Jesús lo cambia todo
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Randy Alcorn sobre Salvación
Traducción por Julieta Liendo
Desde niño amaba la astronomía. Crecí en un hogar no creyente. Noche tras noche miraba las estrellas, sin tener la menor idea de que existía un Creador, y sin embargo anhelaba algo que fuese más grande que yo.
Una noche, mientras miraba atentamente a través del telescopio la gran galaxia de Andrómeda con sus trillones de estrellas a 2,5 millones de años luz, me quedé asombrado. Anhelaba descubrir sus maravillas y perderme en su inmensidad.
Leí novelas de fantansía y ciencia ficción de otros mundos, de grandes batallas y acontecimientos. Sabía que el universo era inmenso más allá de lo que podía entender. Pero mi asombro fue superado por una sensación de soledad y alejamiento que se tornaba a veces insoportable. Si miro hacía atrás, creo que quería adorar, pero no sabía qué o a quién adorar. Lloraba no sólo porque me sentía insignificante, sino también porque me sentía muy alejado del Más Importante que no conocía ni sabía de su existencia.
Años más tarde, cuando tenía quince años, luego de asistir a un grupo juvenil de la iglesia, abrí una Biblia y vi por primera vez estas palabras: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” Y después leí el versículo 14, la afirmación más grande que se hizo alguna vez: “Hizo también las estrellas.” Un universo a cien billones de años luz con innumerables estrellas, y ¡la Biblia lo hace parecer una casualidad!
Me di cuenta rápidamente que este libro hablaba sobre la Persona que creó el universo, incluso Andrómeda y la Tierra, y a mí.
No sabía por dónde empezar cuando leía la Biblia. Todo era nuevo, fascinante, algunas veces confuso, y profundamente desconcertante. Pero cuando me encontré con los Evangelios, algo cambió. Inmediatamente me fascinó Jesús. Había sido un lector insaciable de ficción, pero sabía que esto no era ficción. Sabía que Jesús no era solo un personaje en una novela. Pronto empecé a creer que Él no solo vivió hace dos mil años, sino que todavía estaba vivo. Todo sobre Jesús de Nazaret me pareció totalmente creíble. Y, de alguna manera, sabía que Él era el Único que mi corazón siempre había anhelado.
Por un milagro de gracia, Jesús me tocó profundamente, me dio un nuevo corazón, y transformó mi vida por completo. Cuarenta y nueve años después, Él todavía se revela y me transforma a su imagen y semejanza. Él es tan real para mí ahora como cuando lo conocí y no podría estar más contento por eso, pero ahora que lo conozco mejor, puedo adorarlo plenamente.
Para mí, Jesús no solo cambió todo en aquel momento. Todavía hoy sigue transformando todo.
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Humilde Salvador
Como fui criado sin tener conocimiento alguno a cerca Dios, en parte lo que me llamó la atención es ver cómo el Evangelio parece ser tan contrario al típico pensamiento humano. Además me parecieron completamente creíbles. ¡Ningún humano podría inventar semejante historia! Todo fue y seguía siendo cierto para mí...
En el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios llegaba hasta Su pueblo: “Y el Señor [...] les envió palabra repetidas veces por sus mensajeros, porque Él tenía compasión de su pueblo y de su morada; pero ellos continuamente se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y se mofaban de sus profetas” (2 Crónicas 36:15-16, NVI).
Los profetas predijeron la venida del Mesías. Además pasaron siglos de opresión y sufrimiento, y muchos habían perdido la esperanza. En toda generación hay personas como Simeón y Ana que deseaban y oraban por la venida del Mesías. Y cuando la ausencia del Redentor se volvió insoportable, Él vino: “Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gálatas 4:4, NVI).
Jesús vino a nosotros con humildad. No tuvo el honor de nacer en el palacio de un rey. No nació en Roma, la capital política del mundo, o Atenas, la capital de la filosofía, o Alexandría, la capital del intelecto, o incluso Jerusalén, la capital del culto. Nació en la pequeña Belén, que significa simplemente “Casa del Pan.”
Jesús vino para humillarse. Todos pensaron que fue concebido fuera del matrimonio, algo vergonzoso para aquella época y para ese lugar. Creció en una ciudad con mala reputación, en donde el ejército romano representaba la corrupción moral: “¡Nazaret! ¿Acaso puede salir algo bueno de ti?” (Juan 1:46, NVI).
Jesús trabajó como un humilde carpintero, vivió en la pobreza, y sufrió muchas ofensas porque pasó tres años de su vida enseñando, sanando y predicando la buena noticia del Reino de Dios. Y entonces, el eterno e infinitamente santo Hijo de Dios decidió sufrir la muerte más vergonzosa, el terrible sufrimiento que implica la cruxificción, para cargar sobre sí nuestros pecados. No algunos, sino todos.
¿Quién es Él?
Jesús corrió algunos riesgos al revelar Su identidad, lo que era considerado blasfemia para líderes religiosos de Su época. Proclamaba ser el Hijo único de Dios, uno con el Padre, descendiente del Cielo y destinado para guiar el mundo como Rey. ¿Y con qué respuesta se encontró? “Entonces, por esta causa, los judíos aún procuraban matarle” (Juan 5:18 NVI).
