Exégesis bíblica/Metas
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre Interpretación Bíblica
Capítulo 2 del Libro Exégesis bíblica
Traducción por Desiring God
Los afectos
Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra. (Isaías 66:2)
Es una cosa impresionante confesar que en la Biblia escuchamos la Palabra de Dios. No hay esperanza para el exegeta que nunca tiembla ante ella; Dios no tiene consideración para con él, y él llegará a nada a pesar de escribir un millar de libros.
Creo que la Biblia es la Palabra de Dios. Por lo tanto, debo defi nir el objetivo fi nal de la exégesis Bíblica como abarcar tanto el corazón como la cabeza. Las Escrituras tienen por objeto afectar nuestros corazones y cambiar la manera como nos sentimos acerca de Dios y de su voluntad. El exegeta que considera que este es el objetivo del Dios vivo para nuestros días, no puede contentarse sólo con el descubrimiento de lo que las Escrituras signifi caban originalmente. Él debe tener como objetivo, en su exégesis, ayudar a lograr el objetivo fi nal de la Escritura: su signifi cado contemporáneo para la fe. Es la voluntad de Dios que su Palabra aplaste los sentimientos de la arrogancia y la autosufi ciencia y que de esperanza a los pobres de espíritu.
El Señor DIOS me ha dado lengua de discípulo, para que yo sepa sostener con una palabra al fatigado. (Isaías 50:4)
La exégesis que tarde o temprano no toque nuestras emociones, y a través de nosotros, las emociones de otros, es en última instancia un fracaso porque no comunicando el efecto que la Escritura debería tener.
Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fi n de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza. (Romanos 15:4)
Por tanto, la exégesis Bíblica debería ser la enzima intelectual que transforma la indiferencia de nuestros inútiles afectos en una profunda y alegre vida de esperanza. Jesús dijo:
Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto. (Juan 15:11)
La instrucción Bíblica que no comparte este objetivo falla en dos maneras: por la extinción de los afectos con una fría indiferencia y por perturbar a las personas cuyas velas no encienden. Pero nada de esto es necesario si la exégesis bíblica se maneja como debe manejarse, a saber, el catalizador epistémico que desencadena la combustión de una alegría divina en el corazón humano. La teología muy rápidamente se convierte en ociosa palabrería si no da a luz doxología en el corazón. No hay ninguna razón por la que el más riguroso erudito bíblico no pueda ni deba decir con Jonathan Edwards:
Yo mismo debo pensar en el camino de mi deber, a fi n de aumentar los afectos de mis oyentes tan alto como me sea posible, siempre y cuando sean afectados con la verdad y con afectos que no sean desagradables a la naturaleza de aquello con lo que son afectados.[1]
Por supuesto, la defi nición de las metas fundamentales de la exégesis bíblica de esta manera da por sentado que el exegeta está convencido de que las Escrituras son la revelación de la verdad. Sin embargo, muchos exegetas no comparten esta convicción. El objetivo que se ha descrito no se aplica a ellos. Esa es la razón por la que la hemos descrito como un objetivo fi nal. Hay un objetivo primario e inmediato que todo exegeta ortodoxo comparte con el exegeta que no cree que la Biblia es la palabra de Dios: Ambos quieren comprender con exactitud lo que los autores bíblicos originales querían realmente comunicar. Una persona que no tiene interés en confesar la verdad de la Biblia puede ser capaz, en cualquier caso, de entender y confi rmar el sentido original del autor con tanta precisión como cualquier exegeta que cree que la Biblia es verdad. Esta es la razón por la que podemos hacer efi caz el uso de instrucción Bíblica en todo tipo de personas. Añado esta nota para evitar confusión: Las metas que estamos describiendo deben ser puntualizadas, teniendo en cuenta nuestra convicción de la verdad de la Biblia. Como tal, estas metas son diferentes y van más allá de las metas que tiene el exegeta no ortodoxo que no comparten la convicción de que la Biblia es la palabra de Dios.
El intelecto
Yo he referido a la exégesis como una enzima intelectual y como un catalizador epistémico. Esto signifi ca que el exegeta tiene inevitablemente algo de intelectual. Él está muy ocupado con la vida de la mente. La razón más obvia de esto es que la verdad que él valora le llega en un libro inspirado divinamente. Pero un libro debe ser leído, y la buena lectura es un acto intensamente intelectual.
Un evangélico cree que Dios se humilló a Sí mismo, no sólo en la encarnación de su Hijo, sino también en la inspiración de las Escrituras. El pesebre y la cruz no fueron sensacionales. Tampoco lo son la gramática ni la sintaxis. Pero así es como Dios eligió revelarse a Sí mismo. Un pobre judío campesino y una frase preposicional tienen esto en común: ambos son humanos y ordinarios. Que el pobre campesino era Dios y la frase preposicional es la Palabra de Dios no cambia este hecho. Por lo tanto, si Dios se humilló a Sí mismo al hacerse hombre y al hablar el lenguaje humano, ¡ay de nosotros si arrogantemente pretendemos ignorar la humanidad de Cristo y la gramática de la Escritura!
Pero no es sufi ciente decir que la revelación de Dios en la Escritura viene a nosotros en el lenguaje humano. Ella viene en el lenguaje de seres humanos particulares, en un tiempo particular y en lugares particulares. No hay principios distintivos de lenguaje divino. Es decir, cuando Dios habló a través de los hombres, no siempre usó la misma lengua o el mismo estilo o el mismo vocabulario. Más bien todos los indicios apuntan al hecho de que Dios usó siempre el lenguaje, el estilo y el vocabulario de escritores bíblicos individuales. Incluso en los discursos proféticos en que Dios es directamente citado hay rasgos de lenguaje que distinguen a un autor de otro.
