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English: The Marvelous Mundane

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Por Steven Lee sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Ezequiel López

La aceptación del lento trabajo de Dios

La joven madre se encuentra sola con su bebé, que está cubierto de sudor, orina y baba. La vida se siente ordinaria y repetitiva. Otra tanda de ropa espera impaciente ser lavada. El lavavajillas ruega que le saquen los platos. Otro pañal pide a gritos ser cambiado. Los primeros años de la crianza de los hijos pueden sentirse como vaciar una bañera con una cuchara: dura demasiado y se hace muy lento.

El cuidador de un pariente envejecido está cansado y agotado. ¿Ya comió? ¿Tomó la pastilla? ¿Podemos pagar el cuidado de transición? ¿Quién los va a cuidar si queremos salir de viaje? No hay una afición que te aliente en este camino arduo. La labor del amor es un esfuerzo duradero, al igual que física y mentalmente agotador.

El hombre de mediana edad sigue trabajando sin un final a la vista. No le gusta su trabajo, pero paga las cuentas y lleva comida a la mesa. Sus dolores y sufrimientos, además de la cintura, crecen un poco más cada año. Trabaja arduamente para mantener a aquellos que ama, pero se pregunta si no hay nada más que esto. ¿Por qué la vida se siente tan insignificante?

Los veinteañeros se gradúan con un flamante diploma en mano. Sin embargo, los empleadores no se sienten impresionados y los trabajos son elusivos y no pagan mucho. Una joven comienza su jornada laboral en una cafetería de la zona, mientras espera que los departamentos de recursos humanos devuelvan las llamadas. No anticipó que prepararía café con leche de avena y avellana todo el día después de graduarse. ¿Qué sigue?

¿Dios obra durante los momentos ordinarios de la vida?

Años de rutina, monotonía e incertidumbre pueden hacernos cuestionar. ¿Para esto he sido llamado? ¿Debería hacer otra cosa o seguir por este camino conocido? A veces, Dios usa nuestra inquietud para hacernos despertar. Debemos estar haciendo algo diferente. Dios nos hace seguir otro camino y usa esta incertidumbre para llevarnos a donde tenemos que estar. Pero en otros casos, la sabiduría dicta que nos quedemos donde estamos y sigamos esforzándonos. No obstante, quizá todavía preguntemos, ¿Dios está obrando?

Sabemos que la respuesta es sí, pero, ¿qué pasa si no vemos o sentimos la presencia de Dios? ¿Dónde podemos encontrar alguna evidencia de que Dios está obrando durante los momentos ordinarios de nuestras vidas?

La paciencia en el esfuerzo

Primero, la Biblia nos recuerda ser pacientes en nuestro esfuerzo. Jesús enseña a sus discípulos que la vida cristiana es como la agricultura. Las semillas de la palabra de Dios, cuando se planta en tierra fértil, “dan fruto con su perseverancia” (Lucas 8:15, LBLA). Toma años para alcanzar la madurez. Las raíces necesitan tiempo para crecer en profundidad. Los troncos necesitan tiempo para endurecerse. Las ramas necesitan tiempo para que se fortalezcan lo suficiente para soportar el peso de la fruta.

“Cristo está obrando no solo en los puntos altos de la vida, cuando escalamos los Alpes, sino también en los valles y en las llanuras”. Casi todo lo que vale la pena toma tiempo. Miles de expresiones de amor y lealtad cultivan un matrimonio feliz. La crianza de niños para convertirlos en hombres y mujeres temerosos de Dios requiere sangre, sudor y lágrimas durante muchos años. Construir una congregación devota requiere décadas de esfuerzo fiel y predicación. Transformar una comunidad, ciudad o nación no ocurre de un día para el otro. Dios, por lo general, no se apresura en su obra de santificación. Él nos va amoldando poco a poco a la imagen de su Hijo.

El Señor de las tierras bajas

Segundo, las cartas del apóstol Pablo revelan la obra de Dios en personas ordinarias que realizan actos comunes y corrientes para lograr sus propósitos divinos.

