Encontrando alegría en las nubes
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Adriana Blasi
Hace unos meses, hice un descubrimiento sorprendente.
En las Escrituras, se asocia a las nubes con la presencia de Dios.
Antes de mi brillante descubrimiento, mi apreciación respecto de las nubes era completamente negativo. Nunca me gustaron los días nublados, especialmente cuando están acompañados de tormentas. Me agradan los días despejados con sol, cielo azul y tranquilos para la navegación.
Al leer Éxodo, sin embargo, me sorprendió ver que las nubes siempre traían consigo la presencia de Dios. En el desierto, los israelitas reconocían al Señor en las nubes, dado que él les hablaba (Éxodo 19:9), los guiaba (Éxodo 13:21) y les revelaba su gloria a través de ellas. En el Nuevo Testamento, Dios se les acercó a los discípulos en el Monte de la Transfiguración a través de una nube.
Mi nuevo hallazgo respecto a las nubes en las Escrituras me ha dado letra para describir y comprender un momento muy emocionante de mi pasado cuando Dios mismo vino a mí en una nube. Fue una semana después del fallecimiento de Paul, nuestro bebé.
Nada parecía seguro
Paul había nacido con un defecto congénito del corazón, pero estaba creciendo bien. A los dos meses lo llevamos para hacerle un chequeo médico. El médico cardiólogo suplente estaba tan sorprendido con la evolución de Paul que le sacó la medicación. Eran inecesarias.
Al principio me sentí eufórica. Paul excedía todas las expectativas. Pero su estado cambió rápidamente. Tres días después, cuando me levanté para amamantarlo en la mitad de la noche, Paul gritó y su cuerpo se aflojó. Lo llevamos inmediatamente al hospital, pero ya era muy tarde. Paul había fallecido.
Estaba aturdida. Nunca pensé que algo así le pudiese pasar a mi bebé. O a mí. Tuve polio de niña y durante toda mi niñez entré y salí de hospitales. Supe que a todo el mundo le toca una crisis severa en su vida, y yo había pasado por la mía. Esperaba que el resto de mi vida fuese tranquila.
Con la muerte de Paul, mi teología y mi mundo se derrumbó. Me parecía imposible que el Señor se llevara la vida de mi amado hijo. Dios era un extraño para mí. No podía confiar en él. Nada parecía seguro.
Reclamo de cercanía
Tres semanas después del entierro de Paul, estaba escuchando música de alabanza mientras manejaba. A pesar de sentirme distanciada de Dios, sabía que lo necesitaba. Había llorado sin cesar desde de la muerte de Paul y el vacío que sentía no desaparecía, ni por un segundo. No sabía cómo salir adelante. Una tormenta me cubría y la lluvia caía torrencialmente. Cada día.
Mientras manejaba, entregué todo lo que tenía a Dios. Quería confiar en él, y renuncié a mis pedidos para poder comprenderlo todo. Simplemente necesitaba a Jesús. Necesitaba que él se acercara. Me reconfortara. Se mostrase.
Y lo hizo.
En un instante, me sobrecogió la increíble alegría y amor del Salvador y la presencia de Dios llenó mi coche. Era más de lo que yo podía asimilar. Sabía que este momento sagrado me iba a cambiar. Sentí la presencia de Dios. Toda alegría o pena que jamás he experimentado se desdibujó en comparación. Un día en su corte es mejor que miles en cualquier otro lado.
Ese día, sentí ser parte de los israelitas que vieron la gloria de Dios en la montaña, acompañados por espesas nubes y una oscuridad profunda.
Sobrellevando todas las tormentas
A raíz de esa experiencia hace 17 años, comprendí que cuando la vida sonríe, cuento con la bendición de Dios, pero su presencia no es tan intensa como lo es ante una lucha. Pareciera que Dios no está tan cerca cuando se carece de nubarrones. Hay una intimidad en la relación con él que solo he experimentado en el medio de una tormenta furiosa.
Cuando me embarga una pena y se evapora mi esperanza, necesito clamar a Dios. Necesito alabarlo, confiar en él en medio de una lluvia enceguecedora. Y cuando lo hago sucede algo extraordinario. Dios me muestra su gloria.
Vislumbrar su gloria opaca mi sufrimiento. Mi objetivo no es ya evitar la prueba, sino absorber más de él.
Aún me disgusta los nubarrones espesos. Pero las lluvias torrenciales que han golpeado mi vida han realizado un trabajo profundo en mí. En los nubarrones que me acompañan, encuentro que Jesús y la gloria de su presencia, excede toda tormenta.
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