Las implicaciones de esto para el establecimiento de nuestro objetivo en la exégesis son cruciales. Permítaseme ilustrar. En vista de esta concepción de inspiración, si queremos construir lo que Dios pretende de la palabra “sabiduría” en Santiago 1:5, no transportamos el sentido de “sabiduría” de Proverbios 8 hacia Santiago 1:5. Es decir, no piense que ya que estos dos usos de “sabiduría” tienen el mismo autor divino probablemente tienen el mismo signifi cado. Por el contrario, reconocemos que debido a que el propio Dios hace uso del lenguaje de sus propios portavoces reveladores, haríamos mejor en ir a Santiago 3:15 a ver cómo Santiago emplea la palabra “sabiduría”, y así descubrir la intención de Dios.
Concluyo, por tanto, que el sentido de Dios en la Escritura es sólo accesible a través del idioma en particular de los portavoces humanos. Mi creencia en la inspiración, por lo tanto, es una creencia de que para entender lo que estos autores humanos deseaban comunicar a su particular situación histórica, es también la propia intención de Dios para esta situación. En consecuencia, el objetivo más inmediato de la exégesis es entender lo que los autores bíblicos querían comunicar en su situación. El objetivo es ver la realidad a través de los ojos de otra persona.
Hay dos implicaciones más.
Para aquellos que piensan que la Biblia es infalible y autoritativa en cuestiones de fe y práctica, la buena exégesis se convierte en una tarea humilde, pues ella demanda que nuestras propias ideas tomen un segundo plano. La manera en que sentimos y pensamos acerca de la vida esta sujeta a la manera en que nosotros escuchamos lo que el autor siente y piensa. La buena exégesis se convierte en una amenaza para nuestro orgullo. Por ella corremos el riesgo de descubrir con honestidad que la visión profética y apostólica de la vida es diferente de la nuestra, a fi n de que nuestra visión—y con ella nuestro orgullo—se derrumbe.
¿Acaso podremos nosotros criaturas caídas y amadoras de su propia gloria hacer una buena exégesis? ¿Acaso no utilizaremos todos nuestros recursos a fi n de ocultar nuestra ignorancia o rebelión? ¿Acaso no distorsionaremos o torceremos el signifi cado de las Escrituras a fi n de que esta apoye nuestra propia opinión y nuestro ego? Nosotros sabemos esto ocurre todos los días. Pero, ¿debería pasar siempre?
Es precisamente en este punto que creemos que el Espíritu Santo realiza un rol crucial en el proceso exegético para el creyente dependiente. Él no susurra en nuestros oídos el signifi cado del texto. Él se interesa sobre el texto que Él mismo inspiró y no acorta el estudio del mismo. El trabajo primario del Espíritu Santo en la exégesis es abolir el orgullo y la arrogancia que no nos permite abrirnos a la Escritura. El Espíritu Santo nos hace enseñables porque nos hace humildes. Él nos hace confi ar totalmente en la misericordia de Dios en Cristo para nuestra felicidad a fi n de que nuestro orgullo no sea amenazado si uno de nuestros puntos de vista resulta ser equivocado. La persona que se reconoce a sí misma como fi nita e indigna y que por lo tanto se regocija en la misericordia de Dios, no tiene nada que perder cuando su ego es amenazado.
El fruto del Espíritu es amor. Esto es crucial para la exégesis. El amor no busca lo suyo; no se siente amenazado. Al contrario, el amor se regocija en la verdad. Esta es la marca del buen exegeta. El no busca lo suyo propio, sino la verdad. Si la verdad que el encuentra entra en confl icto con sus propias ideas, él se regocija en haber encontrado la verdad y humildemente reconoce que su propia opinión estaba errada.
El fruto del Espíritu es amor. Esto es crucial para la exégesis. El amor no busca lo suyo; no se siente amenazado. Al contrario, el amor se regocija en la verdad. Esta es la marca del buen exegeta. El no busca lo suyo propio, sino la verdad. Si la verdad que el encuentra entra en confl icto con sus propias ideas, él se regocija en haber encontrado la verdad y humildemente reconoce que su propia opinión estaba errada.
Una segunda implicación que se deduce de nuestra meta en la exégesis es que la exégesis envuelve lo que toda lectura envuelve, a saber, el trabajo intelectual (y a menudo tedioso) de construir los principios del lenguaje de un autor. Convertirse en un buen exegeta signifi ca simplemente continuar refi nando las habilidades que comenzamos a aprender en la edad de tres años. Para entonces luchábamos con “el cabello de Sally esta rizado,” ahora luchamos con “De tal manera amó Dios el mundo.” Solíamos preguntarles a nuestras madres que signifi ca la palabra “rizado.” Ahora usamos concordancias y comentarios.
Dios nos ha hablado en un lenguaje humano y escrito. No podemos captar el signifi cado del lenguaje a menos que entendamos los principios del lenguaje que los autores de la Biblia utilizaron. Por tanto, debemos hacer todo esfuerzo de tratar con la gramática (y la historia Bíblica porque el uso específi co del lenguaje de un autor Bíblico esta determinado por su situación histórica).
- ↑ C.H. Faust y T.H. Johnson, eds., Jonathan Edwards (New York: Hill y Wang, 1962), p. xxiii.
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