PENSAMIENTOS PARA HOMBRES JÓVENES/Peligros para los jóvenes
De Libros y Sermones BÃblicos
Por J.C. Ryle
sobre Santificación y Crecimiento
Capítulo 2 del Libro PENSAMIENTOS PARA HOMBRES JÓVENES
Traducción por Chapel Library
En segundo lugar, hay peligros específicos contra los cuales se necesita advertir a los jóvenes.
1. Un peligro para los jóvenes es el orgullo.
Sé muy bien que todas las almas están en tremendo peligro. Sean ancianos o jóvenes, todos tienen una carrera que correr, una ba-talla que pelear, un corazón que mortificar, un mundo que vencer, un cuerpo que mantener, un diablo que resistir. Y bien podríamos preguntar, ¿quién puede hacer todas estas cosas? Aun así, cada edad y condición tiene sus peligros y tentaciones particulares, y es me-jor conocerlos. Hombre prevenido vale por dos... y ya está armado para la lucha. Ojalá pueda persuadirte de estar en guardia contra estos peligros que voy a mencionar. Si lo logro, estoy seguro que le estaré haciendo un gran favor a tu alma.
El orgullo es el pecado más antiguo del mundo. Es más, antecedió al mundo. Satán y sus ángeles cayeron por orgullo. No estuvie-ron satisfechos con su primer estado. Y fue así que el orgullo dio al infierno sus primeros habitantes.
El orgullo fue lo que sacó a Adán del paraíso. No estuvo contento con el lugar que Dios le había asignado. Trató de elevarse a sí mismo, y cayó. Y fue así que, por orgullo, hizo su entrada el pecado, el sufrimiento y la muerte.
El orgullo se asienta en el corazón de todos nosotros por naturaleza. Nacimos ya orgullosos. El orgullo nos hace confiar en noso-tros mismos, haciéndonos creer que somos suficientemente buenos así como estamos, tapa nuestros oídos para que no escuchemos consejo, nos impulsa a rechazar el evangelio de Cristo, a andar por nuestro propio camino. Pero el orgullo nunca reina con más poder que cuando reina en el corazón de un joven.
¡Qué frecuente es ver a jóvenes testarudos, altaneros e impacientes cuando alguien quiere darles consejos! ¡Son frecuentemente groseros y descorteses con todos los que los rodean, pues piensan que no son valorizados y honrados como lo merecen! ¡Con cuánta frecuencia ni se detienen para escuchar lo que un adulto les sugiere! Se creen que lo saben todo, y, por eso, son muy engreídos. Consi-deran que los mayores, especialmente los de su parentela, son estúpidos, aburridos y atrasados. No quieren ni creen necesitar que les enseñen o instruyan. Según ellos, lo entienden todo. El mero hecho de que les hablen los pone de mal humor. Como los potros, no soportan el menor control. Quieren ser independientes y salirse con la suya. Parece que piensan como los que menciona Job, “Cierta-mente vosotros sois el pueblo, y con vosotros morirá la sabiduría” (Job 12:2). Y todo esto es orgullo.
Así era Roboam, quien rechazó el consejo de los ancianos con experiencia que sirvieron a su padre, y siguió el consejo de los jó-venes de su generación. Vivió para cosechar la consecuencia de su necedad. Y hay muchos como él.
Así era el hijo prodigo en la parábola, que se encaprichó que quería su porción de los bienes que heredaría de su padre, y se fue a vivir su vida. No pudo conformarse con vivir tranquilamente bajo el techo de su padre, sino que se fue a un país lejano para ser su propio señor. Como el niño pequeño que deja la mano de su madre y camina solo, muy pronto tuvo que pagar su necedad. Pensó con más prudencia sólo cuando tuvo que comer las sobras de los alimentos de los cerdos. Pero hay muchos como él.
