblo elegido de Dios a través de su sumisión.

Estas tres mujeres entregaron sus vidas primero a Dios, lo que les dio fortaleza para ser valientes como ayudantes. Y no olvidemos a quién nos señalan estas mujeres. La mayor ayuda de Dios para nosotros fue dada a través de su Hijo, Jesucristo. Debido al espíritu sumiso de Jesús y a su valiente obediencia (Filipenses 2: 6-8), Cristo se convirtió en la encarnación de la ayuda salvadora de Dios para nosotros.

Cuando dejamos de reducir el papel de ayudante a la domesticidad, vemos una imagen más completa a través del modelo de ayuda de Dios: un patrón lleno de fuerza, poder, rescate, persecución, sumisión y audacia. Los ayudantes no son débiles. Nuestra ayuda se basa y se muestra en el coraje lleno de gracia centrado en Dios.



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