Lo que nace del espíritu es espíritu
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre Conversión
Una parte de la serie Four Sermons on the Holy Spirit
Traducción por Silvia Griselda Buongiorne
El papel del Espíritu Santo en la conversión
A menos que Dios me dé una señal clara para tomar otro camino, predicaré durante estos últimos cuatro domingos de invierno sobre el ministerio del Espíritu Santo. Siento un gran anhelo en mi propio corazón de conocer más sobre el poder del Espíritu para la santidad y el poder para el testimonio. Siento una enorme necesidad de aprender a confiar más plenamente en su guía como Espíritu de sabiduría y verdad. El viento vital y renovador de la primavera sopla por esta iglesia, y mi gran deseo es desplegar la vela de mi corazón y verla llenarse con el Santo Viento de Dios y ser atraída en su dirección, a su velocidad, con su poder.
El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así ocurre con todos los que nacen del Espíritu. (Juan 3:8) Acércate a Dios y Él se acercará a ti. (Santiago 4:8)
Veremos la paradoja en esa afirmación hoy, porque ni siquiera podemos acercarnos a Dios sin la ayuda del Espíritu. Lo cual significa que, en nuestro empeño por acercarnos a él, él ya se ha acercado a nosotros. Pero eso no anula la promesa en absoluto: sigue siendo cierto que, si nos acercamos a Dios, ¡Él se acercará a nosotros! Izad vuestras velas al Santo Viento de Dios, y él las llenará.
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Nuestra necesidad del Espíritu Santo
Necesitamos al Espíritu Santo en Belén en estas próximas semanas. Están pasando cosas; y mi gran preocupación y expectativa es que ocurran bajo la guía y el poder del Espíritu. Por ejemplo, nos hemos propuesto duplicar el número de personas laosianos y Hong a las que ministramos los domingos por la mañana y a lo largo de la semana. Pronto oirás más sobre cómo se puede hacer eso. En cuatro semanas entraremos en un Programa de Expansión de Ingresos mediante el cual rezo para que el Señor proporcione el dinero necesario, por ejemplo, para desalojar y ampliar la Avenida 13 para aparcamiento, demoler el 1212 de la Octava Calle para aparcamiento, y asegurar y embellecer el campus para que estemos listos para la apertura del estadio en la primavera de 1982. Tengo previsto proponer al consejo de diáconos este miércoles que pasemos a dos servicios dominicales por la mañana el primer domingo de primavera y que convoquemos un foro de toda la iglesia el miércoles 4 de marzo para orar y reflexionar juntos sobre esta propuesta. Espero que el 4 de abril lidere todas las juntas de la iglesia en un retiro donde podamos orar y planificar nuestro futuro. Y anticipo que esta primavera comenzarán a surgir pequeños grupos de personas reuniéndose para orar y fortalecerse mutuamente en la fe y la labor de alcance. Y además de estos cambios estructurados, está la transformación sumamente importante de las vidas individuales semana tras semana, ya que la Palabra de Dios desde las aulas, las conversaciones y el púlpito engendra fe y despierta amor y alegría en nuestro entorno.
Necesitamos al Espíritu Santo en estos tiempos para poder decir en los días venideros: "Planeamos y trabajamos, pero no nosotros sino el Espíritu de Dios en nosotros, dispuesto y haciendo su buena voluntad." Y podremos decir esto si nos acercamos a Dios e izamos nuestras velas contra el Viento Santo que sopla. Abrid vuestros corazones a Dios, seguid a Dios con poder en vuestras oraciones, luchad con él hasta el amanecer, hasta que os dé la bendición de su plenitud. Toma la oración de Pablo en Efesios 3:14–19 y ora por ti mismo cada día en estas semanas:
Me arrodillo ante ti, oh Padre, de quien se nombra toda familia en el cielo y en la tierra, para que, según las riquezas de tu gloria, me concedas fortalecerme con fuerza por tu Espíritu en el hombre interior, y que Cristo more en mi corazón por la fe; que, estando cimentado y arraigado en el amor, pueda comprender, junto a todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento; para que me llene de toda la plenitud de Dios.
