Neguémonos a nosotros mismos o Neguémonos al Evangelio
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Scott Seaton
sobre el Evangelismo
Una parte de la serie Article
Traducción por Liliana Bourguet
Dos cosas son ciertas: El Evangelio seguirá avanzando a todas las naciones y encontrará oposición.
Desde la primera página de Génesis hasta el capítulo final de Apocalipsis, vemos que Dios atrae a la gente a sí mismo. Y hoy, más que en cualquier otra generación previa, somos testigos de una expansión mundial del Evangelio. Millones han venido a Cristo en África, Asia y Latinoamérica. Aun en lugares históricamente resistentes al Evangelio como Irán, China, Indonesia, Myanmar y Nepal, un número improcedente de hombre y mujeres han puesto su fe en Cristo. Como el Reino de Dios crece en profundidad, también crece más amplia, abarca gente de todos los trasfondos — musulmanes, hindúes, ateos, y budistas.
Aun así, virtualmente en cada caso, la expansión del reino ha enfrentado oposición. Así como crece la iglesia, también crecen los relatos de persecución: ostracismo de las familias y amigos, perder de trabajo, golpes, y martirio.
Para navegar las aguas embravecidas que tenemos por delante, necesitamos una brújula. En una palabra, esa brújula es la gracia, porque la gracia no sólo explica el sufrimiento, nos sostiene en medio del sufrimiento.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo...”
La luz del Evangelio penetra los lugares oscuros que atesoramos — nuestros deseos naturales, ambiciones y reputación. Pero la amenaza suprema es algo que yace en lo profundo de nuestro ser — la convicción, en el análisis final, de que todo se trata de nosotros. Y esa convicción no se muere fácilmente.
Cuando Ahmed profesó su fe en Cristo, sus padres musulmanes lo negaron. Él fue desechado de su familia. El tema no era que a los padres no les gustaba Jesús o Sus enseñanzas o los cambios positivos de la vida de Ahmed. El problema es que ellos se enfocan principalmente en ellos, es decir, en la vergüenza real que experimentan ahora que su hijo profesa su fe en Cristo. Ellos creen que un buen hijo no debería hacer algo así a sus padres, por eso, al cortar los lazos con él, se restaura el honor familiar.
Cuando se enfrenta con el Evangelio, el mundo reacciona como los padres de Ahmed. Demanda su propio derecho: determinar el destino, corregir los errores, tener las llaves de cada uno de sus reinos privados. Los oficiales chinos demandan control y por eso persiguen a la iglesia independiente. Los estadounidenses relativistas demandan opciones y así resisten las afirmaciones exclusivas de Cristo. Los rebeldes marxistas demandan lealtad y por eso su blanco es los pastores que apelan a que la gente siga a Jesús.
El Evangelio se confronta justamente con estos reclamos, porque la gracia significa que no tenemos nada para poner en la mesa. El amor de Dios no se basa en ningún mérito nuestro — realmente buenas noticias, pero malas noticias para el yo. La expansión del Evangelio, por lo tanto, nos provoca a tomar una decisión: negarnos a nosotros mismos o negar el Evangelio.
". . . y tome su cruz. . .”
El hecho de dejar de poner nuestra confianza en el yo sólo es posible cuando confiamos en alguien más grande. Cuando Jesús nos dice que tomemos nuestras cruces, Él no nos está llamando a imponernos una carga. Esto es la contra-Evangelio. A cambio, Jesús nos llama a identificarnos completamente con Él, de tal manera que estamos dispuestos a sufrir por compartir Su nombre.
Aun así, el sufrimiento es anatema para todos los valores de los estadounidenses. De hecho, la búsqueda de la felicidad es parte de nuestra constitución. Los estadounidenses tienen un impulso profundamente arraigado para resolver los problemas, corregir los errores y buscar la comodidad. En nuestras mentes, el sufrimiento es un problema que debe ser resuelto. Por eso, cuando consideramos a nuestros hermanos y hermanas, oramos como lo haríamos por nosotros: para que ellos sean librados del sufrimiento. Sin embargo, para nuestra sorpresa, ésa no es la oración más frecuente de los cristianos perseguidos. Ellos nos piden que oremos para que ellos sean fieles. Ellos saben que Dios está obrando y consideran que sufrir por Su nombre es un privilegio (Hechos 5:41).
Identificarse con Cristo también es identificarse con Su cuerpo: “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él” (1 Co. 12:26a). Nosotros estamos más que conectados figurativamente con el niño sudanés cuyos padres fueron asesinados por su fe. De hecho, tenemos más en común con ese huérfano que lucha por conseguir su próxima comida que con el vecino que lucha por conseguir el pago de su próximo auto.
Al cortar con nuestros afectos terrenales, el sufrimiento acerca a todas las partes del cuerpo. C. S. Lewis le escribió perspicazmente a un amigo “Yo bien puedo creer que como hemos rechazado los remedios más suaves, la intención de Dios es impelernos a la unidad aun a través de la persecución y el sufrimiento. Para loos que sufren las mismas cosas de las mismas personas por la misma Persona es muy raro que no se amen.
". . . y sígame.”
Desde la zarza ardiente, Dios le dijo a Moisés, un pobre pastor, que fuera al hombre más poderoso de la tierra y le demandase que dejase ir al pueblo de Dios. Moisés hizo un balance de la situación y expresó dudas en cuanto a que él pudiese ser el hombre para esa tarea. ¿Cómo suplió Dios las necesidades de Moisés? ¿Afirmando a Moisés diciéndole que tenía habilidades para el liderazgo, por su resolución o aun recordándoles cómo Dios lo había preparado para ese momento? No, Dios no afirmó ninguna de las habilidades de Moisés. Él le dio la única cosa que Moisés realmente necesitaba: la presencia de Dios: “'Ciertamente yo estaré contigo'” (Ex. 3:12).
Cuando Dios envía a alguien, nunca lo envía solo. Jesús ha prometido estar con nosotros de la misma manera que lo hizo con Moisés desde la zarza ardiente, como lo hace con cada cristiano que responde al llamado de la Gran Comisión.
La fidelidad en medio de la persecución, entonces, no tiene nada que ver con nuestra propia determinación o nuestra valentía. El arrojo no tiene nada que ver con nosotros. Todo lo contrario: tiene que ver absolutamente con la gracia de Dios.
El Evangelio se extenderá y con él, la persecución. Pero la gracia de Dios es más que suficiente para vencer.
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