Joven, te ruego encarecidamente que te cuides del orgullo. Se dice que hay dos cosas muy raras en el mundo: una es un joven humilde, y la otra es un anciano que siente contentamiento. Me temo que este dicho sea muy cierto.
No seas orgulloso de tus propias habilidades, de tus propias fuerzas, de tu propio conocimiento, de tu apariencia, de tu astucia. No seas orgulloso de ti mismo, y de ninguno de tus dones. Todo eso viene de no conocerse uno mismo y de no conocer el mundo. A me-dida que vas madurando y más ves, menos razones encontrarás para ser orgulloso. La ignorancia y la inexperiencia son el pedestal del orgullo; quítale el pedestal, y el orgullo pronto caerá.
Recuerda con cuánta frecuencia la Biblia nos presenta la excelencia de un espíritu humilde. Con cuánta frecuencia nos advierte: “No tenga más alto concepto de sí que el que debe tener” (Romanos 12:3). Qué claro nos dice: “Y si alguno se imagina que sabe algo, aun no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8:2). Qué estricto es el mandamiento “¡Vestíos, pues..., de humildad!” (Colosenses 3:12). Y otra vez, “revestíos de humildad” (1 Pedro 5:5). ¡Ay, este es un vestido del cual muchos no parecen si quiera tener un harapo!
Piensa en el gran ejemplo que nuestro Señor Jesús Cristo nos dejó al respecto. Les lavó los pies a sus discípulos diciendo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:15). Está escrito “que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico” (2 Corintios 8:9). Y también: “Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hom-bres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo” (Filipenses 2:7, 8). Ciertamente que ser orgulloso es ser más como el diablo y el Adán caído, que como Cristo. Ciertamente que nunca puede uno ser malo y de espíritu corrupto si es como él.
Piensa en el hombre más sabio que existió. Me refiero a Salomón. Fíjate que habla de sí mismo como “joven pequeño,” como uno que “no sabía como entrar o salir” ni valerse por sí mismo (1 Reyes 3:7, 8). El suyo era un espíritu muy diferente al de su hermano Absalón, quien se creía capaz de hacer cualquier cosa: “¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia!” (2 Samuel 15:4).Y el suyo era un espíritu muy diferente al de su hermano Adonías quien “se rebeló, diciendo: Yo reinaré” (1 Reyes 1:5). La humildad fue el principio de la sabiduría de Salomón. Lo escribe como su propia experiencia. “¿Has visto hombre sabio en su propia opinión? Más esperanza hay del necio que de él” (Proverbios 26:12).
Joven, toma en serio los pasajes que aquí se citan. No confíes en tu propia prudencia. Deja de pensar que siempre tienes razón y que los demás están equivocados. Desconfía de tu propia opinión cuando ves que es contraria a la de tus mayores, y especialmente a la de tus padres. La edad da la experiencia, y por lo tanto merece respeto. Es la característica de la sabiduría de Eliú, en el libro de Job, que “había esperado a Job en la disputa, porque los otros eran más viejos que él” (Job 32:4). Y después dijo: “Yo soy joven, y vosotros ancianos; por tanto, he tenido miedo, y he temido declararos mi opinión. Yo decía: Los días hablarán, y la muchedumbre de años de-clarará sabiduría” (Job 32:6, 7). La modestia y el silencio son gracias hermosas en el joven. Nunca te avergüences de ser un aprendiz: Jesús era uno a los doce años; cuando lo encontraron en el templo, estaba sentado “en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles” (Lucas 2:46). Los hombres más sabios te dirán que siempre están aprendiendo, y los llena de humildad comprobar lo poco que saben. El renombrado Isaac Newton solía decir que se sentía que no era mucho mejor que un niñito que había recogido unas cuantas piedras preciosas en la costa de un océano de sabiduría.
Joven, si quieres ser sabio, si quieres ser feliz, recuerda la advertencia que te doy: Cuidado con el orgullo.
