La sumisión es un arma extraordinaria

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English: Submission Is a Wonderful Weapon

© Desiring God

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Por Abigail Dodds sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Yura Gonzalez


Yo era una persona sumisa antes de casarme. Una chica que se deja llevar por la corriente. Relajada. De trato fácil. Si otros tenían una opinión sobre algo; como qué actividad hacer, qué comer o cómo algo debía hacerse, yo era la primera en estar de acuerdo.

Tampoco demoraba en brindar mi ayuda, aceptaba cualquier trabajo que me asignaban y era feliz de no estar a cargo. Supuse que la sumisión en el matrimonio me resultaría bastante fácil. ¡Yo era tan servicial! Es cierto que tenía fuertes convicciones en torno a la palabra de Dios, pero mientras me casara con alguien que compartiera esas convicciones y compromisos, la sumisión sería sencilla. O eso pensé.

Lo que no había considerado era el hecho algo aterrador de estar completa y absolutamente atada a otra persona de todas las formas imaginables. No importa con qué entusiasmo nos elegimos mutuamente en el día de la boda (y aún lo hacemos hoy), llega un momento en el matrimonio en que nos damos cuenta de que los problemas del marido son los de la esposa, y los de la esposa son los del marido.

Quizás desearíamos poder eliminar un par de esos problemas. Quizás nos gustaría distanciarnos un poco de esas dificultades. Pero para bien o para mal nos pertenecemos el uno al otro.

Contenido

Sin llegar a someterse

Si el estar completamente unidos a alguien es suficiente para intimidarnos, entonces no es difícil ver cómo someternos a otra persona puede ser aún más aterrador. En realidad, muchas mujeres no llegan a someterse. Ven al esposo y sus problemas y les parece suficiente trabajo el hecho de permanecer a su lado mientras vivan.

La sumisión es criticada antes de ser aplicada, ya no se practica. Al pasar junto a él, la endurecida esposa a veces dice: " ¡Oye! Algunos de nosotros tenemos problemas reales con los que lidiar en la vida, como estar casados con este pecador”. La sumisión es esa pintoresca idea destinada a mujeres casadas con hombres casi perfectos, no para nosotras. Nosotras vivimos en un mundo real. Déjelo para la esposa del pastor o los cristianos profesionales. Nosotras sólo estamos tratando de salir adelante.

Pero es mucho más fácil burlarse y ridiculizar el mandato a las esposas de "someterse a sus propios maridos como al Señor" como un ideal imposible cuando nunca lo hemos intentado (Efesios 5:22). O cuando solo hemos probado un par de veces, con el mismo esfuerzo que pone un niño la primera vez que se le pide que comparta su juguete favorito. Lo hemos intentado a medias y hemos abandonado en el momento que nadie miraba (si es que siquiera lo intentamos).

¿Qué es la sumisión?

La sumisión es situarse voluntariamente bajo la autoridad de otro. Es por eso que todo verdadero cristiano es una persona sumisa. El nuevo corazón que Dios nos dio cuando nos salvó y nos hizo suyo, bombea sometimiento a través de nuestro nuevo ser. Nos sometemos a Dios, que es el Autor de nuestras vidas y, por tanto, nuestra verdadera Autoridad en todos los sentidos.

Es a partir de esta máxima sumisión a Dios que cualquier otra sumisión terrenal tiene sentido. Él ha ordenado su mundo y en nuestra sumisión a él, tomamos nuestro lugar dentro de ese orden. Entonces, cuando Dios dice: "Esposas, sométanse a sus maridos como al Señor", no lo tomamos a la ligera, porque al minimizar este mandamiento, minimizamos nuestra sumisión a Dios mismo.

Soy reacia a exponer ejemplos de sumisión de la vida real porque son escasos y pueden usarse incorrectamente. Pero las Escrituras dicen claramente que las mujeres mayores deben enseñar a las jóvenes cómo someterse a sus maridos (Tito 2: 3-5), así que vale la pena intentarlo. La idea está en encontrar un ejemplo que te ayude a someterte a tu esposo, en lugar de prepararte accidentalmente para someterte al mío.

Por ejemplo, a mi esposo le gusta que recibamos gente en casa con regularidad para comidas u otras reuniones. Parte de mi sumisión hacia él significa hacer las invitaciones, escribir correos electrónicos o mensajes de texto, coordinar los horarios, planificar el menú y asegurarme de que la casa esté decentemente limpia para el recibimiento. Pero puede que tu esposo prefiera un hogar más tranquilo y con menos actividad que el nuestro. La sumisión en tu matrimonio podría ser esperar a consultarle antes de invitar a esa familia, y luego abstenerte de hacerlo si su visión de la vida familiar implica recibir menos visitas.