Al final de Colosenses, Pablo menciona a Tíquico y Onésimo, dos mensajeros que probablemente repartieron las cartas a los santos en Colosas y Éfeso, así como también a Filemón (Colosenses 4:7–9; Efesios 6:21, LBLA). Se trata de hermanos queridos y ministros fieles; carteros que hacen el trabajo de un ministerio evangélico. Gracias a que cumplieron con su tarea con fidelidad, estas cartas todavía retumban hasta este día.

El reino de Cristo avanza mediante la labor de los apóstoles, sin duda, pero también mediante santos fieles y ordinarios. Algunos son nombrados en las cartas de Pablo, pero la mayoría quedaron anónimos. Son los nadie de la historia de la iglesia, pero sus labores tendrán su eco en la eternidad. Cristo está obrando no solo en los puntos altos de la vida, cuando escalamos los Alpes, sino también en los valles y en las llanuras. Él es el Señor cuando cruzamos las tierras bajas e incluso cuando estamos atrapados en el pozo. Él obra en las grietas de la vida.

Tíquico pudo haber sentido frío y usado uno de los pergaminos para hacer fuego. Él y Onésimo pudieron abandonar la misión si se presentaba una oportunidad más lucrativa. Sin embargo, cumplieron fielmente con su misión. Dios obra mediante la pequeña obediencia de mensajeros de cartas y colaboradores para construir su iglesia.

Nunca un momento insignificante

Tercero, cada etapa, rol o periodo de la vida es una oportunidad para glorificar a Dios. Previamente en Colosenses, Pablo se dirige a las mujeres, los maridos, los hijos, los padres, los sirvientes y los amos (Colosenses 3:18–4:1, LBLA). No considera como insignificantes a las acciones en la casa, en el matrimonio, en el trabajo o en el campo. Las mujeres están sujetas a sus maridos “como conviene en el Señor” (Colosenses 3:18, LBLA). Los hijos deben obedecer a los padres “porque esto es agradable al Señor” (Colosenses 3:20, LBLA). Los siervos deben obedecer en todo, “temiendo al Señor” (Colosenses 3:22, LBLA). Esa fiel obediencia honra a Dios.

El lema de esta sección se encuentra en Colosenses 3:17 (LBLA): “todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús”. Podemos honrar a Jesús del lunes al viernes y el fin de semana. Podemos hacerlo cuando las tareas sean ordinarias y monótonas. En cierto sentido, nunca hay un momento insignificante. ¡En cualquier momento y en cada tarea, podemos actuar para el Señor! Podemos trabajar no para ganar dinero, respeto o aprobación de los demás, sino para complacer a Dios.

C.S. Lewis escribió acertadamente que “no hay simples mortales”. Todos tenemos un alma eterna. Asimismo, no hay momentos ordinarios. Nuestros trabajos, el tiempo en familia, los proyectos domésticos, las tareas del jardín no son intrascendentes. Podemos comer, tomar y hacerlo todo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31, LBLA). Cristo obra en las cosas comunes.

Cristo en la cotidianidad

Dios siempre está obrando, ¿acaso lo vemos? Él está obrando activamente en las grietas y la cotidianidad de la vida. La monotonía no es contraria a la fiel labor evangélica. Sino que la fidelidad se cocina en el horno de la rutina, donde aprendemos disciplina, desarrollamos constancia, cultivamos paciencia y fomentamos los ojos para ver a Cristo mientras obra.

A pesar de que el esfuerzo fiel no es aclamado por multitudes, nuestras labores en Cristo no serán en vano. Honramos a Cristo mientras vivimos los millones de pequeños momentos en nuestras vidas: tener a un bebé en brazos, cocinar, llevar adelante una casa, proveer por medio del trabajo.

Entonces, si sientes que la vida es aburrida, los días se hacen largos, las tareas son ordinarias y el esfuerzo se torna excesivo, anímate. Dios está transformándote ―momento a momento, día a día, año a año― en la imagen de su Hijo. Él está fortaleciendo tus músculos de fe para poder estar “firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58, LBLA).


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