2. Otro peligro para los jóvenes es el amor del placer.
La juventud es cuando nuestras pasiones son más fuertes, y como niños descontrolados, clamamos por conseguir lo que quere-mos. La juventud es por lo general cuando tenemos más salud y fuerzas; la muerte nos parece muy lejana, y disfrutar de la vida parece ser lo único que importa. La juventud es el tiempo cuando la mayoría tenemos muy pocas preocupaciones o ansiedades que nos moles-ten. Y todas estas cosas conducen a los jóvenes a pensar exclusivamente en divertirse. “Sirvo sólo a mis deseos y placeres,” es la ver-dadera respuesta que muchos jóvenes deberían dar sí se les preguntara: “¿De quién eres siervo tú?”
Joven, tiempo me faltaría para decirte todos los frutos que este amor al placer produce, y en todas las maneras que daña. ¿Por qué hablar de parrandas, fiestas, borracheras, apuestas, ir al teatro, bailes y tales cosas? Muy pocos pueden decir que no saben al menos algo de esto por amarga experiencia. Todas las cosas que dan un sentir de excitación por un rato, todas las cosas que impiden pensar y mantienen a la mente en un torbellino, todo lo que complace los sentidos y gratifica la carne; todas estas cosas son las que tienen po-der tremendo en nuestras vidas, y deben su poder al amor del placer. Ponte en guardia. No seas como aquellos que describe Pablo: “amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:4).
Recuerda lo que digo: lo que mata el alma es dedicarse a los placeres terrenales. No hay camino más seguro para terminar con una conciencia destruida y un corazón endurecido que darle vía libre a los deseos de la carne y la mente. Parece no ser nada al principio pero a la larga se sufren las consecuencias..
Considera lo que Pedro aconseja: Que “os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Destru-yen la paz del alma, quebrantan su fuerza, llevándola al cautiverio, y haciéndola su esclava.
Considera lo que dice Pablo: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5). “Pero los que son de Cristo han cruci-ficado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9:27). Una vez fue el cuerpo la perfecta mansión del alma; pero ahora es corrupto y desordenado, y necesita ser vigilado constantemente. Es una carga para el alma, no una ayuda; un estorbo, no un colaborador. Puede ser un útil servidor, pero siempre será señor malo.
Considera otra vez las palabras de Pablo: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14). “Estas” dice Leighton, “son las palabras que, al leerlas San Agustín, lo transformó de un joven libertino en un siervo fiel de Jesucristo”. Joven, deseo que éste sea tu caso también.
Recuerda una vez más: Si te dedicas a los placeres terrenales, encontrarás que todos ellos son vacíos, insatisfactorios y vanos. Como las langostas en la visión de Apocalipsis, parecen tener coronas en sus cabezas, pero comprobarás, como las mismas langostas, tienen aguijones, verdaderos aguijones, en sus colas. No todo lo que brilla es oro. No todo lo que es bueno es dulce. No todo lo que da placer momentáneo es verdadero placer.
Ve y llénate de placeres terrenales si quieres; pero descubrirás que nunca satisfarán tu corazón. Siempre habrá una voz dentro gri-tando como el caballo en Proverbios “¡Dame, Dame!” Hay en él un lugar vacío que sólo Dios puede llenar. Por experiencia descubri-rás, como Salomón, que los placeres terrenales son sólo vana apariencia, vanidad y aflicción de espíritu, sepulcros blanqueados, bonitos a la vista por fuera, llenos de huesos y corrupción por dentro. Sé sabio a tiempo. Mejor que escribas un rótulo que diga “Vene-no” en todos esos placeres terrenales. Aun el más legal de ellos debe ser usado con moderación. Todos ellos son destructores del alma si les das tu corazón. “El placer,” dice además comentando sobre la segunda epístola de Pedro, “debe tener garantía que será sin peca-do; luego, que su medida será sin exceso”.
