Nacido para gobernarse a sí mismo

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English: Born to Rule Himself

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Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Geovanny Osorio

Recuperando un sueño perdido para los hombres

¿Qué es un hombre?

Esto se continúan preguntando muchos, y otros ofrecen nuevas respuestas. La confusión sopla como el viento por nuestra tierra, exponiendo la débil brecha entre el avance tecnológico y el conocimiento de uno mismo. Misterios de lejanas galaxias son revelados por telescopios de alta potencia, mientras el rostro que se mira frente al espejo se vuelve más distante que nunca. Con el mundo en la palma de la mano, el hombre moderno sigue siendo, para sí mismo un extraño.

Algunos se imaginan que dos hombres pueden casarse, otros no ven ningún problema en que los hombres actúen como mujeres o que digan que son, de hecho, mujeres. Muy pocos lamentan hundirse en el igualitarismo, que distorsiona la feminidad e intenta revestir la renuncia del hombre con el atuendo de virtud. Algunos dicen que Dios está muerto, otros, que es el hombre. Los bajos estándares familiares, la baja visión en algunas iglesias, hacen que el honor, la justicia y el dominio sagrado se escapen de nuestros ideales como el calor a través de los vidrios viejos de las ventanas.

Tenemos terreno que reclamar. La iglesia, el faro del mundo, no debe empañarse mientras los espíritus de confusión chocan sobre sus costas. Dios llama a su pueblo a hablar clara, repetidamente y sin disculpas. Porque como van los hombres, así va el mundo.

Convivir con gigantes

La confusión indica que hemos olvidado nuestras raíces. Muchos hombres viven aislados, no solamente de ellos mismos si no de sus ancestros. No necesitamos reinventar lo que el hombre es, solo volverlo a descubrir. Pero, ¿cómo? Abandonando los sonidos inciertos de la sociedad y escuchando el tambor de guerra de las Escrituras. Dios nos llama a la compañía de gigantes (o aquellos que los han derrotado), grandes hombres que han corrido la carrera antes que nosotros y han ofrecido sus fuerzas, debilidades, y pecados para instruirnos en cómo caminar ante Dios en este lado del cielo.

Recientemente me he dado cuenta de cómo (me incluyo) hemos estado aserrando la rama donde nos sentamos. En un esfuerzo por evitar clichés y dar moralidad, abandonamos a los hombres de los viejos tiempos. Rechazando sermones de “atrévete a ser un Daniel”, nos hemos robado a Daniel. Esto es un error, no solo porque Dios preservó sus vidas con gran detalle en el Antiguo Testamento, el cual “fue escrito para nuestra enseñanza” (Romanos 15:4), sino porque el Nuevo Testamento nos llama a imitar a Abraham, Abel, Isaac, Moisés, Noé, Enoc, Elías, Job, Gedeón, David, Samuel, Isaías y muchos más.

En ausencia de tales hombres de la antigüedad llenando nuestras mentes y alimentando nuestra fe, encontramos a hombres diferentes a quienes admirar: atletas, celebridades, intelectuales, músicos, etc. Mel Gibson con una espada. Russell Crowe en un coliseo. Pero los arbustos no pueden reemplazar un árbol familiar. Como descendientes de Abraham necesitamos conocer nuestras raíces y despertar los antiguos gigantes para ver mas claro y más lejos, poniéndonos en pie sobre sus hombros.

Recientemente, José captó mi atención como alguien que quisiera emular. Su historia tiene muchas capas, tantas como colores tenía su túnica. Pero permite que destaque tres ingredientes, entre otros, que construyen a un hombre piadoso. Como José, los hombres de Dios que necesitamos en cada generación, aprenderán a gobernarse a sí mismos, dirigir a otros, e inclinarse ante un poderoso Dios.

Él se gobierna a sí mismo

El hombre piadoso logra dominar a la persona más ingobernable: Él mismo. Pablo lo vio también: “exhorta a los jóvenes a que sean prudentes” (Tito 2:6, LBLA). Aunque José domina sobre la ira, codicia, y venganza, muestra dominio propio donde muchos hoy no lo hacen: Sobre su lujuria.

Levantándose de la esclavitud provocada por la traición de sus hermanos, José ahora gobierna a la mano derecha de Potifar. Sabemos que José era “de gallarda figura y de hermoso parecer” (Génesis 39:6) su atractivo físico no pasaba desapercibido; especialmente para la más poderosa y (presumiblemente hermosa) mujer del hogar, la esposa de Potifar. Ella lo miró con anhelo (Génesis 39:7). Las miradas tímidas pronto se convirtieron en miradas fijas, los pensamientos en fantasías. Un día ella ronroneó seductoramente a aquel joven hebreo “acuéstate conmigo” (Génesis 39:7).

Enfrentó una tentación que no experimentamos muchos de nosotros, y no la siguió. Ella fue tras de él, no se doblego; ella le invitó, lo llamó a cruzar una puerta a la que él nunca había llamado. Sus besos susurrados amenazaban con acariciar su lujuria y orgullo, una potente combinación. Como respuesta a su invitación. Dios resume su negativa en 3 gloriosas palabras “pero él rehusó” (Génesis 39:8).

Y no solo triunfo una vez

Podemos leer que "ella insistía a José día tras día, pero él no accedió a acostarse con ella" (Génesis 39:10). Resistirse una vez a tal tentación es admirable. Escuchar la sirena cantar y claramente rechazar sus promesas de placer es encomiable. Pero soportar día tras día, temporada tras temporada, susurro tras susurro, sonrisa tras sonrisa, seducción tras seducción, es grandioso. Cada día, con cada hora que pasaba, enfrentaba una decisión. Y cada día él detenía sus avances.