Volveremos a esa oración en las próximas semanas, pero como mínimo significa esto: ¡hay más de Dios que podemos experimentar de lo que experimentamos ahora! La conversión a Cristo es el fin de una búsqueda: hemos encontrado al Salvador de nuestras almas; hemos encontrado comunión y paz con Dios; todos hemos bebido del mismo Espíritu. Pero la conversión es el comienzo de otra búsqueda, "para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios"—una búsqueda que creo que nunca terminará por toda la eternidad, porque por mucho que se derrame en nuestros corazones desde el océano del amor de Dios, siempre se rellenará de los manantiales del infinito. Acompáñenme mientras buscamos con ahincó "la plenitud de Dios" en estas próximas cuatro semanas.
Nuestra necesidad de conversión
Pero debe haber un comienzo. Nadie, por naturaleza, se deleita tanto en el carácter de Dios como para anhelar al verdadero Dios. Por naturaleza somos hijos de la ira (Efesios 2:3). Como dijo David en el Salmo 51:5, «He aquí, fui nacido en iniquidad y en pecado me concibió mi madre». Venimos al mundo empeñados en ser independientes de Dios y amar las cosas del mundo. Algo tiene que ocurrirnos si queremos salvarnos de la ira de Dios (1 Tesalonicenses 1:10). Debemos cambiar profundamente.
La Biblia habla de este cambio de muchas maneras diferentes. Voy a mencionar algunos. 1) Debemos cambiar de amos esclavistas; debemos dejar de ser esclavos del pecado y convertirnos en esclavos de Dios (Romanos 6:17–23). 2) Debemos morir con Cristo y resucitar a la nueva vida (Romanos 6:3, 4; Gálatas 2:20; Colosenses 2:12). 3) Debemos despojarnos del viejo hombre y revestirnos del nuevo hombre creado según la semejanza de Dios (Efesios 4:22–24; Colosenses 3:9, 10). 4) Debemos arrepentirnos, es decir, debemos experimentar un cambio de mentalidad que nos haga dejar de confiar en el hombre y a confiar en la misericordia de Dios (Hechos 2:38; Lucas 3:3, 8). 5) Debemos obtener un corazón nuevo según la profecía de Ezequiel:
Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos; Quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. (Ezequiel 11:19; 36:26)
6) Debemos convertirnos en una nueva creación. "Si alguno está en Cristo, es una nueva creación; lo viejo ha pasado, he aquí que ha llegado lo nuevo" (2 Corintios 5:17). 7) Debemos volvernos como niños: "En verdad, os digo, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 18:3). 8) Y debemos renacer (Juan 3:3). De principio a fin, la Biblia declara que los seres humanos deben cambiar. Si no cambiamos, no seremos salvos: no habrá paz con Dios, ni esperanza de vida eterna, solo ira y furia (Romanos 2:8). Así que no hay nada más importante para cualquier individuo que experimentar este cambio, este nuevo nacimiento, como lo llamó Jesús.
Cuando volví a casa de la iglesia el pasado miércoles por la noche, Noel me dijo que estaba conmocionada porque Karsten y Benjamín, nuestros dos hijos mayores, casi se habían metido delante de un coche en la Avenida 11 de camino a casa. Mientras yacía en la cama intentando dormir, me estremecía al imaginar en mi mente la escena de mis hijos siendo atropellados por un coche a toda velocidad. Pero entonces mi mente cambió a la perspectiva a largo plazo, a la eternidad, y lo último que recé al dormirme fue: "Oh Dios, prefiero perder a todos mis hijos ahora antes que uno de ellos no haya nacido de nuevo. Si, Dios no lo quiera, fuera una elección entre vivir conmigo ahora y vivir contigo para siempre, entonces tómalos. ¡Pero no dejes que uno se pierda! ¡No dejes que ninguno de ellos no haya nacido de nuevo" No hay evento más importante en la vida de nadie que nacer de nuevo!
Lo que quiero para todos nosotros en esta iglesia y lo que ruego para que deseemos para todos nuestros prójimos es estar "llenos de toda la plenitud de Dios", plenitud que se encuentra en su Espíritu Santo. Pero antes de que una persona pueda experimentar o incluso desear tal plenitud, debe convertirse en un nuevo tipo de persona. Y la pregunta específica que planteé para mi mensaje esta mañana es: "¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en ese cambio?" La razón por la que me centro en la imagen del "nuevo nacimiento" en lugar de en alguna de las otras imágenes bíblicas es que en Juan 3 el Espíritu está tan íntimamente relacionado con el "nuevo nacimiento", que la pregunta ahora no es, "¿Qué sucede con nosotros en el nuevo nacimiento?", sino, "¿Quién provoca esto?" Las próximas tres semanas estarán dedicadas a los resultados del nuevo nacimiento y a nuestra búsqueda de la plenitud de Dios, pero hoy quiero que reflexionemos sobre la causa del nuevo nacimiento.
