Nuestra mejor vida está por llegar: tierra nueva, nuestra morada eterna

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English: Our Best Life Yet to Come: The New Earth, Our Eternal Home

© Eternal Perspective Ministries

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Por Randy Alcorn sobre Cielo & Infierno

Traducción por Débora Ester Baigorri


Imagina que eres parte de un equipo de la NASA que se prepara para una misión de cinco años a Marte. Después de un tiempo de entrenamiento intensivo, finalmente llega el día del despegue. A medida que el cohete despega, uno de tus compañeros astronautas te pregunta: «¿Qué sabes de Marte?»

Imagina que encoges los hombros y contestas: «Nada. Nunca hemos hablado de eso. Estimo que lo sabremos cuando lleguemos». Es impensable, ¿no te parece? Es inconcebible que tu entrenamiento no haya incluído un estudio intensivo de tu destino y la correspondiente capacitación. Inclusive en seminarios, escuelas bíblicas e iglesias de todo el mundo hay muy poca enseñanza acerca de nuestro destino: cielos nuevos y tierra nueva. Se nos enseña cómo entrar al cielo, mejor destino que el infierno, pero se nos enseña muy poco acerca del cielo mismo.

¿El cielo actual y el cielo eterno son diferentes?

El apóstol Pablo creía que era vital que nosotros supiéramos qué sucede cuando morimos: «Pero no queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen». (1 Tesalonicenses 4:13, NTV).

La gente generalmente piensa que el «cielo» es el lugar al que van los cristianos cuando mueren. Pero esto nos impide entender conceptos bíblicos importantes. Una definición mejor explica que el cielo es el lugar principal en el que Dios habita, el asiento de su trono desde el cual gobierna el universo.

La ubicación exacta del cielo actual no se conoce, pero se nos dice que el cielo futuro estará en la nueva tierra a la cual Dios descenderá para habitar con su pueblo (Apocalipsis 21:3). El cielo presente es un lugar de transición entre la vida pasada de los creyentes en la tierra y la vida futura en resurrección en la nueva tierra.

La vida en el cielo, cuando morimos, es «mucho mejor» que la vida en la tierra bajo maldición, alejados de la presencia directa de Dios (Filipenses 1:23). Pero, aunque sea un bello lugar, el cielo presente no es el lugar para el cual hemos sido hechos, el lugar que Dios promete rehacer para que vivamos eternamente. Los hijos de Dios están destinados a vivir como seres resucitados en una tierra resucitada.

Apocalipsis 21:1 dice: «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe». Todo cobra sentido cuando dejamos la suposición de que el cielo no puede cambiar. Dios no cambia; él es inmutable. Pero Dios dice claramente que el cielo va a cambiar. Finalmente será trasladado a la nueva tierra.

¿Cómo será la nueva tierra y la vida allí?

Efesios 1:10 dice que el plan de Dios es «reunir todas las cosas en él, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra». Así como Dios y el hombre siempre estarán unidos en Cristo, así el cielo y la tierra siempre estarán unidos en el universo físico, en el que viviremos como personas resucitadas.

Dios va a vivir con nosotros en la nueva tierra. Eso unirá todas las cosas en los cielos y en la tierra. «Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: 'He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres. Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos’» (Apocalipsis 21:3). Viviremos, gobernaremos y serviremos junto a nuestro Señor Jesús, la fuente de todo gozo y toda felicidad.

¡Estar en cuerpos resucitados en una tierra resucitada con amistades resucitadas, disfrutando de una cultura resucitada con Jesús resucitado será nuestra celebración suprema! Viviremos la vida con las características que él preparó cuando nos creó, y ninguno de nosotros volverá a sufrir o morir.

La humanidad fue diseñada para vivir en la tierra para la gloria de Dios. Eso es exactamente lo que la encarnación, la muerte y la resurrección de Cristo aseguraron: una humanidad renovada sobre una tierra renovada.

Un concepto erróneo muy común sobre el cielo eterno es que será desconocido. Pero eso no podría estar más alejado de la verdad. Cuando escuchamos que en el cielo tendremos nuevos cuerpos y viviremos en una nueva tierra, tenemos que entender la palabra nuevo como una versión restaurada y perfeccionada de nuestros cuerpos, nuestra tierra y nuestros afectos habituales.

Ahora, ¿cómo nos afecta la espera de nuestro hogar celestial?

Pedro dice «nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia», e inmediatamente agrega «Por tanto, amados, puesto que aguardáis estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por Él en paz, sin mancha e irreprensibles» (2 Pedro 3:13-14).

Saber que vamos a vivir eternamente como personas resucitadas en una nueva tierra nos ayude a darnos cuenta de que las elecciones que hagamos hoy, incluídas las elecciones sobre santidad de cada uno y la forma en la que actuamos con respecto a otros, influirán de manera decisiva en la eternidad. Dios está mirando. Está registrando todo. Jesús dijo que en el cielo nos recompensaría por actos de fidelidad a él, hasta por un vaso de agua fría que hubiéramos dado a algún necesitado en Su nombre. (ver Marcos 9:41).

La vida en la tierra realmente debe importarnos, no porque es la única vida que tenemos, sino porque, precisamente, no lo es; es el comienzo de una vida que continuará eternamente en una tierra renovada. Lo que Dios dice sobre nuestro futuro nos permite interpretar nuestro pasado y servirle en nuestro presente.

Ya sea que entrenes a un equipo, aconsejes a gente joven, cortes el césped de una viuda, defiendas a los todavía no nacidos, trabajes por la reconciliación de las razas, vayas a viajes misioneros cortos o des gran parte de tus ingresos para las misiones o para trabajos en zonas marginadas de tu ciudad, si estás haciendo esto con el poder de Cristo estás trayendo un anticipo de la tierra nueva venidera a esta tierra actual que está sufriendo.

No debemos olvidar la realidad irrefutable de que somos ciudadanos de dos reinos, que un día serán hechos uno, un nuevo cielo y una nueva tierra indivisibles y bajo la ley eterna de Cristo. En aquella tierra podremos recordar con satisfacción y gratitud la diferencia que hicimos en esta tierra, por la gracia de Dios.

Hoy nuestra perspectiva está fundada en el hecho de que a los hijos de Dios les espera la resurrección. Esto significa que nunca experimentaremos lo máximo. ¡Lo mejor está por venir! No tenemos necesidad de enumerar las cosas que queremos hacer antes de morir porque las aventuras que nos esperan en los cielos nuevos y en la tierra nueva van a exceder por mucho los deleites de esta vida. Quizás pensamos «no puede ser mejor que esto»... pero, lo será.


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