La Navidad con un silla vacía

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English: Christmas with an Empty Chair

© Desiring God

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Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Jorge Ruiz de Mena


Contenido

Cuando las vacaciones sencillamente no son lo mismo

Esta Navidad mi abuelo ya no está con nosotros.

Apenas recuerdo una sin él y, sin embargo, su ausencia se está convirtiendo ahora en la nueva normalidad. Ya no nos reunimos en su salón para leer el relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús, cantar “Joy to the World”, abrir los regalos juntos o tomar la cena de Navidad que él preparó. Su silla, antaño tan llena de cariño, de risas contagiosas y de ese reposo caballeresco, está ahora en silencio, llena de recuerdos.

Una nueva sensación cena ahora conmigo durante esta época, mi época favorita del año. Mientras la mesa del comedor se llena de nuevas caras, nuevas sonrisas y nuevos bebés, nostalgias de navidades pasadas se despliegan en el ambiente. Aquí, más que en cualquier otro lugar o momento, los días pasados y los días presentes se encuentran. Aquí contemplo escenas navideñas nuevas con ojos viejos. Muchas cosas son iguales, otras muchas diferentes.

La pérdida me ha hecho más mayor.

Miro alrededor de la mesa a los ojos brillantes de los niños y veo una alegría sin cargas. La Navidad que han conocido es la misma que la de hoy. No pueden ver lo que ven sus padres. No pueden detectar el tenue resplandor de sus rostros ni oír las voces silenciosas. Para ellos, las sillas no están vacías, están por llenar. No conocen el dolor de nuestra celebración, las heridas que nunca terminan de sanar.

Ahora conozco la Navidad como lo hizo mi abuelo durante años: como una mezcla de alegría y dolor, gratitud y pesar, la Navidad de ahora y la de entonces. No podía distinguir a los demás que, desde otras vidas pasadas, cenaban con nosotros alrededor de la mesa: padres, amigos, su amada esposa. Nunca me di cuenta de que sus Navidades estaban llenas de algo más que esa única Navidad. Ahora veo la dimensión tácita. Comprendo mejor esa sonrisa curtida, más llena, pero más triste que antes.

Basta decir que las Navidades de hoy no son lo mismo.

¿Deshacerse de lo viejo?

Con esta nueva experiencia de la Navidad con una silla vacía, llegan ciertas amenazas y tentaciones.

Jesús advirtió una vez sobre el coser un trozo de tela nueva sobre un vestido viejo; o el poner vino nuevo en botas viejas. Las botas podrían romperse, enseñó; la tela podría rasgarse. Pero aquí estamos. En la mente del hombre o la mujer que ha perdido, lo nuevo se remienda con lo viejo; el vino nuevo se vierte en las viejas botas familiares.

Tal vez te sientas identificado. La presión de sentarse y comer y cantar donde antes él o ella se sentaba y comía y cantaba puede desgarrar el corazón. Puede que hayas perdido algo más que a un abuelo. La tensión de la pena que se siente en las fiestas casi conmociona. El cónyuge cuyo nombre está inscrito en el ornamento ya no está aquí. Falta una bota de navidad. Ese querido niño al que viste bajar corriendo las escaleras la mañana de Navidad hace algunos años que no viene. La Navidad, a este lado del cielo, nunca será lo mismo.

No pretendo conocer tales profundidades de la desesperación. Pero sí conozco dos tentaciones gemelas que tienen los que hemos perdido a alguien. Espero que el hecho de nombrarlas te ayude en esta Navidad.

El Pasado se Traga al Presente

La primera tentación entra dentro de ese tipo de penas que nos secuestran de la vida actual. Este dolor sin fondo llega cuando empezamos a mirar una y otra vez a esa silla vacía. La pena abruma toda la alegría; el pasado se traga el presente. El bien que llega no es el que era antes, por lo que todo motivo de felicidad actual se estropea o se olvida.