La conversión solo ocurre por el Espíritu Santo
La enseñanza que quiero intentar persuadirte es bíblica y, por tanto, verdadera y valiosa, es que el nuevo nacimiento es el resultado de la obra soberana del Espíritu Santo que precede y permite nuestro primer acto de fe salvadora. No causamos nuestro nuevo nacimiento por un acto de fe. Justo al revés: el grito de fe es el primer sonido que hace un bebé recién nacido en Cristo. La regeneración, como a veces la llamamos, es todo de Dios. No conseguimos que Dios lo haga confiando en Cristo; confiamos en Cristo porque ya nos lo ha hecho. Las frases teológicas que a veces se usan para designar esta hermosa doctrina son "gracia preveniente" (gracia que precede y habilita nuestra fe) o "gracia irresistible" (gracia que supera la resistencia a la voluntad pervertida del hombre transformando su naturaleza) o "llamado efectivo" (un llamado divino que no solo ofrece, sino que produce transformación).
Vuelve conmigo al Evangelio de Juan, capítulo 3. Jesús le dice a Nicodemo en el versículo 5: «En verdad, en verdad, os digo que, a menos que uno nazca del agua y del Espíritu, no podrá entrar en el reino de Dios». Ya sea que nos refieramos al saco de aguas que se rompe en el primer nacimiento de una persona, al bautismo o a la limpieza espiritual, el punto principal del versículo es el mismo. Nacer una vez o ser bautizado no garantiza la salvación; debes nacer del Espíritu, debes experimentar una limpieza y recreación espiritual.
Entonces, el versículo 6 explica por qué es necesario un segundo nacimiento espiritual: "Lo que nace de la carne es carne, y lo que nació del Espíritu es espíritu." "Carne" en el evangelio de Juan simplemente significa humano. "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). "El Padre ha dado al Hijo poder sobre toda carne" (Juan 17:2). Así que Jesús está diciendo aquí: tu nacimiento humano te convierte simplemente en humano. Pero cuando naces del Espíritu, entonces entra una nueva dimensión de vida sobrenatural, la vida espiritual. Nuevos amores, nuevas inclinaciones, nueva lealtad. Nace una persona nueva. Los términos que Pablo usa para la persona antes y después del nacimiento nuevo son "hombre natural" y "hombre espiritual". Él dice en 1 Corintios 2:14, 15,
El hombre natural no recibe con agrado los dones del Espíritu de Dios porque para él son una locura... El hombre espiritual juzga todas las cosas, pero es él mismo para no ser juzgado por nadie.
Así que Jesús y Pablo están diciendo esencialmente lo mismo: el que nace de la carne es un hombre natural (una persona sin inclinaciones espirituales ni receptividad a las cosas de Dios), y el que nace del Espíritu es un hombre espiritual (que ama las cosas de Dios).
La conexión, entonces, entre los versículos 5 y 6 de Juan 3 es esta: Debemos nacer del Espíritu, porque hasta que no lo seamos, no somos aptos para el reino de los cielos. Somos simples personas naturales que no damos la bienvenida a las cosas de Dios. Antes de que una persona nazca del Espíritu, no tiene inclinación a confiar en Cristo para la salvación, y por lo tanto no puede entrar en el reino de Dios. La fe es el acto más bello, honrador a Dios y humilde que un ser humano puede realizar, y por lo tanto no debemos imaginar que puede ser realizada por un "hombre natural" que "no acoge las cosas del Espíritu de Dios." Antes de que una persona pueda realizar lo mejor de todos los actos, debe convertirse en una persona nueva. Los arbustos espinosos no producen higos, los manzanos no producen olivos, y un "hombre natural" no produce fe. No puede. Así es como Pablo lo expresó en Romanos 8:5–7,
Los que están según la carne ponen su mente en las cosas de la carne, y los que están según el Espíritu en las cosas del Espíritu. Porque la mente de la carne es muerte, pero la mente del Espíritu es vida y paz. Porque la mente de la carne está enemistada hacia Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni puede someterse.