Y aquí quiero advertir a todos los jóvenes que recuerden el séptimo mandamiento: que tengan cuidado con la fornicación y el adulterio, y toda clase de impurezas. Me temo que nunca se habla lo suficiente de esta parte de la ley de Dios. Pero cuando veo cómo los profetas y apóstoles manejaron este tema, cuando observo la manera abierta en que los reformadores de nuestra iglesia los denun-ciaron, cuando veo el número de jóvenes que siguen las huellas de Rubén, Ofni, Fineas y Amnón—no puedo, con limpia conciencia, guardar silencio. Y dudo mucho que el mundo sea mejor por el silencio excesivo que prevalece sobre este mandamiento. Por mi parte creo que sería una falsedad y una cortesía nada bíblica, hablarle a los jóvenes y no tocar lo que es especialmente “el pecado del joven”.
Quebrantar el séptimo mandamiento es el pecado que sobrepasa a todos los demás. Como dice Oseas: “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Oseas 4:11). Es el pecado que deja cicatrices más profundas en el alma que ningún otro pecado que comete el hom-bre. Es el pecado que degolló a miles de todas las edades, y que ha vencido a no pocos de los santos de Dios en el pasado. Lot, Sansón y David son pruebas que hacen temer. Es el pecado del cual el hombre se atreve a sonreír, y lo quiere suavizar con nombres tales co-mo desliz, inestabilidad, extravío, irregularidad. Pero este es el pecado del cual el diablo se regocija pues él es “el espíritu sucio”; y es el pecado particular que Dios aborrece, y declara que lo “juzgará” (Hebreos 13:4).
Joven, huye “de la fornicación” (1 Corintios 6:18) si amas la vida. “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5:6). Huye de la ocasión, de la compañía que te arrastra a ella, de los lugares en los cuales puedes ser tentado a cometerla. Lee lo que nuestro Señor dice con respecto a ella en Mateo 5:28. Sé como el san-to Job que dijo: “Hice pacto con mis ojos” (Job 31:1). Evita hablar de ella. Es algo que ni debes mencionar. No se puede tocar el be-tún y no ensuciarse. Evita los pensamientos de ella; resístelos, mortifícalos, ora en contra de ellos, haz cualquier sacrificio que sea necesario para no ceder. La imaginación es la incubadora donde este pecado con demasiada frecuencia se empolla. Vigila tus pensa-mientos, y podrás estar seguro de tus acciones.
Considera las advertencias que te he estado dando. Aunque olvides todo lo demás, no olvides esto.
3. Otro peligro para los jóvenes es la irreflexión y la desconsideración.
La falta de reflexión es una razón por la cual miles de almas son arrojadas fuera para siempre. Los hombres no consideran, no mi-ran hacia el futuro, no miran a su alrededor, no reflexionan sobre cuál será el final al cual los llevará si siguen el rumbo del presente, ni sobre las consecuencias seguras de sus caminos actuales, y al final despiertan para comprobar que van a la condenación por falta de reflexión.
Joven, ninguno corre más peligro que tú. Sabes poco de los peligros a tu alrededor, y por lo tanto no prestas atención por dónde caminas. No quieres la molestia de pensar sobria y silenciosamente, y por lo tanto tomas decisiones equivocadas y corres hacia la amargura. El joven Esaú sintió que tenía que tener el potaje de su hermano, y para obtenerlo, vendió su primogenitura. Nunca pensó cuánto la desearía en el futuro. Los jóvenes Simeón y Leví sentían que tenían que vengar a su hermana Dina, y mataron a los varones de Siquem; y nunca consideraron cuántos problemas y aflicciones le causarían a su padre Jacob y a su casa. Job parece haber temido de un modo especial a esta falta de reflexión por parte sus hijos: pues está escrito que cuando hacían fiesta, y “habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacia to-dos los días” (Job 1:5).