Hombre de Dios, ¿has resistido a la esposa de Potifar? ¿Continúas resistiéndote como José?

¿Cuántos de nosotros podemos aprender de José, no solo que se negó, sino por qué se negó?

Estando yo aquí, mi amo no se preocupa de nada en la casa, y ha puesto en mi mano todo lo que posee. No hay nadie más grande que yo en esta casa, y nada me ha rehusado excepto a ti, pues tú eres su mujer. ¿Cómo entonces iba yo a hacer esta gran maldad y pecar contra Dios? (Génesis 39:8-9)

Él sabía que otros confiaban en él, contaban con él, le habían conferido bienes, y ninguno más que Dios. ¿Como podría pagarle a Potifar con tanta crueldad, y a su Dios con tal traición? ¿Como podemos pagar a nuestras esposas con pornografía, a nuestros hermanos con adulterio, o a nuestro Dios con homosexualidad? Nosotros, que tenemos problemas con ráfagas y brisas, tenemos mucho que aprender de quien resistió un tornado.

Él dirige a otros

Eventualmente el gobernante de sí mismo, se convirtió en gobernante de Egipto. Al que demostró lealtad con diez talentos se le confían cien más.

Sin embargo, su promoción exigiría un horrible desvió. Estando solo en el palacio con la esposa de Potifar, la yegua lujuriosa ardió en deseo y acosó al joven, toqueteando su prenda exterior, la cual tuvo que abandonar para escapar (Génesis 39:11-12). La malvada, de manera similar al Yago de Shakespeare, tomó el olvidado vestido y acusó al inocente de traición (Génesis 39:19-18). Indignado, Potifar arrojó a José en prisión (Génesis 39:19-20). El joven volvía a estar sentando injustamente en otro pozo.

Pero el tema continuó: Dios le mostró su firme amor, y nuevamente gobernaba como segundo a cargo de la prisión (Génesis 39:21-22). Como con Potifar, el guardia no tenía ansiedad con respecto a lo que José presidía, porque Dios estaba con él (Génesis 39:23). Incluso desde una celda, José ejercía dominio, bendiciendo a todos los que confiaban en él.

Después de dos años más en prisión, el copero finalmente cumplió su palabra y le hablo al Faraón de José. Él interpreta el sueño del Faraón y propone un plan de quince años para el florecimiento de Egipto en medio de la hambruna, a lo que el gobernante pagano proclamó. “¿Podemos hallar un hombre como este, en quien esté el espíritu de Dios?” (Génesis 41:38). Entonces el Faraón establece sobre Egipto a José, el cual solamente responde ante el mismo Faraón. Cuando cumplió treinta años, la hermosa túnica que recibió en la casa de Jacob cambió a la prenda que dejó en casa de Potifar, la cual era reemplazada ahora por el fino lino de la casa del Faraón.

La hombría que nos lidera desde el frente pasa por tiempos difíciles. Nuestra moderna bienaventuranza dice: “es mucho mas bendecido para los hombres ser liderados, que liderar”. Pero José contrasta con esto. Ejerció un benevolente dominio en todas las esferas en que Dios le puso. Desde la casa de Potifar, pasando por la prisión y la diestra del Faraón hasta su propia casa en Egipto, José administró lo que Dios puso a su cargo. Él administró, tomó decisiones. Todos fueron bendecidos bajo su cuidado, incluidos sus hermanos, perdidos por tanto tiempo, cuando eventualmente vinieron a llamarle.

Como José, Dios llama a los hombres a manejar sus asuntos con equidad y perspicacia. Necesitamos hombres como José, llenos del Espíritu y receptores del firme amor de Dios, que regulen sus áreas de influencia para el beneficio de otros. Ambos elementos son cruciales: La disposición a gobernar, dirigida al bien de los demás. No necesitamos ofrecernos a ser cabeza del hogar y tener nuestras esferas de influencia; somos cabezas que bendicen o derriban, levantan o destruyen, ignoran o empoderan.

Pocos de nosotros gobernarían Egipto como José lo hizo. Sin embargo, ¿cuántos están preparados — siendo manifiestamente hombres de Dios— para gobernar un hogar, una iglesia, una comunidad, o una nación?

Él se inclina ante un Dios poderoso

José sirvió a un Amo poderoso. Lo mismo ocurre con los hombres que de verdad han “trastornado el mundo” (Hechos 17:6).

José explica su viaje a sus hermanos de esta manera: “para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros” (Génesis 45:5). Dos veces dice esto (Génesis 45:7) y luego una tercera vez, “no fuisteis vosotros los que me enviasteis aquí, sino Dios” (Génesis 45:8).

Golpeado y traicionado por sus hermanos: Dios estaba enviándome. Resistiendo a la esposa de Potifar y consecuentemente encarcelado: Dios estaba enviándome. Recibió una promesa sin cumplir, que lo dejó en prisión dos años más: Dios estaba enviándome. De pie ante los hombres que lo vendieron como esclavo y le robaron años con su padre y hermano menor: Dios estaba enviándome, no vosotros.

Este Dios lo exaltó como un “padre de Faraón y señor de toda su casa y gobernador sobre toda la tierra de Egipto” (Génesis 45:8). Esté Dios salvó la nación por su mano. Este mismo predijo todo lo que estaba por venir y movió un imperio completo para hacer que pasara. Este Dios controla todas las cosas.

Este Dios cumple todas sus promesas. En su ultimo acto de fe, José instruye que sus huesos sean enterrados en la tierra que Dios prometió a su pueblo — Siglos antes de que ellos la posean (Hebreos 11:22). Tenemos mucho que aprender de este hombre quien presagio al gran José por venir. Aquí esta uno de los gigantes que pueden ayudar a una generación confundida a recuperar lo que significa ser un hombre.


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