La naturaleza humana caída es tan hostil a Dios y sus exigencias que no puede someterse a Dios en la fe. Debemos nacer de nuevo, nacidos del Espíritu, antes de poder aprobar la Palabra de Dios y confiar en Cristo. La fe no es el medio ni la causa del nuevo nacimiento; es el resultado, el fruto de un nuevo nacimiento.
La obra libre y soberana del espíritu
Jesús utiliza la analogía del viento en Juan 3:8,
El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es con todos los que nacen del Espíritu.
¿Qué intenta enseñar este versículo? Creo que Jesús intentaba recalcar la libertad y soberanía del Espíritu Santo en el acto de regeneración. "El viento, es decir, el Espíritu, sopla donde quiere." La voluntad del hombre es impotente en este punto. No podemos hacer que el viento sople, ni cambiar la dirección del viento y hacer que sople cuando queremos. El Espíritu sopla donde quiere y, por tanto, todo aquel nacido del Espíritu ha sido actuado por el Espíritu libre y ha nacido de nuevo, como dice Juan 1:13, "no de sangre ni de voluntad de carne ni de voluntad humana, sino de Dios." El nuevo nacimiento no es resultado de nuestra decisión ni de nuestro acto de voluntad. Precede y permite la decisión del corazón de confiar en Cristo.
Hay otro lugar en el evangelio de Juan donde Jesús declara esta verdad con aún mayor claridad. En Juan 6:41 los judíos murmuran porque Jesús dijo: "Yo soy el pan que vino del cielo." En ambos casos, Jesús se enfrentó a un oyente resistente e imperceptible. Así dice en Juan 6:43, 44: "No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí a menos que el Padre que me envió lo atrajo." Nadie puede acercarse a Jesús a menos que Dios lo traiga. El hombre natural no puede someterse a Dios hasta que se realice una obra sobrenatural de gracia en su vida, llamada "nuevo nacimiento" en Juan 3 y el "dibujo de Dios" en Juan 6.
Pero alguien podría decir: "No puedes equiparar el nuevo nacimiento con este dibujo de Dios porque Dios atrae a todos los hombres a Cristo." Mi respuesta es: "Sí, hay un dibujo de todos los hombres en el sentido de que la revelación tentadora de Dios en la naturaleza o en el evangelio llega a todos los hombres invitándoles a arrepentirse. Pero ese no es el tipo de dibujo que Jesús tiene en mente aquí." Y esto se puede demostrar fácilmente mirando Juan 6:61–65. De nuevo algunos de sus discípulos murmuran y dice,
"¿Te ofende esto? ¿Y si vieras al Hijo del Hombre ascender donde estaba antes? Es el Espíritu quien da vida; la carne no sirve de nada; las palabras que te he dicho son Espíritu y vida. Pero hay algunos de vosotros que no creéis." Porque Jesús supo desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era quien le traicionaría. Y él dijo: "Por eso os dije que nadie puede venir a mí a menos que se lo conceda mi Padre."
Aquí Jesús repite el versículo 44 con solo un ligero cambio, pero la conexión entre los versículos 64 y 65 hace que su significado sea inconfundible: "Hay algunos de vosotros aquí que no creéis... Por eso dije que nadie puede venir a mí a menos que se lo conceda el Padre." ¿Por qué te digo que nadie puede venir a mí sin la habilitación del Padre? Lo digo para explicar por qué hay quienes no creen. Esos no creen porque no les ha sido dado por mi Padre. No los ha dibujado como ha dibujado los demás. Por lo tanto, se deduce que la fe salvadora no precede ni causa el nuevo nacimiento. Sino más bien, Dios Padre, por la agencia de su Espíritu Santo, regenera libremente a quien quiera y por ello atrae a una persona hacia el Hijo, permitiéndole creer en el Hijo y ser salvo. Esto es la "gracia preventiva"—la obra de gracia de Dios que precede y permite el acto de fe. Es una "gracia irresistible". Hay influencias divinas que pueden resistirse, pero también hay aquellas que no pueden serlo. El nuevo nacimiento es uno de esos que es irresistible, porque opera bajo la conciencia de una persona, transformando la raíz de sus afectos y eliminando así su hostilidad hacia Dios. Y finalmente, este es el "llamado efectivo" de Dios—no el llamado general que va a todos, sino el llamado creativo de Dios que da lugar a algo nuevo por su propio poder (1 Corintios 1:24; 2 Corintios 4:6).
¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en el nuevo comienzo que todos debemos crear para ser salvos y llenos de toda la plenitud de Dios? ¿Cuál es su papel en el nuevo nacimiento? La respuesta que da Jesús (y podría confirmarse en muchos otros textos) es que el nuevo nacimiento es el resultado de la obra libre y soberana del Espíritu Santo, que precede y permite nuestro primer acto de fe salvadora. No provocamos el nuevo nacimiento por la fe. Al contrario, el Espíritu debe primero crear a una persona nueva que entonces, según su nueva y espiritual naturaleza, tenga el deseo de creer en Cristo.
Cuatro razones para amar esta doctrina
Permítanme concluir dándoos cuatro razones por las que amo esta enseñanza de nuestro Señor y por las que creo que creer en ella es esencial para la vida cristiana.
1) Primero, da toda gloria a Dios y me mantiene humilde ante Él. Me impide privar a Dios de cualquiera de su majestad al atribuirme algo que solo él ha logrado. Me recuerda que soy tan corrupto y hostil de mente que jamás en un millón de años habría invocado el nombre del Señor salvo por la gracia soberana que creó en mí un nuevo corazón de fe. Mantiene ante mi mente la verdad de que no me gano todos los beneficios y recompensas de la obediencia porque toda obediencia proviene de la fe, que es un don gratuito de Dios. Por lo tanto, no puedo presumir de ninguna virtud ni logro porque es todo de Dios. Y, por tanto, se lleva la gloria.
2) En segundo lugar, me encanta la doctrina de la soberana libertad del Espíritu en la regeneración porque me permite orar por los perdidos que están "muertos en ofensas y pecados" (Efesios 2:1). No sé qué podría pedirle a Dios que haga por un vecino o ser querido de corazón duro y resistente si no creyera en la doctrina de la gracia irresistible. Cualquier oración que se me ocurra suena a broma: "Dios mío, concede a mi prójimo algunos atractivos para creer, pero no los hagas tan fuertes que sean irresistibles; trabajar en su corazón, pero no tan profundamente como para sentir un impulso abrumador de creer." Oh, no, no voy a rezar así. En la autoridad de la Palabra de Dios oro: "¡Supera su resistencia, querido Dios! ¡Saca de su carne ese corazón de piedra y dale un nuevo corazón de carne! Coloca tu amor irresistiblemente ante su rostro y abre los ojos de su corazón para que no pueda evitar creer de alegría. No mantengas la distancia; devorarle con tu gloria." Me encanta esta doctrina porque no puedo rezar por los perdidos sin ella.
3) En tercer lugar, valoro la doctrina de la soberanía del Espíritu porque me da el ánimo que necesito para testificar a los no creyentes. ¿Qué podría ser más alentador en nuestro testimonio diario, especialmente entre personas que parecen duras, que la confianza de que nada puede impedir que el Espíritu Santo haga una nueva criatura de quien quiera? Pablo escribió en 2 Timoteo 2:24–25,
El siervo del Señor no debe ser pendenciero, sino amable con todos, un maestro apto, paciente, corregiendo a sus oponentes con ternura. Dios quizá les conceda arrepentimiento hacia el conocimiento de la verdad.
Nuestra es testificar con la vida y la palabra; La de Dios es dar arrepentimiento. Y ahí está una gran libertad y estímulo para el testimonio.
4) Por último, amo esta doctrina porque os da a vosotros, que aún no habéis nacido de nuevo, un fuerte ánimo para acercaros a Cristo. No necesitas ningún otro testimonio de la obra del Espíritu dentro de ti que el deseo que sientes de acercarte a Dios. Si hay una chispa de anhelo en ti para confiar en Cristo, es la de Dios, y puedes animarte de que Él está obrando en ti para atraerte al Hijo. No te ha dejado solo. Sigue adelante con él. Confirma su obra con tu fe. Haz tu llamado y elección seguros: pégate a Jesús y él nunca te dejará ir.
Así que os encomiendo a todos estos benditos trabajos del Espíritu Santo. Y insto a que ninguno de vosotros se atribuya el mérito de su nuevo nacimiento, ni de su fe. Es todo de Dios. Estoy convencido de que, si nos perdemos esta nota aquí, todo nuestro pensamiento sobre la obra del Espíritu en las próximas semanas estará desafinado. Que Dios nos arraiga profundamente en la gloria de su gracia soberana.
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