Créeme que este mundo no es un mundo en el cual podremos hacer el bien si no reflexionamos, y mucho menos hacer el bien en los asuntos del alma. “No reflexiones” susurra Satán. Él sabe que el corazón inconverso es como un libro de cuentas de un comercian-te deshonesto: no aguanta una inspección a fondo. “Considera tus caminos” dice la Palabra de Dios, haz una pausa y piensa, reflexiona y sé sabio. Muy bien dice el proverbio español: “La prisa viene del diablo”. Así como los hombres se casan de prisa y al tiempo se arrepienten, también cometen errores con respecto a su alma en un minuto, y luego sufren por años. Así como un mal siervo hace algo malo y luego dice, “Nunca lo pensé,” también los jóvenes corren al pecado y dicen: “¡No parecía pecado!” ¿Qué te crees? El pecado no se te va a acercar y decir: “Yo soy el pecado”. Haría muy poco daño si así lo hiciese. El pecado siempre parece “bueno, divertido y deseable,” en el momento de cometerlo. ¡Oh, adquiere sabiduría, obtén discernimiento! Recuerda las palabras de Salomón: “Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos” (Proverbios 4:26). Es un dicho sabio el de Lord Bacon: “No hagas nada apresu-radamente. Espera un poco porque llegarás al final más rápido”.
Algunos, me atrevo a decir, objetarán diciendo que lo que pido es excesivo, que la juventud no es la época de la vida para ser se-rios y reflexivos. Y yo contesto, al contrario, poco peligro hay de que se practique demasiado hoy día. Es muy común hablar tonteras, bromear y divertirse hasta el exceso. Sin duda hay tiempo para todo, pero ser siempre frívolo y superficial no es de sabios. ¿Qué dice el más sabio de los hombres? “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón. El corazón de los sabios está en la casa del luto; mas el corazón de los insensatos, en la casa en que hay alegría” (Eclesiastés 7:2-4). El comenta-rista Matthew Henry cuenta un relato acerca de un gran estadista, el secretario Walsingham, de la época de la reina Elizabeth, quien se retiró de la vida pública en sus últimos días y se dedicó a reflexionar seriamente. Sus alegres compañeros de antes vinieron a visi-tarle y le dijeron que se estaba convirtiendo en un melancólico. A lo que respondió él: “No. Soy serio porque todo es serio a mi alre-dedor. Dios es serio cuando nos observa. Cristo es serio cuando intercede por mí. El Espíritu es serio en su trato con nosotros. La verdad de Dios es seria. Nuestros enemigos son serios en su empeño por arruinarnos. Los pobres pecadores perdidos están serios en el infierno. ¿Y por qué entonces no hemos de ser ustedes y yo serios también?”
¡Oh, joven, aprende a ser un pensador! Aprende a considerar lo que estás haciendo, y hacia dónde estás yendo. Haz tiempo para reflexionar con calma. Ten comunión con tu propio corazón y haya en ti quietud. Recuerda mi advertencia: No te pierdas por el mero hecho de no querer reflexionar.
4. Otro peligro para los jóvenes es despreciar la religión.
Este es también un especial peligro. Siempre observo que, de todos, los jóvenes son los que tienen menos respeto por la religión. Nadie, como ellos, se ocupan tan mal de los medios de gracia. Nadie participa tan poco en nuestros cultos. Cuando están presentes, usan muy poco la Biblia y los libros de oración. Cantan muy poco y muy poco escuchan la predicación. Nadie, tanto como los jóve-nes, falta a las reuniones de oración, a las conferencias y a todos estas actividades entre semana que ayudan al alma. Los jóvenes pare-cen pensar que no necesitan estas cosas, que quizás sean buenas para las mujeres y los ancianos, pero no para ellos. Les da vergüenza que alguien piense que les importa su alma; hasta podríamos decir que parece como si para ellos fuera una deshonra ir al cielo. Y esto es despreciar la religión; este es el mismo espíritu que hizo que los jóvenes de Betel se burlaran de Elías. Y de este espíritu les digo a los jóvenes: ¡Cuidado! Si vale la pena tener religión, vale la pena ser sincero en cuanto a ella.
