Dios de toda bondad
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Ian Bepmale
Bueno eres tú, y bienhechor. (Salmo 119:68)
El Dios viviente, el único Dios, el Dios que siempre fue y siempre será, el Dios en cuya presencia vivimos, nos movemos y existimos, es un Dios total, maravillosa e inmutablemente bueno.
Los Salmos nos dicen que Él es “abundante” en bondad (Salmo 31:19), una cascada de generosidad desbordante cuyo estruendo no tiene principio ni fin. Prueba y ve esa bondad todo lo que quieras (Salmo 34:8): tu porción nunca disminuirá; el horizonte siempre se extenderá más allá. Dios sacia al cansado con el bien (Salmo 103:5), llena al hambriento con cosas buenas (Salmo 107:9) y envía su bondad tras nosotros como un sabueso, hasta que lleguemos al hogar donde habita la Bondad perfecta (Salmo 23:6; 65:4).
A veces, sin embargo, tales descripciones parecen chocar con nuestra experiencia. La bondad de Dios se siente difícil de entender. Tal vez conozcas el dolor de los buenos dones perdidos o que nunca tuviste. Las palabras "Dios es bueno" tienen sentido cuando Dios da; pueden desconcertar cuando toma o retiene. Tal vez en este momento, decir: "Dios es bueno" se siente un poco como decir: "La tierra orbita alrededor del sol". Lo crees porque personas confiables te lo han dicho. Pero lo crees en contra de tus percepciones.
Los Salmos pueden ayudarnos. A veces, cuando estos cantantes decían: "Dios es bueno", la vida se sentía repugnantemente mal. Entonces, ¿Qué significaba para ellos "Dios es bueno"? Podemos captar el clamor de su corazón de tres maneras.
“Dios me da lo bueno”
Primero, cuando los salmistas dijeron: "Dios es bueno", quisieron decir: "Dios me da lo bueno". Padre de las luces, fuente de bellezas, almacén de tesoros, inventor de placeres, Dios da cosas buenas, y lo hace abundantemente.
Los cantores de Israel vivían en un mundo gobernado y lleno de Dios, un mundo donde nada bueno llegaba por accidente; por eso, incluso las provisiones más pequeñas y ordinarias de la vida hablaban de una bondad grande y extraordinaria. El pan, el aceite y el vino (Salmo 104:14–15), las lluvias suaves y las buenas cosechas (Salmo 85:12), todo el mundo que se puede probar y ver (Salmo 34:8, 10): todo eso era, para ellos, un regalo de un Dios muy bueno.
¿Quién sino un Dios bueno crearía un mundo de una belleza tan pródiga? ¿Quién más crearía vientres y luego los llenaría continuamente por la mañana, al mediodía y por la noche, día tras día tras día? ¿Quién más dotaría al cuerpo humano con cinco sentidos capaces de fascinarse sin fin? Un Dios cruel, dice C.S. Lewis, podría “poner trampas y tratar de atraer con cebos. Pero nunca habría pensado en cebos como el amor, la risa, los narcisos o una puesta de sol helada" (A Grief Observed, 31). Un mundo tan tremendamente maravilloso como el nuestro proclama un Dios aún más tremendamente maravilloso.
Deja de lado por un momento los regalos o dones que anhelas tener. ¿Puedes ver, en tu café de la mañana y en tu despensa abastecida, en las hojas de primavera y en la parcela del jardín, que "Jehová es bueno para con todos, y su misericordia es sobre todo lo que ha hecho" (Salmo 145:9)?
“Dios obra para mi bien”
Aún así, Dios sabe que su bondad general, la bondad que dispersa a través de todos nuestros días, no elimina el dolor de los bienes particulares que no nos ha dado. Una mujer que anhela vida en su vientre, un padre diagnosticado demasiado joven, una persona solitaria que desea un amigo: todos pueden reconocer la bondad que Dios ya ha dado, mientras siguen anhelando algo más. Y así, encontramos en los Salmos la convicción de que Dios no solo me da el bien sino que también obra mi bien a través de todo lo malo.