Hoy en día muchas personas creen que Jesús fue solo un buen maestro, un buen ejemplo moral, quizás el mejor entre muchos. Pero Sus proclamaciones en las Escrituras lo hacen imposible. En su libro Mero Cristianismo, el célebre C.S. Lewis señaló,
- Estoy intentando evitar que se diga la cosa más absurda que a menudo se dice de Él: Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto Su proclamación de ser Dios. Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que fuera simplemente un hombre y dijera la clase de cosas que Jesús decía, no sería un gran maestro moral. Sería ya sea un loco [...], o el Demonio del Infierno [...] pero no vengamos con tonterías condescendientes acerca de que Él era un gran maestro humano. No nos dejó abierta esa posibilidad. No tenía ninguna intención de hacerlo.
La batalla por las almas humanas gira en torno a la identidad de Cristo. Él es la línea divisoria entre el Cielo y el Infierno. Jesús dejó en claro eso cuando les preguntó a Sus discípulos sobre Su divinidad: “Y ustedes, les preguntó, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15, NVI).
Esa pregunta que nunca podremos responder es una de las más importantes. Nuestra propia eternidad pende de un hilo. ¿Quién es Jesús para ti? ¿Crees en lo más profundo de tu corazón y en tus pensamientos que es realmente Él? Toda persona debería responder, y si la respuesta es correcta o no, no podría ser más relevante.
Vengan y Vean
Cuando Pedro reconoció a Jesús como el Mesías, Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 16:17, LBLA).
¡Aquella persona que reconoce al verdadero Jesús es feliz! Fue verdad para Sus discípulos en aquel entonces, y es verdad para nosotros ahora.
El Cristianismo Bíblico no es básicamente una religión a cerca de Cristo, sino una relación con Cristo. Si entendemos bien a Jesús, podemos darnos el lujo de equivocarnos en algunas cosas que no son tan importantes. Pero si nos equivocamos con respecto a Jesús, al final no va a importar lo que hagamos bien.
La Biblia explica que Cristo Jesús, Hijo de Dios, en un extraordinario acto de amor, se volvió hombre para librarnos del pecado y del sufrimiento (Juan 3:16). Jesús vivió una vida sin pecado (Hebreos 2:17-18, 4:15-16). Murió en la cruz para pagar por nuestros pecados (2 Corintios 5:21). Y en aquella cruz, se hizo cargo del Infierno que merecemos para darnos el Cielo que no merecemos. Al morir Él dijo: “Consumado es” (Juan 19:30), y usó la expresión griega para cancelar certificados de deuda, que significa “pagado en su totalidad.” Jesús se levantó del sepulcro, venció el pecado y la muerte (1 Corintios 15:3-4, 54-57).
Cristo ofrece libremente el regalo del perdón y la vida eterna: “Y el que tiene sed, venga; y el que desea, que tome gratuitamente del agua de la vida” (Apocalipsis 22:17, NVI).
Además de conocer Su nombre, ¿has llegado a conocer a Jesús como tu Salvador y Señor, y como tu mejor amigo? “Vengan y vean las obras de Dios,” el salmista dice, “¡admirable en sus hechos a favor de los hijos de los hombres!” (Salmo 66:5, NVI). “Prueben y vean que el Señor es bueno” (Salmo 34:8).
Las Escrituras nos ofrecen muchas invitaciones para acercarnos a Dios y experimentar Su amor personalmente. Con tan solo abrir la Biblia puedes conocer a Jesús. Deja de lado todos los otros prejuicios y aprende sobre Cristo. Lee Su vida en los Evangelios, en los libros de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Escucha Sus palabras. Preguntate quién es Él y si puedes creer en Él o no. Si lo mantienes alejado de ti, nunca verás como es Él. Felipe simplemente invitó a su amigo Natanael a “venir y ver” a Jesús (Juan 1:45-46).
¿Tú has venido? ¿Lo has visto a Él? Si no, prepárate. Porque una vez que conoces a Jesús, me refiero a conocerlo como realmente es Él, tú, tu forma de ver el mundo, tus metas, tus sentimientos, y todo cambiará. Y gracias a que Él nunca se da por vencido con nosotros, los cambios continuarán. Se trata de crecer, no de morir, de santificarse, no de estancarse. Esa es la clave de una vida Cristiana, no aburrida sino inspiradora. Jesús, que hizo girar las galaxias, pintó atardeceres, y le enseñó a las ballenas jorobadas a migrar, puede reconfortar y dar paz, ¡pero Él nunca es aburrido!
Nuestra Mejor Reflexión
Aunque hayas venido y visto a Jesús, aceptado Su invitación, y caminado junto a Él durante años, nunca podrás conocer Sus profundidades. John Flavel, clérigo presbiteriano inglés, escribió alguna vez: “Cuanto mas conoces a Cristo, y mas cerca estás de Él, más ves su gloria. Cada faceta de Cristo entretiene nuestro pensamiento dándole un nuevo aire. Él es como un nuevo Cristo todos los días, y sin embargo, sigue siendo el mismo Cristo.”
No hay mejor tema para ocupar nuestra mente que Jesús mismo. Él es “el Alfa y la Omega [...] el Principio y el Fin” (Apocalipsis 22:13). Le agradezco a Dios que hoy no solo conozco y amo a Jesús como solía hacerlo, sino que lo conozco y amo mucho más. Eso es para su reconocimiento, y estoy profundamente agradecido. Él hace que la vida sea muy emocionante y valiosa. Como el apóstol Pablo, hoy más que nunca, quiero conocer a Cristo (Filipenses 3:10). ¿Y tú?
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