Despreciar las cosas santas es ir camino a la infidelidad. Cuando alguien hace una broma o se burla de cualquier parte de la cris-tiandad, no me sorprende enterarme después de que en realidad no resultó ser un creyente.
Joven, ¿realmente has tomado tu decisión en cuanto a esto? ¿Haz mirado bien el abismo que tienes delante de ti, si persistes en despreciar la religión? Me vienen a la mente las palabras de David: “Dijo el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1). ¡El ne-cio, y ningún otro más que el necio! ¡Él lo dijo, pero nunca lo comprobó! Recuerda, si hay un libro que ha dado pruebas de ser verdad de principio a fin, por todo tipo de evidencias, ese libro es la Biblia. Ha desafiado todos los ataques de todos sus enemigos y de aque-llos que sólo se ocupan de encontrar errores. “Es acrisolada la palabra de Jehová” (Salmo 18:30). Ha sido puesta a prueba en todos los aspectos, y cuanto más la ponen a prueba, más evidente ha comprobado ser la palabra de Dios mismo. ¿En que creerías si no crees la Biblia? La única otra opción es creer algo ridículo y absurdo. Puedes estar seguro de que nadie es tan totalmente incrédulo como el que niega que la Biblia es la palabra de Dios; y si es la palabra de Dios, cuidado que no la desprecies.
Los hombres podrán decirte que hay dificultades en la Biblia, cosas difíciles de entender. No sería el libro de Dios si no las hubie-ra. ¿Y qué si las hay? No desprecies las medicinas porque no puedes explicar todo lo que el doctor hace gracias a ellas. Pero, digan lo que quieran los hombres, lo que es necesario para ser salvos es claro como la luz del día. Puedes estar muy seguro de esto: las perso-nas no rechazan la Biblia porque no la entienden. Al contrario, la entienden demasiado bien: entienden que testifica en contra de su pecado y los cita a juicio. Tratan de creer que es falsa e inútil, porque no quieren reconocer que sea verdad. “Una vida mala,” dijo él celebre Lord Rochester, poniendo una mano sobre la Biblia, “una vida mala es la única gran objeción a este libro”. “Los hombres cuestionan la verdad del cristianismo,” dice South, “porque detestan tener que practicarlo”.
Joven, ¿cuándo falló Dios y no cumplió su palabra? Nunca. Lo que ha dicho, siempre ha hecho; y lo que ha prometido, siempre lo ha cumplido. ¿Acaso no cumplió su palabra mandando el diluvio? ¿Falló en lo que dijo que haría con Sodoma y Gomorra? No. ¿Ha fallado con respecto a los judíos hasta este momento? No. Nunca ha fallado, ha cumplido su palabra. Ten cuidado, que no seas hallado entre aquellos a quienes Dios desprecia.
Nunca te rías de la religión. Nunca bromees con las cosas santas. Nunca te burles de quienes son serios y sinceros en los asuntos concernientes a sus almas. El tiempo puede llegar cuando se cuentan entre los felices aquellos de quienes te burlaste, entonces, tu risa se convertirá en llanto y tus burlas en pesares.
5. Otro peligro para los jóvenes es el temor a la opinión ajena.
“El temor del hombre” verdaderamente “pondrá lazo” (Proverbios 29:25). Es terrible observar el poder que tiene sobre la mayoría de las mentes, y especialmente sobre las mentes de los jóvenes. Muy pocos parecen tener su propia opinión, o pensar por sí mismos. Como pescados muertos son arrastrados por la corriente. Lo que los demás piensan que es bueno, ellos también piensan que lo es; y lo que los demás llaman malo, ellos también llaman malo. Hay muy pocos pensadores originales en el mundo. La mayoría de los hom-bres son como ovejas: siguen al líder. Si fuera la moda del día ser romanista, serían romanistas, si lo fuera ser mahometano, serían mahometanos. Temen mucho la idea de ir en contra de la corriente del día. En una palabra, la opinión del día se convierte en su reli-gión, su creencia, su Biblia y su Dios.
