Escapando de la esclavitud de la ambición egoísta

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English: Escaping the Slavery of Selfish Ambition

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Por Jon Bloom sobre Orgullo

Traducción por María Veiga


La ambición egoísta es un pecado que siempre parece estar acechando (Génesis 4:7). Contamina nuestras motivaciones para hacer casi cualquier cosa. Se manifiesta incluso en los momentos más sagrados, como en el caso de los discípulos de Jesús en el relato de Lucas sobre la Última Cena (Lucas 22:14-30). Pero en ese relato también vemos cómo Jesús nos libera de la esclavitud suicida de la ambición egoísta.

La última cena de Jesús antes de la cruz fue quizás el momento más irónico para que los Doce debatieran sobre quién de ellos era el más grande.

El ser humano más grande que jamás caminaría sobre la tierra, el Fundador y Perfeccionador de su fe (Hebreos 12:2), estaba sentado a la mesa con ellos. Era el único en la sala sin pecado (Hebreos 4:15). Él era el único allí que siempre hacía lo que agradaba al Padre (Juan 8:29).

Esta Persona acababa de guiar a los Doce en la última cena pascual antes de su muerte, la muerte que sería el sacrificio propiciatorio por sus pecados (Romanos 3:25). Y acababa de instituir la nueva cena pascual, que ellos y todos los futuros discípulos debían observar regularmente hasta su regreso para que siempre recordaran que sus pecados eran perdonados solo mediante la muerte sustitutiva y expiatoria del verdadero Cordero Pascual (Hechos 10:43).

Este no era el momento para que ningún discípulo afirmara su propia grandeza, excepto la grandeza de su pecado.

Aún más irónico es lo que encendió el debate.

Preocupados por la prominencia

Jesús acababa de revelar que uno de ellos, esa misma noche, participaría voluntariamente en el pecado más espectacular de la historia: la matanza del Hijo de Dios. Y, sin embargo, de alguna manera, la introspección y la indagación que siguieron terminaron en una competencia sobre quién era el más grande (Lucas 22:24).

Fue un momento que mostró el aterrador y cegador poder del orgullo en los pecadores. ¡Con qué rapidez la luna de la ambición egoísta eclipsa al Sol de Justicia! (Malaquías 4:2).

Jesús estaba a punto de morir por sus pecados. Uno de ellos estaba a punto de traicionarlo. Su respuesta a tal horror y gloria debería haber sido luto, arrepentimiento y adoración. Pero, en cambio, cada discípulo se sintió repentina y absurdamente preocupado por su propio lugar de prominencia en el plan de salvación de Dios.

Gracia para cambiar su mirada

¡Pero qué gracia la que Jesús mostró en ese momento! Este pecado también sería pagado en su totalidad. Por lo tanto, Jesús no condenó a sus discípulos por tener un concepto demasiado alto de sí mismos en el peor momento posible (Romanos 12:3).

En cambio, Jesús, misericordiosamente, apartó su mirada de sí mismos y la volvió hacia él:

“ Jesús les dijo:
—Los reyes de las naciones oprimen a sus súbditos y los que ejercen autoridad sobre ellos se llaman a sí mismos benefactores. 26 No sea así entre ustedes. Al contrario, el mayor debe comportarse como el menor y el que manda como el que sirve.” (Lucas 22:25-26)

Sigan mirando a Jesús

Dios fue tan misericordioso al impulsar a Lucas a incluir este relato del pecado de los discípulos, porque nosotros también somos tentados con frecuencia a pecar de esta manera, incluso en los momentos más sagrados.

El secreto para liberarnos de la esclavitud de la ambición egoísta es seguir mirando a Jesús. Cuando nos centramos en nosotros mismos y en los demás, comenzamos a compararnos y competir, lo que nos lleva a un agujero negro de maldad demoníaca (Santiago 3:14-15). Pero mirar a Jesús nos recuerda que no tenemos nada que no hayamos recibido por medio de él (1 Corintios 4:7). Pasado y futuro, un mundo sin fin, todo es la gracia de Dios para con nosotros en Cristo. Mirar a Jesús nos recuerda que amarnos y servirnos unos a otros, tal como Jesús nos amó y nos sirvió, es el camino al gozo pleno (Juan 15:11-12).

Tendremos que luchar contra la ambición egoísta mientras vivamos en este estado caído, porque está en la esencia de nuestra naturaleza caída: nuestro deseo pecaminoso de ser como Dios (Génesis 3:5) y buscar la adoración de otros. No debemos fingir sorpresa al verlo en nosotros mismos (¡como si nos sorprendiera ser egoístas!) y, como Jesús, debemos ser pacientes al verlo en los demás.

Desviar la mirada de nosotros mismos hacia Jesús es la clave para vivir en gozosa libertad de la ambición egoísta. Porque Dios nos diseñó para estar satisfechos con la gloria de Jesús, no con la nuestra.


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