La muerte no tiene la última palabra

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English: Death Does Not Have the Last Word

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Por R.C. Sproul sobre Muerte & Morir

Traducción por Paula Andrea Ramos


Las armas del naturalismo secular, cuando se dirigen hacia la fe cristiana, se asemejan menos a escopetas y más a fusiles cuidadosamente apuntados. El objetivo principal del naturalista es la doctrina bíblica de la creación. Si la doctrina de la creación cae, todo lo concerniente al JudeoCristianismo cae con ella. Cualquier escéptico comprende eso. De allí el constante ataque a Génesis 1.

Pero junto con el ataque contra la creación divina viene el asalto a la enseñanza bíblica de un Adán histórico, que está involucrado en una caída histórica, el resultado de lo cual es la entrada de la muerte en el mundo. Si Adán puede ser confinado al género de la mitología y la caída junto con él, entonces veremos a la muerte como un fenómeno puramente natural sin relación con el pecado.

Mucho está puesto en juego con la enseñanza bíblica de la caída, porque esta doctrina está vinculada a la doctrina de la redención. La función histórica del primer Adán es igualada y superada por la vida histórica del último Adán, Jesucristo.

En el siglo XVIII, cuando Jonathan Edwards escribió su extenso tratado sobre el pecado original, no discutía sólo de enseñanza bíblica. Él sostenía también que si la Biblia misma no decía nada acerca de una caída histórica, la razón natural debería sugerir esa idea basada en la realidad de la presencia universal del pecado. Si el pecado es simplemente el resultado de las malas decisiones que algunas personas toman, podríamos asumir que al menos el 50 por ciento de la gente nacida en este mundo elegiría el camino correcto en vez del pecaminoso, que es tan dañino para nuestra humanidad. El hecho de que el 100 por ciento de la raza humana caiga en pecado, indica que debe haber un defecto moral inherente a la raza. Por supuesto, Edwards señala la caída, un evento histórico, para tenerlo en cuenta en este defecto fatal universal.

En la narración del Génesis, se nos dice que el alma que peque morirá. En Su advertencia a nuestros padres originales con respecto a la desobediencia, Dios declaró que "el día que coman de él seguramente morirán" (Gen. 2:17). Y continúa diciendo que el día que Adán y Eva desobedecieron a su Creador, no experimentaron la plenitud de lo que la traducción griega del Viejo Testamento llama thanatos (muerte física). Por esta razón, algunos han sostenido que la muerte que Dios prometió no era física, sino espiritual.

Sin duda, la muerte espiritual llegó el mismo día que Adán y Eva pecaron. Pero el hecho de que ellos no experimentaron la muerte física ese día no fue el resultado de que Dios fuera permisivo con respecto a Sus advertencias y juicios. En cambio, fue el resultado de que Dios templara Su justicia con misericordia, permitiendo la redención de sus criaturas caídas, aun cuando Adán y Eva estaban todavía, en última instancia, destinados a sucumbir a la muerte física.

Desde la caída, cada ser humano nacido en este mundo, como un hijo natural de Adán, llega "M.A.L." Él está "muerto al llegar" en un sentido espiritual, cuando nace. Pero esta muerte espiritual no es lo mismo que la muerte biológica, aunque la muerte biológica es también el inevitable destino de todos los pecadores. Entonces, aunque llegamos muertos en un sentido espiritual, llegamos sin embargo biológicamente vivos. Durante nuestros días en este planeta, vagamos esperando la ejecución, viviendo bajo la carga de la sentencia de muerte que nos ha sido impuesta por el pecado.

En Romanos 5, Pablo vincula la entrada de la muerte al mundo con el pecado. En versículos 12-14 él escribe:

Por lo tanto, así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.

Más adelante, en el versículo 17, Pablo continúa: "En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia." Aquí Pablo está diciendo que aunque la ley Mosaica aún no había aparecido en las tablas de piedra del Monte Sinaí, Dios había escrito Su ley tan indeleblemente en cada corazón humano, que esta ley estaba presente aún antes de Los Diez Mandamientos. La razón que Pablo sostiene para esa realidad, es que la muerte reinó de Adán a Moisés. Si la muerte es la pena por el pecado, y el pecado está definido en términos de transgresión a la ley, la conclusión que el apóstol enfatiza es que la muerte vino al mundo por la violación de la ley de Dios.

Cuando el contraste entre el primer Adán y el último Adán, Jesucristo, es desarrollado en el Nuevo Testamento, vemos en la labor de Cristo la conquista sobre el último enemigo: la muerte. El puritano John Owen escribió un libro clásico titulado "La Muerte de la Muerte en la Muerte de Cristo". Owen decía que, en la muerte de Cristo, Él tomó sobre Sí la maldición que estaba inseparablemente ligada a la medida punitiva de la muerte. Para aquellos que ponen su fe en Cristo, esa maldición es removida, así que ahora, para todos los que están en Cristo, la muerte ya no es una maldición. Su aguijón ha sido removido. La burla de la tumba ha sido silenciada y ahora la muerte es meramente una transicion desde esta vida a la siguiente. El contraste que es dado en el Nuevo Testamento no es que esta vida es mala y la siguiente es buena. Al contrario, el apóstol Pablo dice que esta vida es buena, pero morir y estar con Cristo es mejor. Entonces la muerte representa para el creyente una ganancia, un extraordinario logro.

Cuando cerramos nuestros ojos en la muerte, no cesamos de estar vivos; en vez de eso, experimentamos una continuación de la conciencia personal. Ninguna persona está más consciente, alerta y despierta que cuando pasa a través del velo entre este mundo y el próximo. Lejos de caer dormidos, somos despertados a la gloria en todo su significado. Para el creyente, la muerte no tiene la última palabra. La muerte se ha rendido al poder conquistador de Aquél que fue resucitado como el primogénito de muchos hermanos.


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