No, nada me faltará
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Scott Hubbard sobre Miedo y Ansiedad
Traducción por Livia Giselle Seidel
Contenido |
Un himno para las ansiedades diarias
El Señor es mi pastor,
Nada me faltará. (Salmo 23:1, LBLA)
Todos y cada uno de nosotros despertamos cada mañana como un manojo de deseos. Debajo hasta del que por fuera podría parecer el más apático comportamiento, hay amores, necesidades y temores –cada uno de ellos exigiendo nuestra atención y obediencia. Muchos de nosotros pasamos nuestros días en gran manera inconscientes de estas emociones básicas, aún cuando están sentadas en el panel de control de nuestros corazones, tirando de las palancas que deciden lo que decimos y hacemos.
Por ejemplo, un esposo y padre, sale de trabajar lleno de amor por el confort. Él obedece ese amor llegando a casa, no con su esposa y sus hijos, sino a su sillón y sus deportes.
Un empleado entra a la oficina sintiendo una necesidad de aprobación de parte de sus compañeros. Por lo tanto, él prepara su número y actúa en el escenario de 9 a 5, siempre esperando aplausos.
Un muchacho, herido por relaciones anteriores, teme la posibilidad de ser lastimado en el futuro. Por lo tanto, él se aparta de la sociedad, aislándose de cualquiera que pudiera hacerle daño.
Estos amores, necesidades y temores se presentan a sí mismos tan persuasiva y tan vigorosamente, que muchas veces olvidamos preguntar si son sentimientos dignos de seguir. Dichos sentimientos pueden impedir que escuchemos otra voz que nos ha estado hablando todo el tiempo, invitándonos a caminar por un mejor sendero.
Esa otra voz
Dios, en su misericordia, nos hace detenernos y escuchar. Detrás del clamor de nuestros deseos, escuchamos la voz de un Pastor que nos invita a verdes pastos y aguas de reposo (Salmo 23:2). El problema es, sin embargo, que Su voz con frecuencia nos guía en dirección opuesta a nuestros sentimientos. Nuestros amores, necesidades y temores nos empujan por un camino; Él nos llama a otro. Para seguirlo a Él, debemos negar aquellos.
En momentos como estos, encontramos lo que C.S. Lewis llama “el verdadero problema de la vida cristiana”. Las decisiones que nos definen como cristianos a menudo no vienen a bombo y platillo; más bien vienen suavemente, casi sin hacer ruido. Lewis dice que vienen:
En el momento mismo en que despiertas cada mañana. Todos tus deseos y esperanzas para el día se abalanzan sobre ti como animales salvajes. Y la primera tarea cada mañana consiste simplemente en empujarlos atrás; en escuchar a esa otra voz, tomar ese otro punto de vista, dejar que esa otra vida, más grande, más fuerte y más tranquila, fluya en ti. Y así durante todo el día. (Mero cristianismo, p. 157[1])
¿Y qué nos enseña a responder esa voz a nuestros sentimientos rebeldes –esa vida más grande, más fuerte y más tranquila? Tres palabras: “Nada me faltará” (Salmo 23:1).
Nada me faltará
Imagina que despiertas con un amor instintivo por el confort. Solo quieres hacer la transición cama-oficina-sillón-cama sin interrupciones. Hoy no quieres que nadie te moleste, especialmente los necesitados. Requieres más descanso. Más tiempo para ti mismo. Esa conversación difícil puede esperar hasta mañana. Pero entonces te detienes y escuchas esa otra voz, que te enseña a decir, “Cuando pase por incomodidades, nada me faltará.”
O tal vez despiertas sintiendo una gran necesidad de aprobación. Solo quieres que otros te aprecien, te escuchen y te amen. Desearías verte mejor, ser menos torpe. Estás listo para reírte de bromas que no son graciosas y decir cosas que no crees en realidad. Pero entonces, ese otro punto de vista te abraza y te ayuda a decir: “Tengo un Maestro a quien agradar hoy. Cuando otros me rechacen o me ignoren, nada me faltará.”
O tal vez despiertas con un vago temor de las pruebas que se avecinan. Solo quisieras mantener todo aquello que es precioso en tu vida lejos del alcance de Dios. Cientos de “¿Y si…?” pasan por tu cabeza, y respondes buscando algo con qué distraerte. Pero entonces, esa otra vida más grande, más fuerte y más tranquila comienza a fluir dentro de ti, y te encuentras a ti mismo diciendo: “Cuando vengan los problemas, nada me faltará.”
La manada salvaje de amores, necesidades y temores se ha abalanzado contra ti, pero tú los has relegado con este empujón de tres letras: Nada me faltará. Estás listo para seguir a tu pastor a donde sea que te conduzca. La manada puede volver por la tarde, o incluso diez minutos más tarde, pero ya sabes qué hacer. Cierras tus oídos a sus persuasiones y recuerdas, una y otra vez, nada me faltará.
Y así, todo el día.
El Señor es mi pastor
Por supuesto, las tres palabras nada me faltará no poseen cualidades mágicas. No podemos hechizar a la tentación para que desaparezca con tan solo decirlas. Por el contrario, son poderosas solo en la medida en la que creemos en las palabras que vienen detrás de ellas: “El Señor es mi pastor” (Salmo 23:1). ¿Cómo sabemos con certeza que nada nos faltará, aún cuando nuestros amores, necesidades y temores dicen justo lo contrario? Lo sabemos porque el Señor Jesucristo es nuestro pastor.
Jesús derramó su sangre sobre el polvo de Gólgota para que pudiéramos descansar en verdes pastos (Salmo 23:2). Él puso su alma en la tumba para que la nuestra pudiera ser restaurada (Salmo 23:3). Él permitió que el valle de sombra de muerte lo devorara para que éste se convirtiera en el camino al cielo para nosotros (Salmo 23:4). Cada mañana, él prepara una mesa delante de nosotros, llena de deliciosa comida (Salmo 23:5). Cada día, él manda su bondad y misericordia a seguirnos, rodearnos, y mantenernos a salvo hasta que lleguemos a casa (Salmo 23:6, RVR95).
Mientras nos encomendamos a este pastor, Él toma su vara y su cayado, y entrena a nuestros sentimientos a seguirlo a Él: a amarlo, a necesitarlo, a temerle. Él nos enseña, día tras día, que mientras estemos cerca de Él, nada nos faltará. Aún en la incomodidad. Aún en el rechazo. Aún en el valle de la sombra de muerte.
- ↑ Lewis, C.S. (1994) Mero cristianismo. Traducido por Paulina Matta. Santiago de Chile: Ed. Andrés Bello.
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