Ahora, tal vez te estés preguntando: "¿Pero qué pasa si es un pecado el hecho que él no quiera invitar a esa familia? ¿Y si sólo está siendo egoísta? ¿Debo someterme igual? “Y aunque creo que probablemente deberías llevar estas preguntas a una mujer mayor de tu iglesia local, hay una distinción importante que debe hacerse entre someterse de tal manera que estés pecando y someterse a un hombre que todavía tiene motivos imperfectos.

No debemos participar del primer tipo de sumisión (por ejemplo, si él te pidió que dejaras de ser parte de una iglesia local); el segundo tipo será la realidad para todos nosotros hasta que Jesús regrese. Así como tu esposo está llamado a amarte incluso cuando persistas en actitudes y comportamientos pecaminosos, también estás llamada a someterte a él incluso cuando sus motivos no siempre parezcan puros. Esto no significa que no puedas tener una conversación y hacerle saber que te gustaría ser más hospitalaria y pedirle que lo reconsidere. Pero sí es importante la forma en qué lo haces.

Lo que la sumisión no es

A menudo se confunde la sumisión con el consentimiento. Consentir es diferente a ponerse voluntariamente bajo la autoridad de otra persona. Cuando consentimos, nos reservamos el derecho de permanecer en desacuerdo internamente, mientras aparentamos estar del lado de nuestro esposo.

Una esposa condescendiente acepta en silencio algo con lo que no está de acuerdo o incluso quizás detesta. No pondrá objeciones porque cree que está siendo noble o piadosa al guardar sus pensamientos para sí misma. Pero una esposa piadosa puede y debe expresar una objeción si la tiene. Debería hacerle preguntas a su esposo y tratar de comprender el por qué los guía de la manera que lo hace.

Un buen matrimonio es aquel en el que se prioriza la comprensión. Una esposa debe buscar la unificación de criterios con su esposo tanto como pueda. A veces, eso significa exponer objeciones y pedirle que cambie de opinión. Otras veces significa cuestionarlo o plantearle que no estás segura de adónde te lleva. En cualquier caso, aceptar en silencio (mientras internamente se vive con ira, miedo o desprecio) puede dañar la relación matrimonial al ocultar la desconfianza y no mostrar al esposo lo que realmente se siente.

El hecho de comunicamos con sinceridad y buena fe con nuestros esposos, no facilita automáticamente la sumisión, ni significa que siempre estaremos de acuerdo, pero nos dará una paz más profunda al confiarnos a Dios ante todo y, a luego, al hombre que Dios nos ha unido.

Para silenciar la burla

A menudo la sumisión no se ve. Ocurre en los momentos esenciales de la vida. Es la disposición que impulsa nuestro corazón cuando seguimos a nuestros esposos y nos unimos a él entusiastamente para ayudar a que sus iniciativas tengan éxito, sabiendo que su éxito es el nuestro y viceversa.

Cuando lo hacemos bien nadie lo percibe. O si otros lo notan asumen que nacimos con el don de la sumisión. Pero a menudo no nos percatamos de que la sumisión es un arma. Tito 2: 3-5 dice: “Las ancianas…deben enseñar lo bueno, exhortar a las jóvenes a que amen a sus maridos e hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables y sumisas con sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.”

Una de las principales enseñanzas que las mujeres mayores deben transmitir a las más jóvenes es “la sumisión a sus maridos". ¿Por qué? “Para que la palabra de Dios no sea blasfemada.” Esa es el arma oculta de la sumisión.

Los injuriosos de la palabra de Dios están en todas partes. ¿Te gustaría conocer una manera de callarlos? Sométete a tu esposo. Cabría preguntarse cómo nuestra sumisión conyugal puede evitar que la palabra de Dios sea ultrajada. Después de todo, parece que solo hablar del tema puede convertir en blanco de injurias a la persona lo suficientemente valiente para hacerlo.

Pero en su elevada e inescrutable sabiduría, Dios ha convertido a las esposas sumisas en bastión contra la injuria de su preciosa palabra. Cuando nos sometemos a nuestros esposos somos prueba viviente de la veracidad y bondad de su palabra y sus caminos. ¿No te unirías a mí en pedirle más gracia a Dios para obedecer este glorioso encargo?


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