El solo pensar “¿qué dirán o que pensarán mis amigos de mí?” destruye muchas buenas intenciones. El temor de ser observado, ridiculizado y de ser objeto de las burlas, impide la formación de muchos buenos hábitos. Hay muchas Biblias que pudieran ser leídas este mismo día si sus dueños se atrevieran. Saben que deberían leerlas, pero tienen miedo: “¿Qué dirá la gente?” Hay rodillas que se doblarían en oración esta misma noche, pero el temor a los demás se lo impide: “¿Que diría mi esposa, mi hermano, mi amigo, mi compañero, si me viera orando?” ¡Ay, qué esclavitud tan miserable es ésta, y no obstante, tan común! “Porque temí al pueblo,” dijo Saúl a Samuel cuando quebrantó el mandamiento del Señor (1 Samuel 15:24). “Tengo temor de los judíos” dijo Sedequías, el rey re-belde de Judá; y por su temor, desobedeció el consejo que Jeremías le dio (Jeremías 38:19). Herodes tuvo miedo de lo que pensarían sus invitados, así que hizo lo que lo hizo “excesivamente triste”: decapitó a Juan el Bautista. Pilato temió ofender a los judíos, así que hizo lo que su conciencia le decía que era injusto: entregó a Jesús para ser crucificado. ¿Si esto no es esclavitud, entonces qué es?
Joven, quiero que todos los jóvenes estén libres de esta esclavitud. Quiero que a ninguno de ustedes les importe la opinión ajena cuando el camino del deber es claro. Créeme, es grandioso poder decir: “¡No!” Este era el punto débil del buen rey Josafat, cedió fá-cilmente en sus tratos con el rey Acab, y, por ello, se acarreó muchos problemas (1 Reyes 22:4). Aprende a decir “No”. No dejes que el temor de no parecer simpático te impida hacer lo que debes. Cuando los pecadores te insisten, di decisivamente: “Yo no consentiré” (Proverbios 1:10).
Considera únicamente lo irrazonable que es el temor al hombre. ¡Qué poco dura la hostilidad del hombre, y qué poco daño te puede hacer! “¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno? Y ya te has olvidado de Jehová tu Hacedor, que extendió lo cielos y fundó la tierra” (Isaías 51:12, 13). ¡Y qué ingrato es este temor! Nadie tendrá mejor opinión de ti gracias a él. El mundo siempre respeta a aquellos que actúan valientemente para Dios. ¡Quiebra estas ataduras y arroja lejos de ti estas cadenas! Nunca te avergüences de dejar que los demás vean que quieres ir al cielo. No pienses que es una ver-güenza demostrar que eres un siervo de Dios. Nunca tengas miedo de hacer lo que es correcto.
Recuerda las palabras del Señor Jesucristo: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”(Mateo 10:28). Trata de complacer sólo a Dios, y él pronto hará que los demás estén complacidos contigo. “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Proverbios 16:7).
Joven, sé valiente. No te importe lo que el mundo dice o piensa: tú no estarás en el mundo siempre. ¿Puede el hombre salvar tu alma? No. ¿Será el hombre tu juez en el gran y temible día de rendir cuentas? No. ¿Puede el hombre dar una conciencia limpia en la vida, una buena esperanza en la muerte, una buena respuesta en la mañana de resurrección? ¡No! ¡No! ¡No! El hombre no puede hacer nada de esto. Entonces, “No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. Porque como a vestidura los comerá polilla, co-mo a lana los comerá gusano” (Isaías 51:7, 8). Me viene a la mente el dicho del buen Coronel Gardiner : “Temo a Dios, y por lo tanto no temo a nadie más”. Ve y sé como él. Tales son las advertencias que te doy. Tómalas en serio. Vale la pena reflexionar en ellas. Me equivoco por mucho si no las nece-sitas mucho. Quiera el Señor que no te las haya dado en vano.