Vemos el compromiso de Dios de obrar lo mejor para nosotros, especialmente en su compromiso de perdonar lo peor de nosotros. De hecho, cuando los salmistas celebran la bondad de Dios, a menudo tienen en mente la bondad de su gracia. "Tú, Señor, eres bueno y perdonador" (Salmo 86:5). A través de Jesús, Dios corona nuestras cabezas culpables con gracia y nos rescata de los líos de nuestra propia creación (Salmo 103:4; 107:1–3). Él nos redime de lo peor que hemos hecho.
Y si Dios obró nuestro bien incluso en nuestro peor momento, entonces ciertamente lo hará en todas partes, incluso en aquellos lugares donde su bondad parece haberse ido. En el Salmo 23, David representa la bondad de Dios siguiéndolo, persiguiéndolo, no solo a veces, sino "todos los días de mi vida" (Salmo 23:6). En algunos días, la bondad de Dios lo condujo a verdes pastos y aguas tranquilas; en otros, lo llevó por el valle de sombra de muerte; pero en todos sus días, lo guió hacia “la casa del Señor”, donde ahora mora para siempre. Y así lo hace la bondad de Dios con nosotros.
Cuando lleguemos a esa casa y miremos hacia atrás en nuestro camino retorcido, sin duda veremos más claramente cómo no solo los pastos sino también los valles nos llevaron más cerca del cielo, cómo la bondad entrelazó tanto el dar como el quitar. Pero por ahora, Dios nos llama a creer lo que tal vez no podamos ver: que la mano que nos guía hacia la tierra de profunda oscuridad no es otra que la mano de la bondad de Dios, llevándonos a casa.
“Dios es mi bien”
Cuando decimos que Dios obra para nuestro bien, miramos con fe hacia el día en que se revelará la bondad presente en nuestro dolor. Pero mientras tanto, el mismo Dios que me da lo bueno y obra para mi bien, es mi bien. “Yo dije al Señor: Tú eres mi Señor; ningún bien tengo fuera de ti” (Salmo 16:2).
Una de las afirmaciones más conmovedoras y hermosas sobre la bondad de Dios se encuentra cerca del final del Salmo 73. El camino a ese lugar fue tortuoso para Asaf el salmista: Durante muchos días amargos, solo podía ver las cosas buenas que otros tenían y que él no: cosas buenas que imaginaba que Dios reservaba solo para hombres justos como él. Dios no parecía bueno.
Pero entonces Asaf “entró en el santuario de Dios” y vio lo que antes no podía ver (Salmo 73:17). Sin embargo, sus manos, que tenían tan pocos dones, eran sostenidas por Dios: "Con todo, yo siempre estuve contigo; Me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, Y después me recibirás en gloria." (Salmo 73:23–24). En un instante, el cielo volvió a estar habitado por el Dios de una bondad sorprendente y sobreabundante (Salmo 73:25).
Y en ese mismo instante, su idea de lo que es “el bien” cambió radicalmente: “Para mí, el bien es estar cerca de Dios” (Salmo 73:28). Antes, habría terminado esa frase de muchas otras maneras: “Para mí el bien es tener comodidad y abundancia, respeto y buenas perspectivas.” Y así, también nuestros propios corazones han encontrado mil formas de terminar esa frase sin hacer referencia a Dios. Pero cuando vemos la mano que sostiene la nuestra, una mano que ahora lleva cicatrices, cuando escuchamos el consejo que nos da y percibimos la gloria que Él es, no podemos terminar la frase sino como lo hizo Asaf: “Para mí, el bien es estar cerca de Dios.”
Dios, el buen Padre, el buen Hijo y el buen Espíritu. Dios, la fuente de la que fluye todo don. Dios, el que nos creó para tener comunión con él y nos redimió para regocijarnos en él. Dios, la definición del bien y aquel sin el cual nada es bueno. Vengan los valles, venga la oscuridad, venga la escasez o la pérdida: si recibimos más de Dios, tenemos más bien que todo lo que la tierra pueda ofrecer (Salmo 73:25).
El día llegará en que disfrutaremos de todo don bueno en un mundo renovado. Pero por ahora, solo Dios sabe qué dones nos acercarán a Él y cuáles no alejarán de Él. Y por eso Él dispone, siendo el Dios bueno que es, la cantidad perfecta de placer y de dolor para mantenernos cerca, mostrarnos más de Él, y llevarnos de regreso a casa con Él.
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