La repentina ruina de un corazón obstinado
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Bárbara
El que a menudo es reprendido, pero endurece su obstinación, de repente será quebrantado sin remedio. (Proverbios 29:1)
Se ofende con la instrucción y se sonroja ante la corrección. Peca, sí, pero eso no es asunto tuyo. La corrección lo empeora. No es conocido por su carácter fuerte, sino por su testarudez: un hombre testarudo que solo va en su propio camino: el suyo.
Él sabe más que otros. Sus amigos, si aún conservan su nombre, intentan confrontar sus flagrantes defectos. Quieren algo mejor para él. Son valientes: ¿intentarías controlar a un toro por la oreja? Él avanza en estampida, pisoteando todo a su paso. Dios habla; él cuelga. La sabiduría clama en la calle; él se desvía. Las súplicas del amor no pueden atarle. La conciencia no puede disuadirlo. Su cuello, fuerte como un roble, solo se endurece más.
No es tan malo como dicen, piensa. Puedo parar en cualquier momento. ¿Quiénes son ellos para juzgar?
Es un necio. Un Nabal. «Un hombre tan indigno que no se le puede hablar» (1 Samuel 25:17). Un hijo demasiado sabio para su padre. Una oveja demasiado lista para sus pastores. Un anciano demasiado orgulloso para cambiar. Escupe sobre la mano que le entrega el don de Dios: la gracia de la corrección. Pasa de largo las señales que advierten del precipicio. Como el faraón, clama desde el trono que él mismo se ha hecho: «¿Quién es el Señor, para que yo escuche su voz?» (Éxodo 5:2).
Caída inevitable
Nuestro proverbio advierte cómo una larga negación termina rápidamente. La ruina reemplaza a la sordera. Su camino —de repente—. Cae —destrozado sin remedio. Este es el día que pensó que nunca llegaría, el fin que dijo que nunca encontraría. Está destrozado sin remedio. Sin segundas oportunidades. Sin poder hacerlo de nuevo. Sin otra oportunidad para reflexionar sobre su camino y cambiar su forma de ser.
Los sermones de Noé ya no se escuchan. Dios sella la puerta del arca; comienza la lluvia. La risa de los yernos de Lot se apaga; el fuego cae sobre Sodoma. Los profetas ya no alzan su clamor de arrepentimiento y aflicción; Jerusalén está rodeada por Babilonia; por Roma. Y se acerca el día en que los estudios bíblicos se extinguirán y los servicios religiosos tal como los conocemos terminarán; Jesús llegará. Los obstinados serán quebrantados finalmente y para siempre.
Los bueyes testarudos, indomables e incorregibles, siempre acaban encontrando el precipicio.
Se estremecen en el fondo y gimen: “¡Cómo aborrecí la disciplina, y mi corazón despreció la reprensión! No escuché la voz de mis maestros ni incliné mi oído a mis instructores” (Proverbios 5:12-13). ¿Acaso la sabiduría llora por su caída? ¿Llora su miseria final? “Me burlaré cuando el terror te golpee… cuando la tribulación y la angustia te sobrevengan” (Proverbios 1:24-27). Sin embargo, ¿acaso Jesús llora por ellos? “En cuanto a estos enemigos míos, que no querían que yo reinara sobre ellos, tráiganlos acá y destrúyanlos delante de mí” (Lucas 19:27). Como él no escuchó los clamores del Todopoderoso, el Todopoderoso no escuchará a los suyos. Oh, teme a un corazón duro más que a una palabra dura.
Reprobando el amor
Algunos de ustedes han sido reprendidos repetidamente durante años sin éxito. Han sido implorados, advertidos con seriedad, y varios de sus familiares más cercanos les han hablado, y aun así, vuestra obstinación no ha hecho más que aumentar. Lo que han recibido como la insistencia de los cristianos ha sido la paciente invitación de un Dios que repite: “¿Acaso me complazco en la muerte del impío —declara el Señor Dios—, y no más bien en que se aparte de su camino y viva?” (Ezequiel 18:23). ¿Será desatendida su oferta de perdón gratuito y completo, y de placeres eternos en su familia? ¿Acaso el conocimiento de que esta oferta llegó con el repentino y total quebrantamiento de su propio Hijo amado no hará brotar agua de su corazón de piedra?
Otros saben que Dios quiere enviarlos a reprender, y la mayor parte del tiempo han permanecido en silencio. Eres Jonás, reacio a ir a Nínive con un mensaje de arrepentimiento y salvación. Quizás dijiste algo una vez, pero no volverás a poner la mano en esa estufa. Con humildad, amor, oración y de manera apropiada, ofrece tu reprimenda. «Como anillo de oro o joya de oro es el sabio reprendedor al oído atento» (Proverbios 25:12). Ora para que alguien te escuche.
Es mejor dejar las cosas como están, hasta que no lo estén. “El que es reprendido muchas veces, pero endurece su obstinación, de repente será quebrantado sin remedio”. Él se niega a creer en Dios, pero tú crees. Él piensa que es insignificante hacer malabarismos con cuchillos que apuñalan almas, pero tú sabes que no es así. Y porque sabes que no es así, puedes sentirte mejor. No te rindas. No olvides orar por él. Llora por él. Suplica. No apagues tu sentimiento por él, incluso si eso permite que “gran tristeza y continua angustia” entre en tu corazón (Romanos 9:2). Estas son alarmas para ayunar, para interceder, para rebosar de compasión como lo hizo tu Salvador: “¡Jerusalén, Jerusalén!” (Mateo 23:37).
Y seamos, cristianos, un pueblo que recibe con gusto la reprensión. «Que un justo me golpe, es un favor; que me reprenda, es aceite para mi cabeza; que mi cabeza no lo rechace» (Salmo 141:5). Queremos rechazarlo. Criticar la entrega del mensajero. No dejes que tu cabeza rechace este aceite. Aprende de este hombre-buey y tiembla. Las personas inseguras, orgullosas y autosuficientes no toleran las reprensiones. Pero sabes que no cumples con la perfecta voluntad de Dios, y puedes admitirlo plenamente porque confías en la perfección de Jesús para tu beneficio.
Puedes soportar, e incluso ofrecer hospitalidad, a esas palabras de castigo. El Espíritu usa herramientas imperfectas y reproches defectuosos para moldearnos a la semejanza del Hijo, hasta ese repentino y feliz cambio, cuando seamos sanados sin quebrantamiento alguno, al verlo cara a cara.
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