Preguntas de estudio Peligros para los jóvenes
El orgullo
1. ¿Dónde se asienta el orgullo por naturaleza?
2. ¿Y tú? En el párrafo que comienza “Qué frecuente es ver a jóvenes testarudos”, el autor da muchas buenas descrip-ciones de la conducta orgullosa.
a. Para ti, ¿qué frase se destaca como la más importante?
b. Haz una lista de las frases usadas que también te describen a ti.
3.a. El autor menciona cinco cosas de las cuales no debes “ser orgulloso”. ¿Cuáles son?
b. El autor dice que “todo eso viene” ¿de qué?
c. Explica en tus propias palabras lo que el autor quiere decir con esto.
4. Escribe el punto clave de cada uno de los siguientes versículos como se usan en esta sección.
a. Rom. 12:3
b. 1 Cor. 8:2
c. Col. 3:12
d. 1 P. 5:5
5. Brevemente, describe cómo Jesucristo fue para nosotros un modelo de humildad.
6. ¿Cómo fue la actitud de Salomón distinta a la de sus hermanos Absalón y Adonías?
7. ¿En el libro de Job ¿cómo demostró Eliú sabiduría?
8. El autor da varias exhortaciones sabias al final de esta sección. Para ti ¿cuál se destaca como la más importante? ¿Por qué?
- “No confíes en tu propia prudencia”
- “Deja de pensar que siempre tienes razón y que los demás están equivocados”.
- “Desconfía de tu propia opinión cuando ves que es contraria a la de tus mayores, y especialmente a la de tus padres”.
- “La edad da la experiencia, y por lo tanto merece respeto”.
- “La modestia y el silencio son gracias hermosas en el joven”.
- “Nunca te avergüences de ser un aprendiz”.
Por favor ten en cuenta que ser aprendiz significa decir en algunas ocasiones “No lo sé”. ¡El orgullo es lo único que siempre tiene una res-puesta!
El amor al placer
9. Se mencionan tres cosas que “deben su poder al amor del placer”. ¿Cuáles son?
10. Primera Pedro 2:11 nos dice “los deseos carnales... batallan contra el alma” ¿De qué maneras “batallan” contra el alma los deseos carnales?
11. De ser “la perfecta mansión del alma” ¿qué ha pasado a ser el cuerpo?
12. El placer debe tener garantía que será sin pecado; luego, que su medida será sin exceso”. Explica brevemente lo que esto significa.
13. El autor nos exhorta: Huye “de la fornicación”. ¿De qué tres aspectos de la fornicación [impureza, inmoralidad] nos indica “huir”?
Irreflexión y desconsideración
14. ¿Por qué el joven corre más peligro de ser irreflexivo y desconsiderado que otros?
15. ¿Por qué son la irreflexión y desconsideración un peligro en este mundo?
16. ¿Es el placer continuo en la juventud algo que debe ser tolerado como normal en esa etapa de la vida? ¿Por qué?
Menospreciar la religión
17. ¿Cuáles son los “medios de gracia” [medios por los cuales el Espíritu Santo fortalece nuestra fe] listados aquí?
18. ¿De qué maneras es como un necio el que desprecia la religión?
19.a. Si ignoras los medios de gracia de Dios, ¿qué puedes esperar de Dios?
b. ¿Y tú? ¿Hasta qué grado has ignorado los medios de gracia?
El temor a la opinión ajena
20. ¿Qué es presión de los pares (“el temor a la opinión ajena”)?
21. ¿Cómo debes responder cuando enfrentas la presión de caer en una mala conducta?
22. ¿Por qué es la presión de los pares sin validez e irrazonable?
23. ¿Y tú? ¿Qué papel ha jugado la presión de tus pares en tu vida?
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