Señor, libérame del miedo
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Miedo y Ansiedad
Traducción por Ilduara Escobedo
El jueves por la noche, Pedro dijo al que él sabía que era "el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16:16): "¡Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré!" (Mateo 26:35). Luego, en las primeras horas de la mañana del viernes, Pedro dijo a un par de sirvientas que no conocía: "Yo no conozco a ese hombre" (Mateo 26:69–72).
¿Qué diantres le pasó a Pedro que le hizo hacer exactamente lo que juró que no haría? El miedo le pasó a Pedro.
Luego, solo unas pocas semanas después, Pedro se encontró frente al Sanedrín, el mismo Sanedrín que lo había aterrorizado la noche del juicio de Jesús, y en lugar de negaciones, de su boca salieron estas palabras: "Si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (Hechos 4:19–20).
¿Qué diantres le pasó a Pedro que de repente lo hizo tan audaz? La fe le pasó a Pedro.
Al igual que Pedro, nosotros tampoco somos compatibles con el miedo paralizante que nos aplastará cuando nos enfrentemos a un peligro potencial o real, si solo vemos las cosas con los ojos de nuestra carne. De hecho, tenderemos a ser intimidados fácilmente por todo tipo de cosas. Pero si por el poder del Espíritu Santo, vemos con los ojos de la fe, veremos las cosas como realmente son y nuestros temores se desvanecerán.
Ese poder, que liberó a Pedro del miedo y alimentó su audacia, está disponible para todos los cristianos. Es nuestro para pedir, y nuestro para tomar.
Misericordia disfuncional
Como todo lo que Dios hizo, el miedo es muy bueno cuando funciona de acuerdo con el propósito previsto. El miedo está diseñado para mantenernos alejados de los peligros. Cuando el miedo nos mueve a evitar cosas que son verdaderamente peligrosas, experimentamos cuán misericordioso puede ser un regalo. Dios creó el miedo para ayudar a mantenernos libres. Lo hizo para protegernos de todo tipo de daño real para que podamos permanecer lo más libres posible para vivir en la alegría que él deseaba.
Pero después de la caída, como todo lo que Dios hizo para nosotros, el miedo ha sido distorsionado por el pecado y por el quebrantamiento de nuestros cuerpos y mentes caídos. Por lo tanto, frecuentemente no funciona de la manera que Dios lo diseñó. Debido a nuestro orgullo carnal y nuestra incredulidad en lo que Dios nos promete, tenemos miedo de cosas que no son verdaderamente peligrosas en lo más mínimo. Sentimos demasiado miedo por las cosas que son amenazas relativamente pequeñas y muy poco miedo por las cosas que nos pueden causar un daño mucho mayor (Lucas 12:4–5). Nuestros miedos son desordenados y desproporcionados.
El temor desordenado es lo que Pedro experimentó durante el juicio de Jesús. El Hijo del Dios viviente, cuyo poder él personalmente había observado y experimentado - el poder que resucitó a los muertos (Marcos 5:41) e incluso hizo que los demonios se sometieran a Pedro (Lucas 10:17) - ahora estaba bajo la custodia del Sanedrín. Las cosas habían dado un giro peligroso. Todas esas cosas extrañas que Jesús había estado diciendo acerca de sufrir y morir a manos de los gobernantes, las cosas que Pedro le había dicho a Jesús que nunca le sucederían (Mateo 16:21-23), parecía que estaban sucediendo.
Ver erróneamente conduce a temer incorrectamente
Ese fue el origen del problema: cómo se veían las cosas. Las cosas que Jesús dijo que sucederían en verdad estaban sucediendo, pero la mente de Pedro todavía estaba centrada en las cosas del hombre, no de Dios (Mateo 16:23). Solo estaba viendo el lado humano de las cosas, así que parecía que todo estaba sucediendo erróneamente. Esto le quitó la fe y lo llenó de miedo.
Lo mismo le sucedió al sirviente del profeta Eliseo. ¿Recuerdas la historia? El rey de Siria descubrió que Eliseo recibía palabras del Señor sobre los planes militares de Siria e informaba al rey de Israel. Entonces, el rey sirio tomó un gran ejército y rodeó la ciudad donde se alojaba Eliseo. En la mañana, el sirviente de Eliseo vio a las tropas y se aterrorizó. Entonces Eliseo oró: "Oh Señor, por favor abre sus ojos para que pueda ver", y de repente el sirviente vio las montañas llenas de la hueste del cielo (2 Reyes 6:17). Cuando el sirviente solo vio el lado humano de las cosas, fue vencido por el miedo porque vio erróneamente. Pero cuando, por el poder del Espíritu, vio correctamente, su fe revivió y su miedo se desvaneció.
Así también, cuando Pedro, por el poder del Espíritu, vio correctamente, su fe fue revivida y su miedo se desvaneció. Pasó de acobardarse frente a las sirvientas para enfrentar audazmente a los líderes que crucificaron a Jesús (Hechos 4:8–12).
¡Oh Señor, abre nuestros ojos!
Eliseo oró por su sirviente, y vio la realidad espiritual. Alguien también oró por Pedro: "Yo he rogado por ti para que tu fe no falle" (Lucas 22:32). Jesús oró por la fe de Pedro. El momento y los propósitos de las oraciones de Eliseo y de Jesús fueron diferentes. Pero el resultado fue el mismo: los hombres antes temerosos se volvieron audaces en la fe.
¿Tenemos miedo? ¿Nos encontramos fácilmente intimidados en el silencio, la inacción o incluso las negaciones directas? Es porque estamos viendo la realidad erróneamente. Estamos ciegos a lo que Dios realmente está haciendo. Porque si, por el Espíritu, vemos lo que Dios está haciendo en el ámbito espiritual, no dejaremos de hablar de lo que hemos visto o escuchado.
¡Esto está disponible para nosotros! Es por eso que Dios puso estas historias en la Biblia. Y es por eso que nos ha rodeado de la gran nube de testigos cristianos a lo largo de la historia. Pidamos a Dios que nos libere del temor incrédulo y por una nueva audacia. Vamos a retenerlo hasta que nos conceda nuestra oración. Y no nos limitemos a preguntar, comencemos a enfrentar nuestros miedos saliendo en la fe y confiando obedientemente en sus promesas. La provisión de la audacia se da a menudo a la persona dispuesta a actuar en obediencia.
Padre celestial, cueste lo que cueste, libéranos del miedo incrédulo abriendo nuestros ojos a la realidad. No nos permitas permanecer en silencio o inactivos. Las personas más libres del mundo son las que más confían en ti. No te dejaremos ir hasta que nos bendigas, porque eres demasiado glorioso y las almas son demasiado preciosas para que permanezcamos en silencio por el miedo. En el nombre de Jesús, Amén.
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