Es un ir más allá del sano dolor y recuerdo de nuestras pérdidas. Envenena el corazón al plantear la pregunta que el sabio nos pide que no hagamos: “No digas”, advierte, “¿por qué fueron los días pasados mejores que estos?” Porque, continúa, “no es sabio que preguntes sobre esto” (Eclesiastés 7:10, LBLA). Esta pena envenena lo que es con lo que fue. Nos dificulta seguir adelante.

El dolor amenaza con encerrarnos en oscuros sótanos del pasado, impidiéndonos disfrutar del niño que juega en el suelo o de las nuevas caras alrededor de la mesa.

Culpa que cae sobre nuestros hombros

En segundo lugar, está la tentación de doblegarse ante la culpa que cae sobre nuestros hombros Lewis capta bien esto en A Grief Observed:

“No se puede negar que, en cierto sentido, 'me siento mejor', y eso conlleva a su vez una especie de vergüenza y la sensación de que uno ha de sentirse obligado a cuidar, fomentar y prolongar su infelicidad”( p.53).

Esta tentación ve a una silla vacía que nos frunce el ceño. “¿Por qué no estás más triste? ¿Cómo puede la Navidad seguir siendo alegre? ¿Acaso no lo amabas?”. El recuerdo, al no permanecer en su lugar adecuado, se cierne sobre nuestro hombro, vigilando nuestra felicidad en el presente. Esta vergüenza es una enfermedad que nos tienta a odiar el bienestar.

Así pues, la silla vacía puede amenazar con abrumar todo gozo en esta Navidad o avergonzarnos por sentir alguna alegría durante estos días. Hay que resistirse a ambas cosas.

Derretir las nubes de la tristeza

¿Y qué hacemos? Ahí está la silla vacía.

Luchando contra ambas tentaciones, tengo que recordarme a mí mismo: La Navidad no tiene que ver con la familia alrededor de una mesa, sino con Jesús. Y Jesús ha prometido que, para sus gentes —para mi abuelo—, estar ausente de la mesa de Navidad es estar presente con él.

Me pregunto: ¿Debo desear que mi abuelo vuelva? Si estuviera en mi mano, ¿lo sacaría de esa fiesta, reuniría su alma con su cuerpo afligido — devolviéndolo a la enfermedad, a la soledad, al pecado—, lo convocaría desde el cielo del mismo Cristo a una sombría celebración de Cristo en la tierra?

Algunos días me lo planteo a medias.

Pero sé que, si pudiera hablar con él ahora, él querría que estuviese allí. La silla vacía que el cielo anhela ver llena no está en torno a nuestra cena de Navidad, sino en las sillas vacías que aún rodean a Cristo. Nuestros sitios ya están fijados. La mejor vida, la vida real, la vida verdadera, la vida duradera, se encuentra en ese mundo. Esa silla vacía de nuestros seres queridos que se han ido no es sólo un recuerdo de la pérdida, sino una indicación de la ganancia que se avecina.

Este lugar de sombras y tinieblas, de pecado y de Satanás, de dolor y de muerte, no es aún lugar para ese Feliz Reencuentro. El golpe emocional de esta Navidad apagada me recuerda que la vida no es lo que debería ser, pero también puede recordarme que la vida no es lo que pronto será para todos los que creen.

Jesús llegará en una Segunda Venida. Él hará que todo se renueve. Las Navidades con sillas vacías están contadas; éstas también pasarán pronto. Y la silla más grandiosa que será ocupada, la que restaurará todas las cosas, y traerá verdadera alegría al mundo, es Jesucristo, el bebé que una vez nació en Belén y ahora es el Rey que gobierna el universo. Se sentará a comer con nosotros en su eterna cena del Cordero.

Y hasta entonces, mientras viajamos por las Navidades presentes y futuras, rezo por mí y por ti,

Derrite las nubes del pecado y la tristeza;
Aleja la oscuridad de la duda;
Dador de alegría inmortal,
¡Llénanos con la luz del día!

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